«Mamá»
Stella se tensó como la cuerda de un violín al escuchar la voz infantil a su espalda, un sudor frío le recorrió la columna, pues los niños no estaban permitidos en el área de talleres, es más, ella dudaba que pudieran pasar de la entrada. Su imaginación la llevó a pensar que se trataba de un …
—Mamá.
Stella volvió a escuchar la suave voz y con más miedo que valentía se giró para encontrarse con una pequeña de cabello rizado y color caramelo. Tenía unos ojos muy vivos para ser un fantasma, era muy real.
—¿Quién eres? —susurró con voz ahogada al sentir los latidos de su corazón acelerarse. Stella se llevó una mano al pecho, temiendo por un momento agitarse y terminar desmayada, era lo que ocurría antes de la operación.
«Ahora tienes un nuevo corazón, no hay motivos para sentir miedo», pensó para sí, sin apartar la mirada de aquellos bonitos ojos verdes como esmeraldas.
—¿Trabajas aquí? —preguntó Valentina, dando un pequeño y temeroso paso al frente.
Stella asintió.
—¿Y tú? —cuestionó ella, sin moverse de su sitio.
—También.
—¿También qué? —preguntó desorientada por la respuesta. El dolor en su pecho se hizo intenso, como si quisiera salirse de su cuerpo.
—También trabajo acá, vine con mi papá, ¿no lo conoces? —preguntó la niña abriendo muy bien sus hermosos ojos.
Stella negó.
—Es el dueño de toooodo esto —dijo, haciendo un círculo con su mano libre.
Stella abrió los ojos como platos al darse cuenta de que quizá la niña era hija del dueño de la empresa, ella no tenía el placer de conocerlo en persona, los talleres estaban muy lejos del área de oficinas, lo que le hizo preocuparse por la niña.
—No deberías estar por estos lugares —la regañó.
Valentina hizo un puchero, sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo y Stella se lamentó por el tono empleado.
—Quiero decir que no debiste alejarte de la oficina de tu padre, él debe estar muy preocupado por ti —le dijo en un tono menos severo.
—Papá está ocupado, estoy muy sola en la oficina —susurró tan bajito que casi no logró escucharla—. Siempre estoy sola —añadió.
Stella no pudo evitar sentir pena por la pequeña niña, verla llorar le causó una desazón que no supo cómo explicar.
—No llores, no llores, por favor —pidió, mientras la pequeña hipaba.
—¿Puedo quedarme un ratito? —preguntó—. Así, chiquitito —mostró con los dos dedos, dejando un pequeño, casi nulo espacio entre ellos.
Stella sonrió, ¿Cómo podía decirle que no?
«Vas a meterte en un lío, Stella, envíala de regreso», le aconsejó su conciencia, pero Stella hizo caso omiso.
—¿Prometes no correr?
Valentina asintió.
—No hagas mucho ruido o van a darse cuenta, te traeré un poco de tela para que puedas entretenerte —le dijo.
—Estás sucia, ¿Qué te pasó? —preguntó la pequeña al fijarse en la parte delantera de la falda de Stella.
—Un bruto que pasó echándome agua con su auto —dijo, molesta al recordar el momento.
—Ah…
—¿Qué?
—Era mi papi —susurró la niña.
Las mejillas de Stella se encendieron al escucharla, sobre todo, por el insulto que recién había proferido…
—Olvida lo que dije —Stella se apresuró a decir, provocando que Valentina dejara escapar una pequeña risa que contagió a la muchacha mientras caminaban por el pasillo para llegar a los talleres.
—¿Cómo te llamas? —preguntó la niña.
—Stella.
—Valentina —susurró, chocando contra la pierna de la mujer cuando esta se detuvo.
—Lo siento, ¿estás bien? —preguntó Stella con preocupación.
Valentina asintió.
—¡¿Con quién hablas, Stella?! —medio gritó, medio preguntó Emilia desde su máquina de costura.
—¿Qué te hace pensar que estoy con alguien? —le cuestionó Stella, haciendo una seña a Valentina para que guardara silencio, sentándola cerca de la escalera de emergencia, recogiendo muchos retazos de tela para que se entretuviera.
