Cuando abro los ojos, el techo de la habitación me hace levantarme rápidamente. ¿En dónde había pasado la noche? La habitación era de un tono blanco, el edredón era de color negro y la luz del sol me ayudo a recordar un poco. Camine hacia el sanitario, había un espejo que era muy grande y la ducha me impresionó bastante. En el prostíbulo la ducha solo duraba diez minutos. Agua fría. Jabón en barra de aroma a coco. Cucarachas. ¡Que diferente a este lugar! Tire los rastros de la noche por el inodoro y me di una enjuagada con la regadera. Cómo no tenía más ropa, tuve que me ponerme lo mismo de la noche. Encontré una loción de naranjas y menta en uno de los cajones, me puse un poco en la piel.
Al salir de la habitación camine por un pasillo que conducía a otras habitaciones y al final, bajabas las escaleras. Su casa era muy bonita, tenía un estilo peculiar porque no tenía muchas cosas y las decoraciones eran muy simples. Este muchacho parecía ser adinerado. ¿Debería seguir aquí? ¿Realmente quería ayudarme? ¿Y si mejor huía de aquí? Pues su ayuda me ha venido muy bien hasta este momento, sin él yo no habría podido escapar del prostíbulo. Solo que no me siento cómoda. De pronto me sentía abochornada por haberlo conocido. Quizá mi presencia le causaría problemas y eso es algo que nunca me ha gustado: los problemas. ¡No podía causarle problemas a este buen muchacho!
Me encontré con una señora que estaba completamente apurada con los quehaceres, parecía ser una señora agradable. Ella estaba limpiando el comedor.
— ¡Buenos días! —le saludé.
Ella se giró a mirarme. Su mano derecha sostenía un trapo húmedo.
— ¡Buenos días señorita! ¿Puedo servirle en algo?
Era muy educada. ¿Por qué me trataba así con tanto respeto si mi apariencia era tan desagradable?
— ¡No! Descuidé, yo solo, acabo de despertar y ¿sabe dónde está Ángel?
—Él joven Ángel salió a hacer unas compras. ¿Necesita algo señorita?
Me sorprendió el hecho de saber que ya estaba muy activo con sus actividades de este día. ¿Dormiría bien? ¿Tendrá sueño? ¿Cansancio tal vez? ¿Su vida estaría llena de muchas ocupaciones?
—Solo quería agradecerle por lo que hizo esta noche por mí. Yo, tengo que irme.
Ella se sorprendió. Se exaltó un poco, dejó caer el trapo al suelo.
— ¿A dónde va? No puede irse señorita, el joven...
—No se preocupe, estaré bien.
—Pero...
No la escuché. Comencé a caminar hacía la puerta principal, sacudí un poco mi cabello y entonces abrí. ¡Me sorprendió! Él estaba justo enfrente de mí y traía entre sus brazos algunas bolsas de papel con las compras de la despensa. Me encogí de hombros y sonreí tímidamente.
— ¡Gracias! —dijo cortésmente.
Él entro a la casa. La señora del aseo miraba la escena con mucha curiosidad.
— ¡De nada! Yo solo...
— ¿Ya desayunaste?
Lance un suspiro. Aún con tacones de plataforma, él era alto. No fui capaz de responder de forma adecuada.
—Mmmmm no, yo...
— ¡Muy bien! Pues desayunemos juntos!
Él dejo las compras sobre la barra de la cocina. Y yo como tonta solo le estaba mirando. ¿Cómo es que este muchacho me trataba con mucha confianza? Él le pidió a Luisa —así se llamaba la señora del aseo— que nos preparará el desayuno. Me ofrecí a ayudarle, aunque para ser sincera, tenía años que no me acercaba a una cocina. En el prostíbulo nuestros cuidadores se encargaban de llevarnos la comida una vez al día. ¡Eso explica por qué estoy delgada! Bueno, doña Luisa rechazo mi ayuda y termine sentándome en el comedor junto a Ángel. Estábamos sentados en un comedor de madera fina, él en la cabecera y yo a su lado derecho. Sus dedos escribían sobre la pantalla de su celular.
