Se miraron a los ojos más tiempo del necesario. El Ladrón de Sombras soltó el brazo de Lilia de golpe y la joven se tambaleó, pero consiguió mantenerse erguida antes de que él pudiera extenderle la mano de nuevo.
—Vaya, gracias—dijo ella.
Se apartó un rizo rojo de la cara y se acomodó el saco. Lilia observó al hombre que la había ayudado, ella conocía a todas las personas que trabajaban en edificio, pero a él no podía recordarlo.
—Eh... no fue nada—dijo el Ladrón de Sombras, bajando la cabeza.
La mirada curiosa de la chica lo hizo estremecerse. Confiaba en que no podía reconocerlo como la persona que le había robado el teléfono; sin embargo, que hubiese visto su rostro lo cambiaba todo.
—¿Te conozco?
Él negó con la cabeza.
—No, no lo creo—dijo—, soy nuevo aquí.
—Eso es imposible—replicó John, dando las primeras señales de seguir ahí—, no hemos reclutado a nadie en las últimas semanas.
Lilia miró a su acompañante con disgusto.
—Pero estamos reclutando ahora—le corrigió la chica.
Un secretario. El Ladrón de Sombras se tomó un par de segundos para recorrer el lugar con la mirada. La parte trasera del hotel, la que los huéspedes no veían, era amplia. Cerca de donde estaba podía ver un recibidor con un espacio para la recepcionista, como un golpe de suerte.
—Quería saber si podía postular—dijo rápidamente—, vine a preguntar.
La chica asintió, pero lo evaluó con la mirada como si no le creyera del todo. Se preguntó si era posible que reconociera su mentira; sin embargo, cuando ella le sonrió, decidió continuar con el juego en el que se estaba metiendo.
—Llegó una semana tarde, señor—dijo John.
El Ladrón de Sombras alzó una ceja, no le gustaba su voz nasal y el tono engreído con el que hablaba. Apretó los puños, pero antes de que pudiera pensar en qué responder, fue Lilia quien lo calló con un gesto.
—La recepcionista se llama Claudia—dijo ella—. Entrégale tu currículo y pídele el formulario para rellenar; dile que vas de mi parte.
El Ladrón de Sombras entrecerró los ojos. Lilia ya se había tomado su tiempo para observarlo de pies a cabeza así que tenía que haberse dado cuenta de que no llevaba ningún currículo consigo.
—La señorita debe ser importante aquí—comentó, con fingida ignorancia.
—Afortunadamente para ti, lo soy—dijo Lilia, sonriendo. Miró el reloj que llevaba en su muñeca y agregó—. Tengo que irme, ¿me sigues, John?
Lilia presionó el botón de ascensor y se despidió del Ladrón de Sombras con la mano. Desde el interior, John lo miró con desprecio. Él se frotó las sienes, todavía turbado por lo que acaba de suceder. Después de sacudirse la sorpresa, salió del edificio. Cuando pasó junto a la recepcionista, quien estaba demasiado distraída como para darse cuenta de que un completo extraño entraba y salía de la compañía a su antojo, consideró pedirle la ficha que había mencionado Lilia; sin embargo, negó con la cabeza y siguió caminando.
La tarde estaba fresca ese día, el invierno llegaría pronto. El Ladrón de Sombras soltó una maldición porque odiaba el frío y porque su sudadera verde no le abrigaba lo suficiente. Estaba de mal humor y no le costaba admitirlo, el encuentro con Lilia le había dado una idea tan terrible como funcional para cumplir con su trabajo. Sacó su teléfono del bolsillo y suspiró. Dudó un momento antes de hacer la llamada, pero terminó marcando.
—Necesito que me crees una identidad falsa.
—Por supuesto, yo estoy para servir a mi señor—dijo una voz ronca al otro de la línea—. Podrías saludar antes de pedir algo, ¿sabes?
El Ladrón de Sombras se sentó en una banca junto a la parada de autobuses, le dolía la cabeza, como si estuviese a punto de explotarle. Tenía pocos contactos en su teléfono, siendo el más importante el de su restaurante de pollo frito preferido; sin embargo, el hombre que acababa de hablarle con ese tono irónico le agradaba más que el resto de la gente que conocía.
—Dijiste que no me fuera con rodeos antes de pedirte algo—replicó—. Hola, Jota.
—Hola, Adrien, adoro escuchar tu voz—dijo Jota—. Una cosa es no irse con rodeos, otra es ser grosero con tus sirvientes. Trata de ser amable, te gustará.
El Ladrón de Sombras se estremeció ante el sonido de su nombre en boca de otra persona, había pasado mucho tiempo desque lo llamaron así. Pensó en que debía llamar a Jota con más frecuencia, aunque fuera solo para saludarlo; era de las pocas personas que conocían su nombre real y quizás oírlo de vez en cuando le haría bien.
—Sé que no eres mi sirviente, lo siento ¿sí?—dijo el Ladrón de Sombras—Pero necesito que me ayudes, eres el único amigo al que le puedo pedir este favor.
—Soy tu único amigo en todo sentido—replicó Jota—¿Qué es lo que necesitas de mí, buen hombre?
