Bella
Esa tarde todos los medios televisivos hablaban acerca de las nuevas elecciones. El próximo alcalde de Roma apuntaba ser Alonzo Vitale con la audiencia más sólida.
Un candidato ejemplar, especulaban todos.
Apagué el televisor al tiempo que mi madre colocaba el vestido que usaría hoy sobre la cama. Ladeé la cabeza y le miré con el entrecejo fruncido.
Un muy recatado vestido de colores apagados que su escote me cubriría la espalda y su falta me rozaría el final de las rodillas.
—Tengo diecinueve años, mamá. No treinta.
—Es un compromiso muy importante para tu padre, querida. Debes estar a la altura. —Se acercó con la mueca de una sonrisa y acarició mi cabello.
—Para mi padre. —Concordé—. Pero yo preferiría mantenerme al margen.
—Somos una familia unida, de
GiaNi el televisor encendido ni la compañía de Greco fueron suficiente para soportar la ausencia de Carlo. Su presencia se había apoderado de todos mis sentidos de una forma que no me atrevería a pronunciar en voz alta. Su voz me encontraba incluso en mis sueños y su aliento permanecía impregnado en mi piel como la primera vez que le tuve cerca.Apreté los ojos con fuerza e instintivamente me llevé las manos al vientre al tiempo sentía la mirada de Greco sobre mí.—No has probado bocado en toda la tarde, Gia. —Dijo con una preocupación palpable en su voz y no como un recordatorio de que mi plato de había enfriado hace rato.También me sorprendió que usara mi nombre para referirse a mí y no como lo venía haciendo anteriormente. Supongo que estábamos relajándonos un poco en cuanto a la confianza y me gustó. Más cuando escuché a Carlo pedirle que no se me despegara ni un solo segundo mientras él no estaba presente.—¿Alguna vez has estado embarazado y has sentido que un día puedes comer
CarloEra increíble que dos personas pudiesen amarse de un modo en el que mi hermana y Sebastian lo hacían. Casi parecía que aquel amor era invencible, imposible de erradicar.Joder, el amor era un sentimiento que rayaba los límites de la cordura, lo supe cuando sentí la mano de Gia entrelazarse con la mía. Aun no me acostumbraba a esa muestra de afecto, siempre me pareció cursi y la evitaba a toda costa, sin embargo, cuando de trataba de ella, todo parecía valer la pena.Gia había corrompido esa parte de mí que me hacia un hombre de la mafia. Me había vuelto un jodido sentimental.Bella y Sebastian entraron al salón cogidos de la mano. Bastó mirarlos para saber que ellos necesitaban la intimidad de un momento a solas, exclusivamente para ellos.—Carlo… —Susurró al acercarse.—Ve con él, yo me encargo de nuestro padre. —Besé su frente y ella recibió la caricia de mis labios estremeciéndose.—Gracias. —Susurró abrazándome, luego se marchó con Sebastian quien sabe a dónde.Ojala y haya
SebastianTenerle allí, de frente y después de varios meses, resultaba extraño.Joder.Temblé bajo la influencia de una fuerte sacudida y me permití observar a mi mejor amigo durante un par de eufóricos segundos. La impresión de tenerlo a un abrazo de distancia me dejó completamente pasmado.Maldición, era Mauro. Mi compañero, mi cómplice y todo lo que pudiese significar un sentimiento de hermandad como el que sentía por él. ¿Por qué ni siquiera podía moverme?—Joder, compañero. ¿Es que no piensas darle un abrazo a tu mejor amigo? —Se burló abriendo sus palmas y yo reaccioné yendo a por él.—Sigues siendo un jodido grano en el culo, tío. —Le empujé con el hombro y luego volvimos a abrazarnos por un par de segundos. Era increíble que finalmente estuviese abrazándolo.—Y eso fue lo que más extrañaste de mí, guapillo. Sonreí.—¿En qué momento te creció la barba? No luces como el Mauro que envié en un avión a Zúrich.—Muchas cosas pueden suceder en tres meses, amigo. —Dijo, y era algo q
CarloSanta Marinella quedaba a sesenta y dos kilómetros y medio fuera del perímetro de roma, por lo que tuve que conducir alrededor de una hora y no bastó la brisa fría ni la arena de la playa enterrándose en mis pies para conseguir aplacar mis emociones.Miré a mi alrededor mientras avanzaba y descubrí que todos los alrededores estaban cubiertos por al menos una docena de hombres. El acceso se me permitió luego de que uno de los esbirros hiciese una llamada y un instante más tarde ya me encontraba cada vez más cerca de mi hermano.En otra ocasión le hubiese dejado bastante claro que yo no necesitaba ser anunciado, pero mientras pudiese prolongar aquel encuentro, me bastaba.El puente que conectaba con la orilla estaba cubierto de faroles y algunos árboles se mecían ruidosamente, mezclándose con el ruido que provocaban las olas al romper. Avancé, salté algunos troncos viejos y cuando alcé la mirada, el corazón me recordó que ya no había forma de escapar de aquel momento.Mauro y Seba
