Lorenzo apenas fue consciente de sus gritos, su mente no podía procesar la impactante noticia, él estaba paralizado. Un escalofrío recorrió su espalda mientras el agente Zanatta intentaba explicar lo sucedido.
—Señor Bianchi, su esposa, la doctora Lionetta, sufrió un grave accidente de tráfico en su camino hacia el hospital. Fue un choque múltiple y las lesiones, muy serias. La llevaron de inmediato al quirófano.
Las palabras del agente resonaron en los oídos de Lorenzo como un eco lejano. La habitación se volvió borrosa mientras intentaba procesar la terrible noticia. La noche que había comenzado llena de promesas y planes se había convertido en una pesadilla. ¡Una horrible pesadilla!
—¿Dónde está mi esposa? ¡Necesito verla de inmediato! —exigió Lorenzo, la angustia inundando su voz.
El agente Zanatta le proporcionó la dirección del hospital, él le prometió que llegaría lo más rápido posible. Lorenzo colgó el teléfono y se vistió a toda prisa. Sus pensamientos se agolpaban en su mente mientras corría hacia el coche y llamaba a Anna, su hermana, para que viniera a quedarse con Valentina.
La imagen de Lionetta riendo minutos antes, se desvanecía ante la visión de su amada en una sala de operaciones, luchando por su vida.
«Mientras haya vida, hay esperanzas, cariño», las palabras de Lionetta fueron firmes en su mente y fue un golpe bajo para él. Lorenzo sabía que tenía que ser fuerte y pensar positivo, no todo estaba perdido, no podía estarlo.
Gruesas lágrimas se derramaron de sus ojos, la angustia en su corazón crecía a pasos agigantados, mientras luchaba con la desolación que amenazaba con adueñarse de él. El hombre se vio obligado a estacionar un par de veces a la orilla de la carretera, pues las lágrimas no le dejaban ver el camino y no podía darse el lujo de protagonizar otro accidente.
Minutos más tarde, finalmente, pudo llegar al hospital, Lorenzo no supo cómo terminó gritando en la emergencia, queriendo, no, exigiendo ver a su esposa; no obstante, tuvo que resignarse y esperar noticias en la dura silla de la sala de espera, mientras trataba de controlar los latidos erráticos de su corazón.
Lorenzo no podía decir con exactitud, los minutos que pasó en aquella sala, lleno de angustia, de miedo y desolación, no fue hasta que vio salir a Gabriel, que el alma le regresó al cuerpo, si Lionetta había sido atendida por él, estaba seguro de que todo estaría bien. Confiaba en Gabriel.
Para su angustia, el rostro de su cuñado no era la de un hombre o profesional que hubiese tenido éxito, sus ojos estaban llenos de lágrimas y el corazón se le oprimió hasta dejarlo sin aliento.
—Gabriel —susurró, temeroso de hacer la pregunta que no quería hacer.
La mirada del galeno estaba llena de tristeza y él negó de inmediato.
—Dime que está bien, ¡dime que Lionetta está bien! —gritó, sin importarle los rótulos que pedían guardar silencio.
—Lo siento, Lorenzo, no puede hacer mucho por ella —susurró con voz entrecortada, el galeno estaba tratando de controlar sus propias emociones. Acababa de perder a su hermana en el quirófano y era el responsable de darle la terrible noticia a su cuñado.
—¡Ella está bien, tiene que estarlo! —exclamó Lorenzo, pero Gabriel negó.
—La hemos perdido, Lorenzo. Lionetta se ha ido…
Un grito desgarrador salió de la garganta de Lorenzo, el dolor le hizo caer de rodillas al piso, su mano se aferró a su pecho y sus lágrimas se derramaron en cascadas por sus mejillas. Su padre le decía que un hombre no debía llorar, pero ¿cómo podía no hacerlo ante aquella terrible pérdida? Lionetta era su esposa, la mujer que más amaba en la vida, su otra mitad. El aire empezó a faltarle a Lorenzo, por lo que trató de serenarse.
