Gia
El sol se había puesto hacía ya un par de horas, era el primer amanecer de una primavera que gozaba de un día precioso. Sentí el calor en mis mejillas cuando salí al balcón abrazada a una camisa blanca que conseguí en el armario de Carlo.
Carlo… pensé, miré el reloj que se enmarcaba en una de las paredes de su habitación y no pude evitar sentir una ligera punzada en mi vientre.
De pronto, escuché la puerta, mi corazón se saltó un latido al reconocer que había llegado, pero supe que no lo había hecho solo al escuchar el sonido de varios pasos.
Salí de la habitación y crucé el pasillo que conectaba con la sala, encontrándome con la presencia de Sebastián cargando a Isabella en sus brazos, detrás de ellos también venia Carlo, casi desolado.
Contuve un jadeo y por
Carlo Siempre tuve la ligera sospecha de lo que podría llegar a sentir Isabella por Sebastián, lo que no imaginé, fue que el correspondiera a esos sentimientos, pero no iba a ser yo quien juzgara lo que sea que tuvieran. Si, era bastante inesperado saber a mi hermana enamorada de un hombre que, le llevaba unos cuantos años y era el mejor amigo de su hermano. Pero tuve que ver a Sebastián casi perder el raciocinio cuando descubrimos que mi hermana había sido secuestrada por los rusos, no a cualquiera que no estuviese ligado en sangre a ella, reaccionaria del modo en el que él lo hizo. Le quería, y bastaba mirarlos para saber que aquellos sentimientos no serían fácilmente pasajeros. Lo que sentían, iba más allá de sus capacidades y los prejuicios sociales. Me costaba imaginar cuanto tendrían que luchar y si lo que sentían era tan fuerte, a duras penas conseguirían salir bien librados de lo que se les avecinaba. —¿Como e
BellaToda mi existencia había sido una completa mentira.Toda mi existencia se redujo a nada.Miré a mi propio hermano atemorizada, con la esperanza de que desmintiera toda aquella atrocidad que acababa de escupir, sin embargo, no fue así, sus ojos gritaban una jodida y escalofriante verdad.Mafia… pensé, todos mis miedos cobraron forma y me sacudieron con fuerza.Mi familia era parte de una mafia, lo había sido durante generaciones y yo era la única que desconocía aquella verdad. Bastián también lo era, su familia, ¿Qué se supone que seguía después de saberlo?Mis sentimientos no cambiarían por ellos, les amaba, les amaba incluso así, siendo hombres poco honorables, siendo mafia.Temblé y aparté la mirada, Carlo trató de coger mi mano, p
Gia—Solo no la lastimes… —Dije de pronto y los ojos de Sebastián buscaron respuestas a aquel arrebato mío—. Detrás de la mujer inteligente y fuerte que es, sigue existiendo la niña a quien le romperías el corazón si no pones en orden tu vida.—Giovanna… —Entendió perfectamente a que me refería y bajó la cabeza—. Lo sé, pero una parte de mi vida depende de ese compromiso.—Te refieres a la mafia.—Lo sabes… —Pronunció bajito y su mirada se perdió por un instante detrás de mi espalda.Supe entonces que Carlo entraba al balcón cuando sentí su mano colocarse en la curva de mi espalda. Temblé, su tacto siempre se sentía como la primera vez.Se había cambiado de ropa y escogió una camisa blanca de botones que se cernía
SebastianSiempre creí que la primera reacción que tendría Carlo Ferragni al enterarse de mis sentimientos por su hermana, sería una amenaza.No me equivoqué.—Es mi hermana pequeña, Sebastian. —Dijo tranquilo, pero había algo más iracundo detrás de sus palabras—. Acaba de cumplir diecinueve años, joder.—Lo sé… —Suspiré y tomé lugar a su lado, observamos como la noche se cernía sobre el cielo de roma—. Y aunque no voy a justificarme, te juro que traté de evitarlo.—¿Desde cuándo? —Preguntó.—Carlo…—¿Desde cuándo, Sebastian? —Insistió.—Desde su decimonoveno cumpleaños.—Joder… —Negó con la cabeza y me miró directo a los oj
