«Stella».Lorenzo frunció el ceño ante la familiaridad con la que Gabriel saludó a Stella y la sorpresa que se dibujó en el rostro de la muchacha le indicaba que no eran desconocidos. Lo que le causó cierta desazón en el corazón.—Doctor Marchetti —saludó ella, confirmando los pensamientos de Lorenzo.—Ustedes… ¿Se conocen? —preguntó, aun cuando era muy evidente que lo hacían. Él quería una confirmación.—Sí, nos conocemos —confirmó Gabriel, mirando a Stella.La muchacha estaba confundida, no entendía lo que Gabriel hacía allí.—Y ustedes, ¿se conocen? —se atrevió a murmurar con un nudo en la garganta, mientras Valentina miraba a los adultos con atención.—Lorenzo es mi cuñado y el padre de mi sobrina —se aventuró Gabriel a decir.Stella no creía que fuera capaz de sorprenderse más, pero lo estaba al darse cuenta de lo pequeño que era el mundo. ¡Era como un pañuelo! Y sus dobleces podían hacer que sus vidas coincidieran en cualquier momento.La joven de repente fue consciente del moti
«Quiero que sea la niñera de Valentina».El silencio le siguió a aquella petición, Stella no salía de su asombro y Lorenzo se dio cuenta de lo que había dicho, pero ya estaba hecho y no podía dar marcha atrás. Quizá, en el fondo esperaba, confiaba en que Stella rechazara la oferta, después de todo, no era una niñera.—¿Quiere que cuide de Valentina? —preguntó, fue más bien un susurro. La garganta de Stella se sentía apretada, como si una fuerte mano le impidiera hablar y respirar.—Es lo que le he pedido —confirmó él, acomodando el cuerpo dormido de la niña sobre su hombro. No era necesario, pero Lorenzo sintió la necesidad de hacer algo, no podía estar quieto delante de Stella. Había algo en ella que lo inquietaba.—Yo no sé nada sobre cuidar niños —musitó bajando el rostro y clavando la mirada en la punta de sus zapatos.—Lo sé, Stella, ni siquiera debería estar pidiéndole este favor —dijo, la tensión en su rostro era el reflejo del esfuerzo que hacía para hablar sobre el tema, pero
El trayecto a la mansión Bianchi fue tenso; pese a la amena conversación de Valentina, Stella no pudo evitar sentirse observada por su jefe a través del retrovisor. Tanto, que ella no levantó la mirada ni una sola vez, se concentró en la conversación de Valentina, la niña hablaba hasta por los codos.Stella se sintió más abrumada cuando el auto entró por un largo camino, había distintas flores a lo largo del camino, una fuente adornaba el frente de la casa, todo era hermoso. Todo gritaba dinero, elegancia y ella sentía que no tenía nada que hacer allí.—Ven, Stella, ven, quiero enseñarte mi habitación y toooda la casa. Estoy segura de que va a gustarte —le urgió Valentina.La muchacha no pudo negarse y acompañó a Valentina al interior de la casa. Stella había estado impresionada con la entrada, pero estar dentro de aquella impresionante y lujosa casa fue como entrar a otro mundo. Un mundo al que ella no pertenecía.—¡Stella! —gritó la niña desde la sala. Con una sonrisa tensa, la much
Stella se quedó de piedra al ver a Lorenzo delante de ella, había jurado que el hombre se había marchado en el momento que la puerta se cerró, ¡pero no! Ahí estaba delante de ella, viéndola de una manera que no podía describir. La muchacha dio un paso atrás, optar por huir era quizá la mejor decisión en ese momento, pero ¿a dónde iría? En las condiciones en las que estaba, era imposible siquiera pensar en salir a la calle. ¡Vestía una camisa de hombre!«Una camisa de Lorenzo Bianchi», pensó.—La cena está lista —pronunció Lorenzo con la voz apretada, como si una mano se cerrara sobre su garganta y le impidiera comunicarse con facilidad. No había ninguna mano sobre su cuello, era… era… Lorenzo interrumpió sus pensamientos, no quería averiguar lo que era, se puso de pie y salió de la habitación con paso presuroso.La risita de Valentina sacó a Stella de su estupor.—¿De qué te ríes? —quiso saber.—Estás roja como un tomate —dijo la pequeña, inocente de lo que había provocado.Stella se
