Capítulo 2

  Paso a paso, camino tras camino, verdes árboles en sus últimos días me rodeaban indicando la llegada del frío, y yo sin dejar de cantar en ningún momento, la naturaleza era mi guía instrumental, los árboles se movían con la brisa y se escuchaba como si fuese un arpa, las piedras con las que mis zapatos hacían ruido eran como los golpes de un tambor.

  Antes de salir tome la precaución de ponerme uno de los vestidos viejos, ya que planeaba salir con uno nuevo pero podría estropearse en el camino. Caminé durante diez horas, con algunos momentos de descanso, pero para las diez y media de la mañana mis pies ya estaban parados sobre la ciudad, esa tan magnífica, llena de los edificios tan altos como nunca antes los había visto, gente vestida tan formal que me hacía sentir que mis vestidos nuevos no estaban a la altura. Entre a un baño y me puse el de color mostaza, lamentablemente no tenía suficientes pares de zapatos como para combinar las distintas prendas por lo que tuve que quedarme con los que tenía.

  ¿Qué había hecho? ¿Desde cuándo yo era tan impulsiva? Estaba en una ciudad que mis ojos nunca antes la habían visto, con un trozo de pan y un poco de agua. Respiré profundo mientras me miré en el espejo del baño público con los brazos extendidos sosteniéndome de la mesada de baño.

- ¿Qué has hecho Katrina? -Me pregunté en voz alta.

  Una mujer me miró de forma extraña, tal vez tenía razón. Salí de ese lugar una vez que retomé fuerzas.

  Me cansé de contar las veces que paré a pedir empleo, ¿Habrán sido cincuenta? ¿O setenta? Y en todas fui rechazada, no sabía si por mi apariencia, por racismo o por no tener ninguna experiencia laboral más que haciendo pan en un lugar y forma que no se podía corroborar. Esa noche dormí en el piso de un callejón sin salida, pasé frío y pasé hambre, me quedaban solo un par de migajas de pan.

  El sol volvió a salir, iluminó mi cara sin dejarme otra opción que levantarme, pero ahora no tenía desayuno a quien prepararle, panes que hornear o saludos de buenos días que dar. Me tenía solamente a mí.

  Mi segundo día aquí fue muy parecido al primero con la diferencia de que ya no tenía comida. Ya en el tercer día el hambre me estaba matando, jamás había pasado tanto tiempo sin un bocado que probar.

  Gasté un poco del dinero en una fruta, la empecé a comer con gusto ya que estaba deliciosa, además la falta de alimento volvía todo más sabroso.

  Me empujaron bruscamente llevándose mi bolso con ropa, empecé a perseguirlo como una loca entre toda la gente, corrí y corrí con el corazón en la garganta, no podía perder lo poco que tenía. Logré alcanzarlo, salté sobre mi bolso y caí al suelo desplomada mientras aquel ladrón salió corriendo.

- ¿Estás bien? -Preguntó un muchacho.

  Ofreciendo su mano para ayudarme a levantarme y eso me parecía extraño, su cabello era negro y tenía bucles, su mirada llevaba unos intensos ojos negros, su sonrisa era perfecta y en sus cachetes se formaban hoyuelos, llevaba una camisa azul con pantalones color negro. Lo miré sorprendida y un tanto asustada, últimamente eran pocas las personas que se ofrecían ayudar además de que era un completo extraño.

-Soy Pablo Campos -Se presentó- No temas, sólo quiero ayudar.

-No es necesario -Dije con mi terquedad.

  Intenté pararme pero al apoyar mi pie derecho volví a caer al suelo. Pablo volvió a ofrecer su mano como si no le hubiera contestado mal, esta vez acepté y él me ayudó a pararme.

-Parece que te lastimaste el pie -Comentó Pablo- Necesitas ir a un hospital.

-No tengo tiempo ni dinero para eso -Admití.

-Te invito un café y charlaremos -Propuso Pablo.

  Café, algo tan sencillo y tan privilegiado de deleitar para mí, hacía varios años que no disfrutaba de tal delicia, no parecía un mal muchacho.

-Está bien -Acepté.

