El Ladrón de Sombras se colgó la credencial al rededor del cuello y caminó hacia el interior del edificio. Según el cronograma que Jota le envió, tenía que encontrarse con Lilia en la oficina del último piso a las diez.
—Buenos días—el Ladrón de Sombras se acercó a la recepcionista—. S-s-soy Mathias Asier, el as-s-sistente de la señorita Eichner.
Ella alzó la mirada de su computadora con el ceño fruncido. Se trataba de una joven con un gesto de inmenso aburrimiento impreso en el rostro y él pensó que se trataba de la clase de persona que le desagradaba. Le mostró su credencial en silencio y dejó que lo recorriera con la mirada. Sin duda, acostumbrarse a los ojos sobre él iba a ser molesto.
—La señorita Eichner detesta esperar—comentó la chica.
—S-sí, muchas gracias.
Todos los empleados de Wind vieron a Mathias Asier apretar los puños y apurar el paso en dirección al ascensor, tropezándose con sus propios pies. No lo conocían en lo absoluto, ni siquiera recordaban haber visto su rostro durante las entrevistas, pero con solo necesitaron verlo una ver para coincidir en que el nuevo secretario era un desastre.
En el último piso del solo había un escritorio vacío delante de una puerta de vidrio, que conducía a una única oficina. Adentro, un hombre discutía acaloradamente con una chica de un cabello rojo. El Ladrón de Sombras permaneció al lado de la entada sin estar seguro de qué hacer, hasta que decidió dar unos golpes suaves en la puerta. Pegó su frente al vidrio y cuando esta se abrió de manera automática, trastabilló hacia el interior.
—¡Oh!
La exclamación le hizo alzar la cabeza, se encontró con los ojos grises de Lilia y se estremeció.
—¿Lo ves John?—preguntó Lilia—Te dije que no iba a faltar a su primer día.
El Ladrón de Sombras dio unos pasos hacia atrás cuando John se le acercó con actitud amenazante. Era un hombre ridículamente alto, casi una cabeza más grande que él. La forma despectiva en la que lo miraba le hizo tener ganas de quitarle ese gesto altanero de la cara de un puñetazo; sin embargo, se mantuvo encorvado y frotó sus manos con nerviosismo.
—Mathias Asier, qué apellido peculiar—dijo John. El Ladrón de Sombras estuvo de acuerdo con él, Jota le había elegido un nombre absurdo—. Bienvenido a bordo.
—G-g-gracias—tartamudeó Mathias—. Lamento la t-tardanza.
Buscó a Lilia con la mirada, pero ella no le estaba prestando atención. Permanecía sentada delante de su escritorio y tenía los ojos fijos en su teléfono celular.
—Debo informarle, Asier—dijo John—, que en esta empresa realizamos un trabajo serio y no permitimos actitudes mediocres como las tardanzas.
Mathias asintió con la cabeza repetidas veces.
—Ese tipo de faltas no son toleradas aquí, no hay excepciones así que...
—John, déjanos solos.
Pese a que la voz de la chica era suave, había un tono de firmeza que le llamó la atención. Se preguntó qué papel tenía John en la empresa, debía de tratarse de alguien importante pues siempre parecía rondar a Lilia; sin embargo, cuando ella dio la orden, John metió las manos en los bolsillos de su saco y salió de la oficina obedientemente.
Mathias Asier esperó alguna indicación, pero como Lilia no parecía estar interesada en hablarle pronto, ahogó una maldición y se mantuvo callado, inseguro de cómo dirigirse a ella.
—Asier tiene un significado muy bonito.
—¿D-disculpe?—tartamudeó él, confundido.
Por fin, Lilia le sonrió.
—¿Sabías que significa principio? Me gusta conocer esos detalles, cosas como los significados de los nombres—dijo—. Por favor, toma asiento.
Mathias obedeció. Lilia dejó su teléfono a un lado y apoyó sus brazos sobre el escritorio. El Ladrón de Sombras descubrió con sorpresa que la manera en la que Lilia Eichner actuaba le resultaba agradable. Se movía y hablaba con seguridad, como alguien que está en control.
—P-p-perdón por haber t-tardado—dijo Mathias—. No va a volver a pasar.
—Eres el chico que me sostuve el otro día, cuando tropecé, ¿verdad?
Él asintió.
—No recuerdo que tartamudearas.
El Ladrón de Sombras abrió mucho los ojos, sorprendido ante la honestidad. Él nunca había tenido un trabajo como aquel; sin embargo, no creía que fuera la clase de conversación que tienen la directora de una compañía y su asistente en su primer encuentro. Era demasiado directa.
—Ah, eso—dijo—. No, es que... solo cuando estoy nervioso. Nervioso, eso es.
—Tienes una actitud diferente a lo que recordaba, la primera vez que te vi creí que golpearías a John en la cara—ella sonrió como si la idea le gustara.
Lilia contuvo un suspiro. El tipo en frente de ella, encogido en su asiento, tenía una apariencia casi patética. Aún con su ropa impecable, había algo en él que no la convencía. En su encuentro anterior había notado astucia en sus ojos, que se movían de un lado a otro observándolo todo con rapidez, pero cualquier rastro de ella había desaparecido.
