Stella abrió la boca, sus labios formaron una perfecta O, y su cuerpo tembló al darse cuenta de que estaba en los brazos de su jefe. ¿Cómo había llegado allí?—Señor —susurró, golpeando con su aliento los labios de Lorenzo. Lo que provocó que él casi la soltara.Stella cerró los ojos, pero el golpe no llegó, estaba de nuevo en los brazos de su jefe.Lorenzo trató de no respirar el aroma a café, no le disgustaba, todo lo contrario, sintió un tirón en su entrepierna y eso sí que le asustó.—¿Qué hace dormida en la cocina a esta hora? —le preguntó, cuando logró estabilizarla sobre el piso.Stella tragó el nudo que se formó en su garganta.—Bajé a tomarme un café y a esperarlo, señor —confesó, no tenía sentido mentirle.—¿Esperarme?—Se le hizo tarde, Valentina estuvo esperándolo para cenar y bueno yo pensé que… —Stella guardó silencio.—Usted pensó ¿qué…? —preguntó medio divertido, olvidando la tensión del momento y el tirón de su entrepierna.—Que llegaría borracho —aceptó—. Y la verdad
«No»Cualquier otro hombre se habría sentido insultado, por la respuesta de Stella, no era el caso de Lorenzo, escucharla decir con toda franqueza que no le gustaba o no le atraía, era lo mejor que podía ocurrir. Eso le daba oportunidad para muchas cosas, la primera y más importante era la confianza. Podía confiar plenamente en ella sin temor a que volviera a ocurrir algo como lo de Bruna.Una sonrisa se dibujó en su rostro y su corazón pareció recuperar su ritmo cardiaco, que se había acelerado ante la expectativa de la respuesta de Stella.—Buenos días —saludó, haciendo notar su presencia.Emilia tragó el nudo formado en su garganta, temerosa de que su jefe hubiese escuchado la conversación, mientras Stella se sintió más relajada que minutos atrás.—Buenos días, señor Bianchi —respondió el saludo.Lorenzo no dudó en corresponderle la sonrisa, se sentía… confiado.—¿Todo bien? —preguntó. Las dos mujeres asintieron.—¿Puedo ayudarle en algo, señor? —preguntó Stella.Lorenzo no sabía n
«Te quiero, Stella, te quiero como si fueras mi mamita»Stella acarició los cabellos de la niña, la pegó a su pecho y le dejó un beso en la coronilla. Le preocupaba que Valentina la viera de aquella manera, no le molestaba, pero temía que, si Lorenzo la escuchaba, la regañara. Ella no pretendía ocupar el lugar de Lionetta Marchetti, pero su jefe tenía el corazón herido por su muerte y podía no gustarle que la pequeña dijera aquellas palabras.—¿Me quieres, Stella? —preguntó en medio de un suspiro.—Sí, mi ricitos, te quiero —le respondió sin dudar.La niña se apartó de ella, sus ojos brillaban como dos luceros cuando sus miradas se encontraron y su sonrisa se ensanchó.—¿Tu amor alcanza para mi papito? —preguntó la niña. La inocencia de Valentina era tanta, que pensaba que ese tipo de amor era lo que su padre necesitaba para volver a ser feliz.Stella le sonrió, ¿Qué podía responderle? Ella no quería romper las ilusiones de la niña, sus ojos brillaban con esperanza, con ilusión, aunqu
Stella abrió los ojos, estaba sorprendida por la actitud de Lorenzo. Sus brazos se cerraron alrededor de sus hombros, ella podría jurar que lo escuchó sollozar, pero… quizá solo eran ideas suyas, ¿verdad?—Lo lamento, señor, teníamos que terminar el trabajo para el pedido que sale a España mañana, no pude volver a casa a tiempo —susurró.Lorenzo no respondió, se sentía demasiado abrumado y temeroso para hacerlo. Los latidos de su corazón eran erráticos y sentía que lo asfixiaban.—Señor —llamó Stella de nuevo—. La niña está pesada —murmuró.Lorenzo asintió, se apartó de ella y tomó a Valentina de los brazos de Stella.—¿Sucede algo? —preguntó ella al verlo tan callado, pero su semblante era de preocupación. Ella conocía muy bien esa mirada y no porque conociera bien a su jefe, sino porque la había visto tantas veces en el rostro de su madre. Miedo, angustia y desesperación.—No vuelva a hacer esto que ha hecho, Stella, por favor —pidió.Ella no comprendió la petición de Lorenzo, pero