  Él puso su brazo a mi disposición para que pudiera sostenerme, no podía caminar muy bien, me ayudó a sentarme a muy pocos metros de ahí. Nos sirvieron el café con un par de galletas, nunca tampoco había podido sentarme en un lugar así y ordenar algo por falta de presupuesto, era como un sueño pendiente, un propósito, y gracias a él lo estaba logrando.

- ¿Cómo te llamas? -Preguntó Pablo.

-Katrina Domínguez -Me presenté.

- ¿Y eres tan intensa y revolucionaria como el huracán? -Preguntó bromeando Pablo.

- ¿Perdón? -Pregunté un poco molesta.

-Disculpa, no quería faltarte el respeto -Dijo muy apenado Pablo- Solo quería hacer una broma para romper el hielo.

  Comencé a reírme en ese momento, pues yo también estaba jugando le una broma.

-Estoy jugando -Admití- Y sí, soy peor que el huracán, si juegas conmigo yo te enseñaré como se juega.

  Pablo se relajó un poco y se rio también.

- ¿Te han dicho que tienes una sonrisa muy linda? -Preguntó coqueteando Pablo.

-Me lo dicen bastante -Mentí.

 No era la primera vez que me coqueteaban, pero esta vez lo sentía distinto, quizá era el echo de que los demás se pasaban de tono demasiado rápido.

- ¿Cuantos años tienes? -Preguntó Pablo.

-Tengo veinte años -Respondí e hice una pausa- ¿Y usted?

-Por favor, no me trates de usted que tenemos casi la misma edad, yo tengo veintiún años -Dijo Pablo e hizo una pausa- Sabes, nunca te había visto por aquí.

-Llegué hace dos días -Afirmé- Aun sigo buscando trabajo y si no lo hago deberé volver a mi pueblo.

  Vi a Pablo pensante durante unos segundos.

-Creo que mi padre estaba buscando una sirvienta para la casa.

- ¡Me interesa! -Exclamé de inmediato- De verdad necesito trabajo, necesito mandarle el dinero a mi familia.

-Está bien, yo hablaré con él para que te acepte, ve mañana a la calle Francia al seis cientos quince, allí te esperaré -Afirmó Pablo e hizo una pausa- Se te brindará un uniforme y una habitación.

  Algo raro había en esa propuesta, ¿Cómo contratas a una desconocida para trabajar en tu casa? Era algo muy extraño, pero no podía desaprovechar ninguna oportunidad, una sonrisa se apoderó de mí y no la quise por ningún motivo disimular.

-En verdad se lo agradezco -Contesté.

- ¿De dónde vienes? -Preguntó Pablo.

-De un pequeño pueblo, que está cerca del Río de las obsidianas -Respondí.

- ¿Río de las obsidianas? Jamás escuché de él -Comentó Pablo.

-Ese río dicen que estaba lleno de ellas, y cuando se hizo público muchas personas fueron y las saquearon, antes había tantas que no llegabas a encontrar otro tipo de piedras, pero ahora es muy raro encontrar una simple obsidiana -Conté.

-Una piedra majestuosa que absorbe las energías negativas -Comentó Pablo.

  Mis ojos se abrieron de inmediato al escuchar eso, no podía creer que supiera sobre las energías de las piedras, ese era un tema que me interesaba mucho.

-Aunque prefiero las turmalinas negras -Argumentó Pablo.

- ¡No lo puedo creer! -Exclamé- Es la primera persona que conozco que le interese estos temas.

- ¿De verdad? -Preguntó sorprendido Pablo- ¡Con mi prima Fátima siempre hablábamos de ello!

  Y esa sensación extraña se apoderó de mi después de haber estado conversando con él por solo media hora, esa sensación de hogar que no la había experimentado antes, sentir que lo conocía desde siempre, que conocía su vida y él la mía, tantas cosas en común, tantas risas, era una sensación sin duda inigualable. Era tan extraño que no quería seguir enfrentando esto, yo no había venido hasta aquí más que por dinero y por venganza.

- ¡Me tengo que ir! -Comenté.

- ¿Tan pronto? -Preguntó Pablo.

-Sí -Afirmé un poco nerviosa- Tengo que arreglar un par de cosas.

