El chisme se había distribuido por el todo el colegio Los Molinos como una bomba apestosa, rodando por cada pequeño rincón e infectando hasta la más trivial conversación, incluso los que no quisieran enterarse del nuevo acontecimiento se veían involucrados en uno que otro chisme de corredor o conversación fugaz en medio de las clases, pero poco le importaba a Eloísa aquel nuevo y repentino cambio. ¿Qué más daba un maestro nuevo?

En lo único que pensaba mientras grafiteaba en la parte de atrás de su cuaderno era en el penoso año escolar que tenía que pasar. Su rebeldía y tremendo placer por causar el descontento de sus padres la había sacado de dos de las mejores escuelas privadas de toda la ciudad de Medellín y la había lanzado a un triste colegio público en decadencia y mediocre. Ellos ya no estaban dispuestos a pagar las caras colegiaturas para que Eloísa se sentara en una esquina a enseñarle el dedo de en medio a cuanta persona intentara entablar conversación con ella, pero acababa de cumplir los diecinueve años, y aunque no era la mayor de su curso, comenzaba a aburrir toda aquella situación escolar, y de no ser porque necesitaba el cartón que la acreditaba como bachiller para poder acceder a cualquier trabajo y a una universidad, habría lanzado todo por la borda y se hubiera independizado.

No le importaba todo el dinero que su padres tenían, pero si de algo estaba segura Eloísa era que ellos nunca la apoyarían en la aventura de la independización adulta, así que, si no quería terminar trabajando en la empresa familiar como su hermano Ezequiel, debía asegurarse un empleo relativamente bueno y para eso tendría que, como mínimo, terminar el último grado. Deseó haber podido pensar en eso desde el año anterior, pero cuando la idea le cruzó la cabeza e intentó ponerse las pilas era demasiado tarde.

El nuevo ambiente escolar le había sentado bien, ninguno de sus compañeros sospechaba siquiera el alto estrato social del que venía Eloísa, cosa que le agradaba, y la mediocridad de la mayoría de los profesores la tenían en el primer puesto de la clase con las mejores notas, y no era que en realidad tuviera que esforzarse mucho para estar allí.

Lucía, la compañera delgadita y de cabello negro que se le había pegado como un chicle, se sentó a su lado corriendo la silla estruendosamente.

— Ya me tienen un poco estresada con el tema del día —le dijo y Eloísa la miró, era una muchacha pálida, y aunque no era tímida, no socializaba mucho con sus demás compañeros; A diferencia de Eloísa que lo hacía por la mera intención de no tener relación con nadie, Lucía parecía tener otro tipo de intención, era más bien sigilosa a la hora de elegir acompañante y Eloísa había sido su primera víctima, pero la rubia no se molestaba demasiado por la situación, la muchacha no invadía nunca su espacio personal, tampoco hacía preguntas de más y sabía hablar el tiempo suficiente para que Eloísa no la mandara a callar. Después de todo era una agradable compañía para los momentos aburridos, aunque ellas mismas no se definían especialmente como amigas, más bien, compañeras que se caían bien.

— A mi igual —le dijo Eloísa cerrando el cuaderno de golpe y estirando los pies.

— Es raro que el profe de historia se haya ido tan de repente — Eloísa se encogió de hombros, si no tenía que hacer después de todo el trabajo sobre la revolución industrial por tercer año consecutivo, estaría bien por ella —pero el nuevo ya dio clases esta mañana y parece que es poco ortodoxo — la miró, la muchacha se comía la uña del pulgar.

— ¿Tendremos un Merlí en Los Pilares? —preguntó, pero Lucía no le siguió el chiste, ni siquiera pareció entender, así que Eloísa meneó la mano en el aire restándole importancia —ya lo conoceremos en un rato y veremos qué tal será, de seguro es el típico viejo que su mujer no le da nada en la noche y se desquita con sus alumnos —Lucía asintió en silencio y se alejó un poco de Eloísa. Eso era lo que le gustaba de la muchacha.