—Quiero verla —pidió, haciendo acopio de una fuerza que no sentía, sus piernas parecían hechas de gelatina e incapaces de mantenerlo erguido.
—Tendrás que esperar un poco —comentó Gabriel con voz serena, tratando de recuperar su profesionalismo.
—¡¿Esperar?! —medio preguntó, medio gritó Lorenzo con cierto enojo.
—Lionetta estaba registrada como donante voluntaria, tenemos que… —el médico se interrumpió al ver el semblante de su cuñado.
—Haz lo que tengas que hacer y déjame verla —le ordenó.
Todo lo demás fue un borrón para Lorenzo, nada tenía más importancia para él en ese momento que ver a su esposa, estar con ella, abrazarla, sentirla una última vez… Lorenzo se olvidó de todo, incluso de llamar a casa para saber si su hermana había llegado, tampoco llamó a su mejor amigo, todo lo que deseaba era morir junto a su amor.
Entretanto, Chiara aguardó en la sala de espera a tener noticias de Stella, ni siquiera entendía lo que había sucedido, estaba angustiada y nadie venía a darle razones de su hija por más que preguntó, hasta que Emilia apareció.
—¿Dónde está Stella? —preguntó con agitación, tenía miedo de que el final de su hija fuese ese día, se rehusaba a dejarla ir, pese a que el futuro era desalentador y no existía ninguna posibilidad de recibir un trasplante con prontitud.
—No lo sé, no he tenido noticias de ella, la llevaron a la sala de emergencia luego del accidente —dijo Emilia.
El rostro de Chiara palideció.
—¿Accidente? ¿De qué accidente hablas? —preguntó con angustia—. ¿Stella salió herida?
Los ojos de la chica se llenaron de lágrimas, recordar lo ocurrido le causaba un profundo dolor.
—¡Habla, Emilia! —gritó Chiara al borde de la desesperación al ver a la muchacha titubear.
—Stella y yo presenciamos un terrible accidente de camino a casa. El auto pasó muy cerca de nosotras y terminó estrellándose contra un muro. Quedamos en shock por un momento, hasta que los gritos de auxilio llegaron a nuestros oídos. ¡Le pedí a Stella que no se acercara, que podía ser peligroso! Pero ella no quiso escucharme y corrió hacia el auto…
—Emilia, por favor, dime lo que sucedió —pidió Chiara ante la pausa de la muchacha.
—Stella ayudó a la mujer herida, la sacó del auto antes de que se prendiera en llamas.
—¡Dio!
Emilia se mordió el labio con cierta culpa, pues ella se había quedado congelada en su sitio y no fue capaz de ayudar a su amiga.
—Entonces, ¿está herida?
Emilia asintió.
—Las llamas alcanzaron a quemarle la espalda, aun así, Stella trató de mantener a la mujer consciente hasta que las ambulancias llegaron y luego, luego, Stella se desmayó…
Chiara agradeció estar sentada, pues de otra manera habría terminado de bruces sobre el frío piso del hospital.
—¿Qué es lo que hiciste, Stella? —susurró con voz desgarradora—. ¿Qué fue lo que hiciste, hija mía? —preguntó con dolor.
Chiara tenía el presentimiento de que este era el final, su corazón de madre se lo gritaba, si no eran las quemaduras, sería su frágil corazón que le arrebatara la vida a su hija, podía sentirlo en su carne y en sus huesos. Lágrimas brotaron de sus ojos, iba a perderla sin remedio.
—Stella estará bien, señora Chiara, hay que tener fe —susurró Emilia, aun cuando ella no lo creía, Stella estaba tan pálida como el papel y sus labios empezaban a ponerse morados cuando la subieron a la ambulancia, pero eso era algo que Chiara no necesitaba saber, no quería angustiar más a la mujer.
