Enzo.El sonido de la camilla deslizándose por el suelo resonaba en la habitación. La chica seguía inconsciente, su rostro cubierto por vendajes, ocultando lo que pronto sería la obra maestra de Dorian. No era Isabella, lo sabía. Pero su imagen… su presencia despertaba en mí emociones que creía enterradas hace mucho tiempo.No podía permitirme tales pensamientos. No podía demostrar debilidad. Durante años, mi reputación como el alfa oscuro se había forjado con sangre, miedo y respeto. No iba a permitir que nada ni nadie la pusiera en duda.Mis pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta abriéndose. Marco, mi beta, entró con su usual semblante serio.—Alfa, hemos averiguado lo que nos pidió sobre la chica.Me giré lentamente, enfrentándolo con una mirada helada.—Habla.—Pertenece a la Manada Luna Roja. Estaba comprometida con el alfa Dante Bellucci.—Desde que encontramos a la joven, algunos de los nuestros se quedaron cerca para vigilar los movimientos de su manada.
Enzo.Los días pasaban, y la joven se recuperaba satisfactoriamente, aunque aún seguía inconsciente.Sabía que sobreviviría.Había demostrado de qué estaba hecha cuando escapó de las garras de la muerte.Pero la espera se estaba volviendo insoportable.Dorian no me había permitido presenciar las curaciones. No quería mostrarme el resultado todavía, y la ansiedad me estaba consumiendo.¿Sería posible volver a ver ese rostro angelical que tantas veces me hizo suspirar?Porque, a pesar de que todo esto era parte de mi plan de venganza… anhelaba volver a ver esa sonrisa.Aunque solo se tratara de un espejismo. De algo que yo mismo provoqué.⸻Esa noche, incapaz de soportarlo más, me dirigí a la habitación donde estaba Madeleine.Al entrar, tomé por sorpresa a Dorian.—Enzo, sabes que no debes estar aquí.—Muéstramela.—Todavía no es tiempo.Mis ojos se entrecerraron.—Maldita sea, hazlo ahora.Dorian suspiró, pero terminó cediendo.—Como quieras. —Me miró con seriedad antes de añadir—: Aú
Madeline. El bisturí temblaba en mis manos, la hoja afilada reflejaba la luz tenue de la habitación mientras la presionaba contra mi propia piel. Un simple movimiento y todo acabaría. No más dolor. No más traiciones. No más pesadillas.Mis latidos eran frenéticos, ahogaban mis pensamientos. No sabía dónde estaba, no entendía nada. ¿Cómo podía confiar en que esto no era otro de los juegos macabros de Freya? Quizá solo estaba alargando mi sufrimiento.Un nudo ardiente se formó en mi garganta cuando una voz firme rompió mi espiral de desesperación.—Entonces les vas a dar el gusto de destruirte por completo.Mi cuerpo se tensó. No esperaba esas palabras.—Finalmente Freya y Dante se saldrán con la suya —continuó con una dureza cortante—. Te salvaste del incendio, pero vas a morir como una cobarde, quitándote la vida porque no tienes las agallas de luchar.Lo miré con furia, con rabia, con dolor.—¡Cállate! —grité, sintiendo mi voz quebrarse.Pero él no se detuvo.—Eso es lo que quieren,
Madeline.El silencio en esta habitación se siente asfixiante.Mis pensamientos han sido un torbellino desde que hablé con Enzo. Sus palabras aún resuenan en mi cabeza, duras y filosas como una daga. Me obligó a ver la realidad de una forma en la que nunca antes lo había hecho. Me obligó a enfrentar el hecho de que aún estoy viva.Pero algo no está bien.Dorian entra a la habitación con su habitual expresión tranquila, aunque algo en su mirada me dice que está evaluando cada uno de mis movimientos.—¿Cómo te sientes hoy? —pregunta con esa voz serena que me ha reconfortado más de una vez.Lo miro con cautela antes de responder.—Mejor. Lo suficiente como para hacer una pregunta —digo, manteniendo la voz firme—. Necesito un espejo.Dorian se tensa, apenas un segundo, pero lo noto.—No es el momento.Frunzo el ceño.—¿Por qué?—Aún estamos realizando curaciones en tu rostro. Cuando estés completamente recuperada, podrás verte.Mi estómago se revuelve. Esa no es una respuesta directa, es
