—Entonces, ¿todo está bien? —preguntó Stella, mirando a Gabriel. El cardiólogo le sonrió y asintió.—Sí, Stella, no hay ningún rechazo al órgano nuevo en tu cuerpo.—Pero he estado sintiendo opresiones en el pecho —refutó ella sin poder creer que todo estaba bien con su corazón.—Quizá has estado bajo mucho estrés o alguna emoción fuerte. A veces nos sucede, Stella —le explicó Gabriel con paciencia y casi ternura.—No sé si alguna vez lo he experimentado y confundido. Con mis problemas cardiacos nunca sabía si era emoción o una crisis —dijo.Gabriel se mordió el interior de la mejilla.—Todo esto es nuevo para ti, Stella. Hay emociones que llegamos a sentir y que en tu caso puedes llegar a confundir con una crisis, pero relájate. Todo marcha bien contigo y con la operación —le dijo.—¿De verdad?—¿Dudas de mí? —preguntó Gabriel, levantándose de su asiento y rodeando su escritorio.—No, claro que no podría dudar. Le debo mi vida —susurró.Las manos de Gabriel tocaron los hombros de Ste
Lorenzo permaneció en completo silencio, mientras Valentina se alejaba de la mujer, lo suficiente como para ver lo que tenía en la mano; era un pequeño vestido para su muñeca. Él estuvo a punto de girar sobre sus talones y darles un poco más de tiempo juntas, pero era tarde y tenían que volver a casa.Un ligero carraspeo hizo que Stella levantara el rostro y se fijará en la figura del hombre en el umbral de la puerta. La muchacha se quedó de piedra y por un momento no supo qué hacer.—Buenas tardes —susurró.Lorenzo no respondió, miró a su hija, ignorando por completo a Stella.—Muchas gracias por cuidar de Valentina, puede irse —dijo, moviéndose de la puerta, invitándola a salir.Tenía una sensación incómoda en el corazón, ver cómo Valentina la abrazaba le causó una terrible desazón en el pecho. Era como una piedra gigantesca que lo aplastaba y le dejaba sin respiración.—Sí, señor —respondió.—¿No puede quedarse? —preguntó Valentina, tomando la mano de Stella para evitar que se marc
Las horas del fin de semana para Stella se hicieron eternas pensando en Valentina y como se sentía estando a su lado. La niña era una ternura, pero había tristeza en su mirada, aunque esta se disipaba cuando la miraba. Su sonrisa le calentaba el corazón y le daba una alegría que jamás había sentido.Stella solo conocía el miedo, la desesperanza, la angustia de no despertar al día siguiente, pero desconocía el amor, por lo que, no podía dar nombre a lo que sentía por Valentina Bianchi.—¿Qué sucede hija? —preguntó Chiara al ver a Stella muy pensativa. Antes podía comprender su distracción, pero hora era muy extraño verla de nuevo así.—No lo sé, mamá —dijo.Chiara se acercó, le colocó la mano sobre el hombro y la ayudó a sentarse.—¿Te has enamorado? —preguntó la mujer, sentándose justo a su lado.—No.—¿Sabes qué es el amor, Stella? —preguntó su madre, tomando su mano y dándole una ligera sonrisa.Stella asintió.—Es lo que siento por ti, mamá —dijo.—No hablo de ese tipo de amor, Ste
«Stella».Lorenzo frunció el ceño ante la familiaridad con la que Gabriel saludó a Stella y la sorpresa que se dibujó en el rostro de la muchacha le indicaba que no eran desconocidos. Lo que le causó cierta desazón en el corazón.—Doctor Marchetti —saludó ella, confirmando los pensamientos de Lorenzo.—Ustedes… ¿Se conocen? —preguntó, aun cuando era muy evidente que lo hacían. Él quería una confirmación.—Sí, nos conocemos —confirmó Gabriel, mirando a Stella.La muchacha estaba confundida, no entendía lo que Gabriel hacía allí.—Y ustedes, ¿se conocen? —se atrevió a murmurar con un nudo en la garganta, mientras Valentina miraba a los adultos con atención.—Lorenzo es mi cuñado y el padre de mi sobrina —se aventuró Gabriel a decir.Stella no creía que fuera capaz de sorprenderse más, pero lo estaba al darse cuenta de lo pequeño que era el mundo. ¡Era como un pañuelo! Y sus dobleces podían hacer que sus vidas coincidieran en cualquier momento.La joven de repente fue consciente del moti
