¿ Cómo se atreve tu amiga a desafiarme?

Aprovechando que Sofía se apartó para hablar por teléfono, Ana, toma la bolsa con los cepillos de dientes. Su corazón late con fuerza, la tensión en el aire es palpable.

—Por favor, guarda muy bien este paquete, Magda —le dice, su voz está temblando ligeramente.

—¿Qué es?— pregunta Magda mirando la bolsa, entonces sube la mirada a su amiga. —¿Cómo estás? Es extraño el comportamiento de esa mujer. ¿Por qué no abrió la puerta? ¿Quién se ha creído? —pregunta con respiración agitada, su preocupación es muy evidente.

—Ya tendremos tiempo de hablar de eso. Pero esto es la prueba de que Pablo es un imbécil y de que siempre me engañó. Estoy segura —dice Ana, con una determinación que oculta su vulnerabilidad. Magda asiente y guarda los cepillos en su bolso, sintiendo la angustia de su amiga. Sofía se acerca nerviosa, su expresión es tensa.

—¿Qué pasa, Sofía? ¿Cómo te has atrevido a desafiarme? Magda es mi amiga. Fue una grosería no abrir la puerta.

—Lo siento, señora, es que es una orden del señor. No desea visitas que la incomoden. Yo solo cumplía sus órdenes —responde la mucama con su voz temblando ante la mirada de Ana. Magda la mira con gesto asombrado, indignada.

—Pero la dueña de esta casa es Ana. Es a ella a quien deberías obedecer. Qué atrevida —dice, observándola de arriba abajo con desdén.

—¿Qué espera, Sofia? ¿Se quedará allí parada todo el tiempo? Traiga café para Magda, es lo mínimo que puede hacer para compensar su falta —ordena, buscando un momento a solas con su amiga. Sofía se retira a regañadientes, sintiendo la tensión en el ambiente.

Ana y Magda se dirigen al recibidor, donde la ansiedad de Ana se intensifica. Respira entrecortado y sus manos se han puesto frías como hielo. Magda aprieta su mano en apoyo.

—Me da muy mala espina esa mujer. A ver, dime, ¿por qué dices que tu marido te ha engañado siempre? Dios mío, Ana, debería llevarte conmigo ya mismo —dice, preocupada, mientras Sofía se acerca con el café, manteniendo una distancia prudente ante la mirada hostil de Ana.

—Parece que eres una prisionera en este castillo. Le ordenaré a Edmundo que te cargue y te suba a mi auto ya mismo —comenta Magda sorprendiendo a Sofía quien está a punto de intervenir desesperada. Pablo no le perdonará que deje escapar a Ana. Magda se levanta. Pero al dirigirse a la puerta, se encuentra con Pablo, que acaba de entrar, su expresión es muy molesta al ver la puerta de entrada en el suelo.

—Magda... ¡Qué sorpresa! No sabía que vendrías a visitarnos —dice , respirando hondo y sonriendo con una frialdad que no pasa desapercibida.

—Hola, querido. Sí, tenía un asunto familiar que atender y me acordé de mi amiga... y claro, de ti, y quise venir —responde Magda, sonriendo de manera forzada. Pablo observa la puerta destrozada con desdén.—No te preocupes, pagaré la restauración. Entiende, no abrían la puerta y me asusté. Creí que Ana estaba sola y había sufrido algún accidente, y me desesperé. Pero me alegro muchísimo de verle bien —dice, mirándola con un gesto compasivo. Pablo las mira con semblante duro y sonríe de un modo que le provoca un escalofrío a Ana.

—Hola, cariño —dice esta sin saber cómo actuar, solo le sale una sonrisa nerviosa, especialmente al notar a los guardaespaldas de Pablo junto a la puerta. Entonces, llenándose de valor se atreve a preguntar:

—¿Por qué no me dejas ver a mis amigos, Pablo? —suelta sin poder contenerse. Magda lo mira expectante, mientras Sofía hace un gesto de desdén. Cree que Pablo dejará salir su postura de alianza con ella. Poniéndola en un lugar importante como espera.

—Nunca pensé que fueras tan controlador con tu esposa, Pablo. ¿Siempre fuiste así o nos engañaste a todos con tu personalidad "agradable" y "gentil"? —pregunta Magda, enfatizando las comillas con sus dedos. La molestia la consume, y su boca suelta lo que su mente está pensando.

—Ambas están muy equivocadas, jamás he dictado tal orden —responde con descaro dejando a Sofía fria, su mirada fulminante hacia ella la hacen quedar impactada, recibe una mirada de Pablo que le indica que se retire de inmediato. Ella hace un gesto infantil y sube las escaleras con prisa para estar con Tom.

Pablo respira hondo, cruzado de brazos, mirando a las dos mujeres.—No sé por qué tanto alboroto. Están exagerando. Ana es libre de hacer lo que quiera.

—Qué bueno que lo aclaras, Pablo. Entonces no te opondrás a que Ana vuelva a la empresa y tome el puesto que le correspondía a su padre —replica Magda, notando cómo el semblante de Pablo palidece. —Aunque Ana ya no puede caminar, está en condiciones de salir a trabajar con la ayuda de otras personas. Es su derecho. Está inválida, no vegetal, por Dios —suelta Magda, observando atentamente cada reacción en Pablo. Él suelta aire, mirando a Magda con desdén.

—No quiero que Ana tenga que hacer trabajos tan pesados y estresantes como dirigir una empresa. Pienso en su bienestar, por eso no le devolveré el puesto. ¿Puedes entender eso, Magda? —pregunta, su voz controlada pero con un trasfondo de ira. Magda sonríe con ironía, disfrutando de su frustración.

—En cualquier caso, estos bienes eran prematrimoniales, que le dieron los padres de Ana. Ella debe administrarlos, es lo que hubieran querido sus padres... Además, Pablo, bien sabemos que... —Ana siente una oleada de ansiedad y su cuerpo tiembla. Interrumpe, notando cómo su esposo comienza a enojarse, sus puños y mandíbula están apretados.

—Cariño, ¿Magda puede quedarse a almorzar? Hace muchísimo tiempo que no nos veíamos y quiero ponerme al día con ella —sugiere Ana, intentando suavizar la situación. Pablo la mira, agitado.

—Claro, puede quedarse. Tampoco es que tengas que pedir permiso —responde, sonriendo a Magda, una sonrisa que eriza a Ana. Teme que Pablo la tome contra su amiga. Tal vez no debió involucrarla en esta situación tan peligrosa. Pablo suelta aire y se dirige a su despacho, dejando un ambiente tenso tras de sí.

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