  Me levanté de golpe, sin querer empujé un poco la mesa haciendo que ambos vasos cayeran dirigidos hacia él, agradecí tanto como nunca que no hayan tenido tanto contenido y solo se terminara derramando un poco sobre la mesa.

- ¡Mil disculpas! -Pedí- No fue mi intención.

-No te preocupes -Dijo riendo- ¿Nos vemos mañana?

-Nos vemos mañana -Confirmé.

  Me di vuelta y sonreí como una niña de catorce años, ni nuestras manos se habían tocado y aun así me sentía en el cielo. Estaba tan nerviosa como esa vez que canté frente a todo mi pueblo a petición de mi colegio. Más vergüenza de la que sentí cuando me caí sobre el barro y tuve que caminar hasta mi casa con todo eso encima. Respiré hondo y caminé con un poco menos de dificultad que antes.

  Me senté en ese frio callejón hasta que la noche se asomó, memoricé esas canciones nuevas que escuché por las calles, eran muy bonitas y dulces. La noche llegó tan rápido que apenas noté al atardecer, me dormí de inmediato, estaba muy cansada y al mismo tiempo feliz por la posibilidad de poder conseguir un empleo.

  El día volvió a asomar, mi estómago era como una jauría indomable, tenía mucha hambre en verdad, comí un poco de pan que compré junto con un vaso de té. Me cambié en un baño público y me puse el otro nuevo vestido que tenía, usaba los viejos para dormir y lavaba los nuevos en un baño público antes de dormirme para que estuviesen limpios y secos al despertar.

  Me fui con mi bolso y todo a la mansión, que no sabía que era mansión, era mucho más grande que mi casa, como cincuenta de mis casas juntas, me quedé maravillada realmente por tanto lujo, subí unas pequeñas escaleras que me llevaban a la gran puerta de roble negro con sus múltiples detalles, toque con tres golpes de puño y luego ambas manos se escondieron tras mi cintura, estaba muy nerviosa en verdad, era la primera vez que me tocaba trabajar fuera de mi propia casa y se sentía muy extraño, la casa se volvía más grande mientras yo me tornaba más pequeña.

-Buen día -Saludó el mayordomo- ¿Qué se le ofrece?

-Muy buenos días a usted señor Campos -Dije ofreciendo mi mano- Soy Katrina Domínguez.

  El mayordomo comenzó a reír, hasta ese momento desconocía el hecho de que alguna gente adinerada tuviese gente únicamente para abrirle la puerta a las visitas, supongo que tenían tanto dinero que no sabían en qué gastarlo.

-Soy el mayordomo de la mansión Campos -Argumentó el mayordomo.

- ¿Mayo qué? -Pregunté confundida y sorprendida.

  El hombre volvió a reír, debería haberme enojado pero seguramente en su lugar estaría actuando del mismo modo.

-Me llamo Samuel -Se presentó- Espera después de la puerta e iré a anunciarte.

  Hice lo que me pidió, me limpié lo mejor que pude los zapatos antes de entrar, había un gran espejo al costado de la puerta sobre un mueble antiguo con muchos adornos encima, del otro lado había muchos cuadros con fotos de la familia. Luego había una media pared que dirigía a una sala más grande que no podía ver bien. Samuel volvió hacia donde estaba mientras yo miraba con detalle un cuadro.

-Señorita Katrina, la espera el señor Campos en la sala -Dijo Samuel.

  Pasé a dónde me indicó con un poco de miedo y de vergüenza, sentía que hasta mi vestido más fino y nuevo quedaba pequeño para hasta ser la sirvienta. Había sillones color manteca haciendo un círculo en el centro, junto con una mesa de té de vidrio. Un gran ventanal a la izquierda que mostraba el hermoso jardín que tenían, un par de perros de raza corriendo por ahí mientras jugaban con una niña de unos nueve años.

  Un gran cuadro pintado con un precioso paisaje se veía sobre la chimenea con ladrillos verdes, las paredes tenían un color muy claro y cálido, el piso brillaba como nunca antes había visto brillar algo, se reflejaba hasta el aspecto aunque un poco borroso, había un par de macetas con plantas sintéticas.

