Madeleine estaba casi recuperada. Sus heridas habían sanado, su cuerpo se veía fuerte otra vez y su piel volvía a tener ese brillo natural. Si alguien la viera ahora, jamás imaginaría el estado en el que la encontramos aquella noche. Pero lo que más me perturbaba era su rostro. El rostro de Isabella.Cada vez que la miraba, algo en mi interior se quebraba y, al mismo tiempo, se encendía. Era una tortura constante. Durante el día, me obligaba a mantener la compostura, a recordarme que ella no era Isabella, que era Madeline, una mujer completamente diferente. Pero por la noche, todo cambiaba.Me deslizaba en su habitación en absoluto silencio. No era difícil; sabía que, tras haber estado al borde de la muerte, sus sentidos aún no estaban en su mejor estado. Me quedaba de pie junto a su cama, observándola, sintiendo esa maldita atracción que no podía controlar. Era ella. La misma piel, la misma estructura de su cuerpo, los labios que alguna vez besé con devoción.Me acerqué más, respiran
—¿Que sea tu qué? —pregunté aún con el corazón en la garganta.—Mi Luna —repitió Enzo con esa seguridad que tanto lo caracteriza—. Con todo lo que eso implica.Mi cuerpo se tensó. La propuesta era directa y contundente…—Pero apenas nos conocemos —repliqué—. Un matrimonio… eso es algo serio.—No todos los matrimonios se forman por un vínculo bendecido por la diosa Luna —me dijo sin rodeos—. También existen los compañeros elegidos… y yo te elijo a ti.—Pero nosotros no nos amamos —solté, buscando un punto de cordura en medio de todo aquello.—Por ahora, eso no es importante —contestó, dando un paso hacia mí—. Basta con la atracción que sentimos.Su cercanía me cortó la respiración. Su presencia era abrumadora. Sentía mi piel erizarse por completo.—Yo… —intenté decir algo, cualquier cosa, pero mi voz se quebró.—No es necesario que digas nada —murmuró él, con sus ojos fijos en los míos—. Sé perfectamente que te gusto tanto como tú me gustas a mí. Lo demás vendrá después.Quise replicar
Freya se aferraba al cuerpo sin vida de su madre, con las manos cubiertas de sangre y el rostro deformado por la desesperación.—¿Por qué lo hiciste, mamá? —gritaba entre sollozos—. ¿Por qué tuviste que preferir a ese pusilánime en lugar de tu propia hija? ¡Tú eras lo único que yo tenía!La puerta se abrió de golpe y Dante irrumpió en la habitación, su presencia como una tormenta contenida.—¿Qué fue lo que pasó aquí? —preguntó, escaneando la escena con la mandíbula tensa.—Se suicidó —respondió Freya con la voz quebrada—. Me echó en cara que nosotros habíamos matado al imbécil de Richard… y se quitó la vida. No pudo soportar el dolor. ¡Y todo por tu culpa! ¡Porque fuiste tú quien le quitó la vida!Dante se acercó a ella con paso decidido. La sujetó bruscamente del cabello, obligándola a mirarlo.—¡Ya basta, Freya! Soy tu alfa. Nunca en tu vida se te vuelva a ocurrir hablarme de esa manera.—¡Ni siquiera puedes respetar el dolor que siento por haber perdido a mi madre!—Aquí no hay lu
Nos infiltramos en la manada Luna Roja usando una pócima que Dorian preparó. Esta enmascaraba nuestro olor, haciéndonos pasar como simples lobos. Tratamos de pasar desapercibidos, vigilando cada uno de los movimientos de aquella gente.Lo primero que notamos fueron los funerales que se llevaban a cabo, y grande fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que era la esposa del beta quien se había suicidado. Nada más y nada menos que la madre de Freya. Aquel asunto no parecía una simple fatalidad; al parecer, estaba teñido de algo más que no tardaríamos en averiguar.—Pobre Charlotte, no pudo soportar perder a su compañero.—Richard era un gran beta —decían las lobas en el mercado—. Esa familia ha estado rodeada por la desgracia. Primero la hija, que les salió una zorra; después, al padre lo matan los pícaros, y ahora esto…Pero lo que más me sorprendió fue la revelación de la futura Luna. ¿Quién hubiera imaginado que Freya estuviera enamorada de Dante? Y ahora van a casarse.—Ojalá que tod