La espera se hizo eterna para Chiara, las horas parecían tener prisa y el sol de un nuevo día se alzó sobre los cielos de Milán, ajeno al dolor que embargaba a una madre temerosa de perder a su única hija y ajeno al dolor que embargaba el corazón de un hombre que había perdido a su esposa.
Lorenzo miró el cuerpo de su esposa, frío y sin vida, sus ojos se llenaron de nuevas lágrimas que dejó correr libremente, en la soledad de aquel cuarto frío se permitió ser tan débil como un bebé, sin Lionetta todo había perdido sentido. Su vida era como un barco a la deriva.
«Volveré y entonces terminaremos lo que dejamos pendiente»
—Me lo prometiste —susurró, recordando parte de su última conversación la noche anterior—, me prometiste volver siempre, Lionetta —lloró con dolor—. ¿Qué fue lo que hice para que no cumplieras con tu promesa? ¿En qué te fallé? —gruñó con el alma rota.
«Te lo prometo, siempre volveré, Lorenzo, siempre»
Un grito desgarrador acompañó el recuerdo del magnate, mientras las palabras de su esposa se agolpaban su mente sin piedad.
«Siempre volveré»
—Y yo siempre voy a esperarte —le prometió, besando su mano fría e inerte—. Ti amo amore mio…
—Es hora, Lorenzo —le interrumpió Gabriel, el galeno tenía los ojos rojos como la sangre, por las veces que se permitió llorar por su hermana y las horas que pasó en el quirófano.
—¿Puedo estar un momento más con ella?
—No te hagas más daño, Lorenzo, deja que Lionetta se vaya —musitó, colocándole una mano sobre su hombro en señal de apoyo.
Lorenzo cerró los ojos, asintió y se apartó del cuerpo de su esposa, dejando con ella parte de su alma y su vida.
El hombre que salió de aquel cuarto frío, no fue el mismo que había entrado, algo en él había cambiado para siempre.
—Lorenzo…
El mencionado se giró para encontrarse con los ojos brillantes y preocupados de su mejor amigo.
—Nico —susurró.
—Acabo de enterarme, Anna me ha llamado esta mañana, lo siento mucho, amigo mío —dijo, abrazándolo y palmeando su espalda en señal de apoyo.
Muchos abrazos como aquel vinieron, también muchas palabras de consuelo, no todos tan sinceros como los de Nico, pero Lorenzo supo guardar la compostura por lo menos durante el funeral y sepelio de su esposa.
Sus ojos estuvieron resguardados por unas gafas oscuras, la mano de su hija se aferraba a la suya, Valentina era el único motivo por el cual Lorenzo seguía respirando y no se avergonzaba de admitírselo a sí mismo, si su pequeña hija no lo necesitara tanto, no habría dudado en acompañar a Lionetta al más allá.
—Un día volveremos a estar juntos mi amor, te lo prometo —murmuró, acariciando el frío mármol con la yema de sus dedos.