Lorenzo frunció el ceño ante el cuestionamiento de Bruna, mientras Stella mantenía sus manos extendidas con la camisa esperando ser recibida, la prenda estaba cuidadosamente planchada y doblada. —Sal de mi oficina, Bruna —respondió con enojo en la voz. Lorenzo no le rendía cuentas a nadie, mucho menos iba a darle alguna explicación a una mujer que, solamente, era su amiga. —¿No vas a responderme? —lo retó ella con afán. —¿De verdad quieres que lo haga? —Lorenzo la miró fijo con firmeza y enojo, todo su ser pedía a gritos ponerla en su lugar. —Si te lo he preguntado es porque quiero saber lo que esta mujer hace con una camisa tuya, ¿a cuenta de qué? —cuestionó con más fiereza que antes. Lorenzo se puso de pie tan lento, como si estuviese tanteando el terreno a pisar, sus hombros se tensaron y fue notorio cuando el saco se alisó. —No tengo por qué darte ningún tipo de explicación, Bruna, estás sobrepasando el límite de nuestra amistad y confianza —le dijo con frialdad. Stella trag
«Estoy enamorada»La realidad golpeó a Lorenzo con un guante de boxeo, llevó sus manos a los hombros de Bruna y la empujó lejos de él.La mujer vio con horror cómo el magnate se limpiaba los labios y la ira que se encendió en su mirada le hizo retroceder, aun así, no se disculpó por el beso robado; todo lo contrario, esperaba que ese beso despertara algún tipo de deseo en él. Algo que le hiciera darse cuenta de que ella era la mujer que necesitaba en su vida. Sin embargo…—No vuelvas a cometer el mismo error dos veces, Bruna —espetó él, con tono gélido.—¿No has escuchado lo que te dije? —preguntó ella—. Te amo, me enamoré de ti, Lorenzo. No puedes ser tan indiferente ante lo que siento. ¡Por Dios! —gritó caminando de un lado a otro.—Te he escuchado perfectamente.—Entonces, ¿qué piensas hacer al respecto? —preguntó con desesperación.—No estoy obligado a corresponderte, Bruna, no estoy interesado en mantener ninguna relación ni contigo ni con nadie —señaló, tenía los dientes apretad
Stella miró a Lorenzo tendido sobre la cama, estaba completamente vestido. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? No iba a desvestirlo, ¡era imposible! Tragó el mudo formado en su garganta y se acercó. Los zapatos fueron lo primero que le quitó, los acomodó en un lugar alejado y luego, con manos temblorosas, se acercó para quitarle la corbata y desabotonar el primer botón de la camisa, la joven temía que fuera a ahogarse con lo apretada que se veía la prenda.—No se despierte, por favor —pidió, pero como si pidiera todo lo contrario, Lorenzo abrió los ojos, su mirada estaba desenfocada y vidriosa, producto del alcohol.Stella se apartó.—Te odio, te odio desde lo más profundo de mi ser —gruñó, intentando levantarse.La joven sintió que el corazón se le hundía al escucharlo.—¡Jamás debiste besarme! —gritó Lorenzo, hundiéndose en su miseria de nuevo.Stella comprendió que esas palabras no eran para ella, así que, con un poco más de valor, se acercó de nuevo.—Tiene que desvestirse, señor
—¡Stella! —volvió a gritar Valentina cuando la joven aterrizó en el piso, rodeó el sillón y se apresuró para ayudarla.Stella estaba roja por la vergüenza y no solamente por la caída, sino porque todas las imágenes de la noche anterior le llegaron como un rayo.—Estoy bien —susurró tan bajo, que la niña no pudo escucharla.—¡Papá, no te quedas allí, ayúdame! —pidió.La sonrisa de Lorenzo se borró, pero no pudo negarse a la petición de su hija, rodeó el sillón y extendió la mano para ayudar a Stella.La joven miró la mano grande y fuerte de su jefe, tragó el nudo que se le había formado en la garganta y extendió su mano para tocar la mano de Lorenzo. Una corriente eléctrica les atravesó y con la misma rapidez que llegó, desapareció, dejando una sensación de hormigueo por sus brazos.—Gracias —musitó Stella cuando estuvo de pie.—¿Qué haces durmiendo en el sillón? —preguntó Valentina, ignorando lo que acababa de suceder entre su padre y su niñera.—Era tarde y no pude volver a casa —exp