-Tome asiento señorita -Pidió el señor.

  Me senté en frente suyo con mis rodillas juntas, con una postura casi perfecta y con las manos entrelazadas sobre mi falda, miré con detenimiento sus intensos ojos café y su sonrisa me dio mucha paz, me hizo sentir en casa.

- ¿Cómo te llamas? -Preguntó el señor.

-Katrina Domínguez -Respondí con un poco de miedo.

- ¿Tiene alguna experiencia? -Preguntó el señor.

  ¿Acaso estaba bromeando conmigo? He limpiado mi casa desde pequeña, se cómo barrer y lustrar, ¿Qué quiere? ¿Qué mi madre y mi abuela testifiquen a mi favor? ¿Qué les pasaba a la gente rica en todo caso? Les faltaba aprender como era que se tomaba una escoba aunque fuera.

-He limpiado desde pequeña mi casa -Argumenté.

  El señor se rio y eso me incomodó un poco.

-Me refiero a que si en otras casas, ¿Qué trabajos has tenido? -Insistió él.

  He horneado pan durante quince años de mi vida, he vendido el noventa y cinco por ciento de esos panes teniendo que caminar más de un kilómetro para ir, he tenido que llorar porque me habían robado el dinero y no podía llevar nada a casa, me he alimentado también hasta un mes seguido solo de pan y té, ¡Creo que soy una excelente panadera! Con años de experiencia.

- ¿De qué has trabajado antes? -Preguntó el señor.

-Horneaba pan y lo vendía en mi pueblo -Admití.

  Lo noté observarme con mucha inquietud, miraba mucho mi cara y mis cabellos rizados, los cuales se encontraban un poco despeinados y mal arreglados por no poder haber podido limpiarlos como correspondía para que llevaran un mejor aspecto.

-Sabes, tus ojos me recuerdan a alguien especial -Comentó él.

- ¿Ah sí? Qué raro, siempre vivimos en un pueblo pequeño -Dije.

-Estas a prueba Katrina, bienvenida -Afirmó serio.

  Una felicidad se apoderó de mí, tenía ganas de saltar de mi lugar y abrazarlo fuerte en forma de agradecimiento pero sabía que no era lo correcto, aquí seguramente no se les acostumbraba hacer eso.

-Se lo agradezco de corazón -Agradecí.

-Samuel te mostrará tu cuarto y tu uniforme -Dijo el señor e hizo una pausa- Te mostrará la casa, tus elementos de trabajo y lo que necesitas saber.

  Agaché mi cabeza saludando cortésmente, seguí a aquel mayordomo de la mansión a una habitación un tanto escondida detrás de unas máquinas extrañas donde unas muchachas estaban colocando ropa dentro junto con jabón.

-No sé cómo lo has logrado -Comentó Samuel.

- ¿Disculpa? -Pregunté confundida.

-He presenciado entrevistas mucho más largas, de gente con muchísima más experiencia, creo que ya pasaron más de cincuenta entrevistas y has quedado -Agregó Samuel.

- ¿Enserio? -Insistí más sorprendida- La verdad, supongo que fue suerte.

-También traían su currículo de trabajo -Comentó Samuel.

-Curri… qué? -Pregunté.

-Es como una ficha, donde especificas tus estudios y experiencias laborales, además de poner tus datos personales -Contestó Samuel.

  Katrina Domínguez, veinte años, terminé una secundaria pública, no hay mucho que agregar: No tengo teléfono, no tengo tampoco un lugar para vivir aquí, no hay cursos o prácticas profesionales realizadas aunque haya leído tanto como para que sienta que un certificado en verdad no valía la pena tener.

  Samuel volvió a girar y dio un par de pasos más, abrió una puerta roja que daba paso a una habitación pequeña: Una ducha con un inodoro en una habitación extra dentro de la misma, jamás había visto algo así, una cama de una plaza con un muy suave acolchado color beige, una mesa de luz con una lámpara de pie pequeña, también una ventana de cincuenta por veinte centímetros, las paredes eran oscuras aunque no tanto y el piso era bastante claro.

