Un día prometedor

Un calor abrazador hace que mis ojos se abran. Miro hacia las ventanas y ya está el sol fuera, pero esa no es la razón por la cual siento tanto vapor.

Federico está sobre mí, su piel desnuda acaricia la mía y sus labios juguetean en mi cuello. El movimiento de sus caderas hace que sienta su pene chocando contra mi pelvis.

Él está ansioso, lo conozco ya. Probablemente llevara un rato intentando despertarme.

Sonrío porque de todas las maneras que tiene de darme los buenos días, esta, sin dudas, es mi favorita. Mi interior comienza a humedecerse de inmediato, como respuesta a sus estímulos, así que, para complacerlo y hacerle saber que ya estoy despierta, comienzo a acompasar mis caderas con sus movimientos.

Es tanta la complicidad que tenemos entre nosotros que pareciera que hemos coreografiado cada uno de nuestros movimientos, son tan armoniosos, tan emplazados como los engranajes de un reloj funcionando a la perfección.

Su respiración comienza a acelerarse cada vez más, soltando aire
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