Lorenzo frunció el ceño ante el cuestionamiento de Bruna, mientras Stella mantenía sus manos extendidas con la camisa esperando ser recibida, la prenda estaba cuidadosamente planchada y doblada. —Sal de mi oficina, Bruna —respondió con enojo en la voz. Lorenzo no le rendía cuentas a nadie, mucho menos iba a darle alguna explicación a una mujer que, solamente, era su amiga. —¿No vas a responderme? —lo retó ella con afán. —¿De verdad quieres que lo haga? —Lorenzo la miró fijo con firmeza y enojo, todo su ser pedía a gritos ponerla en su lugar. —Si te lo he preguntado es porque quiero saber lo que esta mujer hace con una camisa tuya, ¿a cuenta de qué? —cuestionó con más fiereza que antes. Lorenzo se puso de pie tan lento, como si estuviese tanteando el terreno a pisar, sus hombros se tensaron y fue notorio cuando el saco se alisó. —No tengo por qué darte ningún tipo de explicación, Bruna, estás sobrepasando el límite de nuestra amistad y confianza —le dijo con frialdad. Stella trag
«Estoy enamorada»La realidad golpeó a Lorenzo con un guante de boxeo, llevó sus manos a los hombros de Bruna y la empujó lejos de él.La mujer vio con horror cómo el magnate se limpiaba los labios y la ira que se encendió en su mirada le hizo retroceder, aun así, no se disculpó por el beso robado; todo lo contrario, esperaba que ese beso despertara algún tipo de deseo en él. Algo que le hiciera darse cuenta de que ella era la mujer que necesitaba en su vida. Sin embargo…—No vuelvas a cometer el mismo error dos veces, Bruna —espetó él, con tono gélido.—¿No has escuchado lo que te dije? —preguntó ella—. Te amo, me enamoré de ti, Lorenzo. No puedes ser tan indiferente ante lo que siento. ¡Por Dios! —gritó caminando de un lado a otro.—Te he escuchado perfectamente.—Entonces, ¿qué piensas hacer al respecto? —preguntó con desesperación.—No estoy obligado a corresponderte, Bruna, no estoy interesado en mantener ninguna relación ni contigo ni con nadie —señaló, tenía los dientes apretad
Stella miró a Lorenzo tendido sobre la cama, estaba completamente vestido. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? No iba a desvestirlo, ¡era imposible! Tragó el mudo formado en su garganta y se acercó. Los zapatos fueron lo primero que le quitó, los acomodó en un lugar alejado y luego, con manos temblorosas, se acercó para quitarle la corbata y desabotonar el primer botón de la camisa, la joven temía que fuera a ahogarse con lo apretada que se veía la prenda.—No se despierte, por favor —pidió, pero como si pidiera todo lo contrario, Lorenzo abrió los ojos, su mirada estaba desenfocada y vidriosa, producto del alcohol.Stella se apartó.—Te odio, te odio desde lo más profundo de mi ser —gruñó, intentando levantarse.La joven sintió que el corazón se le hundía al escucharlo.—¡Jamás debiste besarme! —gritó Lorenzo, hundiéndose en su miseria de nuevo.Stella comprendió que esas palabras no eran para ella, así que, con un poco más de valor, se acercó de nuevo.—Tiene que desvestirse, señor
—¡Stella! —volvió a gritar Valentina cuando la joven aterrizó en el piso, rodeó el sillón y se apresuró para ayudarla.Stella estaba roja por la vergüenza y no solamente por la caída, sino porque todas las imágenes de la noche anterior le llegaron como un rayo.—Estoy bien —susurró tan bajo, que la niña no pudo escucharla.—¡Papá, no te quedas allí, ayúdame! —pidió.La sonrisa de Lorenzo se borró, pero no pudo negarse a la petición de su hija, rodeó el sillón y extendió la mano para ayudar a Stella.La joven miró la mano grande y fuerte de su jefe, tragó el nudo que se le había formado en la garganta y extendió su mano para tocar la mano de Lorenzo. Una corriente eléctrica les atravesó y con la misma rapidez que llegó, desapareció, dejando una sensación de hormigueo por sus brazos.—Gracias —musitó Stella cuando estuvo de pie.—¿Qué haces durmiendo en el sillón? —preguntó Valentina, ignorando lo que acababa de suceder entre su padre y su niñera.—Era tarde y no pude volver a casa —exp