—No estoy sorda —respondió Emilia cuando Stella apareció delante de ella.
—Pues habrás escuchado mal —refutó ella.
Emilia enarcó una ceja.
—No me mires así y ponte a trabajar, quizá hoy tengamos suerte y podamos ir a comer a la cafetería que abrieron cerca de casa —dijo Stella para distraer la atención de su mejor amiga.
Emilia se encogió de hombros y asintió, sumergiéndose en el trabajo, mientras Stella le echaba un ojo de vez en cuando a Valentina, solo esperaba que tenerla en los talleres no le ocasionara ningún tipo de problema…
Sin embargo, los problemas estaban a punto de tocar a su puerta.
—¿Cómo que no está? —preguntó Bruna al ver a Lorenzo entrar a su oficina con el rostro pálido.
—Dejé a Valentina en la oficina, te pedí que la vigilaras, Bruna —le reclamó.
—Lo siento, Lorenzo, estuve al pendiente de ella, pero luego tuve que ocuparme con algunos asuntos del trabajo —se disculpó.
—Anna tiene razón, no puedes hacerte cargo de mi hija y de la empresa, aun así, creí que…
Bruna se levantó de su silla con rapidez, bordeó su escritorio para acercarse a Bruno.
—Claro que puedo hacerlo, incluso estaría dispuesta a renunciar a mi puesto de trabajo para cuidar de ella —dijo con premura, viendo la oportunidad de meterse en la casa Bianchi y conseguir el amor de Lorenzo.
—No digas tonterías, Bruna. Eres una alta ejecutiva, ¿vas a renunciar para convertirte en niñera? —le preguntó con sinceridad.
Bruna se mordió el labio, estuvo a punto de decirle que deseaba ser algo más que una niñera. Añoraba convertirse en su esposa y ocupar el lugar que Lionetta había dejado vacío.
—Puedo hacerlo, Lorenzo. Valentina necesita una figura materna, más que una niñera, necesita una amiga, una madre —se atrevió a decir.
—Valentina tiene una madre.
—Qué ya no está con ella, se ha marchado, Lorenzo —dijo con cuidado de no herir al magnate.
—Seguiré buscando a mi hija, avisa a todos los departamentos que la busquen y que la traigan a mi oficina, apenas la encuentren —le ordenó.
—Sí, Lorenzo, enseguida —respondió, mientras el hombre dejaba la oficina.
Bruna golpeó con su puño el escritorio, y se contuvo para no maldecir su suerte. Lorenzo era un hombre difícil, pero ella era una mujer perseverante y no iba a descansar hasta llamar su atención de la manera que lo deseaba.
Entretanto, la noticia de la hija desaparecida del dueño corrió por los pasillos, hasta llegar a los talleres, Stella corrió para encontrarse con Valentina, pero ella ya no estaba donde la dejó, su corazón se agitó y la preocupación la embargó. Ni siquiera la conocía muy bien, ¿Por qué se preocupaba por ella?
—¿Qué pasa? —preguntó Emilia al verla ligeramente agitada.
—Nada.
—Pues no lo pareces, estás tan pálida como una hoja de papel. ¿Estás segura de que todo está bien? —le cuestionó.
Stella movió la cabeza en señal de afirmación, tenía un nudo en la garganta.
—Bien, entonces ayúdanos a buscar a la niña, es la única en toda la empresa, no debe ser muy difícil encontrarla —dijo Emilia—. Además, podemos ganar puntos con el jefe —añadió elevando las cejas con picardía.
Stella negó, pero se puso en marcha para buscar a Valentina, esperaba que la chiquita no hubiese salido de la empresa o su conciencia no la dejaría vivir. Era la última persona que había estado con ella…
Los minutos se convirtieron en horas y no había rastro de Valentina por ningún lado. La frustración se apoderó de Lorenzo.
—Bebe esto, te ayudará —le recomendó Nico, al verlo pasearse por la oficina, había recorrido toda la planta de oficinas sin ningún éxito.
—Todo lo que quiero es encontrar a Valentina —dijo.
—Lo sé, he pedido que revisen las cámaras de seguridad que están afuera de la empresa, también solicité que revisaran las cámaras de los pasillos. Lamentablemente, no todas las áreas tienen esa ventaja —recalcó Nico, bebiendo un sorbo de su copa.
