Seis

—Mathias ¿me estás escuchando? 

El Ladrón de Sombras miró al hombre tendido en el suelo, sin dejar de mantener su teléfono junto a su oreja. 

—S-sí señorita—dijo—. Digo, Lilia. 

—¡Entonces respóndeme, por amor a Dios!—exclamó ella, al otro lado de la línea—Sé que tu hora de trabajo ya ha terminado, pero debes decirme dónde dejaste los documentos de Carina Rossi. 

Observó al hombre con el ceño fruncido y le indicó con un gesto que guardara silencio, que se mantuviese quietecito. 

—C-c-carina R-rossi—tartamudeó.

—Rossi, la actriz italiana que llegó esta mañana—dijo Lilia, exasperada—. Te pedí que dejases los papeles en la oficina de John, pero no los encuentro

El Ladrón de Sombras estaba cansado de ese John, solo le daba problemas. Suspiró, también estaba cansado del hombre que tenía delante. Le pareció que quería incorporarse, así que antes de que siquiera lo intentara, le asestó en una patada en las costillas. 

—Tendrían que estar sobre escritorio—dijo—. Los dejé junto a la computadora, ¿revisaron bien? 

Se puso de cuclillas hasta quedar a la altura del hombre, lo escuchó murmurar que no le hiciera más daño, pero, un así, con la mano libre lo sujetó por el cuello de la camisa y lo arrojó a un lado. 

—Un millón de veces—dijo Lilia—. Los datos de los huéspedes no se comparten, no pueden desaparecer sin más.

En ese cuarto diminuto no había demasiados lugares para esconder cosas valiosas, el Ladrón de Sombras ya había revisado los posibles lugares en los que alguien guardaría su tesoro, sin éxito. La noche no estaba yendo como esperaba. 

—Quizás se perdieron—dijo Mathias Asier tranquilamente. 

Se acercó a un escritorio de madera carcomida por las polillas y lo registró. Nada. No  disfrutaba de golpear a las personas; sin embargo, empezaba a creer que la violencia sería necesaria para hacerlo hablar. Romper un par de costillas o dejarle ambos ojos hinchados, se preguntó cuál de las opciones sería mejor.

—Dios mío—se quejó Lilia—¿Qué le voy a decir a Carina Rossi si su información se filtra? 

Ese John era un dolor de cabeza, lo había visto tomar los documentos antes de salir de la oficina. Ni siquiera le importaba preocupar a Lilia con tal de molestarlo. 

—Yo me encargaré—dijo—. Encontraré los documentos antes de que la señorita Carina Rossi se vaya del hotel. Todo estará listo para el check-out.

—Se irá temprano, antes de que los paparazzi lleguen—dijo—. No puedo pedirte que te encargues de esto, quiero que recuerdes dónde los dejaste para no tener que buscar toda la noche. 

Sin duda, Lilia Eichner era una directora muy extraña. 

—Vuelva a casa y descanse—dijo Mathias Asier—. Resolveré el problema. 

Podía estar jugando al asistente tímido y torpe, pero no dejaría que ese sujeto desagradable se saliera con la suya. 

—¿De verdad? 

—Se oye cansada—comentó, mientras pasaba su mano enguantada por las paredes del cuarto. Si el tesoro no estaba en ningún cajón o estante, a lo mejor y había un compartimiento que había pasado por alto—. Yo me ocupo.

De rato en rato miraba al hombre en el suelo, en un intento por descubrir algo en su rostro inexpresivo. Siguió recorriendo la pared y cuando, finalmente, notó un cambio en sus gestos, se detuvo. Perfecto. Le dio unos golpecitos a esa parte del muro con los nudillos, se sentía diferente. 

—Gracias, Asier—dijo Lilia. 

Ante la mirada horrorizada del hombre en el suelo, le propinó un puñetazo al muro. Ignoró cuando su piel comenzó a palpitar por el golpe e introdujo su mano al interior del agujero. 

—No es problema—dijo—. C-con gusto.

—¿Estás bien?—preguntó la chica—Escucho ruidos raros desde hace rato.

El Ladrón de Sombras sacó el paquete del agujero, satisfecho. El hombre en el suelo se arrastró en dirección a la salida del cuarto. Lo dejó hacer, después de todo, no llegaría muy lejos.

—S-sí, t-t-todo bien—tartamudeó—. V-voy a c-colgar ahora. 

No esperó escuchar su respuesta, guardó el teléfono en el bolsillo de su casaca negra y se acercó al hombre. Lo sostuvo por el cuello de la camisa de nuevo, esta vez manteniéndolo alzado y con la mano libre agitó el paquete delante de su rostro. 

