Había un hombre sobre el techo de su vecino. En realidad se trataba de una silueta oscura a la distancia y, aun así, tuvo la sensación de que era una persona. Y la estaba mirando a ella.
Lilia quiso alejarse de la ventana; sin embargo, sus pies parecían estar clavados al suelo. No podía ser una coincidencia que alguien la mirara desde allá, en medio de la noche. Mantuvo la vista fija en el extraño sobre el techo, obligándose a mostrarse tranquila. Si iba a ser acosada, se encargaría de que la vieran con la cabeza bien en alto. Siempre había sido buena aparentando cosas, podía fingir ser valiente. Trató de distinguir algún rostro, pero la oscuridad apenas le permitió ver nada más que a la figura saltando hacia el tejado de la casa de al lado. Una vez el hombre hubo desaparecido de su campo visual, pudo relajarse. Se frotó las palmas de las manos que le comenzaban a doler por el frío y cayó en cuenta de que estaba temblando. Se apoyó en la pared al lado de la ventana y se dejó caer hasta el suelo, de repente sus rodillas eran incapaces de sostenerla. Escondió la cabeza entre las piernas, demasiado agotada como para mantener el cuello erguido.
Permaneció así durante varios minutos, agradeciéndole al universo que esa noche no hubiese nadie en su casa. Habría detestado que su padre la viera en ese penoso estado. Se frotó los ojos llorosos, se le habían llenado de lágrimas que estaba segura pronto se volverían incontrolables. Lilia no quería llorar, se había prometido no mostrar debilidad. Nunca.
Despacio, se puso de pie. Cerró las cortinas de su habitación y salió del cuarto. Se limpió las lágrimas tibias y se dio una palmada en la mejilla, usó más fuerza de la necesaria porque se le enrojeció la piel. Llevaba semanas soportando todo sola y comenzaba a pensar que era demasiado. Necesitaba soluciones.
Y tenía una idea.
Se dirigió a la cocina de la casa, por lo general cocinar la relajaba, pero no creía tener fuerzas ni para levantar un cucharón. Se limitó a abrir un paquete de galletas sin azúcar y masticarlas en silencio. Había sido tan ingenua para creer que, después de hablar, recibiría un par de cartas amenazantes y sus acosadores se olvidarían del asunto; sin embargo, tras encontrar un gato muerto dentro de una caja en la puerta de su departamento, supo que las cosas no serían fáciles. Volvió a la casa de sus padres con la esperanza de que la situación se tranquilizara pronto, pero no hizo más que empeorar. Siguió recibiendo cartas y llamadas en las que una voz computarizada juraba acabar con su vida, hasta que su teléfono celular fue robado cuando salía del trabajo. Había querido dejarlo pasar, no echar más leña al fuego, pero un hombre mirándola desde el techo de su vecino ya era demasiado.
Se obligó a sonreír.
Lilia había escuchado rumores, historias acerca de personas que se encargaban de realizar los trabajos que nadie más quería. Se trataba de recaderos nocturnos, algo así como espías. Jamás habría imaginado que un día necesitaría esa clase de servicios, pero tampoco era estúpida. Cuando, dos semanas antes, decidió hablar en contra del alcalde de la ciudad, tenía muy en claro que no iba a pasar desapercibida.
A los recaderos no podía contratarlos cualquiera, por primera vez en su vida estuvo agradecida de no ser una persona común y corriente. Había preguntado entres los conocidos de su padre, gente importante que había usado esa clase de servicios para el buen funcionamiento de sus empresas o campañas políticas, y conseguido algunos contactos interesantes.
—Yo necesito lo mejor—se dijo.
Se sentó frente al mesón de la cocina y encendió su computadora. Había descartado la mayoría de contactos que le proporcionaron después de escuchar todos los testimonios que pudo conseguir. Ella no necesitaba que entregaran un paquete en secreto o que descubrieran quién era su acosador, al menos no de momento. Lilia quería protección para su vida. Tenía que contratarlo a él.
