—¡Stella! —volvió a gritar Valentina cuando la joven aterrizó en el piso, rodeó el sillón y se apresuró para ayudarla.Stella estaba roja por la vergüenza y no solamente por la caída, sino porque todas las imágenes de la noche anterior le llegaron como un rayo.—Estoy bien —susurró tan bajo, que la niña no pudo escucharla.—¡Papá, no te quedas allí, ayúdame! —pidió.La sonrisa de Lorenzo se borró, pero no pudo negarse a la petición de su hija, rodeó el sillón y extendió la mano para ayudar a Stella.La joven miró la mano grande y fuerte de su jefe, tragó el nudo que se le había formado en la garganta y extendió su mano para tocar la mano de Lorenzo. Una corriente eléctrica les atravesó y con la misma rapidez que llegó, desapareció, dejando una sensación de hormigueo por sus brazos.—Gracias —musitó Stella cuando estuvo de pie.—¿Qué haces durmiendo en el sillón? —preguntó Valentina, ignorando lo que acababa de suceder entre su padre y su niñera.—Era tarde y no pude volver a casa —exp
La sonrisa de Lorenzo se borró al ver el rostro sorprendido de Nico.—¿Qué? —preguntó un tanto incómodo.—Nada.—Stella es la persona correcta, la mujer que Valentina necesita en su vida —dijo, tratando de sonar desinteresado, acomodándose la corbata y estirando su saco.Nico lo miró en silencio, se preguntó si Stella también era la mujer que Lorenzo necesitaba, aunque, por la mirada brillante y la sonrisa que había dejado ver, parecía que sí. Todo apuntaba que era así.—Me alegro por Valentina. —«Y por ti», pensó, pero no se atrevió a ponerle voz, temía que, si Lorenzo se daba cuenta de que estaba cambiando para bien, despachara a Stella de la empresa, de su casa y de su vida.—Yo también —respondió. Un cómodo silencio se instaló entre ellos, ambos tenían pensamientos que se negaban a compartir, pero que de alguna manera estaban relacionados. Tenían a la misma protagonista.—Bajaré al taller para hablar con Alda —dijo, poniéndose de pie y estirando el saco que se había arrugado.—Gra
«Soy Vicenzo Romano. El otro tío de Viviana»Nico frunció el ceño al escucharlo, había creído, casi había estado seguro de que se trataba del padre de Viviana, jamás hubiera imaginado que se trataba del tío. Lo que le llevaba a preguntarse, ¿dónde estaba el hombre que embarazó a su hermana y se desentendió de ella?—¿Cómo puedo estar seguro de lo que dice? —se obligó a preguntar, invitando al hombre a sentarse. Saber que no era el padre de Viviana solo sirvió para darle un poco de tranquilidad en cuanto a la posibilidad de perderla, pero el efecto que el hombre tenía sobre él no desapareció, seguía latente. El peligro que emanaba de él era arrollador. Tal vez fuese un mafioso peligroso o algo por el estilo.—Podemos ahorrarnos todo esto con una prueba de ADN, sin embargo, confío en la palabra de mi hermano —habló. Su tono de voz no cambió, parecía carecer de emociones.—No tengo la menor idea de quién sea su hermano, señor Romano, así que, no puedo confiar en su palabra, así como así
Stella abrió la boca, sus labios formaron una perfecta O, y su cuerpo tembló al darse cuenta de que estaba en los brazos de su jefe. ¿Cómo había llegado allí?—Señor —susurró, golpeando con su aliento los labios de Lorenzo. Lo que provocó que él casi la soltara.Stella cerró los ojos, pero el golpe no llegó, estaba de nuevo en los brazos de su jefe.Lorenzo trató de no respirar el aroma a café, no le disgustaba, todo lo contrario, sintió un tirón en su entrepierna y eso sí que le asustó.—¿Qué hace dormida en la cocina a esta hora? —le preguntó, cuando logró estabilizarla sobre el piso.Stella tragó el nudo que se formó en su garganta.—Bajé a tomarme un café y a esperarlo, señor —confesó, no tenía sentido mentirle.—¿Esperarme?—Se le hizo tarde, Valentina estuvo esperándolo para cenar y bueno yo pensé que… —Stella guardó silencio.—Usted pensó ¿qué…? —preguntó medio divertido, olvidando la tensión del momento y el tirón de su entrepierna.—Que llegaría borracho —aceptó—. Y la verdad