-Es pequeña pero bueno, las demás chicas tienen un espacio un poco más grande. El señor Juan preocupa mucho por sus empleados -Dijo Samuel.

-Disculpa, ¿Podrías decirme el nombre de las personas que viven aquí? -Pregunté amablemente.

-El señor Juan es el dueño, suele levantarse cerca de las siete de la mañana, es con quien hablaste hoy -Dijo Samuel- Él tiene dos hijos, el joven Pablo que pronto estará por aquí ya que ha salido de compras temprano, y la pequeña Samanta que creo estaba jugando por el jardín.

  Estaba concentrada en lo que él decía hasta que alguien lo empujó y tuvo que retroceder un poco. Miré de inmediato y en el piso se encontraba una pequeña niña rubia con su cabello recogido con dos moños, llevaba un vestido en tonos ocre.

- ¡Samanta! -Exclamó Samuel- No deberías correr por acá, te podrías hacer daño.

-Lo siento Samuel, estaba persiguiendo a Daisy -Argumentó Samanta.

-Está bien pequeña -Dijo Samuel.

- ¡Qué no soy pequeña Samuel! -Exclamó un poco molesta Samanta- Pequeño serás tú.

- ¡Eres muy pequeña! -Exclamó riendo Samuel, como un juego.

- ¡Qué no soy pequeña! ¡Soy muy grande porque ya tengo nueve años! -Exclamó Samanta.

- ¡Eres tan pero tan pequeña! -Exclamó Pablo entrando.

- ¡Hermano! -Llamó Samanta y saltó a sus brazos.

-Hija de Lucifer, ¿Qué maldades hiciste en mi ausencia sin esperarme para acompañarte?  -Preguntó bromeando Pablo.

-Muchas -Respondió Samanta.

  Era una chica en verdad preciosa: Su pelo rubio, sus ojos celestes, su lunar pequeño bajo su mejilla izquierda como también tenía el señor Juan. La pequeña compartía los mismos hoyuelos que tenía su hermano Pablo, podía notarse el cariño que se tenían mutuamente. Me transportaban a mi casa nuevamente y me llevaban de alguna forma a volver a estar junto a Patrick.

- ¡Katrina! Qué bueno es verte aquí -Comentó Pablo.

-Gracias, le debo un favor -Contesté.

  Y también le voy a terminar debiendo toda la ayuda que le voy a poder brindar a mi familia gracias a esto, le voy a deber el techo que tengo ahora sobre mi cabeza porque sin preguntar me ofrecieron un lugar donde vivir, que no tenía, le voy deber los platos de comida que voy a poder disfrutar y que rara vez puedo degustar.

  La vida te lleva a apreciar distintos tipos de cosas una vez que te hace pasar hambre, frio y tempestades emocionales a causa de los mismos. Esas eran cosas que no muchos tenían la dicha de agradecer ni de disfrutar.

-Cómo está tu tobillo? -Preguntó amablemente Pablo.

-Muchísimo mejor, muchas gracias por preguntar -Dije.

- ¿Se conocen? -Preguntó Samuel.

-Algo así -Contestó Pablo- Nos encontramos de casualidad ayer por la calle del mercado, luego de que unos delincuentes intentaran robar su bolso.

-Sí -Afirmé- Gracias a Dios tengo todo en mis manos.

-Sí, está lleno de personas malas, debes tener cuidado -Insistió Pablo.

  Continuamos charlando un poco más, dejé las cosas en mi cuarto y ordené mi poca ropa en el armario, me recosté sobre esa suave cama por unos segundos y simplemente sonreí: ¡Logré mi cometido! ¡Conseguí trabajo! Ahora la vida de mi familia por fin podría cambiar, al menos hasta que encontrara a aquel desgraciado de Ignacio Orozco, y lo iba a encontrar aunque eso me llevara toda la vida.

  Era la cama más suave sobre la cual me había recostado en toda mi vida, ¿Acaso todo el mundo trataba de esta manera a los empleados? Daba igual si eran todos o si yo en este momento me convertía en una persona privilegiada por poder estar disfrutando de la suavidad de estas sábanas. A partir de ahora todo sería distinto y tenía más fuerzas que nunca para enfrentar todo lo que viniera por delante.

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