GiaCuando Greco me dijo esa mañana que debía trasladarme al casino, hice un montón de preguntas que ninguna de ellas obtuvo respuestas. Sin embargo, él solo se limitó a decirme que llevase lo necesario, que aquí, en el departamento rodeado de al menos cinco de los hombres de seguridad de Carlo, no seguía siendo seguro. ¿Por qué el casino si lo era... y de que tendría que estar a salvo?Pronto lo supe…Se escuchó un disparo y luego el inicio del caos.Las ruedas crujieron sobre el pavimento y el auto terminó deslizándose alrededor de la plaza navona. Todo comenzó a suceder en cámara lenta y apenas tuve tiempo de reaccionar cuando Greco me empujó con brusquedad hacia adelante, ocultándome entre los asientos traseros.Aun así, pude apreciar como dos autos nos rodeaban y una docena de hombres de nuestro lado, se preparaba para desenfundar sus armas. Me cubrí los oídos al tiempo que los disparos sonaban e impactaban contra los vidrios blindados, provocándome fuertes sacudidas y quejidos a
Sebastian Uno de mis hombres infiltrados en la seguridad de los Ferragni me informó del enfrentamiento entre Carlo y su padre. También del atentado contra Gia y el forcejeo de Isabella contra los esbirros de Gerónimo por tratar de defender a su hermano. Por suerte, todos estaban bien, aunque suponía que cada uno estaba a punto de perder la cabeza. Las cosas ya se estaban saliendo de control y no había tiempo para perderlo. Debíamos actuar rápido y ser cuidadosos, de lo contrario, no saldríamos ilesos. No si no sabíamos que tan sucio podría estar jugándonos Gerónimo. —Informes. —Pedí a través del auricular mientras rodeábamos el coliseo. —Hay varios sospechosos en el perímetro. —Respondió Lorenzo de inmediato. —Distancia del casino. —Doscientos metros, señor. —Hizo una pausa—. Estimo de tres a cuatro. —Nos han fichado. —Mascullé con los dientes apretados—. Haremos el intercambio de auto al suroeste del coliseo. Contamos con veinticinco segundos. —¡Muévanse, muévanse! —Bramó mi
SebastianTodos los medios hablaban acerca de la ceremonia de compromiso que se llevaba a cabo ahora mismo en el hotel Ferragni. Una íntima pedida de mano entre familiares y amigos más cercanos que provocaba el cotorreo de la gente y del próximo enlace entre los Ferragni y los Vitale.¡Una bomba mediática! Se hablaba en todos los canales televisivos y yo estaba a punto de perder los estribos echar abajo todo lo que se me atravesase. Por eso Carlo cogió el control del televisor para apagarlo.—Se lo que estás pensando, Sebastian… —Dijo advertido—. Es un evento con al menos veinte hombres custodiando cada rincón del hotel, sería un suicidio.Lo era, por supuesto que sí.—¿Y piensas detenerme? —Pregunté tras llegar a mirarnos fijamente.—Seria lo más sensato, ¿no crees? —Sonrió, y sorbió del trago en su mano—. Pero supongo que mi advertencia no te haría ni rechistar.—Supones bien. —Suspiré y me recargué a la espalda del sofá. Pensé poco e hice los cálculos—. Tengo a cuatro de los míos i
SebastianIsabella entró a la suite sin poder percatarse de mi presencia, ni la de forma en la que yo la observaba embelesado desde las sombras de aquella habitación.Comenzó por quitarse los zapatos y luego alcanzó la cremallera de su vestido. Sus dedos rozaron el inicio de su espalda y luego se detuvo a medio camino. Ladeó la cabeza y esbozó una seductora sonrisa que yo no pude evitar compartir.—Si me ayudaras, sería un poco más fácil… —Dijo en un delicado y suave susurro que me invadió el cuerpo entero.Joder, olvidaba lo perspicaz que podría ser aquella mujercita algunas veces.Avancé lento hacia ella e ignoré las ganas terribles que tuve de devorarla cuando comenzó a jugar con la seda de su vestido, dejándose caricias por todos lados.Caricias que yo me moría por ofrecerle…Llegué a ella enterrando mis dedos en el recogido de su cabello y tiré de él provocando que la maniobra me diese total y completo acceso a su cuello. Habría pasado mi vida entera impregnado a ese aroma que la