«Quiero que sea la niñera de Valentina».El silencio le siguió a aquella petición, Stella no salía de su asombro y Lorenzo se dio cuenta de lo que había dicho, pero ya estaba hecho y no podía dar marcha atrás. Quizá, en el fondo esperaba, confiaba en que Stella rechazara la oferta, después de todo, no era una niñera.—¿Quiere que cuide de Valentina? —preguntó, fue más bien un susurro. La garganta de Stella se sentía apretada, como si una fuerte mano le impidiera hablar y respirar.—Es lo que le he pedido —confirmó él, acomodando el cuerpo dormido de la niña sobre su hombro. No era necesario, pero Lorenzo sintió la necesidad de hacer algo, no podía estar quieto delante de Stella. Había algo en ella que lo inquietaba.—Yo no sé nada sobre cuidar niños —musitó bajando el rostro y clavando la mirada en la punta de sus zapatos.—Lo sé, Stella, ni siquiera debería estar pidiéndole este favor —dijo, la tensión en su rostro era el reflejo del esfuerzo que hacía para hablar sobre el tema, pero
El trayecto a la mansión Bianchi fue tenso; pese a la amena conversación de Valentina, Stella no pudo evitar sentirse observada por su jefe a través del retrovisor. Tanto, que ella no levantó la mirada ni una sola vez, se concentró en la conversación de Valentina, la niña hablaba hasta por los codos.Stella se sintió más abrumada cuando el auto entró por un largo camino, había distintas flores a lo largo del camino, una fuente adornaba el frente de la casa, todo era hermoso. Todo gritaba dinero, elegancia y ella sentía que no tenía nada que hacer allí.—Ven, Stella, ven, quiero enseñarte mi habitación y toooda la casa. Estoy segura de que va a gustarte —le urgió Valentina.La muchacha no pudo negarse y acompañó a Valentina al interior de la casa. Stella había estado impresionada con la entrada, pero estar dentro de aquella impresionante y lujosa casa fue como entrar a otro mundo. Un mundo al que ella no pertenecía.—¡Stella! —gritó la niña desde la sala. Con una sonrisa tensa, la much
Stella se quedó de piedra al ver a Lorenzo delante de ella, había jurado que el hombre se había marchado en el momento que la puerta se cerró, ¡pero no! Ahí estaba delante de ella, viéndola de una manera que no podía describir. La muchacha dio un paso atrás, optar por huir era quizá la mejor decisión en ese momento, pero ¿a dónde iría? En las condiciones en las que estaba, era imposible siquiera pensar en salir a la calle. ¡Vestía una camisa de hombre!«Una camisa de Lorenzo Bianchi», pensó.—La cena está lista —pronunció Lorenzo con la voz apretada, como si una mano se cerrara sobre su garganta y le impidiera comunicarse con facilidad. No había ninguna mano sobre su cuello, era… era… Lorenzo interrumpió sus pensamientos, no quería averiguar lo que era, se puso de pie y salió de la habitación con paso presuroso.La risita de Valentina sacó a Stella de su estupor.—¿De qué te ríes? —quiso saber.—Estás roja como un tomate —dijo la pequeña, inocente de lo que había provocado.Stella se
Lorenzo frunció el ceño ante el cuestionamiento de Bruna, mientras Stella mantenía sus manos extendidas con la camisa esperando ser recibida, la prenda estaba cuidadosamente planchada y doblada. —Sal de mi oficina, Bruna —respondió con enojo en la voz. Lorenzo no le rendía cuentas a nadie, mucho menos iba a darle alguna explicación a una mujer que, solamente, era su amiga. —¿No vas a responderme? —lo retó ella con afán. —¿De verdad quieres que lo haga? —Lorenzo la miró fijo con firmeza y enojo, todo su ser pedía a gritos ponerla en su lugar. —Si te lo he preguntado es porque quiero saber lo que esta mujer hace con una camisa tuya, ¿a cuenta de qué? —cuestionó con más fiereza que antes. Lorenzo se puso de pie tan lento, como si estuviese tanteando el terreno a pisar, sus hombros se tensaron y fue notorio cuando el saco se alisó. —No tengo por qué darte ningún tipo de explicación, Bruna, estás sobrepasando el límite de nuestra amistad y confianza —le dijo con frialdad. Stella trag