—No pudo desaparecer en el aire. ¡Alguien tuvo que haberla visto!
—Tranquilo, Lorenzo…
El hombre se mesó el cabello y bebió de un sorbo el contenido de su copa, pero nada aplacó la angustia que estaba viviendo, se sentía un mal padre.
Los suaves toques a la puerta lo distrajeron de sus culpas y golpes de pecho.
—Adelante —ordenó, tratando de serenarse, se sentó y esperó.
—Señor, la última cámara al final del pasillo captó la imagen de la niña bajando al área de producción y no volvió a salir de allí —avisó el jefe de seguridad.
La poca calma desapareció del cuerpo de Lorenzo, se levantó tan rápido que la silla hizo un ruido estrepitoso al estrellarse contra el piso, pero poco le importó. Lorenzo corrió a los talleres, el lugar estaba lleno de máquinas, cuchillas y tijeras, que podía ser peligroso para una niña de cinco años…
Mientras tanto, Stella halló a Valentina durmiendo en las bodegas donde guardaban las telas. La pequeña estaba hecha un ovillo con su muñeca aferrada a su pecho. Había un rastro de lágrimas por sus mejillas. Con cuidado, Stella la tomó en brazos, tratando de no despertarla. Valentina se movió inquieta, pero al final atrapó el cuello de Stella y se aferró a su pecho, tranquilizándose de inmediato al escuchar los latidos del corazón de la muchacha.
—¿Está bien? —preguntó Emilia al verla salir con la niña en brazos.
—Se ha quedado dormida —musitó ella en voz baja.
—Hay que llevarla a la oficina —le aconsejó Emilia, como si Stella pensara quedarse con la niña. Su mirada se desvió y se quedó fija sobre el hermoso rostro de Valentina, su corazón se oprimió de tal manera que, pensó, ya no era normal, pero no tuvo tiempo de pensarlo más. La figura de un hombre alto y de mirada peligrosa, irrumpió en el taller y se fijó en ella.
Stella tembló al mirarlo, su piel se erizó y no sabía si era por la mirada que él le daba o por la manera que su corazón se estrujó dentro de su pecho.
Lorenzo la miró con seriedad y luego puso los ojos en Valentina que dormía en los brazos de la mujer, era la primera vez que aquello sucedía. Su hija huía del contacto de cualquier mujer que se acercara, incluso lo hacía con Bruna, que la conocía desde su nacimiento.
—Entréguemela —le ordenó a Stella.
—Señor —dijo ella, acercándose para ponerle a Valentina en los brazos. Sus pieles se rozaron y fue como una corriente eléctrica que los sacudió, provocando que se alejaran de inmediato.
Lorenzo miró a Stella, ella bajó la cabeza, incapaz de soportar aquella intensa mirada…
—Gracias —susurró Lorenzo de repente.
Cuando Stella levantó la mirada, todo lo que pudo ver de él fue su espalda mientras se alejaba de los talleres con Valentina, dejando una sensación de vacío en la muchacha.
—Eso fue… raro —dijo Emilia, mirando la escena en completo silencio.
—¿Qué cosa? —preguntó Stella con dificultad.
—Por un momento sentí el aire pesado —dijo Emilia—, quizá sean ideas mías —añadió.
—Lo más seguro es que te hayas imaginado la cosas, Emilia —dijo.
—Te lo digo la verdad —refutó la chica.
Stella negó.
—Volvamos al trabajo —susurró, pasando de Emilia, sintiendo que algo le faltaba y no sabía lo que era...