BellaEsa tarde todos los medios televisivos hablaban acerca de las nuevas elecciones. El próximo alcalde de Roma apuntaba ser Alonzo Vitale con la audiencia más sólida. Un candidato ejemplar, especulaban todos.Apagué el televisor al tiempo que mi madre colocaba el vestido que usaría hoy sobre la cama. Ladeé la cabeza y le miré con el entrecejo fruncido.Un muy recatado vestido de colores apagados que su escote me cubriría la espalda y su falta me rozaría el final de las rodillas.—Tengo diecinueve años, mamá. No treinta.—Es un compromiso muy importante para tu padre, querida. Debes estar a la altura. —Se acercó con la mueca de una sonrisa y acarició mi cabello.—Para mi padre. —Concordé—. Pero yo preferiría mantenerme al margen.—Somos una familia unida, de
GiaNi el televisor encendido ni la compañía de Greco fueron suficiente para soportar la ausencia de Carlo. Su presencia se había apoderado de todos mis sentidos de una forma que no me atrevería a pronunciar en voz alta. Su voz me encontraba incluso en mis sueños y su aliento permanecía impregnado en mi piel como la primera vez que le tuve cerca.Apreté los ojos con fuerza e instintivamente me llevé las manos al vientre al tiempo sentía la mirada de Greco sobre mí.—No has probado bocado en toda la tarde, Gia. —Dijo con una preocupación palpable en su voz y no como un recordatorio de que mi plato de había enfriado hace rato.También me sorprendió que usara mi nombre para referirse a mí y no como lo venía haciendo anteriormente. Supongo que estábamos relajándonos un poco en cuanto a la confianza y me gustó. Más cuando escuché a Carlo pedirle que no se me despegara ni un solo segundo mientras él no estaba presente.—¿Alguna vez has estado embarazado y has sentido que un día puedes comer
CarloEra increíble que dos personas pudiesen amarse de un modo en el que mi hermana y Sebastian lo hacían. Casi parecía que aquel amor era invencible, imposible de erradicar.Joder, el amor era un sentimiento que rayaba los límites de la cordura, lo supe cuando sentí la mano de Gia entrelazarse con la mía. Aun no me acostumbraba a esa muestra de afecto, siempre me pareció cursi y la evitaba a toda costa, sin embargo, cuando de trataba de ella, todo parecía valer la pena.Gia había corrompido esa parte de mí que me hacia un hombre de la mafia. Me había vuelto un jodido sentimental.Bella y Sebastian entraron al salón cogidos de la mano. Bastó mirarlos para saber que ellos necesitaban la intimidad de un momento a solas, exclusivamente para ellos.—Carlo… —Susurró al acercarse.—Ve con él, yo me encargo de nuestro padre. —Besé su frente y ella recibió la caricia de mis labios estremeciéndose.—Gracias. —Susurró abrazándome, luego se marchó con Sebastian quien sabe a dónde.Ojala y haya
SebastianTenerle allí, de frente y después de varios meses, resultaba extraño.Joder.Temblé bajo la influencia de una fuerte sacudida y me permití observar a mi mejor amigo durante un par de eufóricos segundos. La impresión de tenerlo a un abrazo de distancia me dejó completamente pasmado.Maldición, era Mauro. Mi compañero, mi cómplice y todo lo que pudiese significar un sentimiento de hermandad como el que sentía por él. ¿Por qué ni siquiera podía moverme?—Joder, compañero. ¿Es que no piensas darle un abrazo a tu mejor amigo? —Se burló abriendo sus palmas y yo reaccioné yendo a por él.—Sigues siendo un jodido grano en el culo, tío. —Le empujé con el hombro y luego volvimos a abrazarnos por un par de segundos. Era increíble que finalmente estuviese abrazándolo.—Y eso fue lo que más extrañaste de mí, guapillo. Sonreí.—¿En qué momento te creció la barba? No luces como el Mauro que envié en un avión a Zúrich.—Muchas cosas pueden suceder en tres meses, amigo. —Dijo, y era algo q