La idea del Ladrón de Sombras no era tan estúpida si lo pensaba bien Se la explicó detalle a detalle: Le crearía una identidad falsa y la metería entre los candidatos de Lilia, él se encargaría de que el sistema lo posicionara como la mejor opción, entonces podría vigilarla por un par de semanas hasta descubrir lo que fuera que su cliente deseara que descubriera; después, desaparecería sin dejar rastro.
—No—dijo Jota.
El Ladrón de Sombras frunció el ceño, sin creérselo. Jota podía enojarse con él de vez en cuando, pero, tal y como había dicho, era su único amigo.
—¿Qué dices?
—Que no, Adrien. ¿Es que no te das cuenta?—dijo Jota—Quieres que te meta en Wind.
El Ladrón de Sombras tuvo la sensación de que ese nombre debía de decirle algo, pero no tenía idea de qué. Ante su silencio, Jota continuó hablando, exasperado.
—Quieres ser el asistente de Lilia Eichner—dijo—. Es directora de una de las cadenas hoteleras más importantes del país, y quien estuvo involucrada en un escándalo de acoso a menores hace poco.
El Ladrón de Sombras se estremeció. ¿Era posible que esa bonita chica pelirroja fuese lideresa de una mafia? Pensó en su cliente, ¿a caso lo estaban usando para investigar cosas relacionadas con una red de pedofilia? Le dieron ganas de vomitar, aquello era demasiado, y su dolor de cabeza solo empeoraba las náuseas.
—¿Es una criminal?—murmuró.
—¡Por Dios! ¿En qué mundo paralelo vives, Adrien?—exclamó Jota—Esa chica hizo una denuncia pública sobre el tema, reveló tener información de los líderes de una mafia y que quiere exponerlos. No lo ha hecho, por supuesto, pero está en el ojo público desde entonces.
Adrien se cruzó de brazos y permaneció en silencio. Su segunda regla era mantener los asuntos de sus clientes confidenciales; sin embargo, si se trataba de un criminal quien lo había buscado, las cosas podían complicarse. No necesitaba meterse en un asunto que ya estaba en el ojo público.
—Jota, ayúdame.
—Trato de salvarte de un problema gigante, Adrien—replicó el otro—No sé quién sea tu cliente, pero no puedes meterte en esto, la trata de personas no es un chiste. La estarán vigilando y si algo sale mal, cualquier cosa, tú mismo podrías ser expuesto.
Pero el Ladrón de Sombras solo tenía que vigilarla, no existía manera de que alguien lo reconociera. Había tenido tantos nombres a lo largo de los años que ni él mismo sabía cuál de todas sus identidades era la verdadera. Suspiró.
—¿Por favor?—insistió.
—Adrien...
—Me debes un favor, Jota—dijo—. Quiero cumplir con mi trabajo, pero no soy tan estúpido como para quedarme en esa empresa si las cosas se vuelven peligrosas.
No sabía quién era su cliente ni qué quería, pero el Ladrón de Sombras era el mejor en lo que hacía. Durante los últimos años había perfeccionado su rendimiento físico y mental, se había acostumbrado a existir de noche y dormir de día, no era posible que alguien lo superara. Si Jota no quería ayudarlo como amigo, entonces le haría recordar las veces en que le salvó el pellejo, o cuando, por él, le hizo algo desagradable a una mujer.
—¿Qué nombre falso quieres esta vez? Mathias Smith, Jordan Rivers... tienes de donde elegir.
El Ladrón de Sombras sonrió, el nombre era lo de menos. Pensó en Lilia y en su cabello rojo como la sangre, se mantendría cerca de la princesita durante un tiempo.
—Gracias, Jota.
—Como sea. Trabajaré en tu nueva identidad y en conseguirte ese puesto—dijo él—. Mañana te enviaré tu nuevo horario.
El Ladrón de Sombras pensó en su faro. Estaba cerca de conseguirlo, cada vez más cerca.
—Oye, Sombra—dijo Jota antes de colgar—, si vas a fingir ser un hombre normal, al menos trata de ver un poco de televisión antes. No quiero que piensen que eres un rarito.
Había un hombre sobre el techo de su vecino. En realidad se trataba de una silueta oscura a la distancia y, aun así, tuvo la sensación de que era una persona. Y la estaba mirando a ella. Lilia quiso alejarse de la ventana; sin embargo, sus pies parecían estar clavados al suelo. No podía ser una coincidencia que alguien la mirara desde allá, en medio de la noche. Mantuvo la vista fija en el extraño sobre el techo, obligándose a mostrarse tranquila. Si iba a ser acosada, se encargaría de que la vieran con la cabeza bien en alto. Siempre había sido buena aparentando cosas, podía fingir ser valiente. Trató de distinguir algún rostro, pero la oscuridad apenas le permitió ver nada más que a la figura saltando hacia el tejado de la casa de al lado. Una vez el hombre hubo desaparecido de su campo visual, pudo relajarse. Se frotó las palmas de las manos que le comenzaban a doler por el frío y cayó en cuenta de que
El Ladrón de Sombras se colgó la credencial al rededor del cuello y caminó hacia el interior del edificio. Según el cronograma que Jota le envió, tenía que encontrarse con Lilia en la oficina del último piso a las diez. —Buenos días—el Ladrón de Sombras se acercó a la recepcionista—. S-s-soy Mathias Asier, el as-s-sistente de la señorita Eichner. Ella alzó la mirada de su computadora con el ceño fruncido. Se trataba de una joven con un gesto de inmenso aburrimiento impreso en el rostro y él pensó que se trataba de la clase de persona que le desagradaba. Le mostró su credencial en silencio y dejó que lo recorriera con la mirada. Sin duda, acostumbrarse a los ojos sobre él iba a ser molesto. —La señorita Eichner detesta esperar—comentó la chica.
