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El pasillo estaba oscuro. Su mano me sujetaba por el brazo y el sonido de nuestros pasos comenzaba a desaparecer con el sonido de la música. Tener su tacto sobre mi cuerpo me hacía pensar en todas la veces que estuvimos juntos. ¿En la cama? Nos detuvimos frente a la puerta.

—Después del último hombre que atiendas, ¿puedo estar contigo? —me pregunto él.

Le miré por algunos segundos, mi lápiz labial era rojo y decidí sonreírle. Esta vez no le había contado que mí plan se llevaría a cabo justo en esta noche. ¿Se molestaría conmigo? Su respiración retumbó en mi cuello y su aroma era tan intenso como el tabaco. No le respondí con palabras, tenía la intención de que él pudiera descifrar mi semblante. Su mano estaba tibia y pensé en su petición. ¿Me convertiría en una traidora?

Él abrió la puerta y enseguida subimos unas escaleras. Atravesamos una cortina de terciopelo color rojo y ahí estaba todo. Había más mujeres bailando en la plataforma con un montón de hombres, algunas de mis compañeras estaban sentadas en su regazo y bebían de las copas de ellos. Las bebidas alcohólicas no podían faltar en este lugar. ¡Si! Las manos de los hombres manoseaban sin escrúpulo  alguno los cuerpos de las mujeres. Después de todo estábamos en un prostíbulo. ¿Qué otra cosa podíamos ver?

Su mano me soltó y mi trabajo era caminar hacía la barra en busca de algún cliente. Bebiendo alcohol, lo vi recargado contra la madera del mueble, me acerque a ese hombre de barba que sostenía su copa y su mirada se prendió al verme. Me acerque sin pena alguna a él. Sus manos invadieron mi espacio personal. Su aliento era alcohólico y su boca era algo que no me hacía sentir nada. Me besó el cuello, su lengua resbalaba muy bien por mi piel. Le susurré algo al oído y empecé tomándole de las manos, caminamos por ahí en el pasillo de las cabinas, hasta llegar a mi cabina. Lo empuje contra el sofá y corrí la cortina con mucho deseo. ¡Empezaba la noche! ¿Qué podía hacer con este hombre? ¿Qué necesitaba sentir?

Cuando su cuerpo libero todo de él, su gemido me hizo sentir desdichada. ¡Su ser estaba terminando de culminar en sensaciones! Era momento de escapar.

Encendí un cigarrillo y se lo di. Él lo tomo entre sus dedos, observo mi desnudez por algunos segundos, sonrió y se lo llevó a la boca. Una columna de humo apareció y el olor a tabaco me animo a sacarlo de mí. Me puse de pie, me vestí rápidamente, tomé su copa, la botella de alcohol y el encendedor. Él comenzaba a vestirse. ¡Era el momento! Corrí la cortina y empecé a caminar. Le prendí fuego a la copa y sin miedo alguno la rompí contra el suelo, comencé a regar el alcohol por toda una cabina, el sonido de la música oculto los rastros de mi plan. Una cortina comenzó a incendiarse rápidamente, el humo no tardó en aparecer y el fuego se propago a toda velocidad gracias al alcohol. Las demás empezaron a salir de las cabinas y los hombres comenzaron a asustarse. Las mujeres no paraban de gritar y mi corazón parecía gemir a causa de todo lo que estaba pasando.

Vi a mi custodio pensando en que hacer. No había ninguna salida trasera. Los guardias habían dejado su posición y todos estaban saliendo. Sin dudarlo, corrí hacia él y le besé en la mejilla. Apreté su cuerpo contra el mío en un cálido abrazo de algunos cuantos segundos, necesitaba su tacto  tibio una última vez y cuando lo obtuve,  me alejé de él.

— ¡No podré estar contigo al final de esta noche! —Le dije— ¡Pienso huir ahora mismo!

Él asintió, sabía perfectamente que todo  esto lo había provocado yo. Los dos estábamos en una situación que no nos correspondía y ambos habíamos hablado de buscar nuestra libertad. ¿Este era el momento para intentar encontrarla? ¡Los dos nos apoyábamos emocionalmente en un lugar tan desdichado! Ahora era momento de intentar buscar aquello que nos pertenece.

—Prometo alcanzarte —dijo.

Me quite mis aretes y se los di. Yo sabía que el cumpliría con su palabra.

—Cuando me encuentres, me los das. ¡Espero recibirlos de ti!

