Lilia sonrió durante toda la noche, se rio con los chistes, bebió unas cervezas e incluso dio un discurso agradeciendo el esfuerzo de todos. Y aun así, Mathias Asier sabía que algo andaba mal con ella. Llevaba muchas semanas observándola, las suficientes para saber que toda esa alegría era fingida. Cuando sonreía de verdad se le formaba un hoyuelo en la mejilla, ese no era el caso.
—No creímos que nuestro tímido Mathias se animaría a venir—dijo Sonia de repente.
—Yo sí—dijo Kevin—, pero pensé que se asustaría al vernos y huiría.
Mathias los ignoró, concentrándose en observar solo a John. Tal vez era la primera vez que le prestaba atención
Ese debía ser un trabajo fácil. El Ladrón de Sombras ni siquiera había tenido que seguir a la chica para conocer su horario, se lo habían enviado por correo electrónico. Era un horario predecible, siempre igual. Aburrido. Suspiró, casi le daba pena lo que estaba por hacer. Todos los días la chica dejaba su oficina a las cinco treinta y caminaba media cuadra hasta la cafetería de la esquina, compraba un capuchino grande y se dirigía al estacionamiento atrás del edificio. Se tardaba unos quince minutos y eso era suficiente para él. Había planeado interceptarla cuando se dirigiera al estacionamiento, era lo más sencillo porque ella abandonaba la compañía dos horas antes que el resto de trabajadores, así que el estacionamiento estaría vacío. Solo tenía que asustarla un poco, hacer algo que la hiciera entregarle lo que quería sin poner resistencia.
El Ladrón de Sombras supo que su vida había tomado un rumbo indeseado cuando, por una chica, rompió su tercera regla sagrada. Los problemas comenzaron cuando, esa misma mañana, respondió una llamada telefónica. —Ofrezco 50,000 dólares como primer pago—le había dicho el cliente—, quiero que siga a esa mujer y me informe sobre todos sus movimientos. El Ladrón de Sombras casi se atragantó, pero se obligó a permanecer tranquilo; después de todo, había estado esperando esa llamada. —Felicitaciones por su buen trabajo—agregó la voz horriblemente aguda del cliente—. Le acabamos de enviar el comprobante de su pago por el trabajo anterior. Aunque ese cliente siempre era puntual con sus depósitos, había algo acerca de él que no le terminaba de gustar. Y no era solo
Se miraron a los ojos más tiempo del necesario. El Ladrón de Sombras soltó el brazo de Lilia de golpe y la joven se tambaleó, pero consiguió mantenerse erguida antes de que él pudiera extenderle la mano de nuevo. —Vaya, gracias—dijo ella. Se apartó un rizo rojo de la cara y se acomodó el saco. Lilia observó al hombre que la había ayudado, ella conocía a todas las personas que trabajaban en edificio, pero a él no podía recordarlo. —Eh... no fue nada—dijo el Ladrón de Sombras, bajando la cabeza. La mirada curiosa de la chica lo hizo estremecerse. Confiaba en que no podía reconocerlo como la persona que le había robado el teléfono; sin embargo, que hubiese visto su rostro lo cambiaba todo. —¿Te conoz
Había un hombre sobre el techo de su vecino. En realidad se trataba de una silueta oscura a la distancia y, aun así, tuvo la sensación de que era una persona. Y la estaba mirando a ella. Lilia quiso alejarse de la ventana; sin embargo, sus pies parecían estar clavados al suelo. No podía ser una coincidencia que alguien la mirara desde allá, en medio de la noche. Mantuvo la vista fija en el extraño sobre el techo, obligándose a mostrarse tranquila. Si iba a ser acosada, se encargaría de que la vieran con la cabeza bien en alto. Siempre había sido buena aparentando cosas, podía fingir ser valiente. Trató de distinguir algún rostro, pero la oscuridad apenas le permitió ver nada más que a la figura saltando hacia el tejado de la casa de al lado. Una vez el hombre hubo desaparecido de su campo visual, pudo relajarse. Se frotó las palmas de las manos que le comenzaban a doler por el frío y cayó en cuenta de que
El Ladrón de Sombras se colgó la credencial al rededor del cuello y caminó hacia el interior del edificio. Según el cronograma que Jota le envió, tenía que encontrarse con Lilia en la oficina del último piso a las diez. —Buenos días—el Ladrón de Sombras se acercó a la recepcionista—. S-s-soy Mathias Asier, el as-s-sistente de la señorita Eichner. Ella alzó la mirada de su computadora con el ceño fruncido. Se trataba de una joven con un gesto de inmenso aburrimiento impreso en el rostro y él pensó que se trataba de la clase de persona que le desagradaba. Le mostró su credencial en silencio y dejó que lo recorriera con la mirada. Sin duda, acostumbrarse a los ojos sobre él iba a ser molesto. —La señorita Eichner detesta esperar—comentó la chica.
—Mathias ¿me estás escuchando? El Ladrón de Sombras miró al hombre tendido en el suelo, sin dejar de mantener su teléfono junto a su oreja. —S-sí señorita—dijo—. Digo, Lilia. —¡Entonces respóndeme, por amor a Dios!—exclamó ella, al otro lado de la línea—Sé que tu hora de trabajo ya ha terminado, pero debes decirme dónde dejaste los documentos de Carina Rossi. Observó al hombre con el ceño fruncido y le indicó con un gesto que guardara silencio, que se mantuviese quietecito. —C-c-carina R-rossi—tartamudeó. —Rossi, la actriz italiana que llegó esta mañana—dijo Lilia, exasperada—. Te pedí que dejases los papeles en la oficina de John, pero no los e
Quemaba. El fuego lo consumía todo, le calcinaba la piel. Aun así, sus piernas delgadas y adoloridas no dejaron de moverse, tenía que llegar a ella. Extendió su mano hacia la mujer de cabello rubio, en un intento por alcanzarla, pero, por mucho que corriera, no parecía acercarse. —¡Oye! La mujer agitaba sus brazos incitándolo a seguir. Pero mientras más se adentraba entre las llamas, más le ardían los pies descalzos. Ya no podía. —¡Oye! Hizo un último esfuerzo, aunque no pudiera ver su rostro, quería alcanzarla. Si llegaba a ella, quizás por fin podría saber de quién se trataba. Siguió corriendo. Estaba cerca, tenía que estarlo. —¡Oye!
Mathias Asier se aferró a los bordes del asiento con todas sus fuerzas. Lilia era una buena conductora, prudente, pero no podía evitar sentirse vulnerable a su lado. Detestaba ir en el asiento del copiloto, ni siquiera recordaba la última vez que lo hizo. Aprender a conducir había sido poco menos que una tortura para él, en realidad no le gustaban los autos; sin embargo, una vez le agarró el truco, descubrió que manejar le daba una interesante sensación de estar en control. Algo que no pasaba cuando permitía que otra persona lo llevara. —¿Te sientes mal de nuevo, Mathias?—le preguntó Lilia, mirándolo—. Podemos parar si aún estás mareado. Él estrujó la bolsa de papel con la galleta de chocolate. —Estoy b-b-bien—dijo. Lilia asintió y volvió a concentr