—Podrías haber evitado todo esto si solo me hubieses dicho dónde lo escondías, ¿sabes?—preguntó el Ladrón de Sombras—No es nada personal. 

El hombre escupió hacia un lado, pese a la oscuridad de la habitación, el Ladrón de Sombras vio la saliva mezclada con sangre estrellarse junto a sus pies. 

—¿Qué ha sido esa llamada?—preguntó el hombre, con una sonrisa irónica—Incluso los tipos como tú se derriten cuando hablan con sus perritas. 

El Ladrón de Sombras lo alzó más. 

—Todavía te quedan ganas de bromear, qué maleducado—dijo, fastidiado—. Ya tengo lo que vine a buscar, hasta luego. 

Lo dejó caer al suelo y se dio la vuelta, su cliente estaría complacido. 

—Te voy a encontrar, te mataré a ti y a tu perra. 

El Ladrón de Sombras se detuvo de golpe. Sabía que el hombre hablaba por pura ira, ni siquiera le había visto el rostro. Entendía que estuviese confundido por la forma en que se había desarrollado la inoportuna conversación, pero no entendía el punto de insultar a una mujer que no conocía. Lo miró por encima del hombro, no era más que una rata patética. Retrocedió sobre sus pasos y soltó un suspiro cuando lo vio temblar de terror. 

—¿Por qué la gente cómo tú nunca entiende?—preguntó, se puso a su altura y lo tomó de la mano—. Vamos señor, no siga viviendo de esta manera. No está bien robarle a una anciana viuda, ni tocar a las chicas en la calle. Es usted un viejo muy sucio, cambie por favor. 

Dobló sus dedos con fuerza, los estrujó hasta quebrarlos. Le pareció mejor que romperle las costillas a golpes, con las manos rotas ya no podría lastimar a nadie. El hombre soltó un chillido de dolor, se retorció en el suelo mientras lo maldecía. El Ladrón de Sombras lo dejó ahí, salió del cuartito, decidido a terminar ese trabajo que se había extendido más de lo que esperaba. 

Se quitó el pasamontañas solo cuando estuvo lo suficientemente lejos del lugar y se frotó la nariz, usarlo le daba alergia. Miró la hora en su teléfono y apuró el paso, pronto sería medianoche y todavía le quedaba mucho por hacer. Había dejado su auto estacionado a varios metros de ahí, se sentó frente al volante y cambió sus guantes negros cubiertos con tierra y sangre por unos limpios. Frotó su muñeca adolorida, golpear esa pared con la mano no había sido su mejor idea; sin embargo, al menos le había servido para aumentar el temor del hombre. El Ladrón de Sombras vivía de su reputación, más o menos. 

Arrancó el carro en dirección a la casa de su cliente, al otro lado de la ciudad. La anciana lo había contactado por la mañana, pidiéndole que recuperase para ella las joyas que su difunto marido le había regalado a lo largo de los años. Aunque el Ladrón de Sombras había decidido enfocarse solo en Lilia, creyó que ganar dinero extra por un trabajo tan sencillo no le vendría mal. Se había infiltrado en la casa de la señora esa misma tarde y observado a cada miembro del personal, estaba seguro de que el culpable era el jardinero. Aun cuando la viejita le había llevado vasos de té helado y galletas mientras trabajaba, lo vio guardar una figurilla de cisne hecha de cristal en su mochila antes de salir. El Ladrón de Sombras podía hacer cosas malas, pero aquello era demasiado. No le sorprendió que, mientras lo seguía, acosara a una chica en el bus, frotando su gigantesca mano contra su muslo.

El Ladrón de Sombras se deslizó hacia el interior de la casa de la anciana por una ventana, subió las escaleras hasta la segunda planta y entró en su habitación. La encontró durmiendo profundamente, apretando un papel entre sus manos arrugadas. Curioso, se acercó a ella y descubrió que se trataba de la fotografía de una pareja de viejitos. Sonrió y dejó las joyas recuperadas en la mesa de noche junto a la cama. Caminó hacia la ventana y, complacido por su desempeño, saltó por ella. 

Una vez estuvo dentro de su carro de nuevo, apoyó su cabeza en el respaldar del asiento y cerró los ojos con cansancio, había descubierto que los secretarios hacen mucho trabajo de oficina delante de la computadora y, tras una primera semana, los ojos le ardían. Necesitaba volver a casa y dormir; sin embargo, condujo hacia el edificio de Wind. Le había prometido a Lilia encargarse de la situación, quizás estaba tomándose demasiado en serio su estúpido trabajo como secretario. De cualquier modo, el Ladrón de Sombras tenía que ayudar a Mathias Asier a hacer feliz a su jefa. 

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