Cuando ya emprendíamos la retirada, tomé la decisión de quedarme y les ordené a mis hombres que se marcharan. Necesitaba ver el dolor de ese bastardo con mis propios ojos.Veía cómo todos se desvivían por atenderlo, mientras él se retorcía de dolor. Era tal como quería: que recibiera los impactos sin saber siquiera de dónde provenía todo esto.—¡Quiero que encuentren al infeliz que me hizo esto! ¡Nadie osa entrar a mi territorio sin recibir su castigo! —rugía como un animal acorralado.—Amor, tienes que tranquilizarte —intervino Freya con una teatralidad absurda desde la esquina, sin saber qué hacer.Cuando los médicos terminaron de revisar su pierna, le informaron lo que ya sospechaba.—La flecha estaba envenenada.—¿Va a morir? —preguntó uno de los ancianos con tono preocupado.—No. El veneno no parece ser letal, pero ataca directamente los nervios. Experimentará un dolor agudo durante algún tiempo.—¡Maldita sea! —bramó Dante lleno de impotencia.—¡Todos son unos inútiles! ¿Cómo es
El bosque pasaba borroso a mi alrededor mientras corría sin rumbo fijo, con las lágrimas nublando mi visión y la rabia consumiéndome por dentro. El dolor era tan profundo que apenas podía respirar. No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo, pero no me detendría hasta tener a esa maldita perra frente a mí. Freya. Ella lo había matado. Lo sabía, lo sentía en cada fibra de mi ser.—¡Madeleine! —escuché a lo lejos la voz de Enzo llamándome—. ¡Detente! ¡Escúchame!Pero no podía. No quería. Si me detenía, me rompería por completo. Solo el deseo de venganza mantenía mis pies en movimiento. Debía llegar a la manada Luna Roja. Debía encontrarla. Hacerle pagar.Fue entonces cuando ocurrió.El mundo se me vino abajo en un instante. Una ola de calor me recorrió de pies a cabeza, haciéndome tropezar. Caí de rodillas al suelo, jadeando, con un grito ahogado que se convirtió en un chillido de agonía. Mi espalda se arqueó involuntariamente y un crujido extraño me hizo gritar de nuevo. Era como si mis
Los días pasaban y, aunque el dolor seguía ahí como una sombra adherida a mi pecho, me sentía un poco más fuerte. Cada transformación con Mira se volvía más llevadera, empezaba a entenderla… empezaba a entenderme. Enzo se había vuelto parte de mi rutina, aunque nunca le había pedido que lo hiciera. Estaba ahí, todo el tiempo, pendiente de mí, cuidándome, hablándome con una ternura que no entendía cómo era capaz de ofrecerme siendo el alfa oscuro. Lo había visto ser implacable con todos… menos conmigo.Me costaba comprenderlo. A veces creía que era un juego, una estrategia, que su interés tenía un propósito oculto. Pero luego lo veía, con esos gestos tan sutiles… cuando me arropaba sin decir nada, cuando dejaba flores silvestres en mi ventana, cuando me ofrecía su abrigo sin que yo lo pidiera. Y ahí estaba yo, encerrada en mi habitación la mayoría del tiempo, tratando de procesar mi duelo, tratando de silenciar el vacío que me había dejado la muerte de mi padre.Esa mañana, mientras me
Madeleine permanecía sentada, con la espalda recta, pero sus ojos denotaban la tensión que llevaba por dentro. Sus manos estaban entrelazadas sobre su regazo, y aunque intentaba mostrar compostura, yo podía sentir claramente su nerviosismo. Estábamos en el laboratorio de Dorian, un lugar cargado de antiguas energías y aromas extraños. Frascos, hierbas, libros polvorientos… todo allí hablaba de magia.Dorian analizaba su sangre con una concentración casi ritual. No decía nada, pero su ceño fruncido hablaba por él. Yo di un paso hacia adelante, impaciente.—¿Qué es lo que ves? —pregunté al fin.Él levantó la vista y respiró hondo antes de responder.—Veo restos de una poción mágica. Un hechizo antiguo… casi imperceptible. Se lo fueron suministrando para que su loba no despertara. Querían mantenerla frágil y vulnerable.Vi cómo los ojos de Madeleine se llenaban de rabia. Apretó los labios, intentando contenerse.—Esos malditos… —murmuró—. ¿Cómo pude ser tan ciega y no darme cuenta de tod