—Mathias ¿me estás escuchando? El Ladrón de Sombras miró al hombre tendido en el suelo, sin dejar de mantener su teléfono junto a su oreja. —S-sí señorita—dijo—. Digo, Lilia. —¡Entonces respóndeme, por amor a Dios!—exclamó ella, al otro lado de la línea—Sé que tu hora de trabajo ya ha terminado, pero debes decirme dónde dejaste los documentos de Carina Rossi. Observó al hombre con el ceño fruncido y le indicó con un gesto que guardara silencio, que se mantuviese quietecito. —C-c-carina R-rossi—tartamudeó. —Rossi, la actriz italiana que llegó esta mañana—dijo Lilia, exasperada—. Te pedí que dejases los papeles en la oficina de John, pero no los e
Quemaba. El fuego lo consumía todo, le calcinaba la piel. Aun así, sus piernas delgadas y adoloridas no dejaron de moverse, tenía que llegar a ella. Extendió su mano hacia la mujer de cabello rubio, en un intento por alcanzarla, pero, por mucho que corriera, no parecía acercarse. —¡Oye! La mujer agitaba sus brazos incitándolo a seguir. Pero mientras más se adentraba entre las llamas, más le ardían los pies descalzos. Ya no podía. —¡Oye! Hizo un último esfuerzo, aunque no pudiera ver su rostro, quería alcanzarla. Si llegaba a ella, quizás por fin podría saber de quién se trataba. Siguió corriendo. Estaba cerca, tenía que estarlo. —¡Oye!
Mathias Asier se aferró a los bordes del asiento con todas sus fuerzas. Lilia era una buena conductora, prudente, pero no podía evitar sentirse vulnerable a su lado. Detestaba ir en el asiento del copiloto, ni siquiera recordaba la última vez que lo hizo. Aprender a conducir había sido poco menos que una tortura para él, en realidad no le gustaban los autos; sin embargo, una vez le agarró el truco, descubrió que manejar le daba una interesante sensación de estar en control. Algo que no pasaba cuando permitía que otra persona lo llevara. —¿Te sientes mal de nuevo, Mathias?—le preguntó Lilia, mirándolo—. Podemos parar si aún estás mareado. Él estrujó la bolsa de papel con la galleta de chocolate. —Estoy b-b-bien—dijo. Lilia asintió y volvió a concentr
Lilia soltó una exclamación de sorpresa. Se paró a un lado del pasillo y se aseguró de que no hubiese nadie cerca antes de abrir el mensaje que acababa de llegarle. Lo leyó con el corazón en vilo, las manos temblándole.Había aceptado, el Ladrón de Sombras ahora era suyo.Se sonrojó ante ese pensamiento y negó con la cabeza. Apoyó su espalda en la pared y exhaló; por fin, sentía que podía respirar con tranquilidad. Releyó el correo, esta vez con lentitud para no perderse ningún detalle. Él la había llamado estimada señorita y no había querido aceptar todo su dinero, además firmó como Sombra, aunque era la
Lilia había decidido que, mientras pudiese evitarlo, evitaría los zapatos altos. Cuando la asaltaron en el estacionamiento de Wind, ni siquiera había tenido la oportunidad de correr, a sabiendas de que lo único que conseguiría sería romper su tacón. No podía ganar una pelea, pero no pensaba quedarse a pelear. Por eso, aquella noche en la que regresaba de la tienda a seis cuadras de su casa, apenas las señales de alarma se encendieron en su cabeza, se felicitó por estar usando zapatillas y se largó de ahí.En la secundaria, había conseguido correr cien metros en veintitrés segundos. De eso hacía ya muchos años; sin embargo, tuvo la esperanza de ser lo suficientemente veloz para llegar a un lugar transitado, donde no se atrevieran a lastimarla. Usó toda su energía para escapar,
Lilia tomó un pastelillo y se lo llevó a la boca. Ignoró la mirada de reproche de su madre y decidió que lo más sensato era disfrutar los dulces que su amiga Sarah preparaba, sin remordimiento. No era como si comiera golosinas todo el tiempo.—Oye, ¿no crees que ya fueron demasiados?—Mamá, no puedo rechazar estas delicias—replicó—. Ademá, si me pongo gorda, sé que me sacarás rodando.Su madre abrió la boca para quejarse; sin embargo, fue interrumpida por una delicada risa.—Lilia está bien—dijo Sarah—. No seas tan dura, Ariana.Lilia se levantó de un saltó, dejó lo qu