Decidió contratarlo apenas vio su currículo en la base de datos de la empresa, aunque no lo había entrevistado personalmente. Si bien su principal intención no era otra que molestar un poco a John, el candidato le resultó interesante. Mathias Asier tenía un grado en administración con una especialidad en recursos humanos, todo en la mejor universidad del país. Tenía poca experiencia laboral, pero había adjuntado una carta de recomendación de su antiguo empleador.
—En fin, no te sientas nervioso conmigo—agregó Lilia, poniéndose de pie—. Vamos, ahora debo indicarte tus funciones.
—Eh, sí señorita Eichner.
Mathias Asier se puso de pie también. Dejó que la chica le mostrara su escritorio fuera de la oficina y le hablara del tipo de ayuda que requería cada día, pero sin escucharla realmente. Su mente estaba muy lejos de las explicaciones.
—Como puedes ver, lo más importante es que estés atento a mi agenda y el papeleo, no será muy difícil, puesto que estarás a mi lado la mayor parte del tiempo.
—Sí, señorita.
—Llámame Lilia, las formalidades no son lo mío.
La chica siguió hablando acerca de la importancia de su trabajo, pero lo hacía tan deprisa que a él se le complicaba seguir el hilo de sus palabras. No estaba acostumbrado a conversar y no se molestó en intentarlo. Puso los ojos en blanco, la energía desbordante de esa muchacha comenzaba a marearlo.
Y es que eso era Lilia, una muchacha que no podía tener más de veinticinco años. Él no sabía nada acerca del mundo hotelero, pero si lo que Jota le había dicho era cierto y Wind era la cadena más importante del país, le parecía ridículo que sea chiquilla dispersa fuese la directora. El orgullo con el que ella se expresaba de su compañía resultaba encantador, incluso divertido, pero no estaba seguro de que eso fuera suficiente para ser la jefa de cientos de empleados. Si bien la forma en el que se dirigiera una empresa no era asunto suyo, se preguntó si fue su actitud vivaz la que la había metido en problemas.
—Hay dos cosas muy importantes que debes saber, Mathias.
El Ladrón de Sombras la miró y tuvo un mal presentimiento.
—Si alguien te da una orden, ignórala—dijo ella—. Solo recibirás indicaciones de mi parte, ¿lo entiendes?
Él asintió, sorprendido.
—Quiero a alguien que sea solo para mí—explicó—. No seguirás órdenes de nadie que no sea yo, bajo ninguna circunstancia.
Un escalofrío recorrió la espalda del Ladrón de Sombras. Una pregunta fugaz se cruzó por su mente: ¿Era posible que Lilia conociese su identidad? ¿El verdadero motivo por el que estaba ahí? Aquello parecía una advertencia. Ella era evidentemente astuta, pero no creía que lo hubiese descubierto en la media hora que llevaban conversando.
—Lo que me lleva al siguiente punto—continuó diciendo—. Me están siguiendo y sé que mi vida está en juego.
—¿S-s-se refiere a m-m-morir?—balbuceó.
Lilia asintió. El Ladrón de Sombras no recordaba haber hecho nada lo suficientemente espantoso como para que la chica pensara que quería matarla. Le había robado su teléfono, pero fue cuidadoso en no lastimarla. La había espiado por la noche, pero no era un asesino. Se estremeció, sintiéndose estúpido. A veces incluso él mismo se sorprendía de lo retorcida que era su mente, olvidaba que su comportamiento le habría parecido el de un psicópata a cualquier otra persona.
—Ya pedí ayuda, pero aún no he recibido una respuesta—dijo Lilia—. Hay riesgos en trabajar conmigo.
El recuerdo del correo que el Ladrón de Sombras había recibido, e ignorado a consciencia, le golpeó la mente.
—Si te parece demasiado, puedes renunciar.
El Ladrón de Sombras trató de relajar su expresión, rogando que ella no se diera cuenta de lo aterrado que estaba.
—¿N-n-no debería llamar a la policía?—sugirió—. Si la persona que buscó no puede ayudarla.
—Soy una persona muy persistente—rio ella, pero luego suspiró—¿Te quedarás conmigo?
El tímido Mathias Asier no dijo nada, aunque sabía que la respuesta era sí.