«Siempre volveré»
Lorenzo levantó la mirada, él podía jurar que había escuchado la voz de su esposa o quizá solo estaba perdiendo la cabeza…
«¡Ayuda! ¡Por favor, alguien que me ayude!»Stella abrió los ojos, los gritos se escuchaban tan reales y tan cerca de su oído que no pudo evitar interrumpir su sueño, tenía aquella pesadilla todas las noches luego de despertar en el hospital y recibir una segunda oportunidad de vida.—¿Stella? —la llamó su madre.—Estoy bien, mamá, solo quiero ir al baño —se apresuró a tranquilizarla.Stella guardaba en secreto aquellas pesadillas, ella juraba que era la voz de la mujer a quien ayudó a salir del coche casi en llamas, de aquella mujer de la cual no volvió a saber nada, aunque preguntó por ella; nadie supo darle razones, Stella ni siquiera llegó a saber su nombre.—¿Estás segura? Te ves un poco pálida —señaló Chiara con preocupación, no era la primera vez que Stella despertaba en medio de la noche, lo llevaba haciendo hacía seis meses, desde que despertó con un nuevo corazón. Chiara le había preguntado al cardiólogo en secreto, pues temía que el cuerpo de su hija rechazara el trasplant
«Mamá»Stella se tensó como la cuerda de un violín al escuchar la voz infantil a su espalda, un sudor frío le recorrió la columna, pues los niños no estaban permitidos en el área de talleres, es más, ella dudaba que pudieran pasar de la entrada. Su imaginación la llevó a pensar que se trataba de un …—Mamá.Stella volvió a escuchar la suave voz y con más miedo que valentía se giró para encontrarse con una pequeña de cabello rizado y color caramelo. Tenía unos ojos muy vivos para ser un fantasma, era muy real.—¿Quién eres? —susurró con voz ahogada al sentir los latidos de su corazón acelerarse. Stella se llevó una mano al pecho, temiendo por un momento agitarse y terminar desmayada, era lo que ocurría antes de la operación.«Ahora tienes un nuevo corazón, no hay motivos para sentir miedo», pensó para sí, sin apartar la mirada de aquellos bonitos ojos verdes como esmeraldas.—¿Trabajas aquí? —preguntó Valentina, dando un pequeño y temeroso paso al frente.Stella asintió.—¿Y tú? —cuest
Stella trató de concentrarse en su trabajo, faltaba poco para la hora de salida y quería terminar el vestido en el que había estado ocupada todo el día; sin embargo, sus pensamientos estaban muy lejos de los talleres. No comprendía el motivo por el cual no podía dejar de pensar en esa niña. «Valentina».Su corazón se agitó en el momento que su nombre sonó en su cabeza. —¡Auch! —gritó, la aguja se le había enterrado en el dedo.—¡Stella! —gritó Emilia, llamando la atención de las otras costureras.—Estoy bien —musitó.—¡¿Bien?! ¡Tienes el dedo atravesado por la aguja! —gritó la muchacha, mientras un hilo de sangre se precipitaba hacia la tela.Stella se las arregló para liberar su dedo, hizo presión para que la sangre no estilara al piso, evitando manchar el vestido que costuraba.—Solo necesito presionarlo un poco —susurró para tranquilizar a Emilia. La muchacha estaba pálida.—Debe dolerte —dijo.—Hay peores dolores, Emi, esto no es gran cosa —musitó, cuando en realidad que
—¿Mala noche? ¿Te duele la herida? —preguntó Emilia cuando Stella apareció en el taller. Su rostro lucía pálido y cansado. Haciendo que las ojeras fuesen marcadas.—La herida ya está mejor —susurró.—Entonces, ¿qué pasó para tener esa cara?—Es la única que tengo, Emilia.La muchacha resopló.—Eso lo sé, me refiero a ese semblante triste y pálido. No pareces ser tú, ni siquiera cuando estabas enferma lucías así —le hizo ver.Stella suspiró.—¿Me creerías si te digo que no sé la razón? —preguntó la muchacha, sentándose en el banco de costura.—¡Por Dio, Stella! ¿Cómo no vas a saber lo que te pasa?—Es que es la verdad, Emilia. Ayer sentía que algo me oprimía el corazón.—Quizá deberías pedir una cita a tu médico.—Mamá me recomendó lo mismo.—Entonces pide permiso y ve a la clínica —le urgió Emilia.Stella asintió.—Hablaré con la señora Alda, aunque me da vergüenza molestarla tanto. Recién he vuelto al trabajo luego de meses y ahora…—Sigues en chequeos y ella lo sabe. No dejes para m