—Estaba a punto de irme cuando llegaste —dije una vez que él término de escribir.
Sus ojos se posaron sobre los míos. Desde este ángulo y gracias a la luz que se colaba por los ventanales del comedor, pude notar que sus ojos eran de color miel y había vello oscuro de días en su barbilla.
— ¿Por qué? —Preguntó con curiosidad— ¿Necesitas algo? ¿Quieres que vayamos de compras o...?
—No nada de eso, yo estoy bien. Estoy muy agradecida por toda tu ayuda y porque no me dejaste ayer en la gasolinera como yo te había pedido —él me escuchaba con mucha atención—. Es solo que, no quiero causarte problemas con tu familia o tus amigos y bueno, yo nunca pensé que tú vivieras en un lugar cómo esté y realmente no me siento cómoda pensando que me estoy entrometiendo en tú vida.
Él no se apresuró a responderme. Me escucho con mucha atención y sus cejas se arquearon de repente.
—Puedes estar tranquila. ¿Por qué tendría problemas? Después de todo fui yo quien decidió ayudarte. Aún si alguien quisiera armar algún problema conmigo, prometo solucionarlo. ¡Seamos amigos!
El tono de su voz, la forma en la que él me estaba mirando, realmente me transmitía tranquilidad. Asentí. ¿Seríamos amigos?
—Pues gracias. Sé que no merezco tu ayuda pero por alguna razón es que tú no quieres dejar de ayudarme. ¿Qué puedo hacer yo por ti en muestra de agradecimiento? La verdad, como amiga no soy muy buena. Nunca he tenido algún amigo hombre.
¡Mentí con lo de un amigo hombre! ¿Por qué? Bueno no es que mi custodio fuese mi amigo, pero la relación que yo llevaba con él no podría definirla como una simple amistad. Ángel pensó unos segundos. Bajo la mirada y sonrió.
— ¡Tranquila! Una amistad es una relación que se basa en confianza y ayuda. Está noche puedes hacer algo por mí.
— ¿Qué necesitas de mí?
—Necesito que seas mi compañía, más bien, mi compañera. Yo creo que podrías ayudarme con esto. ¿Qué te parece?
Su petición me sorprendió. Aparte de ser amigos, él quería mi compañía. ¿Sería solamente su compañera esta noche?
—De acuerdo. Seré tu compañera.
Y es aquí donde notas la diferencia entre un hombre y los hombres con los que has estado todo esté tiempo. No dijo que fuera su acompañante, más bien me llamo compañera y eso me hizo sentir bien. No me sentí como pasajera o repentina, está vez yo no sería el orgasmo que dura unos segundos. ¡Sentí que está vez era diferente en todo! Ángel me trataba con dignidad y por alguna razón extraña me sentía en confianza.
—Hoy por ejemplo, iremos a cenar. Mi familia ha organizado un baile y muchas personalidades influyentes irán. ¿Quieres acompañarme?
Nunca había ido a un baile de gente influyente. El único baile que conocía era el del tubo. ¿Ir o no ir con este hombre? ¿Agradecer o rechazar? Quizá debería ir, después de todo, todos tenemos la oportunidad de ser felices y divertirnos de forma sana.
— ¡Si! Te acompaño.