Lorenzo nunca se imaginó que su ofrecimiento inocente iba a provocarle insomnio. No podía conciliar el sueño sabiendo que Stella estaba en la misma cama, aunque el pequeño cuerpo de Valentina los separaba… —Debe ser el calor, la cama es muy pequeña para los tres —murmuró, echando un ojo a Valentina, la niña estaba dormida. Siguió de largo y se fijó en el rostro de Stella, tenía las mejillas ligeramente rosadas. Se preguntó si ella también sentía calor o quizá… Lorenzo apartó las sábanas y se levantó, bordeó la cama y antes de pensar en sus acciones, colocó la mano sobre la frente de Stella, no tenía fiebre, deslizó su dedo por una de las mejillas de la joven. —Uhmm —gimió Stella, lo que hizo a Lorenzo apartarse con prisa. Por un momento temió haberla despertado, si le pedía explicaciones de lo que hacía, él no tendría ninguna. De hecho, ni siquiera sabía por qué estaba allí, tocándole las mejillas, preocupándose.Stella no despertó, pateó las sábanas hasta lograr liberar su cuerp
«¡¡¡No!!!»Aquella rotunda negación los dejó sorprendidos a los dos, Stella miró a su jefe, mientras él trataba de justificar su abrupta respuesta.Lorenzo no sabía lo que le llevó a interrumpir la propuesta de Stella, solo sabía que no iba a permitirlo. ¡Era una locura por dondequiera que lo viera! Eso era, una locura que él no le iba a permitir cometer bajo ninguna circunstancia.—Señor —susurró Stella, parpadeando, confundida.Lorenzo empujó su plato de comida, se puso de pie.—Sígame —le pidió.—¿A dónde van? —preguntó Valentina—. No han terminado de comer —señaló la pequeña.—Tengo que hablar con Stella, cariño, por favor, termina de desayunar —le pidió Lorenzo en el tono más conciliador que pudo.—Stella —la llamó al ver que ella seguía sentada.Ella se puso de pie, aún confundida, siguió a Lorenzo a la biblioteca.—No puede casarse con Nico, Stella —dijo, tan pronto atravesaron el umbral y la puerta se cerró.Stella tragó el nudo que de repente se formó en su garganta.—¿Por qu
—¿Emilia? —preguntó Nico, la única Emilia que podía venírsele a su mente era la joven parlanchina que la acompañó hoy.—Sí.—¿La misma Emilia, amiga de Stella? —cuestionó.Lorenzo asintió y Nico no pudo evitar reírse a carcajadas, asustando a Viviana en el proceso. El hombre si hubiese podido, se habría doblado de la risa, mientras Lorenzo lo miraba de manera interrogante.—¿Qué es lo que te causa tanta gracia? —le preguntó al ver que su amigo se reía de su maravillosa idea.—Emilia no es la mujer que yo elegiría para casarme —dijo, tratando de recobrar la serenidad.—¿Por qué?—¡No sabe ni siquiera cómo sostener una bebé! ¡Cree que los niños usan baterías! —expresó.Lorenzo abrió los ojos, no podía creer que…—Debió de estar bromeando —respondió, era imposible, que Emilia con esa edad, pensara que los niños utilizaban baterías, era un absurdo.—Es posible, pero no me veo casado con ella.—Es una emergencia, no tienes mucho tiempo para decidirte —le insistió Lorenzo.—El problema no
Un suspiro silencioso quedó atrapado entre sus bocas unidas, la mano de Lorenzo se enredó entre los cabellos castaños de Stella, no para alejarla, sino para atraerla más a su cuerpo. El calor se extendió como pólvora por su cuerpo, mientras sus lenguas se conocían y saboreaban.El beso de Lorenzo era posesivo y apasionado, mientras la respuesta de Stella era torpe, dada su nula experiencia, aun así, no se asustó y correspondió el beso.Fue como si todo desapareciera a su alrededor, como si lo único que existía en aquella habitación eran ellos dos. Los latidos del corazón de Lorenzo eran tan fuertes, que creyó estar escuchándolos en su oído. Su cuerpo reaccionó al calor del cuerpo de Stella y, un tirón en su entrepierna lo sacudió con tal violencia, que tuvo que apartarse de los labios de la joven.Un jadeo salió de los labios de Stella, ella no sabía si era por la sorpresa del beso o por la pérdida de la boca de Lorenzo sobre la suya. El silencio se instaló entre ellos, sus miradas se