Gia
Carlo entrelazó su mano con la mía y me llevó bajo su brazo, empujándome contra su pecho como si quisiera protegerme de algo.
Primero, hubo silencio. Luego, y como si todo hubiese sucedido ridículamente rápido, Stella saco una pistola de donde sea que la hubiese tenido guardada y me apuntó directamente la cara. Ahogué un gemido, quedándome absolutamente pasmada, para cuando pude reaccionar, supe darme cuenta de que Carlo también la apuntaba.
Ambos se miraron como si hubiesen estado deseando ese momento desde hace muchísimo rato. El resentimiento de ella se reflejaba en la cruda advertencia de Carlo.
Ni su amiga ni yo, nos esperamos presenciar tal espectáculo.
—Baja el arma… —Ordenó él después de unos segundos de silencio, respiraba de una forma ligeramente pausada.
—¿Piensas di
BellaUna ola de brisa chocó en ese momento con mi cabello que tuve que terminar apartándolo de un tirón de mi cara.—Entonces si te he colmado la paciencia, Sandro, ¿Por qué no me dejas en paz?Negó con la cabeza y soltó una carcajada.Me estremecí y le miré pasmada.—¿Y dejarte ir así de fácil? —Me observó con Ironía y aprovechó mi horror para coger mi muñeca y empujarme contra su pecho—. Vas a ser mía, Bella, así pongas resistencia.—¿Tuya? —Pregunté divertida, esta vez no puse resistencia, tuve toda la intención de que escuchara mis palabras muy de cerca—. Esa idea solo habitará en tu cabeza.—Yo que tú, no estaría tan segura de ello… —Advirtió y cogió un mechón de mi
Carlo—Estás despierto. —Susurró, ya para ese momento, estaba lo suficientemente cerca como para poder mirarla.Había escogido una de mis chaquetas de mezclilla negra para cubrirse del frio por encima de su vestido. Me pareció demasiado tierno ver como las mangas no dejaban ver el final de sus dedos, supuse que para ella la comodidad era más primordial que la elegancia.—No tenía sueño. —Respondí, y aunque había algo de verdad en ello, no tuve el valor de decirle el resto.—El insomnio nunca ha sido un buen consejero. —Sonrió y joder, fue precioso verla hacerlo.—Y yo que soy bastante caprichoso para aceptar consejos, mucho menos de ese tal insomnio. —Bromeé y no me arrepentí porque su sonrisa se ensanchó un poco más.Unas ligeras manchas rojizas se acentuaron sobre sus mejillas cu
BellaNo tuve ni siquiera la mínima intención de despedirme de Sandro cuando detuvo el auto frente a la escalinata de mi casa. Las luces del jardín estaban prendidas cuando llegamos y también lo hicieron las de la entrada. Uno de los guardias de seguridad se aseguró de reconocer los rostros dentro de aquel auto y fue Sandro quien, con un asentimiento de cabeza, hizo que se marchara.—Bella… —Comenzó a decir, calmado y de algún modo apenado, pero ni siquiera permití que formase alguna oración cuando le interrumpí.—Quiero descansar, Sandro, por favor. —Mantuve siempre la vista puesta fuera de la ventana, me negaba a mirarle, sin embargo, escuché como respiraba.—Estoy poniendo mucho de mi parte, Bella, pero tu insistes en cambiarme los ánimos.—No te esfuerces demasiado. —Susurr&eacut
Bella—No es nada… —Pronuncié despacio y pensé demasiado tarde en una respuesta adecuada.El rostro de Bastián había pasado de la excitación al enojo en menos de nada, pero no fue aquello lo que me preocupó, sino que descubriese el trasfondo de todo aquello.—No me digas que nada, por favor. —Gruñó y se aseguró de levantar mi mandíbula para tener la seguridad de cuan profunda era la herida.—Solo ha sido un golpe sin importancia. —Pronuncié apartando la mirada y traje un nuevo mechón de vuelta, creyendo así, que podría ocultar lo que ya era inevitable.Enojado y con una mirada colérica, se apartó dándome la espalda y como si estuviese tratando de contener toda la rabia que sucumbía desde dentro de él, entrelazó sus manos en la parte posterior de su cue
Sebastian—Al grano, Volkov. —Intervine de pronto, llamando por completo su atención—. ¿A qué has venido? Dudo mucho que se trate de una visita de cortesía.—Cuánta razón tienes, Mancini. Me gusta que seas tan directo. —Admitió el muy cabrón, divertido—. Resulta que he tenido una perdida muy grande en Hong Kong.—¿Y eso que tiene que ver con nosotros? —Cuestioné fingiendo no saber de qué carajos estaba hablando.El ruso chasqueó la lengua y levantó el dedo en mi dirección.—Tiene mucho que ver, querido, no nos hagamos los tontos—Alzó las cejas y se acercó a mi—. Esta vez seré bueno. Se disculpan, nos reponen la mercancía y la chica no saldrá herida.De pronto levantó la pantalla de su teléfono y mo
Sebastian—Voy a ser honesto contigo —Miré detenidamente al hombre de seguridad del ruso, estaba atado de brazos junto con uno de los otros esbirros, sus espaldas chocaban—. No vas a salir bien librado de esto, pero depende de ti si lo hacemos rápido o termina siendo doloro.El hombre bajó la cabeza y soltó una maldición en su idioma apretando fuertemente los dientes.Carlo negó con la cabeza en desaprobación y cargó su pistola, apuntó la cabeza del esbirro que le acompañaba en aquella muy penosa situación y disparó sin pensarlo, desparramando sangre por todos lados.—El siguiente serás tú... —Advertí preparándome—. Y créeme, no seré para nada condescendiente.—Calabozo… —Murmuró.Le obligué a levantar la cara con la punta d
GiaEl sol se había puesto hacía ya un par de horas, era el primer amanecer de una primavera que gozaba de un día precioso. Sentí el calor en mis mejillas cuando salí al balcón abrazada a una camisa blanca que conseguí en el armario de Carlo.Carlo… pensé, miré el reloj que se enmarcaba en una de las paredes de su habitación y no pude evitar sentir una ligera punzada en mi vientre.De pronto, escuché la puerta, mi corazón se saltó un latido al reconocer que había llegado, pero supe que no lo había hecho solo al escuchar el sonido de varios pasos.Salí de la habitación y crucé el pasillo que conectaba con la sala, encontrándome con la presencia de Sebastián cargando a Isabella en sus brazos, detrás de ellos también venia Carlo, casi desolado.Contuve un jadeo y por
Carlo Siempre tuve la ligera sospecha de lo que podría llegar a sentir Isabella por Sebastián, lo que no imaginé, fue que el correspondiera a esos sentimientos, pero no iba a ser yo quien juzgara lo que sea que tuvieran. Si, era bastante inesperado saber a mi hermana enamorada de un hombre que, le llevaba unos cuantos años y era el mejor amigo de su hermano. Pero tuve que ver a Sebastián casi perder el raciocinio cuando descubrimos que mi hermana había sido secuestrada por los rusos, no a cualquiera que no estuviese ligado en sangre a ella, reaccionaria del modo en el que él lo hizo. Le quería, y bastaba mirarlos para saber que aquellos sentimientos no serían fácilmente pasajeros. Lo que sentían, iba más allá de sus capacidades y los prejuicios sociales. Me costaba imaginar cuanto tendrían que luchar y si lo que sentían era tan fuerte, a duras penas conseguirían salir bien librados de lo que se les avecinaba. —¿Como e