La primera vez que estuve con un hombre me sentí de muchas formas. Estar expuesta y a pleno tacto, fue algo que le reproche a mi cuerpo muchas veces. ¡Después lo supere! Al principio, quitarme la ropa interior frente a un hombre era algo que me hacía sentir nerviosa, vulnerable y rota. Después se volvió algo vacío. Aprendí que desnudar mi cuerpo era solo eso, mostrar piel, causar excitación en el sexo de los hombres y esto solo duraba unas fracciones del tiempo. ¡Era cierto! No me gustaba para nada ser una prostituta. Me sentía como una basura, un objeto simple, muy insignificante y sin valor. Pero después del sexo y los diferentes hombres que me tocaban, yo siempre necesitaba ánimo. ¿Quién me lo daría? ¿Quién se sentaría junto a mí para animarme a no rendirme? Entonces comprendí que mi cuerpo desnudo era algo que pertenecía de forma fugaz a los hombres, pero, mis sentimientos y emociones eran algo que no podía y no debía desnudar ante ellos. ¡Sí! Aprendí a se
Esa noche al entrar a mi habitación, me sorpr
¿Cómo debe ser el primer amor? Supongo que el primer amor debe ser sincero, coqueto y con una pizca enorme de pudor. ¿He tenido mi primer amor? No lo creo. Nunca he tenido una relación amorosa con nadie y creo que aún no estoy lista para amar a alguien. A la mañana siguiente no pude evitar sentirme emocionada y sorprendida. Resultaba que Ángel había preparado el desayuno. Jugo de naranja. Hot cakes. Chilaquiles verdes. Gelatina. ¿Enserio? ¿Este hombre era de verdad? ¡Pues si! Él era de verdad y su sonrisa también. Me pidió que me sentará a su lado en la barra que estaba en la cocina. Esta vez no llevaba puesto su traje o su camisa y era la primera vez que lo veía tan holgado. Tenía puesta una playera de algodón negra y un pantalón de pijama con muchos cuadros de colores azul, naranja y blanco. Sus pies estaban descalzos. — ¿Cómo aprendiste a cocinar? —le pregunté curiosa. Él masticaba un hot cake.
— ¡A que te gano en llegar a la playa! —me dijo. Estaba retándome. Su mirada me gustó, tenía un toque de picardía y juego. —No lo creo. Y entonces corrí hacia la puerta, la abrí rápidamente y salí de nuestra habitación. Él venía atrás de mí. Baje las escaleras a toda velocidad, mi respiración se aceleró rápidamente y el sudor no tardó en aparecer sobre mí cuerpo. Eran las cinco de la tarde cuando atravesamos la recepción de la casa. Me estaba riendo mucho y la emoción era inmensa. Cuando la arena apareció, mis pasos se atascaban a causa de mis tenis que traía puestos. El viento soplaba fuerte y la brisa del mar se sentía muy bien. Llegué primero. Me detuve ahí donde la última ola d
Después de cenar y beber un poco, volvimos a la habitación. Ya eran las once treinta de la noche y mis ganas de dormir eran fuertes. Ángel me acompañaba, la noche estaba tranquila. Caminábamos hacia la recepción, empezamos a subir las escaleras y justo cuando íbamos para nuestra habitación, una de las otras puertas del pasillo se abrió. Un hombre salió de ahí y se nos quedó mirando unos segundos. La intensidad de su mirada me hizo empezar a recordar. —Hola Ángel, hace tiempo que no nos veíamos —le dijo él. Nos detuvimos frente al hombre. Parecía ser un tipo serio. —German, ¿cómo te trata la vida? —Muy bien. Ya sabes, ahorita el negocio de los jitomates está en su pleno apogeo. German dirigió su mirada hacía mí. Parecía ser un tipo arrogante. Alzó su mano izquierda para rascarse y en ese instante, justo ahí lo vi de nuevo. Un anillo de oro que significa la señal de estar
— ¡Lamento que él estuviera aquí! Digo, no pensé que tú y él... —Descuida. Estoy bien. Me sentí bien está mañana. Al menos ya le dije sus cosas. Él volvió a reír. — ¿Segura que no te hizo daño? —Por supuesto. ¿Por qué me haría daño? Aparentemente no tengo nada que él pueda hacerme o quitarme. Seguíamos caminando por el muelle. Eran como las seis de la tarde. —Ahí te equivocas —dijo en un tono neutro. Pensé en sus palabras. — ¿Por qué me equivocó? Alzó la vista y sus ojitos se posaron sobre los míos. —Dices que no tienes nada, pero, la verdad es que me tienes a mí. Sonreí. No esperaba que él dijera algo como eso, pero de cierto modo tenía razón. Había pasado más de una semana desde que Ángel me había ayudado a escapar de mi pasado y re