Los días pasaban, y los entrenamientos con Madeleine me provocaban un sinfín de emociones. Me resultaba prácticamente imposible tenerla tan cerca y no poder cumplir con todas las fantasías que mis instintos me exigían.Ragnar estaba cada vez más impaciente, y me costaba trabajo mantenerlo bajo control. Ella era tan sensual… pero, a la vez, tan inocente, que me perturbaba de una manera abrumadora. Su rostro era una tentación constante, y su presencia, una prueba diaria de resistencia. El destino me estaba dando la oportunidad de tener a mi primer amor de vuelta, y no pensaba desaprovecharla.Sabía perfectamente que se trataba de otra mujer… pero aun así, ella era mi creación, y los sentimientos que empezaban a surgir dentro de mí crecían de formas que jamás imaginé.Esa mañana, Madeleine llegó tan puntual como siempre. Se veía hermosa con esa ropa de entrenamiento. El conjunto se ajustaba a su cuerpo a la perfección, y su cabello recogido en una trenza dejaba al descubierto su rostro d
El aire en la sala de interrogatorios seguía cargado, como si la oscuridad se hubiera impregnado en cada rincón, incluso después de que el prisionero fue retirado. Permanecí de pie, inmóvil, con la vista fija en la puerta que acababan de cerrar, intentando procesar lo que acababa de hacer. Mi corazón aún latía con fuerza, y aunque sabía que había tomado la decisión correcta, una parte de mí seguía sintiendo un peso extraño… como si una parte de mi alma se hubiera fracturado ligeramente.No fue hasta que sentí la presencia de Enzo acercándose lentamente que logré salir de mi ensimismamiento. No dijo nada al principio. Solo se colocó a mi lado, tan cerca que su calor me envolvió, y su voz baja, profunda, me acarició como un susurro.—Tu venganza no será sencilla, Madeleine —dijo con suavidad, pero con una fuerza que se sentía en el pecho—. Tendrás que enfrentarte a decisiones incluso peores que esta. A momentos donde el dolor, el deber y el instinto lucharán entre sí dentro de ti. Y aun
Lamentablemente, tuvimos que volver a la realidad.Cuando regresamos al castillo, tuve que despedirme por un momento de Madeleine antes de la cena para revisar los pendientes del día con mi beta. Marco me esperaba en el despacho con gesto serio. En sus manos sostenía un sobre sellado con el emblema de la manada Luna Roja. Apenas lo vi, mi rostro se tensó.—¿Qué es? —pregunté.—Según lo que dice aquí, ese bastardo está organizando una fiesta de compromiso.Mi mandíbula se endureció. Apreté los puños con fuerza, conteniendo el impulso de aplastar ese maldito sobre entre mis manos.—Entonces que se preparen… porque el infierno está a punto de comenzar para ellos.—¿Se lo dirá a la señorita Madeleine? —preguntó Marco, con cierta duda en la voz.No quería hacerlo. Había estado bien, fuerte, incluso feliz. Pero esta también era su venganza. No podía dejarla fuera.—Tiene que saberlo. Prepáralo todo, Marco.—Como usted ordene, alfa —respondió antes de salir del despacho.Tomé aire y me dirig
Madeline.Hoy sería el día más importante de mi vida.El día en que mi destino cambiaría para siempre.Frente al espejo, observé mi reflejo con el corazón latiéndome en el pecho. No podía creer que esa joven que me devolvía la mirada fuera yo.Mi piel parecía más luminosa que nunca, como si el brillo en mis ojos iluminara cada rincón de la habitación. El vestido blanco se ceñía perfectamente a mi figura, con finos bordados que parecían entrelazarse como raíces de plata sobre la tela. Mi cabello caía en una trenza suelta, adornada con pequeñas flores que relucían como estrellas.Era como si en ese momento todo lo malo hubiera quedado atrás. Los miedos, las dudas… nada importaba.Hoy me casaría con Dante.Sentí un nudo en la garganta al pensar en él. El alfa de nuestra manada… fuerte, imponente y protector. Desde que éramos niños había sentido algo especial por él, y aunque nuestras vidas nos habían llevado por caminos distintos, el destino terminó por unirnos.Por fin sería su compañer
