DarianMe encontraba tallando runas de protección en la pared de piedra, los dedos manchados de tiza y ceniza, cuando el vínculo se estremeció como una cuerda de arco tensada al límite. Ethan se acercaba. Lo supe antes de que sus pasos crujieran en la entrada, antes de que su respiración entrecortada delatara su prisa.—Darian.Su voz, firme pero quebrada por la adrenalina, hizo que me volviera hacia él. Ethan estaba en el umbral, el cabello despeinado por el viento del bosque, las mejillas sonrosadas y los ojos brillando con esa mezcla de terquedad y miedo que lo hacía tan… humano. Tan peligroso.—¿Qué pasó? —pregunté, limpiándome las manos en un trapo sucio. Ya sabía que era grave. El vínculo latía como un tambor de guerra bajo mi piel.Entró, ignorando el círculo de lobos que se apartaron para dejarlo pasar. Lysandra, sentada junto al fuego con un cuchillo de hueso en la mano, levantó una ceja.—Un hombre vino a la clínica. Dice llamarse Silas. —Ethan tragó saliva, sus dedos jugue
EthanLas palabras de Silas resonaban en mi cabeza como un eco envenenado.`` Gregory fue uno de los nuestros. Después de que tu madre muriera...´´ El aire de la cueva, cargado de humo y sangre seca, de repente me asfixiaba. Sin pensar, giré sobre mis talones y salí corriendo, esquivando a los lobos que gruñían en la entrada.El bosque nocturno era un laberinto de sombras. Las ramas me arañaban los brazos, las raíces intentaban enredarse en mis pies, pero seguí adelante, impulsado por una necesidad visceral de escapar. De él. De mí. De la verdad que ahora pesaba más que cualquier trampa de plata.El vínculo vibró en mi pecho, una cuerda tensa que me jalaba hacia atrás, hacia Darian. Pero lo ahogué, apretando los puños. No quería sentir su rabia, su preocupación, su compasión. No ahora.Al llegar a la clínica abrí la puerta de un golpe, haciendo crujir las bisagras oxidadas. El olor a antiséptico y alpiste me envolvió, familiar, pero hoy no calmó nada. Me desplomé contra el mostrador, j
Ethan—¿La verdad? —preguntó. El olor a whisky salió a ráfagas de la cabaña, mezclándose con el moho de las paredes.Entré sin invitación. La habitación era un reflejo distorsionado de mi infancia: el mismo sofá raído donde me leían cuentos, ahora cubierto de botellas vacías.—¿Cuándo te uniste a ellos? —pregunté, quitándole una botella de las manos. Él no se resistió—. ¿Antes de que mamá muriera? ¿Después?Gregory se dejó caer en el sofá, alcanzando otra botella medio vacía de whisky. Bebió un trago largo antes de responder:—Ellos me encontraron después de... del accidente. Me dijeron que podía hacer algo bueno. Que podía vengar a Clara.El nombre de mi madre en sus labios fue la cerilla que encendió la pólvora.—¡Vengarla de qué! —grité, arrojando la botella contra la pared. Los cristales estallaron al impactar—. ¡Ella murió atropellada por un camión! ¡Eso me dijiste!—¡Eso te hice creer! —rugió, levantándose con una furia que no le conocía. Sus manos me agarraron de los hombros—.