—Mathias ¿me estás escuchando? El Ladrón de Sombras miró al hombre tendido en el suelo, sin dejar de mantener su teléfono junto a su oreja. —S-sí señorita—dijo—. Digo, Lilia. —¡Entonces respóndeme, por amor a Dios!—exclamó ella, al otro lado de la línea—Sé que tu hora de trabajo ya ha terminado, pero debes decirme dónde dejaste los documentos de Carina Rossi. Observó al hombre con el ceño fruncido y le indicó con un gesto que guardara silencio, que se mantuviese quietecito. —C-c-carina R-rossi—tartamudeó. —Rossi, la actriz italiana que llegó esta mañana—dijo Lilia, exasperada—. Te pedí que dejases los papeles en la oficina de John, pero no los e
Quemaba. El fuego lo consumía todo, le calcinaba la piel. Aun así, sus piernas delgadas y adoloridas no dejaron de moverse, tenía que llegar a ella. Extendió su mano hacia la mujer de cabello rubio, en un intento por alcanzarla, pero, por mucho que corriera, no parecía acercarse. —¡Oye! La mujer agitaba sus brazos incitándolo a seguir. Pero mientras más se adentraba entre las llamas, más le ardían los pies descalzos. Ya no podía. —¡Oye! Hizo un último esfuerzo, aunque no pudiera ver su rostro, quería alcanzarla. Si llegaba a ella, quizás por fin podría saber de quién se trataba. Siguió corriendo. Estaba cerca, tenía que estarlo. —¡Oye!
Mathias Asier se aferró a los bordes del asiento con todas sus fuerzas. Lilia era una buena conductora, prudente, pero no podía evitar sentirse vulnerable a su lado. Detestaba ir en el asiento del copiloto, ni siquiera recordaba la última vez que lo hizo. Aprender a conducir había sido poco menos que una tortura para él, en realidad no le gustaban los autos; sin embargo, una vez le agarró el truco, descubrió que manejar le daba una interesante sensación de estar en control. Algo que no pasaba cuando permitía que otra persona lo llevara. —¿Te sientes mal de nuevo, Mathias?—le preguntó Lilia, mirándolo—. Podemos parar si aún estás mareado. Él estrujó la bolsa de papel con la galleta de chocolate. —Estoy b-b-bien—dijo. Lilia asintió y volvió a concentr
Lilia soltó una exclamación de sorpresa. Se paró a un lado del pasillo y se aseguró de que no hubiese nadie cerca antes de abrir el mensaje que acababa de llegarle. Lo leyó con el corazón en vilo, las manos temblándole.Había aceptado, el Ladrón de Sombras ahora era suyo.Se sonrojó ante ese pensamiento y negó con la cabeza. Apoyó su espalda en la pared y exhaló; por fin, sentía que podía respirar con tranquilidad. Releyó el correo, esta vez con lentitud para no perderse ningún detalle. Él la había llamado estimada señorita y no había querido aceptar todo su dinero, además firmó como Sombra, aunque era la
Lilia había decidido que, mientras pudiese evitarlo, evitaría los zapatos altos. Cuando la asaltaron en el estacionamiento de Wind, ni siquiera había tenido la oportunidad de correr, a sabiendas de que lo único que conseguiría sería romper su tacón. No podía ganar una pelea, pero no pensaba quedarse a pelear. Por eso, aquella noche en la que regresaba de la tienda a seis cuadras de su casa, apenas las señales de alarma se encendieron en su cabeza, se felicitó por estar usando zapatillas y se largó de ahí.En la secundaria, había conseguido correr cien metros en veintitrés segundos. De eso hacía ya muchos años; sin embargo, tuvo la esperanza de ser lo suficientemente veloz para llegar a un lugar transitado, donde no se atrevieran a lastimarla. Usó toda su energía para escapar,
Lilia tomó un pastelillo y se lo llevó a la boca. Ignoró la mirada de reproche de su madre y decidió que lo más sensato era disfrutar los dulces que su amiga Sarah preparaba, sin remordimiento. No era como si comiera golosinas todo el tiempo.—Oye, ¿no crees que ya fueron demasiados?—Mamá, no puedo rechazar estas delicias—replicó—. Ademá, si me pongo gorda, sé que me sacarás rodando.Su madre abrió la boca para quejarse; sin embargo, fue interrumpida por una delicada risa.—Lilia está bien—dijo Sarah—. No seas tan dura, Ariana.Lilia se levantó de un saltó, dejó lo qu
Mathias Asier se despertó de madrugada, con la sensación de que algo malo estaba por suceder. No pudo volver a quedarse dormido después de eso, así que se puso de pie y fue a la cocina de su departamento para beberse un batido de proteínas a modo de desayuno. Poco a poco, el sentimiento pesimista que lo embargaba comenzó a disiparse, bostezó con pesadez y se cambió de ropa.Caminó fuera de su edificio, era antiguo y no tenía elevador, así que bajó los ocho pisos por las escaleras. El lugar era una vieja construcción con un solo habitante, bastante alejado del centro; había un par de fábricas en los alrededores, pero nada digno de ver. El sitio perfecto para alguien que deseaba pasar desapercibido. El edificio le pertenecía en su totalidad, siendo la única herencia que había recibido
Mathias Asier se detuvo delante de enorme puerta de caoba y esperó.“Que te conozca de verdad”. Las palabras de Jota resonaron en sus oídos una y otra vez. Negó con la cabeza. Ya tenía demasiadas cosas en qué pensar, no le interesaba establecer relaciones; sin embargo, cuando la puerta se abrió y Lilia apareció por ella, con el cabello rojo suelto y un vestido que le recordaba a una túnica, sintió una curiosa punzada en el pecho.—¡Hola, Asier!Se tensó.—Eh, h-hola.La chica se cruzó de brazos.—Qué eficiente.<