Lilia había decidido que, mientras pudiese evitarlo, evitaría los zapatos altos. Cuando la asaltaron en el estacionamiento de Wind, ni siquiera había tenido la oportunidad de correr, a sabiendas de que lo único que conseguiría sería romper su tacón. No podía ganar una pelea, pero no pensaba quedarse a pelear. Por eso, aquella noche en la que regresaba de la tienda a seis cuadras de su casa, apenas las señales de alarma se encendieron en su cabeza, se felicitó por estar usando zapatillas y se largó de ahí.
En la secundaria, había conseguido correr cien metros en veintitrés segundos. De eso hacía ya muchos años; sin embargo, tuvo la esperanza de ser lo suficientemente veloz para llegar a un lugar transitado, donde no se atrevieran a lastimarla. Usó toda su energía para escapar,
Lilia tomó un pastelillo y se lo llevó a la boca. Ignoró la mirada de reproche de su madre y decidió que lo más sensato era disfrutar los dulces que su amiga Sarah preparaba, sin remordimiento. No era como si comiera golosinas todo el tiempo.—Oye, ¿no crees que ya fueron demasiados?—Mamá, no puedo rechazar estas delicias—replicó—. Ademá, si me pongo gorda, sé que me sacarás rodando.Su madre abrió la boca para quejarse; sin embargo, fue interrumpida por una delicada risa.—Lilia está bien—dijo Sarah—. No seas tan dura, Ariana.Lilia se levantó de un saltó, dejó lo qu
Mathias Asier se despertó de madrugada, con la sensación de que algo malo estaba por suceder. No pudo volver a quedarse dormido después de eso, así que se puso de pie y fue a la cocina de su departamento para beberse un batido de proteínas a modo de desayuno. Poco a poco, el sentimiento pesimista que lo embargaba comenzó a disiparse, bostezó con pesadez y se cambió de ropa.Caminó fuera de su edificio, era antiguo y no tenía elevador, así que bajó los ocho pisos por las escaleras. El lugar era una vieja construcción con un solo habitante, bastante alejado del centro; había un par de fábricas en los alrededores, pero nada digno de ver. El sitio perfecto para alguien que deseaba pasar desapercibido. El edificio le pertenecía en su totalidad, siendo la única herencia que había recibido
Mathias Asier se detuvo delante de enorme puerta de caoba y esperó.“Que te conozca de verdad”. Las palabras de Jota resonaron en sus oídos una y otra vez. Negó con la cabeza. Ya tenía demasiadas cosas en qué pensar, no le interesaba establecer relaciones; sin embargo, cuando la puerta se abrió y Lilia apareció por ella, con el cabello rojo suelto y un vestido que le recordaba a una túnica, sintió una curiosa punzada en el pecho.—¡Hola, Asier!Se tensó.—Eh, h-hola.La chica se cruzó de brazos.—Qué eficiente.<
El Ladrón de Sombras observó el pequeño dije de plata que tenía entre las manos, satisfecho. Se trataba de una brillante media luna con pequeñas piedras de obsidiana incrustadas en ella. Uno de los diminutos puntos negros era, por supuesto, un localizador. Jota había hecho un trabajo magnífico, con el collar en su posesión, ahora solo tenía que pensar en cómo se lo daría a Lilia.No tenía ninguna buena razón como para entregárselo. El Ladrón de Sombras suspiró, guardó el collar en el bolsillo interior de su casaca y se frotó las sienes con cansancio. Aquel viernes, tras una larga semana de organizar papeles, programar reuniones y acompañar a la directora de Wind a eventos espantosamente repletos de gente, decidió que no soportaba esa vida ni un
Mathias Asier dudó antes de entrar al restaurante. A través de la ventana podía ver a los empleados de Wind ya reunidos al rededor de una mesa. Charlaban y parecían estar felices.—Vamos, esto no es peor que has hecho en tu vida—se dijo.Metió su mano en el bolsillo de su casaca y apretó la cajita con el collar para Lilia, como si aferrarse de un objeto le diese valor. Se trataba solo de una cena, no había motivo para sentir tanta ansiedad.Evaluó a sus compañeros en busca de algún rostro que de inspirarse confianza, pero Lilia no había llegado. Ella había tenido una reunión que se extendió más de lo previsto, así que le pidió que se adelantara. Mathias se
Lilia sonrió durante toda la noche, se rio con los chistes, bebió unas cervezas e incluso dio un discurso agradeciendo el esfuerzo de todos. Y aun así, Mathias Asier sabía que algo andaba mal con ella. Llevaba muchas semanas observándola, las suficientes para saber que toda esa alegría era fingida. Cuando sonreía de verdad se le formaba un hoyuelo en la mejilla, ese no era el caso.—No creímos que nuestro tímido Mathias se animaría a venir—dijo Sonia de repente.—Yo sí—dijo Kevin—, pero pensé que se asustaría al vernos y huiría.Mathias los ignoró, concentrándose en observar solo a John. Tal vez era la primera vez que le prestaba atención
Ese debía ser un trabajo fácil. El Ladrón de Sombras ni siquiera había tenido que seguir a la chica para conocer su horario, se lo habían enviado por correo electrónico. Era un horario predecible, siempre igual. Aburrido. Suspiró, casi le daba pena lo que estaba por hacer. Todos los días la chica dejaba su oficina a las cinco treinta y caminaba media cuadra hasta la cafetería de la esquina, compraba un capuchino grande y se dirigía al estacionamiento atrás del edificio. Se tardaba unos quince minutos y eso era suficiente para él. Había planeado interceptarla cuando se dirigiera al estacionamiento, era lo más sencillo porque ella abandonaba la compañía dos horas antes que el resto de trabajadores, así que el estacionamiento estaría vacío. Solo tenía que asustarla un poco, hacer algo que la hiciera entregarle lo que quería sin poner resistencia.
El Ladrón de Sombras supo que su vida había tomado un rumbo indeseado cuando, por una chica, rompió su tercera regla sagrada. Los problemas comenzaron cuando, esa misma mañana, respondió una llamada telefónica. —Ofrezco 50,000 dólares como primer pago—le había dicho el cliente—, quiero que siga a esa mujer y me informe sobre todos sus movimientos. El Ladrón de Sombras casi se atragantó, pero se obligó a permanecer tranquilo; después de todo, había estado esperando esa llamada. —Felicitaciones por su buen trabajo—agregó la voz horriblemente aguda del cliente—. Le acabamos de enviar el comprobante de su pago por el trabajo anterior. Aunque ese cliente siempre era puntual con sus depósitos, había algo acerca de él que no le terminaba de gustar. Y no era solo