Stella trató de concentrarse en su trabajo, faltaba poco para la hora de salida y quería terminar el vestido en el que había estado ocupada todo el día; sin embargo, sus pensamientos estaban muy lejos de los talleres. No comprendía el motivo por el cual no podía dejar de pensar en esa niña. «Valentina».Su corazón se agitó en el momento que su nombre sonó en su cabeza. —¡Auch! —gritó, la aguja se le había enterrado en el dedo.—¡Stella! —gritó Emilia, llamando la atención de las otras costureras.—Estoy bien —musitó.—¡¿Bien?! ¡Tienes el dedo atravesado por la aguja! —gritó la muchacha, mientras un hilo de sangre se precipitaba hacia la tela.Stella se las arregló para liberar su dedo, hizo presión para que la sangre no estilara al piso, evitando manchar el vestido que costuraba.—Solo necesito presionarlo un poco —susurró para tranquilizar a Emilia. La muchacha estaba pálida.—Debe dolerte —dijo.—Hay peores dolores, Emi, esto no es gran cosa —musitó, cuando en realidad que
—¿Mala noche? ¿Te duele la herida? —preguntó Emilia cuando Stella apareció en el taller. Su rostro lucía pálido y cansado. Haciendo que las ojeras fuesen marcadas.—La herida ya está mejor —susurró.—Entonces, ¿qué pasó para tener esa cara?—Es la única que tengo, Emilia.La muchacha resopló.—Eso lo sé, me refiero a ese semblante triste y pálido. No pareces ser tú, ni siquiera cuando estabas enferma lucías así —le hizo ver.Stella suspiró.—¿Me creerías si te digo que no sé la razón? —preguntó la muchacha, sentándose en el banco de costura.—¡Por Dio, Stella! ¿Cómo no vas a saber lo que te pasa?—Es que es la verdad, Emilia. Ayer sentía que algo me oprimía el corazón.—Quizá deberías pedir una cita a tu médico.—Mamá me recomendó lo mismo.—Entonces pide permiso y ve a la clínica —le urgió Emilia.Stella asintió.—Hablaré con la señora Alda, aunque me da vergüenza molestarla tanto. Recién he vuelto al trabajo luego de meses y ahora…—Sigues en chequeos y ella lo sabe. No dejes para m
Stella se levantó de inmediato al verla, una ligera sonrisa se asomó en su rostro, pero se borró al darse cuenta de que la pequeña no venía sola, aun así, se sintió bien al verla.—Hola, pequeña —la saludó, guardando las distancias.—Hola, ¿cómo está tu dedito? —preguntó, señalando la mano de la joven.—Mejor —musitó ella, cohibida por la presencia de la otra mujer. Stella podía sentir la mirada clavada sobre ella y le incomodaba.—¿Te dolió? —Valentina se acercó un poco para acariciar su mano.—Ya no me duele tanto —susurró Stella, mirándola con atención.—¿De verdad? —preguntó la pequeña, sin dejar de tocar la mano de Stella, era una sensación inquietante. Un hormigueo subió por su brazo y le erizó la piel.—Sí, de verdad —le respondió ella.Anna observó en silencio el intercambio entre la joven y su sobrina. Estaba sorprendida, sin palabras. Valentina apenas dejaba que ella, siendo su tía, le tomara la mano, pero con esa chica, era la propia niña quien buscaba su contacto. Un alivi
—Entonces, ¿todo está bien? —preguntó Stella, mirando a Gabriel. El cardiólogo le sonrió y asintió.—Sí, Stella, no hay ningún rechazo al órgano nuevo en tu cuerpo.—Pero he estado sintiendo opresiones en el pecho —refutó ella sin poder creer que todo estaba bien con su corazón.—Quizá has estado bajo mucho estrés o alguna emoción fuerte. A veces nos sucede, Stella —le explicó Gabriel con paciencia y casi ternura.—No sé si alguna vez lo he experimentado y confundido. Con mis problemas cardiacos nunca sabía si era emoción o una crisis —dijo.Gabriel se mordió el interior de la mejilla.—Todo esto es nuevo para ti, Stella. Hay emociones que llegamos a sentir y que en tu caso puedes llegar a confundir con una crisis, pero relájate. Todo marcha bien contigo y con la operación —le dijo.—¿De verdad?—¿Dudas de mí? —preguntó Gabriel, levantándose de su asiento y rodeando su escritorio.—No, claro que no podría dudar. Le debo mi vida —susurró.Las manos de Gabriel tocaron los hombros de Ste
