Carlo
Me fui a por a Gia y la cubrí con mis brazos cuando intuí la escena. Los había visto entrar con toda la intención de formar un espectáculo. Un hombre de al menos unos veintinueve años, barba, baja estatura y poco agraciado llevaba la cabecilla del asunto, el esbirro a su lado solo fanfarroneaba el filo de su pistola alrededor de la hebilla de su pantalón.
Bastante cliché para mi gusto.
—Mantente detrás de mí. —Susurré por encima de mi hombro y Gia asintió obediente.
Los gritos de todos los invitados por supuesto que llegaron, bajaban las cabezas ante la orden del hombre que seguía manteniendo la punta de su pistola amenazándole. En estos casos, dos cosas eran muy importante. Hacer contacto visual con los tuyos para asegurarte de que todos estuviesen preparados y pensar en la estrategia que podría pon
Bella—¡Por Dios! ¿Estás bien? —Cogí a Gia entre mis brazos tan pronto la vi en un rincón apartado.Ella me recibió del mismo modo, envolviéndome con un gesto cariñoso, froté su espalda, temblaba.—Si… —Balbuceó, pero supe que mentía y ella pudo notarlo—. Estoy un poco mareada, ha sido solo el susto.Negué con la cabeza y froté ligeramente su vientre.—Ha sido un evento horrible. —Concordé—. ¿Quieres un poco de agua?Asintió, por fortuna, uno de los camareros estaba ofreciendo vasos de agua de en ese momento para tranquilizar a algunos de los invitados, el resto, seguía con el espectáculo.—Gracias… —Musitó, y su mirada me advirtió de la presencia de alguien a mis espaldas.—Señoritas. &md
GiaCarlo entrelazó su mano con la mía y me llevó bajo su brazo, empujándome contra su pecho como si quisiera protegerme de algo.Primero, hubo silencio. Luego, y como si todo hubiese sucedido ridículamente rápido, Stella saco una pistola de donde sea que la hubiese tenido guardada y me apuntó directamente la cara. Ahogué un gemido, quedándome absolutamente pasmada, para cuando pude reaccionar, supe darme cuenta de que Carlo también la apuntaba.Ambos se miraron como si hubiesen estado deseando ese momento desde hace muchísimo rato. El resentimiento de ella se reflejaba en la cruda advertencia de Carlo.Ni su amiga ni yo, nos esperamos presenciar tal espectáculo.—Baja el arma… —Ordenó él después de unos segundos de silencio, respiraba de una forma ligeramente pausada.—¿Piensas di
BellaUna ola de brisa chocó en ese momento con mi cabello que tuve que terminar apartándolo de un tirón de mi cara.—Entonces si te he colmado la paciencia, Sandro, ¿Por qué no me dejas en paz?Negó con la cabeza y soltó una carcajada.Me estremecí y le miré pasmada.—¿Y dejarte ir así de fácil? —Me observó con Ironía y aprovechó mi horror para coger mi muñeca y empujarme contra su pecho—. Vas a ser mía, Bella, así pongas resistencia.—¿Tuya? —Pregunté divertida, esta vez no puse resistencia, tuve toda la intención de que escuchara mis palabras muy de cerca—. Esa idea solo habitará en tu cabeza.—Yo que tú, no estaría tan segura de ello… —Advirtió y cogió un mechón de mi
Carlo—Estás despierto. —Susurró, ya para ese momento, estaba lo suficientemente cerca como para poder mirarla.Había escogido una de mis chaquetas de mezclilla negra para cubrirse del frio por encima de su vestido. Me pareció demasiado tierno ver como las mangas no dejaban ver el final de sus dedos, supuse que para ella la comodidad era más primordial que la elegancia.—No tenía sueño. —Respondí, y aunque había algo de verdad en ello, no tuve el valor de decirle el resto.—El insomnio nunca ha sido un buen consejero. —Sonrió y joder, fue precioso verla hacerlo.—Y yo que soy bastante caprichoso para aceptar consejos, mucho menos de ese tal insomnio. —Bromeé y no me arrepentí porque su sonrisa se ensanchó un poco más.Unas ligeras manchas rojizas se acentuaron sobre sus mejillas cu
BellaNo tuve ni siquiera la mínima intención de despedirme de Sandro cuando detuvo el auto frente a la escalinata de mi casa. Las luces del jardín estaban prendidas cuando llegamos y también lo hicieron las de la entrada. Uno de los guardias de seguridad se aseguró de reconocer los rostros dentro de aquel auto y fue Sandro quien, con un asentimiento de cabeza, hizo que se marchara.—Bella… —Comenzó a decir, calmado y de algún modo apenado, pero ni siquiera permití que formase alguna oración cuando le interrumpí.—Quiero descansar, Sandro, por favor. —Mantuve siempre la vista puesta fuera de la ventana, me negaba a mirarle, sin embargo, escuché como respiraba.—Estoy poniendo mucho de mi parte, Bella, pero tu insistes en cambiarme los ánimos.—No te esfuerces demasiado. —Susurr&eacut
Bella—No es nada… —Pronuncié despacio y pensé demasiado tarde en una respuesta adecuada.El rostro de Bastián había pasado de la excitación al enojo en menos de nada, pero no fue aquello lo que me preocupó, sino que descubriese el trasfondo de todo aquello.—No me digas que nada, por favor. —Gruñó y se aseguró de levantar mi mandíbula para tener la seguridad de cuan profunda era la herida.—Solo ha sido un golpe sin importancia. —Pronuncié apartando la mirada y traje un nuevo mechón de vuelta, creyendo así, que podría ocultar lo que ya era inevitable.Enojado y con una mirada colérica, se apartó dándome la espalda y como si estuviese tratando de contener toda la rabia que sucumbía desde dentro de él, entrelazó sus manos en la parte posterior de su cue
Sebastian—Al grano, Volkov. —Intervine de pronto, llamando por completo su atención—. ¿A qué has venido? Dudo mucho que se trate de una visita de cortesía.—Cuánta razón tienes, Mancini. Me gusta que seas tan directo. —Admitió el muy cabrón, divertido—. Resulta que he tenido una perdida muy grande en Hong Kong.—¿Y eso que tiene que ver con nosotros? —Cuestioné fingiendo no saber de qué carajos estaba hablando.El ruso chasqueó la lengua y levantó el dedo en mi dirección.—Tiene mucho que ver, querido, no nos hagamos los tontos—Alzó las cejas y se acercó a mi—. Esta vez seré bueno. Se disculpan, nos reponen la mercancía y la chica no saldrá herida.De pronto levantó la pantalla de su teléfono y mo
Sebastian—Voy a ser honesto contigo —Miré detenidamente al hombre de seguridad del ruso, estaba atado de brazos junto con uno de los otros esbirros, sus espaldas chocaban—. No vas a salir bien librado de esto, pero depende de ti si lo hacemos rápido o termina siendo doloro.El hombre bajó la cabeza y soltó una maldición en su idioma apretando fuertemente los dientes.Carlo negó con la cabeza en desaprobación y cargó su pistola, apuntó la cabeza del esbirro que le acompañaba en aquella muy penosa situación y disparó sin pensarlo, desparramando sangre por todos lados.—El siguiente serás tú... —Advertí preparándome—. Y créeme, no seré para nada condescendiente.—Calabozo… —Murmuró.Le obligué a levantar la cara con la punta d