El Ladrón de Sombras, simplemente Sombra para los clientes usuales, era el mejor de los recaderos. A Lilia no le importaba cuánto tuviera que pagar para contar con sus servicios, lo quería a él. Fue un amigo cercano de su padre quien lo mencionó, lo había contratado para que sacara su hija del país dos años atrás, cuando un grupo opositor al partido político que representaba había amenazado con matarla si no renunciaba a su candidatura como miembro del parlamento.
Le había estado dando vueltas al correo que escribiría desde que le robaron el teléfono en el estacionamiento de su compañía, sin convencerse del todo sobre si debía o no enviarlo. Ahora, con el hombre del techo, estaba segura de que no le quedaba más remedio. Escribió lentamente, borrando y reescribiendo sus palabras, sin estar segura de qué decir exactamente. ¿Qué se le escribe a un recadero nocturno? Estaba pidiéndole un trabajo a largo plazo, casi que hiciera las veces de guardaespaldas.
—El Ladrón de Sombras tiene solo tres reglas que debes saber—le había dicho el amigo de su padre—. Son reglas irrompibles y será lo primero que te explique una vez logres contactarlo.
Un guardaespaldas que no muestra su rostro se le hacía una idea extraña. A Lilia le hubiese gustado preguntarle al amigo de su padre cómo es que había podido escoltar a su hija fuera del país sin que viera su cara, pero tuvo el presentimiento de que no se lo iba a decir. Asumió que la regla del trabajo confidencial aplicaba para ambas partes. Escribió:
Tengo muchas razones para pensar que me quieren muerta. Primero, necesito que resguarde mi vida, debe salvarme de mis acosadores y a cambio yo le pagaré lo que pida. No importa el monto. Después, si logra mantenerme respirando durante un mes, le pagaré el doble de lo pactado inicialmente para atraparlo.
El mensaje era sencillo, directo al grano. Lilia sonrió. Quería al Ladrón de Sombras y no estaba dispuesta a aceptar una negativa de su parte. Cerró su correo electrónico y, ya más tranquila, comenzó a revisar uno por uno los currículos de sus aspirantes a secretarios.
El Ladrón de Sombras se colgó la credencial al rededor del cuello y caminó hacia el interior del edificio. Según el cronograma que Jota le envió, tenía que encontrarse con Lilia en la oficina del último piso a las diez. —Buenos días—el Ladrón de Sombras se acercó a la recepcionista—. S-s-soy Mathias Asier, el as-s-sistente de la señorita Eichner. Ella alzó la mirada de su computadora con el ceño fruncido. Se trataba de una joven con un gesto de inmenso aburrimiento impreso en el rostro y él pensó que se trataba de la clase de persona que le desagradaba. Le mostró su credencial en silencio y dejó que lo recorriera con la mirada. Sin duda, acostumbrarse a los ojos sobre él iba a ser molesto. —La señorita Eichner detesta esperar—comentó la chica.
—Mathias ¿me estás escuchando? El Ladrón de Sombras miró al hombre tendido en el suelo, sin dejar de mantener su teléfono junto a su oreja. —S-sí señorita—dijo—. Digo, Lilia. —¡Entonces respóndeme, por amor a Dios!—exclamó ella, al otro lado de la línea—Sé que tu hora de trabajo ya ha terminado, pero debes decirme dónde dejaste los documentos de Carina Rossi. Observó al hombre con el ceño fruncido y le indicó con un gesto que guardara silencio, que se mantuviese quietecito. —C-c-carina R-rossi—tartamudeó. —Rossi, la actriz italiana que llegó esta mañana—dijo Lilia, exasperada—. Te pedí que dejases los papeles en la oficina de John, pero no los e
Quemaba. El fuego lo consumía todo, le calcinaba la piel. Aun así, sus piernas delgadas y adoloridas no dejaron de moverse, tenía que llegar a ella. Extendió su mano hacia la mujer de cabello rubio, en un intento por alcanzarla, pero, por mucho que corriera, no parecía acercarse. —¡Oye! La mujer agitaba sus brazos incitándolo a seguir. Pero mientras más se adentraba entre las llamas, más le ardían los pies descalzos. Ya no podía. —¡Oye! Hizo un último esfuerzo, aunque no pudiera ver su rostro, quería alcanzarla. Si llegaba a ella, quizás por fin podría saber de quién se trataba. Siguió corriendo. Estaba cerca, tenía que estarlo. —¡Oye!
