Bella
—No es nada… —Pronuncié despacio y pensé demasiado tarde en una respuesta adecuada.
El rostro de Bastián había pasado de la excitación al enojo en menos de nada, pero no fue aquello lo que me preocupó, sino que descubriese el trasfondo de todo aquello.
—No me digas que nada, por favor. —Gruñó y se aseguró de levantar mi mandíbula para tener la seguridad de cuan profunda era la herida.
—Solo ha sido un golpe sin importancia. —Pronuncié apartando la mirada y traje un nuevo mechón de vuelta, creyendo así, que podría ocultar lo que ya era inevitable.
Enojado y con una mirada colérica, se apartó dándome la espalda y como si estuviese tratando de contener toda la rabia que sucumbía desde dentro de él, entrelazó sus manos en la parte posterior de su cue
Sebastian—Al grano, Volkov. —Intervine de pronto, llamando por completo su atención—. ¿A qué has venido? Dudo mucho que se trate de una visita de cortesía.—Cuánta razón tienes, Mancini. Me gusta que seas tan directo. —Admitió el muy cabrón, divertido—. Resulta que he tenido una perdida muy grande en Hong Kong.—¿Y eso que tiene que ver con nosotros? —Cuestioné fingiendo no saber de qué carajos estaba hablando.El ruso chasqueó la lengua y levantó el dedo en mi dirección.—Tiene mucho que ver, querido, no nos hagamos los tontos—Alzó las cejas y se acercó a mi—. Esta vez seré bueno. Se disculpan, nos reponen la mercancía y la chica no saldrá herida.De pronto levantó la pantalla de su teléfono y mo
Sebastian—Voy a ser honesto contigo —Miré detenidamente al hombre de seguridad del ruso, estaba atado de brazos junto con uno de los otros esbirros, sus espaldas chocaban—. No vas a salir bien librado de esto, pero depende de ti si lo hacemos rápido o termina siendo doloro.El hombre bajó la cabeza y soltó una maldición en su idioma apretando fuertemente los dientes.Carlo negó con la cabeza en desaprobación y cargó su pistola, apuntó la cabeza del esbirro que le acompañaba en aquella muy penosa situación y disparó sin pensarlo, desparramando sangre por todos lados.—El siguiente serás tú... —Advertí preparándome—. Y créeme, no seré para nada condescendiente.—Calabozo… —Murmuró.Le obligué a levantar la cara con la punta d
GiaEl sol se había puesto hacía ya un par de horas, era el primer amanecer de una primavera que gozaba de un día precioso. Sentí el calor en mis mejillas cuando salí al balcón abrazada a una camisa blanca que conseguí en el armario de Carlo.Carlo… pensé, miré el reloj que se enmarcaba en una de las paredes de su habitación y no pude evitar sentir una ligera punzada en mi vientre.De pronto, escuché la puerta, mi corazón se saltó un latido al reconocer que había llegado, pero supe que no lo había hecho solo al escuchar el sonido de varios pasos.Salí de la habitación y crucé el pasillo que conectaba con la sala, encontrándome con la presencia de Sebastián cargando a Isabella en sus brazos, detrás de ellos también venia Carlo, casi desolado.Contuve un jadeo y por
Carlo Siempre tuve la ligera sospecha de lo que podría llegar a sentir Isabella por Sebastián, lo que no imaginé, fue que el correspondiera a esos sentimientos, pero no iba a ser yo quien juzgara lo que sea que tuvieran. Si, era bastante inesperado saber a mi hermana enamorada de un hombre que, le llevaba unos cuantos años y era el mejor amigo de su hermano. Pero tuve que ver a Sebastián casi perder el raciocinio cuando descubrimos que mi hermana había sido secuestrada por los rusos, no a cualquiera que no estuviese ligado en sangre a ella, reaccionaria del modo en el que él lo hizo. Le quería, y bastaba mirarlos para saber que aquellos sentimientos no serían fácilmente pasajeros. Lo que sentían, iba más allá de sus capacidades y los prejuicios sociales. Me costaba imaginar cuanto tendrían que luchar y si lo que sentían era tan fuerte, a duras penas conseguirían salir bien librados de lo que se les avecinaba. —¿Como e
BellaToda mi existencia había sido una completa mentira.Toda mi existencia se redujo a nada.Miré a mi propio hermano atemorizada, con la esperanza de que desmintiera toda aquella atrocidad que acababa de escupir, sin embargo, no fue así, sus ojos gritaban una jodida y escalofriante verdad.Mafia… pensé, todos mis miedos cobraron forma y me sacudieron con fuerza.Mi familia era parte de una mafia, lo había sido durante generaciones y yo era la única que desconocía aquella verdad. Bastián también lo era, su familia, ¿Qué se supone que seguía después de saberlo?Mis sentimientos no cambiarían por ellos, les amaba, les amaba incluso así, siendo hombres poco honorables, siendo mafia.Temblé y aparté la mirada, Carlo trató de coger mi mano, p
Gia—Solo no la lastimes… —Dije de pronto y los ojos de Sebastián buscaron respuestas a aquel arrebato mío—. Detrás de la mujer inteligente y fuerte que es, sigue existiendo la niña a quien le romperías el corazón si no pones en orden tu vida.—Giovanna… —Entendió perfectamente a que me refería y bajó la cabeza—. Lo sé, pero una parte de mi vida depende de ese compromiso.—Te refieres a la mafia.—Lo sabes… —Pronunció bajito y su mirada se perdió por un instante detrás de mi espalda.Supe entonces que Carlo entraba al balcón cuando sentí su mano colocarse en la curva de mi espalda. Temblé, su tacto siempre se sentía como la primera vez.Se había cambiado de ropa y escogió una camisa blanca de botones que se cernía
SebastianSiempre creí que la primera reacción que tendría Carlo Ferragni al enterarse de mis sentimientos por su hermana, sería una amenaza.No me equivoqué.—Es mi hermana pequeña, Sebastian. —Dijo tranquilo, pero había algo más iracundo detrás de sus palabras—. Acaba de cumplir diecinueve años, joder.—Lo sé… —Suspiré y tomé lugar a su lado, observamos como la noche se cernía sobre el cielo de roma—. Y aunque no voy a justificarme, te juro que traté de evitarlo.—¿Desde cuándo? —Preguntó.—Carlo…—¿Desde cuándo, Sebastian? —Insistió.—Desde su decimonoveno cumpleaños.—Joder… —Negó con la cabeza y me miró directo a los oj
BellaEsa tarde todos los medios televisivos hablaban acerca de las nuevas elecciones. El próximo alcalde de Roma apuntaba ser Alonzo Vitale con la audiencia más sólida. Un candidato ejemplar, especulaban todos.Apagué el televisor al tiempo que mi madre colocaba el vestido que usaría hoy sobre la cama. Ladeé la cabeza y le miré con el entrecejo fruncido.Un muy recatado vestido de colores apagados que su escote me cubriría la espalda y su falta me rozaría el final de las rodillas.—Tengo diecinueve años, mamá. No treinta.—Es un compromiso muy importante para tu padre, querida. Debes estar a la altura. —Se acercó con la mueca de una sonrisa y acarició mi cabello.—Para mi padre. —Concordé—. Pero yo preferiría mantenerme al margen.—Somos una familia unida, de