Perdiendo el control

Madeleine permanecía sentada, con la espalda recta, pero sus ojos denotaban la tensión que llevaba por dentro. Sus manos estaban entrelazadas sobre su regazo, y aunque intentaba mostrar compostura, yo podía sentir claramente su nerviosismo. Estábamos en el laboratorio de Dorian, un lugar cargado de antiguas energías y aromas extraños. Frascos, hierbas, libros polvorientos… todo allí hablaba de magia.

Dorian analizaba su sangre con una concentración casi ritual. No decía nada, pero su ceño fruncido hablaba por él. Yo di un paso hacia adelante, impaciente.

—¿Qué es lo que ves? —pregunté al fin.

Él levantó la vista y respiró hondo antes de responder.

—Veo restos de una poción mágica. Un hechizo antiguo… casi imperceptible. Se lo fueron suministrando para que su loba no despertara. Querían mantenerla frágil y vulnerable.

Vi cómo los ojos de Madeleine se llenaban de rabia. Apretó los labios, intentando contenerse.

—Esos malditos… —murmuró—. ¿Cómo pude ser tan ciega y no darme cuenta de tod
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