Mathias Asier se aferró a los bordes del asiento con todas sus fuerzas. Lilia era una buena conductora, prudente, pero no podía evitar sentirse vulnerable a su lado. Detestaba ir en el asiento del copiloto, ni siquiera recordaba la última vez que lo hizo. Aprender a conducir había sido poco menos que una tortura para él, en realidad no le gustaban los autos; sin embargo, una vez le agarró el truco, descubrió que manejar le daba una interesante sensación de estar en control. Algo que no pasaba cuando permitía que otra persona lo llevara. —¿Te sientes mal de nuevo, Mathias?—le preguntó Lilia, mirándolo—. Podemos parar si aún estás mareado. Él estrujó la bolsa de papel con la galleta de chocolate. —Estoy b-b-bien—dijo. Lilia asintió y volvió a concentr
Lilia soltó una exclamación de sorpresa. Se paró a un lado del pasillo y se aseguró de que no hubiese nadie cerca antes de abrir el mensaje que acababa de llegarle. Lo leyó con el corazón en vilo, las manos temblándole.Había aceptado, el Ladrón de Sombras ahora era suyo.Se sonrojó ante ese pensamiento y negó con la cabeza. Apoyó su espalda en la pared y exhaló; por fin, sentía que podía respirar con tranquilidad. Releyó el correo, esta vez con lentitud para no perderse ningún detalle. Él la había llamado estimada señorita y no había querido aceptar todo su dinero, además firmó como Sombra, aunque era la
Lilia había decidido que, mientras pudiese evitarlo, evitaría los zapatos altos. Cuando la asaltaron en el estacionamiento de Wind, ni siquiera había tenido la oportunidad de correr, a sabiendas de que lo único que conseguiría sería romper su tacón. No podía ganar una pelea, pero no pensaba quedarse a pelear. Por eso, aquella noche en la que regresaba de la tienda a seis cuadras de su casa, apenas las señales de alarma se encendieron en su cabeza, se felicitó por estar usando zapatillas y se largó de ahí.En la secundaria, había conseguido correr cien metros en veintitrés segundos. De eso hacía ya muchos años; sin embargo, tuvo la esperanza de ser lo suficientemente veloz para llegar a un lugar transitado, donde no se atrevieran a lastimarla. Usó toda su energía para escapar,
Lilia tomó un pastelillo y se lo llevó a la boca. Ignoró la mirada de reproche de su madre y decidió que lo más sensato era disfrutar los dulces que su amiga Sarah preparaba, sin remordimiento. No era como si comiera golosinas todo el tiempo.—Oye, ¿no crees que ya fueron demasiados?—Mamá, no puedo rechazar estas delicias—replicó—. Ademá, si me pongo gorda, sé que me sacarás rodando.Su madre abrió la boca para quejarse; sin embargo, fue interrumpida por una delicada risa.—Lilia está bien—dijo Sarah—. No seas tan dura, Ariana.Lilia se levantó de un saltó, dejó lo qu
Mathias Asier se despertó de madrugada, con la sensación de que algo malo estaba por suceder. No pudo volver a quedarse dormido después de eso, así que se puso de pie y fue a la cocina de su departamento para beberse un batido de proteínas a modo de desayuno. Poco a poco, el sentimiento pesimista que lo embargaba comenzó a disiparse, bostezó con pesadez y se cambió de ropa.Caminó fuera de su edificio, era antiguo y no tenía elevador, así que bajó los ocho pisos por las escaleras. El lugar era una vieja construcción con un solo habitante, bastante alejado del centro; había un par de fábricas en los alrededores, pero nada digno de ver. El sitio perfecto para alguien que deseaba pasar desapercibido. El edificio le pertenecía en su totalidad, siendo la única herencia que había recibido