Ocho

Mathias Asier se aferró a los bordes del asiento con todas sus fuerzas. Lilia era una buena conductora, prudente, pero no podía evitar sentirse vulnerable a su lado. Detestaba ir en el asiento del copiloto, ni siquiera recordaba la última vez que lo hizo. Aprender a conducir había sido poco menos que una tortura para él, en realidad no le gustaban los autos; sin embargo, una vez le agarró el truco, descubrió que manejar le daba una interesante sensación de estar en control. Algo que no pasaba cuando permitía que otra persona lo llevara. 

—¿Te sientes mal de nuevo, Mathias?—le preguntó Lilia, mirándolo—. Podemos parar si aún estás mareado. 

Él estrujó la bolsa de papel con la galleta de chocolate. 

—Estoy b-b-bien—dijo.

Lilia asintió y volvió a concentr

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