48. Temblores y jadeos

Sebastian

Tenerle allí, de frente y después de varios meses, resultaba extraño.

Joder.

Temblé bajo la influencia de una fuerte sacudida y me permití observar a mi mejor amigo durante un par de eufóricos segundos. La impresión de tenerlo a un abrazo de distancia me dejó completamente pasmado.

Maldición, era Mauro. Mi compañero, mi cómplice y todo lo que pudiese significar un sentimiento de hermandad como el que sentía por él. ¿Por qué ni siquiera podía moverme?

—Joder, compañero. ¿Es que no piensas darle un abrazo a tu mejor amigo? —Se burló abriendo sus palmas y yo reaccioné yendo a por él.

—Sigues siendo un jodido grano en el culo, tío. —Le empujé con el hombro y luego volvimos a abrazarnos por un par de segundos. Era increíble que finalmente estuviese abrazándolo.

—Y eso fue lo que más extrañaste de mí, guapillo.

Sonreí.

—¿En qué momento te creció la barba? No luces como el Mauro que envié en un avión a Zúrich.

—Muchas cosas pueden suceder en tres meses, amigo. —Dijo, y era algo q
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