«No»Cualquier otro hombre se habría sentido insultado, por la respuesta de Stella, no era el caso de Lorenzo, escucharla decir con toda franqueza que no le gustaba o no le atraía, era lo mejor que podía ocurrir. Eso le daba oportunidad para muchas cosas, la primera y más importante era la confianza. Podía confiar plenamente en ella sin temor a que volviera a ocurrir algo como lo de Bruna.Una sonrisa se dibujó en su rostro y su corazón pareció recuperar su ritmo cardiaco, que se había acelerado ante la expectativa de la respuesta de Stella.—Buenos días —saludó, haciendo notar su presencia.Emilia tragó el nudo formado en su garganta, temerosa de que su jefe hubiese escuchado la conversación, mientras Stella se sintió más relajada que minutos atrás.—Buenos días, señor Bianchi —respondió el saludo.Lorenzo no dudó en corresponderle la sonrisa, se sentía… confiado.—¿Todo bien? —preguntó. Las dos mujeres asintieron.—¿Puedo ayudarle en algo, señor? —preguntó Stella.Lorenzo no sabía n
«Te quiero, Stella, te quiero como si fueras mi mamita»Stella acarició los cabellos de la niña, la pegó a su pecho y le dejó un beso en la coronilla. Le preocupaba que Valentina la viera de aquella manera, no le molestaba, pero temía que, si Lorenzo la escuchaba, la regañara. Ella no pretendía ocupar el lugar de Lionetta Marchetti, pero su jefe tenía el corazón herido por su muerte y podía no gustarle que la pequeña dijera aquellas palabras.—¿Me quieres, Stella? —preguntó en medio de un suspiro.—Sí, mi ricitos, te quiero —le respondió sin dudar.La niña se apartó de ella, sus ojos brillaban como dos luceros cuando sus miradas se encontraron y su sonrisa se ensanchó.—¿Tu amor alcanza para mi papito? —preguntó la niña. La inocencia de Valentina era tanta, que pensaba que ese tipo de amor era lo que su padre necesitaba para volver a ser feliz.Stella le sonrió, ¿Qué podía responderle? Ella no quería romper las ilusiones de la niña, sus ojos brillaban con esperanza, con ilusión, aunqu
Stella abrió los ojos, estaba sorprendida por la actitud de Lorenzo. Sus brazos se cerraron alrededor de sus hombros, ella podría jurar que lo escuchó sollozar, pero… quizá solo eran ideas suyas, ¿verdad?—Lo lamento, señor, teníamos que terminar el trabajo para el pedido que sale a España mañana, no pude volver a casa a tiempo —susurró.Lorenzo no respondió, se sentía demasiado abrumado y temeroso para hacerlo. Los latidos de su corazón eran erráticos y sentía que lo asfixiaban.—Señor —llamó Stella de nuevo—. La niña está pesada —murmuró.Lorenzo asintió, se apartó de ella y tomó a Valentina de los brazos de Stella.—¿Sucede algo? —preguntó ella al verlo tan callado, pero su semblante era de preocupación. Ella conocía muy bien esa mirada y no porque conociera bien a su jefe, sino porque la había visto tantas veces en el rostro de su madre. Miedo, angustia y desesperación.—No vuelva a hacer esto que ha hecho, Stella, por favor —pidió.Ella no comprendió la petición de Lorenzo, pero
Lorenzo nunca se imaginó que su ofrecimiento inocente iba a provocarle insomnio. No podía conciliar el sueño sabiendo que Stella estaba en la misma cama, aunque el pequeño cuerpo de Valentina los separaba… —Debe ser el calor, la cama es muy pequeña para los tres —murmuró, echando un ojo a Valentina, la niña estaba dormida. Siguió de largo y se fijó en el rostro de Stella, tenía las mejillas ligeramente rosadas. Se preguntó si ella también sentía calor o quizá… Lorenzo apartó las sábanas y se levantó, bordeó la cama y antes de pensar en sus acciones, colocó la mano sobre la frente de Stella, no tenía fiebre, deslizó su dedo por una de las mejillas de la joven. —Uhmm —gimió Stella, lo que hizo a Lorenzo apartarse con prisa. Por un momento temió haberla despertado, si le pedía explicaciones de lo que hacía, él no tendría ninguna. De hecho, ni siquiera sabía por qué estaba allí, tocándole las mejillas, preocupándose.Stella no despertó, pateó las sábanas hasta lograr liberar su cuerp