DarianEl vínculo llevaba horas latiendo como un segundo corazón enfermo, retorciéndose en mi pecho con cada minuto que Ethan permanecía desaparecido. Corría entre los árboles, transformado en una sombra de pelaje negro y ojos morados incandescentes, dejando atrás a los lobos de la manada que intentaban seguirme el ritmo. Demasiado lentos. Demasiado prudentes.Ya no podía permitirme la prudencia.Había comenzado en la clínica.El olor a sangre fresca me golpeó antes de cruzar el umbral. Sangre humana. Ethan. Recuperé mi forma humana con un chasquido de huesos, y entré en la estancia. El local estaba destrozado: frascos rotos, carteles desgarrados. Había ido a buscarlo para disculparme, me había equivocado al tratarlo así, y el dolor en el pecho se hacía cada vez más insoportable.En el piso superior, la habitación de Ethan estaba peor. El colchón había sido reventado, las sábanas manchadas de una sustancia que reconocí al momento. El veneno de los cazadores. Y en la pared, clavada con
EthanEl primer gruñido retumbó como un trueno dentro de mis huesos. El aire se llenó de un calor animal, de ese olor a bosque después de la lluvia que siempre llevaba Darian pegado a la piel. Pero esta vez venía mezclado con furia, con peligro. Y con miedo.Los cazadores se movieron como avispas perturbadas. El hombre más joven, el de la barba rala y los ojos inyectados en sangre, levantó su ballesta hacia la puerta trasera. La mujer del chaleco táctico —Lena, la habían llamado— sacó un machete del cinturón, sonriendo con esos dientes demasiado blancos, demasiado afilados.—¡Corten al lobo primero! —ordenó—. ¡Al humano lo mantenemos vivo hasta que se rompa!Sentí el filo de su mirada clavárseme en el pecho. Las cuerdas que me ataban a la silla de metal ardían contra mis muñecas, pero el dolor era nada comparado con la culpa. No deberías haber venido, Darian.La puerta estalló en astillas.Él irrumpió como una tormenta hecha de dientes y músculo. En forma de lobo, era una masa negra d
EthanEl sol apenas comenzaba a asomarse cuando pasé junto al cartel oxidado que decía "Bienvenidos a Pine Hollow". Las montañas rodeaban el pueblo como brazos viejos y cansados, y el aire olía a pino y tierra mojada. Apreté el volante con fuerza, tratando de ahogar el eco de las palabras de mi padre en mi cabeza: "No quiero un hijo roto". Las palabras seguían clavándose en mi pecho, afiladas como el día en que las escuché. Pero aquí, en este rincón olvidado del mapa, nadie sabría que Ethan Cole era el chico que había roto la tradición familiar sólo por ser él mismo. Había decidido mudarme para alejarme de todo, corriendo con la suerte de encontrarme una vieja y pequeña clínica veterinaria en renta.La clínica veterinaria era un edificio de madera desgastada, con una pintura azul que se descascaraba como si fuera piel quemada. Pero para mí, era perfecta. Aquí no habría gritos, solo animales que necesitaban ayuda. Y yo, aunque me dolía aceptarlo, necesitaba sentirme útil. Al lado, sepa
Ethan El sol de la mañana entraba por las cortinas rotas de mi cuarto, pintando líneas doradas sobre el piso de madera crujiente. Aún sentía el peso de la mirada del lobo en mis huesos, esos ojos morados que parecían revivir mis secretos más oscuros. Me vestí rápido sin atreverme a mirar por la ventana hacia la casa abandonada. Pero mi curiosidad era más fuerte que el miedo. Siempre lo había sido. La casa Vrykolakas no parecía tan aterradora a la luz del día, aunque seguía teniendo un aire triste. Las tablas del porche estaban podridas, y la puerta principal colgaba de un solo gozne, chirriando con cada ráfaga de viento. Respiré hondo, ajustándome los guantes de trabajo —una especie de excusa por si alguien me veía—, y entré. Dentro, el aire olía a humedad con un toque metálico, como el de monedas viejas. Las paredes estaban cubiertas de graffiti, pero entre esos garabatos, algo llamó mi atención: símbolos tallados en la madera. Espirales que terminaban en garras, lunas menguant
Darian Lo primero que noté fue el dolor. Un ardor intenso en el costado, como si la bala de plata todavía estuviera allí, quemándome desde adentro. Abrí los ojos. El techo de la clínica se movía, borroso, mientras el olor a antiséptico y sangre vieja llenaba mis fosas nasales. ¿Dónde…? Moví los dedos, y sentí la rugosidad de una sábana sobre mi piel desnuda. Luego, lo olí. Él. El chico estaba sentado en el suelo, apoyado contra la pared, con la cabeza inclinada hacia un lado y los brazos cruzados sobre el pecho. Sus labios entreabiertos dejaban escapar una respiración suave, y una mecha de pelo rubio le caía sobre la frente. Débil. Frágil. Humano. Mis músculos se tensaron. Debía matarlo. Tenía que rasgarle la garganta antes de que despertara y gritara al mundo lo que había visto. Pero al intentar levantarme, una punzada en el costado me hizo caer de nuevo sobre la mesa. Maldije en voz baja, usando el idioma antiguo de mi manada.