Lorenzo permaneció en completo silencio, mientras Valentina se alejaba de la mujer, lo suficiente como para ver lo que tenía en la mano; era un pequeño vestido para su muñeca. Él estuvo a punto de girar sobre sus talones y darles un poco más de tiempo juntas, pero era tarde y tenían que volver a casa.Un ligero carraspeo hizo que Stella levantara el rostro y se fijará en la figura del hombre en el umbral de la puerta. La muchacha se quedó de piedra y por un momento no supo qué hacer.—Buenas tardes —susurró.Lorenzo no respondió, miró a su hija, ignorando por completo a Stella.—Muchas gracias por cuidar de Valentina, puede irse —dijo, moviéndose de la puerta, invitándola a salir.Tenía una sensación incómoda en el corazón, ver cómo Valentina la abrazaba le causó una terrible desazón en el pecho. Era como una piedra gigantesca que lo aplastaba y le dejaba sin respiración.—Sí, señor —respondió.—¿No puede quedarse? —preguntó Valentina, tomando la mano de Stella para evitar que se marc
Las horas del fin de semana para Stella se hicieron eternas pensando en Valentina y como se sentía estando a su lado. La niña era una ternura, pero había tristeza en su mirada, aunque esta se disipaba cuando la miraba. Su sonrisa le calentaba el corazón y le daba una alegría que jamás había sentido.Stella solo conocía el miedo, la desesperanza, la angustia de no despertar al día siguiente, pero desconocía el amor, por lo que, no podía dar nombre a lo que sentía por Valentina Bianchi.—¿Qué sucede hija? —preguntó Chiara al ver a Stella muy pensativa. Antes podía comprender su distracción, pero hora era muy extraño verla de nuevo así.—No lo sé, mamá —dijo.Chiara se acercó, le colocó la mano sobre el hombro y la ayudó a sentarse.—¿Te has enamorado? —preguntó la mujer, sentándose justo a su lado.—No.—¿Sabes qué es el amor, Stella? —preguntó su madre, tomando su mano y dándole una ligera sonrisa.Stella asintió.—Es lo que siento por ti, mamá —dijo.—No hablo de ese tipo de amor, Ste
«Stella».Lorenzo frunció el ceño ante la familiaridad con la que Gabriel saludó a Stella y la sorpresa que se dibujó en el rostro de la muchacha le indicaba que no eran desconocidos. Lo que le causó cierta desazón en el corazón.—Doctor Marchetti —saludó ella, confirmando los pensamientos de Lorenzo.—Ustedes… ¿Se conocen? —preguntó, aun cuando era muy evidente que lo hacían. Él quería una confirmación.—Sí, nos conocemos —confirmó Gabriel, mirando a Stella.La muchacha estaba confundida, no entendía lo que Gabriel hacía allí.—Y ustedes, ¿se conocen? —se atrevió a murmurar con un nudo en la garganta, mientras Valentina miraba a los adultos con atención.—Lorenzo es mi cuñado y el padre de mi sobrina —se aventuró Gabriel a decir.Stella no creía que fuera capaz de sorprenderse más, pero lo estaba al darse cuenta de lo pequeño que era el mundo. ¡Era como un pañuelo! Y sus dobleces podían hacer que sus vidas coincidieran en cualquier momento.La joven de repente fue consciente del moti
«Quiero que sea la niñera de Valentina».El silencio le siguió a aquella petición, Stella no salía de su asombro y Lorenzo se dio cuenta de lo que había dicho, pero ya estaba hecho y no podía dar marcha atrás. Quizá, en el fondo esperaba, confiaba en que Stella rechazara la oferta, después de todo, no era una niñera.—¿Quiere que cuide de Valentina? —preguntó, fue más bien un susurro. La garganta de Stella se sentía apretada, como si una fuerte mano le impidiera hablar y respirar.—Es lo que le he pedido —confirmó él, acomodando el cuerpo dormido de la niña sobre su hombro. No era necesario, pero Lorenzo sintió la necesidad de hacer algo, no podía estar quieto delante de Stella. Había algo en ella que lo inquietaba.—Yo no sé nada sobre cuidar niños —musitó bajando el rostro y clavando la mirada en la punta de sus zapatos.—Lo sé, Stella, ni siquiera debería estar pidiéndole este favor —dijo, la tensión en su rostro era el reflejo del esfuerzo que hacía para hablar sobre el tema, pero