La venganza de Ana.
La venganza de Ana.
Por: Elisagranch
Descubrimiento siniestro.

Es una fría y lluviosa noche en la imponente mansión Worthington. Ana, postrada en su silla de ruedas, observa cómo las gotas de lluvia golpean los cristales de la ventana de su habitación. Es uno de sus pocos pasatiempos favoritos desde que se siente como una prisionera en la mansión. Ella es una mujer de belleza delicada y etérea con un rostro, enmarcado por un hermoso cabello dorado y que posee facciones finas y una mirada serena de ojos color avellana. A pesar de estar confinada a una silla de ruedas, Ana mantiene una postura erguida y una actitud digna. Aunque su constitución es frágil, hay en ella una fortaleza interior que se trasluce a través de su expresión determinada. “Siempre hay espacio para la calma, incluso en los días más oscuros” piensa mirando la lluvia caer, mientras se abraza temblando un poco por el frío que comienza a azotar su piel.

Justo en el momento en que Ana suspira sintiéndose tan sola en esa enorme casa y recordando como en las noches de lluvia su madre entraba a su habitación con una taza humeante de chocolate, entra Sofía, su mucama personal, para sacarla de su nostálgico recuerdo. La joven mucama, entró con una taza de té humeante que de igual modo o parecido saca a Ana una leve pero sincera sonrisa. Al menos alguien en ese perfecto pero frío castillo de oro se interesa en ella.

—Señora, aquí tiene su té de manzanilla. Sé que le ayuda a relajarse antes de dormir—Ana le dedicó una débil sonrisa.

—Gracias, Sofía. Eres muy amable—La mucama se acercó y con cuidado, casi con ternura, ayudó a Ana a beber el té.

—Debe descansar bien, señora. Ha sido un día agotador para usted—Ana asintió, sintiendo cómo el líquido caliente la reconfortaba.

—Sí, ha sido un día muy largo. A veces me siento tan… sola en esta gran casa—Sofía posó su mano sobre la de Ana con gesto compasivo.

—No se preocupe, yo estoy aquí para cuidar de usted. Permítame ayudarla—dice mientras se coloca detrás de la silla para conducirla hasta su cama. Ana se cambia de lugar y recuesta su cabeza de la suave almohada. Con delicadeza, la mucama tomó la manta y cubrió a Ana, quien la miró con gratitud.

—Gracias, Sofía. No sé qué haría sin ti—Sofía esbozó una leve sonrisa.

—Es mi deber, señora. Ahora, descanse. Volveré por la mañana para ayudarla a comenzar el día—Ana asintió y la observó salir de la habitación, llevándose la taza vacía. La joven se quedó sola, escuchando el repiqueteo de la lluvia, sintiéndose reconfortada por la atención y el cuidado de su devota mucama. En poco tiempo se ha quedado dormida.

Ana se removió inquieta en su sueño, mientras las imágenes del terrible accidente donde murieron sus padres y quedó invalida , se reproducían una y otra vez en su mente. Podía ver el auto descontrolado, oír los gritos desesperados de sus padres, el impacto violento que la arrojó al asiento trasero. Un dolor punzante que recorrió su cuerpo cuando recordó la sensación de quedar atrapada, sin poder moverse. Las voces de los socorristas, los sonidos de las sirenas, todo se mezclaba en una pesadilla aterradora que la sacudía hasta lo más profundo. Un jadeo escapó de sus labios y sus ojos se abrieron de golpe, su corazón late con fuerza. Ana se encontró de vuelta en su habitación, sintiendo el sudor frío recorrer su frente. Respiró hondo, tratando de calmar los restos de la horrible pesadilla que la había atormentado. Lucha por no sucumbir al llanto. Necesita un vaso con agua. Entonces miró la mesa auxiliar al lado derecho de su cama y observó la jarra vacía. Sofía cada noche la deja lista por si ella necesita un poco. Pero “tal vez está tan cansada que hoy lo olvidó”. Concluye Ana. Claro, “lidiar con las constantes demandas de una lisiada no debe ser fácil”. Sigue pensando. Mira la campanilla al lado del reloj de mesa y se percata de que es muy tarde para hacer venir a su mucama. Con decisión, se impulsó para levantarse de la cama y cambiarse a la silla de ruedas. Enseguida con su garganta seca y su corazón aún resentido por haber tenido esa terrible pesadilla se dirigió hacia la puerta, dispuesta a enfrentar la oscuridad del pasillo. Aún sentía un ligero temblor recorrerla.

Poco después Ana se dirige por el pasillo hasta el ascensor. Entonces mira luz salir del despacho de su esposo, Pablo. Suspira lentamente sintiendo la impotencia de tenerlo tan cerca y a la vez tan lejos. Dispuesta a seguir de largo hasta el ascensor y no molestarlo pasa por el frente decidida a no dejarse tentar por las ganas de verlo.

Entonces escuchó voces provenientes del estudio acompañadas de risas divertidas. Curiosa, se acercó sigilosamente para tratar de entender lo que pasa.

—¿ Cuando podrás hacer lo que hemos planeado, Pablo?— Es la voz de Sofía. El corazón de Ana se acelera y aturdida cubre sus labios con sus dos manos.

—Pronto mi amor, no podemos cometer errores. No es simplemente matarla y dejar su cuerpo en las afueras por allí tirado como un perro. Tengo que hacer que su muerte parezca accidental y que no haya forma de incriminarnos , así podré heredar toda su fortuna sin ningún problema y después tú y yo nos casaremos—Ana miró por la fina abertura con sus ojos cristalizados y siente un pánico envolver su frágil cuerpo al oír como el hombre en quien debiera confiar concluye su oración y mirar como atrae hacia si a la mucama y la sube al escritorio mientras se prepara para hacerle el amor con ojos lujuriosos. Las lágrimas resbalan por su mejilla. “¿Será esta otra horrible pesadilla?" Se pregunta pellizcando sus brazos para poder despertar. Pero no, es muy real. Es peor que una pesadilla que termina con el despertar del cuerpo. Ana jamás se imaginó que su esposo fuera capaz de semejante traición, que quisiera asesinarla para poder heredar su fortuna y disfrutarla con otra. Fortuna que heredó de su padre y que tanto trabajo le costó. Ana es la heredera de un vasto imperio inmobiliario que incluye edificios históricos, complejos residenciales y terrenos en ubicaciones importantes. Su fortuna supera en números a la de Pablo. Ana tiembla sin control y enseguida se dió cuenta de que estaba en peligro y debía planear con rapidez como escaparse, pero por más aterrada que estuviera, solo podía concentrarse en el terrible dolor que estaba sintiendo justo en ese horrible momento. Apretó con su mano su pecho adolorido mientras un nudo terrible ahogaba su garganta.

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