La sonrisa de Lorenzo se borró al ver el rostro sorprendido de Nico.—¿Qué? —preguntó un tanto incómodo.—Nada.—Stella es la persona correcta, la mujer que Valentina necesita en su vida —dijo, tratando de sonar desinteresado, acomodándose la corbata y estirando su saco.Nico lo miró en silencio, se preguntó si Stella también era la mujer que Lorenzo necesitaba, aunque, por la mirada brillante y la sonrisa que había dejado ver, parecía que sí. Todo apuntaba que era así.—Me alegro por Valentina. —«Y por ti», pensó, pero no se atrevió a ponerle voz, temía que, si Lorenzo se daba cuenta de que estaba cambiando para bien, despachara a Stella de la empresa, de su casa y de su vida.—Yo también —respondió. Un cómodo silencio se instaló entre ellos, ambos tenían pensamientos que se negaban a compartir, pero que de alguna manera estaban relacionados. Tenían a la misma protagonista.—Bajaré al taller para hablar con Alda —dijo, poniéndose de pie y estirando el saco que se había arrugado.—Gra
«Soy Vicenzo Romano. El otro tío de Viviana»Nico frunció el ceño al escucharlo, había creído, casi había estado seguro de que se trataba del padre de Viviana, jamás hubiera imaginado que se trataba del tío. Lo que le llevaba a preguntarse, ¿dónde estaba el hombre que embarazó a su hermana y se desentendió de ella?—¿Cómo puedo estar seguro de lo que dice? —se obligó a preguntar, invitando al hombre a sentarse. Saber que no era el padre de Viviana solo sirvió para darle un poco de tranquilidad en cuanto a la posibilidad de perderla, pero el efecto que el hombre tenía sobre él no desapareció, seguía latente. El peligro que emanaba de él era arrollador. Tal vez fuese un mafioso peligroso o algo por el estilo.—Podemos ahorrarnos todo esto con una prueba de ADN, sin embargo, confío en la palabra de mi hermano —habló. Su tono de voz no cambió, parecía carecer de emociones.—No tengo la menor idea de quién sea su hermano, señor Romano, así que, no puedo confiar en su palabra, así como así
Stella abrió la boca, sus labios formaron una perfecta O, y su cuerpo tembló al darse cuenta de que estaba en los brazos de su jefe. ¿Cómo había llegado allí?—Señor —susurró, golpeando con su aliento los labios de Lorenzo. Lo que provocó que él casi la soltara.Stella cerró los ojos, pero el golpe no llegó, estaba de nuevo en los brazos de su jefe.Lorenzo trató de no respirar el aroma a café, no le disgustaba, todo lo contrario, sintió un tirón en su entrepierna y eso sí que le asustó.—¿Qué hace dormida en la cocina a esta hora? —le preguntó, cuando logró estabilizarla sobre el piso.Stella tragó el nudo que se formó en su garganta.—Bajé a tomarme un café y a esperarlo, señor —confesó, no tenía sentido mentirle.—¿Esperarme?—Se le hizo tarde, Valentina estuvo esperándolo para cenar y bueno yo pensé que… —Stella guardó silencio.—Usted pensó ¿qué…? —preguntó medio divertido, olvidando la tensión del momento y el tirón de su entrepierna.—Que llegaría borracho —aceptó—. Y la verdad
«No»Cualquier otro hombre se habría sentido insultado, por la respuesta de Stella, no era el caso de Lorenzo, escucharla decir con toda franqueza que no le gustaba o no le atraía, era lo mejor que podía ocurrir. Eso le daba oportunidad para muchas cosas, la primera y más importante era la confianza. Podía confiar plenamente en ella sin temor a que volviera a ocurrir algo como lo de Bruna.Una sonrisa se dibujó en su rostro y su corazón pareció recuperar su ritmo cardiaco, que se había acelerado ante la expectativa de la respuesta de Stella.—Buenos días —saludó, haciendo notar su presencia.Emilia tragó el nudo formado en su garganta, temerosa de que su jefe hubiese escuchado la conversación, mientras Stella se sintió más relajada que minutos atrás.—Buenos días, señor Bianchi —respondió el saludo.Lorenzo no dudó en corresponderle la sonrisa, se sentía… confiado.—¿Todo bien? —preguntó. Las dos mujeres asintieron.—¿Puedo ayudarle en algo, señor? —preguntó Stella.Lorenzo no sabía n