Madeline. El sonido de una puerta crujiendo me sacó del letargo en el que estaba sumida. Mi cabeza latía como si me hubieran golpeado con una piedra, y el ardor en mis muñecas me recordaba que seguían atadas.Traté de moverme, pero el entumecimiento me lo impidió. Entonces la vi… Freya estaba de pie frente a mí, con una sonrisa burlona que me heló la sangre.—Vaya… por fin nuestra novia fugitiva despertó —se mofó con tono venenoso.Mi mirada se dirigió a la figura que estaba detrás de ella. Dante. Mi prometido. Mis labios temblaron y mi voz apenas salió.—¿Ustedes…? —balbuceé, incrédula—. ¿Ustedes están detrás de esto?—Por supuesto, estúpida —se burló Freya—. Lo planeamos juntos.El impacto me dejó sin aire.—No… no puede ser —murmuré—. ¿Por qué? ¿Por qué me están haciendo esto? Tú eres mi hermana… Y tú… tú eras el hombre con el que iba a casarme…La sonrisa de Freya se ensanchó con crueldad.—¿Hermana? —espetó con desprecio—. Tú y yo no somos nada. La hija del beta siempre fuiste t
Enzo.El aire de la noche me golpeó de frente. Había decidido salir a cazar porque las malditas pesadillas no me dejaban dormir. Se repetían en mi mente cada noche, atormentándome con la misma escena: la noche en que perdí a Isabella. Ella había salido de la manada después de nuestra discusión, y yo, consumido por mi orgullo, no salí a buscarla hasta que ya era demasiado tarde. La encontramos destrozada, violada y muerta. El recuerdo de ese momento me perseguía cada noche, y las pesadillas me atormentaban sin cesar.Desde entonces, mi existencia se convirtió en una guerra. Luché para que mi manada fuera la más poderosa, hasta convertirme en lo que ahora soy: el alfa oscuro. Mi objetivo era claro: vengarme de aquel que me arrebató a Isabella y destrozarlo con mis propias manos.Estaba perdido en mis pensamientos cuando, a lo lejos, vislumbré un fuego hambriento devorándolo todo a su paso. El terror se aferró a mis entrañas como garras afiladas. Otra vida a punto de ser consumida.—¡Mué
Madeline. La maldad de mi hermanastra no tenía límites.Cuando el caos terminó y el fuego consumió lo que una vez fue mi refugio, ella regresó con sus esbirros para asegurarse de que no quedara rastro alguno que evidenciara su culpabilidad. Freya no era una tonta; sabía que si Dante descubría la verdad, si se enteraba de que me había asesinado, iría contra ella con toda su furia. Sus órdenes habían sido claras: solo desterrarme, apartarme de su camino sin derramar sangre. Pero ella nunca acataba las reglas, no cuando podía salirse con la suya.—Limpien todo —ordenó con su tono gélido y autoritario—. Que no quede evidencia de lo que ha pasado aquí.—Así será, mi Luna —respondieron al unísono sus hombres, inclinando la cabeza en señal de respeto.Freya los recorrió con la mirada, su expresión era la de una fiera que ha conseguido su ansiada presa.—Más les vale —advirtió, su voz impregnada de veneno—. Porque si cometen el error de hablar… si a alguno de ustedes se le ocurre abrir la bo
Mi padre luchaba con todas sus fuerzas, tratando de liberarse de las garras de Dante, que lo sujetaban con fiereza. Su cuerpo se sacudía violentamente, intentando zafarse, pero la fuerza del otro era abrumadora. Respiraba con dificultad, su pecho subía y bajaba erráticamente, luchando por llevar aire a sus pulmones.—¡Déjame, maldito! —gruñó, forcejeando con desesperación.Pero Dante no tenía intención de soltarlo. Su rostro estaba desencajado, sus ojos inyectados en sangre reflejaban furia y determinación.—Eres un estorbo… —susurró entre dientes.Y, sin dudarlo, hundió sus garras en la garganta de mi padre.Un chorro de sangre brotó de la herida, empapando sus manos. El cuerpo de mi padre se estremeció antes de caer pesadamente al suelo, con los ojos abiertos, fijos en un punto vacío.Dante respiraba agitadamente, sus manos temblaban mientras observaba el cadáver.—¡Maldita sea! ¿Por qué tuviste que venir aquí? —bramó, con una mezcla de ira y desesperación.Freya, a su lado, observa