Enzo.La noticia de su escape me golpea como una maldita daga.—¡¿Cómo diablos pasó esto?! —gruño, mirando a mis hombres con furia.Los centinelas bajan la cabeza, temblorosos.—Ella… ella fue rápida, Alfa. Se nos escapó antes de que pudiéramos reaccionar.Aprieto los puños, sintiendo cómo la rabia se instala en mi pecho, pero junto con ella… algo más.Un presentimiento oscuro.Algo no está bien.Un impulso primitivo me oprime el pecho, como si algo dentro de mí me exigiera que la encontrara. Que la protegiera.Mi mandíbula se tensa.¿Será la marca de la Luna?No quiero aceptar la idea, pero cada célula de mi cuerpo me grita que ella está en peligro.—Busquen su rastro —ordeno con voz cortante—. No la quiero fuera de mi vista ni un segundo más.Me interno en el bosque, siguiendo su esencia. Es más fuerte de lo que imaginé, como si su presencia me llamara sin necesidad de verla.Y entonces lo escucho.Risas.Carcajadas perversas que me provocan un escalofrío de furia.Me acerco sigilos
Madeleine estaba casi recuperada. Sus heridas habían sanado, su cuerpo se veía fuerte otra vez y su piel volvía a tener ese brillo natural. Si alguien la viera ahora, jamás imaginaría el estado en el que la encontramos aquella noche. Pero lo que más me perturbaba era su rostro. El rostro de Isabella.Cada vez que la miraba, algo en mi interior se quebraba y, al mismo tiempo, se encendía. Era una tortura constante. Durante el día, me obligaba a mantener la compostura, a recordarme que ella no era Isabella, que era Madeline, una mujer completamente diferente. Pero por la noche, todo cambiaba.Me deslizaba en su habitación en absoluto silencio. No era difícil; sabía que, tras haber estado al borde de la muerte, sus sentidos aún no estaban en su mejor estado. Me quedaba de pie junto a su cama, observándola, sintiendo esa maldita atracción que no podía controlar. Era ella. La misma piel, la misma estructura de su cuerpo, los labios que alguna vez besé con devoción.Me acerqué más, respiran
Madeline.Hoy sería el día más importante de mi vida.El día en que mi destino cambiaría para siempre.Frente al espejo, observé mi reflejo con el corazón latiéndome en el pecho. No podía creer que esa joven que me devolvía la mirada fuera yo.Mi piel parecía más luminosa que nunca, como si el brillo en mis ojos iluminara cada rincón de la habitación. El vestido blanco se ceñía perfectamente a mi figura, con finos bordados que parecían entrelazarse como raíces de plata sobre la tela. Mi cabello caía en una trenza suelta, adornada con pequeñas flores que relucían como estrellas.Era como si en ese momento todo lo malo hubiera quedado atrás. Los miedos, las dudas… nada importaba.Hoy me casaría con Dante.Sentí un nudo en la garganta al pensar en él. El alfa de nuestra manada… fuerte, imponente y protector. Desde que éramos niños había sentido algo especial por él, y aunque nuestras vidas nos habían llevado por caminos distintos, el destino terminó por unirnos.Por fin sería su compañer
Madeline. El sonido de una puerta crujiendo me sacó del letargo en el que estaba sumida. Mi cabeza latía como si me hubieran golpeado con una piedra, y el ardor en mis muñecas me recordaba que seguían atadas.Traté de moverme, pero el entumecimiento me lo impidió. Entonces la vi… Freya estaba de pie frente a mí, con una sonrisa burlona que me heló la sangre.—Vaya… por fin nuestra novia fugitiva despertó —se mofó con tono venenoso.Mi mirada se dirigió a la figura que estaba detrás de ella. Dante. Mi prometido. Mis labios temblaron y mi voz apenas salió.—¿Ustedes…? —balbuceé, incrédula—. ¿Ustedes están detrás de esto?—Por supuesto, estúpida —se burló Freya—. Lo planeamos juntos.El impacto me dejó sin aire.—No… no puede ser —murmuré—. ¿Por qué? ¿Por qué me están haciendo esto? Tú eres mi hermana… Y tú… tú eras el hombre con el que iba a casarme…La sonrisa de Freya se ensanchó con crueldad.—¿Hermana? —espetó con desprecio—. Tú y yo no somos nada. La hija del beta siempre fuiste t