Asintió. Le di la espalda y comencé a caminar hacía la salida. Él fuego ya se había esparcido por casi todo el lugar. Caminar hacía la salida era algo que había estado anhelando desde hace mucho tiempo. Mis pasos comenzaron a ir cada vez más rápido. Cuándo vi por fin la civilización, no me lo podía creer. Comencé a correr. Afuera había muchas personas que miraban como el lugar era consumido por el humo y las llamas. Las sirenas de los bomberos se escuchaban cerca, los vecinos estaban afuera de sus casas y de pronto los hombres del burdel empezaron a capturar a las chicas. ¿Quién podría ayudarlas? ¿A dónde las acorralarían? Un hombre alto y fornido comenzó a perseguirme. Correr en tacones no era una cosa sencilla, pero tampoco era imposible. Mis entrenamientos dentro de mi habitación estaban rindiendo frutos está noche. ¡Al fin!

La noche era fresca y sentí mucha euforia cuando él viento me golpeaba en la cara. Estaba por llegar a la calle cuando las luces de la camioneta casi se impactan completamente contra mí. Sentí un dolor en la pierna derecha. Recibí el impacto ahí y mis nervios aumentaron. Él custodio venía cerca. Me incorporé rápidamente, vi como el chófer me miraba sorprendido. ¿Qué ocurriría? Corrí hacia la ventanilla del copiloto aunque mi pierna dolía y empecé a golpear el vidrio. La ventanilla se bajó rápidamente.

— ¿Estás bien? —me pregunto él.

— ¿Puedo subir contigo? Por favor ¡Ayúdame! ¡No me dejes aquí!

Mi petición hizo que él se sorprendiera. Él custodio estaba llegando a nosotros, los segundos no se detenían y el miedo comenzó a abrazarme fuertemente. ¿Me ayudaría? ¿Se iría por miedo? Finalmente él quitó el seguro de la puerta y yo abrí sin dudar. El custodio se acercó a la ventanita que estaba del   lado del chofer. El vidrio de su ventanilla estaba polarizado.

— ¡Acelera! —le ordené.

No me dio tiempo de acomodarme. Sentí el corazón latir a mil por hora y en un segundo nos marchamos de ahí.

Era una realidad que yo no sabía dónde estábamos, porque nunca había salido de mi cárcel. Recuerdo que cuando me trajeron aquí, traía la cabeza cubierta con una capucha y mi cuerpo entró perfectamente en una maleta.

Ahora mismo sonaba una canción en el radio del vehículo y sus manos estaban aferradas al volante. Él parecía no creer lo que había pasado. De vez en cuando yo sentía que él me miraba de reojo y sí, parecía un poco sorprendido de que yo estuviera viajando a su lado.

— ¿Sabes dónde estamos? —le pregunté después de unos minutos en la carretera.

Habíamos dejado aquella parte de civilización y nos habíamos adentrado en una carretera, era una tipo autopista o algo parecido.

— ¡La verdad es que no se! Yo solo... ¿estás bien?

— ¡Gracias por dejarme subir! No te preocupes solo me golpee en la pierna, fue un leve dolor, pero gracias, estoy bien. Yo tampoco sé dónde estamos.

—Pensé que tú vivías en ese poblado. Parecía todo un alboroto.

¿Se había percatado del incendio?

—Pues sí. Vivía allí. Ahora estoy contigo. ¿Podrías dejarme en algún lugar lejos de donde me encontraste?

Él se giró a mirarme unos segundos. Mi pregunta pareció intrigarle.

— ¿Y tu familia?

—No tengo familia.

— ¿Por eso huías?

—Es una larga historia que no vale la pena escuchar. Entonces, ¿podrías bajarme en la próxima gasolinera, o el próximo poblado? ¡Por favor! Te lo agradecería muchísimo.

Su rostro parecía brillar en la oscuridad. Sus ojos eran brillantes.

—Si. Está bien.

Después de eso no hubo más que platicar. Mi pierna estaba bien porque ya no me dolía, el asiento era de piel y me sentía cómoda. ¿A dónde iría? ¿Qué pasaría conmigo? Había tantas cosas que no lograba aclarar, pero, en ese momento no necesitaba aclarar nada. ¡Había logrado escapar! Después de una hora vi a lo lejos el letrero de una gasolinera. Mi estómago soltó un chillido. Tenía hambre. Al llegar a la gasolinera, él detuvo la camioneta.

— ¿Segura que quieres que te deje aquí?

Aparte de la gasolinera, había una tienda de carretera y un puesto de comida rápida que estaba cerrado. Parecía una buena zona para ser las tres de la mañana. ¿Estaría fuera de peligro?

—Si. Yo, bueno lo único que necesitaba era salir de ese lugar y creo que lo he logrado.

Él hizo un gesto curioso. Arqueó sus cejas.

— ¿Tan mal lugar era? —preguntó él.

—Era un pésimo lugar, pero creo que ese pésimo lugar era todo lo que tenía.

—Entiendo.

¿Entendía?

— ¿Entiendes? —Negué con la cabeza— No creo que tú puedas entender. ¡Soy una prostituta! No creo que tú hayas pasado por lo que yo.