Stella se levantó de inmediato al verla, una ligera sonrisa se asomó en su rostro, pero se borró al darse cuenta de que la pequeña no venía sola, aun así, se sintió bien al verla.—Hola, pequeña —la saludó, guardando las distancias.—Hola, ¿cómo está tu dedito? —preguntó, señalando la mano de la joven.—Mejor —musitó ella, cohibida por la presencia de la otra mujer. Stella podía sentir la mirada clavada sobre ella y le incomodaba.—¿Te dolió? —Valentina se acercó un poco para acariciar su mano.—Ya no me duele tanto —susurró Stella, mirándola con atención.—¿De verdad? —preguntó la pequeña, sin dejar de tocar la mano de Stella, era una sensación inquietante. Un hormigueo subió por su brazo y le erizó la piel.—Sí, de verdad —le respondió ella.Anna observó en silencio el intercambio entre la joven y su sobrina. Estaba sorprendida, sin palabras. Valentina apenas dejaba que ella, siendo su tía, le tomara la mano, pero con esa chica, era la propia niña quien buscaba su contacto. Un alivi
—Entonces, ¿todo está bien? —preguntó Stella, mirando a Gabriel. El cardiólogo le sonrió y asintió.—Sí, Stella, no hay ningún rechazo al órgano nuevo en tu cuerpo.—Pero he estado sintiendo opresiones en el pecho —refutó ella sin poder creer que todo estaba bien con su corazón.—Quizá has estado bajo mucho estrés o alguna emoción fuerte. A veces nos sucede, Stella —le explicó Gabriel con paciencia y casi ternura.—No sé si alguna vez lo he experimentado y confundido. Con mis problemas cardiacos nunca sabía si era emoción o una crisis —dijo.Gabriel se mordió el interior de la mejilla.—Todo esto es nuevo para ti, Stella. Hay emociones que llegamos a sentir y que en tu caso puedes llegar a confundir con una crisis, pero relájate. Todo marcha bien contigo y con la operación —le dijo.—¿De verdad?—¿Dudas de mí? —preguntó Gabriel, levantándose de su asiento y rodeando su escritorio.—No, claro que no podría dudar. Le debo mi vida —susurró.Las manos de Gabriel tocaron los hombros de Ste
Lorenzo permaneció en completo silencio, mientras Valentina se alejaba de la mujer, lo suficiente como para ver lo que tenía en la mano; era un pequeño vestido para su muñeca. Él estuvo a punto de girar sobre sus talones y darles un poco más de tiempo juntas, pero era tarde y tenían que volver a casa.Un ligero carraspeo hizo que Stella levantara el rostro y se fijará en la figura del hombre en el umbral de la puerta. La muchacha se quedó de piedra y por un momento no supo qué hacer.—Buenas tardes —susurró.Lorenzo no respondió, miró a su hija, ignorando por completo a Stella.—Muchas gracias por cuidar de Valentina, puede irse —dijo, moviéndose de la puerta, invitándola a salir.Tenía una sensación incómoda en el corazón, ver cómo Valentina la abrazaba le causó una terrible desazón en el pecho. Era como una piedra gigantesca que lo aplastaba y le dejaba sin respiración.—Sí, señor —respondió.—¿No puede quedarse? —preguntó Valentina, tomando la mano de Stella para evitar que se marc
Las horas del fin de semana para Stella se hicieron eternas pensando en Valentina y como se sentía estando a su lado. La niña era una ternura, pero había tristeza en su mirada, aunque esta se disipaba cuando la miraba. Su sonrisa le calentaba el corazón y le daba una alegría que jamás había sentido.Stella solo conocía el miedo, la desesperanza, la angustia de no despertar al día siguiente, pero desconocía el amor, por lo que, no podía dar nombre a lo que sentía por Valentina Bianchi.—¿Qué sucede hija? —preguntó Chiara al ver a Stella muy pensativa. Antes podía comprender su distracción, pero hora era muy extraño verla de nuevo así.—No lo sé, mamá —dijo.Chiara se acercó, le colocó la mano sobre el hombro y la ayudó a sentarse.—¿Te has enamorado? —preguntó la mujer, sentándose justo a su lado.—No.—¿Sabes qué es el amor, Stella? —preguntó su madre, tomando su mano y dándole una ligera sonrisa.Stella asintió.—Es lo que siento por ti, mamá —dijo.—No hablo de ese tipo de amor, Ste