Lo deje con la boca abierta. A veces sentía que mi carácter era muy duro, pero es que, mis circunstancias me habían vuelto así. ¡No tenía elección!

—Yo, no quise...

—Descuida, no pasa nada. ¡Muchas gracias por tu ayuda! Eso es lo único que yo puedo darte ahora, solo las gracias. No tengo dinero para pagarte el viaje. ¡Creo que estaré en deuda contigo! En verdad, si tú no hubieras pasado por ahí en ese momento, no sé qué sería de mí. ¡Quizá seguiría en lo que queda del prostíbulo!

Desabroche el cinturón de seguridad, abrí la puerta y baje de su camioneta.

—Ten un buen viaje muchacho. ¡Espero que te vaya bien! Creo que tienes un buen corazón porque no me negaste tu ayuda. ¡Gracias por lo que has hecho conmigo! Nunca lo olvidaré.

Le dedique una sonrisa, él asintió y finalmente cerré la puerta. De pronto sentía frío, mi ropa no era de lo más abrigadora, así que no tuve más opción que ir hacia la tienda. Afuera soplaba el viento de la madrugada con demasiada intensidad. ¿Y ahora? Comencé a caminar pensado en las posibilidades de mi futuro. ¿Dónde pasaría la noche? ¿Qué sería de mí? Es obvio que cuando una persona quiere huir de un pasado oscuro jamás piensa en cómo le irá en el futuro. Me concentré demasiado en escapar del prostíbulo que me olvide de pensar hacía donde exactamente podría huir. ¡Jodida estaba!

— ¡Espera! —grito él.

Me detuve. Despacio, me gire a mirarle. Él había bajado de la camioneta y caminaba en mi dirección. Pude notar que su estatura era considerable y que su edad rondaba entre los veintitrés o veinticinco años.

— ¿Ocurre algo? —le pregunté.

No hubo una respuesta al instante, se acercó más a mí.

— ¡Yo puedo ayudarte!

Sus palabras me sorprendieron. ¿Lo decía en serio?

—Descuida. Ya me has ayudado bastante, no te preocupes. ¡De verdad!

—Parece que no tienes a dónde ir. Es verdad, quizá escapaste de aquel lugar, pero. ¿Y qué será de ti? Yo creo que puedo ayudarte de cierta manera.

Su pregunta coincidía con mis pensamientos. ¿A dónde ir? ¿Qué hacer? ¿Debía escucharlo?

—No quiero ser una carga. Además, tú pareces ser un buen muchacho y yo. ¿Qué te puedo decir? Nuestros mundos parecen distintos.

Él se acercó más a mí. Su vestimenta no era de un hombre ordinario y su camioneta no era sencilla.

—Prometo que no te haré daño. Puedes estar tranquila de eso. ¡No te lastimare! Y además creo que no hay diferencia entre tú y yo. Al final somos humanos, personas con sentimientos y sueños. ¿No crees?

— ¡Gracias! Pero...

— ¡Por favor! Quiero ayudarte.

Me mordí los labios. Hice un gesto pensativo, mi cabello se había alborotado por el viento tan fuerte, me estaba muriendo de frío.

— ¡Soy Karol! —extendí mi mano hacía él.

— ¡Un gusto Karol! Mi nombre es Ángel.

***

Recuerdo que ese día yo le gritaba a mi madre, le imploraba por ayuda pero ella nunca salió. Él era un hombre canijo, despiadado y muy, muy malo en todo sentido. ¿Qué será de mi madre ahora mismo? Él le daba unas golpizas tremendas y a nosotros como sus hijos, siempre nos trataba como basura. El alcohol era su perdición y el vicio que tal vez nunca podrá vencer. Todas las noches yo iba a la cama de mi hermano menor, me recostaba junto a él y ponía mis manos sobre sus oídos para que mi pequeño pudiera dormir. ¡Si! Yo me desvelaba escuchando las peleas de mis padres, escuchaba golpes y palabras muy duras. No quería que mi hermano sufriera más de lo que se pudiera soportar a esa edad.

Nunca entre a la escuela. Papá nunca quiso invertir dinero en la educación de sus hijos. En total tuvo cuatro, tres hombres y yo era la única mujer. Mis hermanos mayores habían huido en busca de una mejor vida y solo éramos mi hermanito y yo. Aprendí a leer porque una vecina mía, una niña llamada Julia me enseñó cosas que regularmente se aprenden en la escuela. Julia era mi única amiga/vecina/compañía y ella conocía mi sufrimiento. Papá era la razón por la que nuestra vida era un tormento. ¡Y sí! Un día lo perdió todo a causa de su vicio. Tenía que pagar un préstamo que había pedido a un hombre conocido en el pueblo donde vivíamos. ¿De dónde sacaría dinero?

Vendiendo a su única hija.

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