La profesora Rebeca, de español, se puso de pie y escribió en el tablero con el poco pulso que aún tenía a su edad la tarea para la semana próxima que debían cumplir en parejas, y cuando varios pares de ojos se posaron cobre Eloísa ella tomó la silla de lucía con una mano y la acercó a la suya, era una salvación para ambas el hacer juntas los deberes, siempre los terminaban en un par de minutos después de clases y ninguna tenía que profundizar más de lo necesario en la vida privada de la otra, además la flaquita escribía bastante rápido y razonaba con facilidad.

— Espero sus trabajo para el lunes sobre mi escritorio antes de que empiece la clase — les comentó la maestra, era una mujer entrada en los setenta que hablaba despacio y todos debían guardar el mayor silencio posible para que el resto de la clase lograra escuchar.

El timbre resonó por todo el lugar y la clase se puso tan tensa de inmediato que, hasta Eloísa, que prestaba poca atención a sus cuarenta y dos compañeros, lo notó. 

Los Molinosse caracterizaban por ser uno de los mejores colegios públicos de la ciudad, pero eso no lo exentaba de tener los típicos bravucones, los que se creen los chistosos y los que anhelan llamar la atención de los demás a toda costa, pero en aquel momento la típica algarabía de cambio de clase se había sustituido por un espeso silencio mezclado de risas por lo bajo y miradas curiosas.

Eloísa sacó su cuaderno de historia y abrió la parte de atrás, donde se dedicó a terminar el dibujo del hada que había comenzado hacía varias clases, pero apenas había hecho un par de trazos cuando un muchacho de enormes mejillas sonrojadas, gritó a todo volumen:

—¡Ya viene! ¡Ya viene! —todos se sentaron erguidos y derechos en las sillas con sonrisas tontas en las bocas y Eloísa volteó a mirar a Lucía que jugaba con un mechón de su oscuro cabello en busca de explicación.

— Te dije que tiene al colegio revolucionado — el silencio más brumoso se apoderó del aula y todos, hasta Eloísa, contuvieron el aliento cuando la perilla de la puerta se abrió y el nuevo profesor de historia apareció con paso firme.

El hombre entró despacio y con seguridad, traía ropa bastante casual como para ser un profesor y después de dejar un pequeño bolso en el asiento se paró frente al tablero en silencio a observar a cada uno de los expectantes alumnos que contenían el aliento, y se quedó por un rato bastante incómodo sin decir una sola palabra mirando detalladamente cada rostro, pero ninguno era capaz de sostenerle la mirada por mucho tiempo. Cuando sus ojos azules se posaron sobre Eloísa ella lo miró con curiosidad.

Era un hombre bastante alto, de cabello azabache como las alas de un cuervo y la mandíbula definida, los ojos claros y la barba medio crecida le daban un aspecto rebelde y ávido, y Eloísa no pudo evitar notar que, aparte de lo exageradamente atractivo que era, tenía un semblante a extranjero que le arrancó más de un suspiro a las estudiantes de la primera fila, un estadunidense fornido y atractivo.

Después del fugaz pero efectivo repaso que Eloísa le dio el hombre se la quedó mirando por un momento más largo que a los demás, pero ella no le apartó la mirada y él sonrió de medio lado de una forma casi imperceptible.

—Eso sí que estuvo raro —le susurró Lucía después de que el hombre siguiera con el escaneo, pero Eloísa no contestó.

— ¿Se va a quedar ahí? —le preguntó un pecoso y rubio muchacho al profesor después de un largo rato, era el típico que amaba sacar de quicio a la docencia y Eloísa no podía negar que a veces lanzaba unos muy buenos chistes. El alto maestro se inclinó hacia el joven y te mostró el puño y él lo chocó con desconfianza, como si fuera una trampa.

—Una de las mucha lecciones que aprenderán en mis clases será que obtengan el control de lo que los rodea, si no les gusta la situación en la que están, pues cámbienla, hagan algo al respecto —el hombre tenía una voz gruesa y varonil y Eloísa acertó en su apresurada conclusión, muy en el fondo y bien disimulado tras un casual acento paisa había un deje gagueado, como el de un francés olvidado —mi apellido es Harrison, así me llamarán, no profesor ni profe, Harrison — la mayoría asintió y él dio la espalda para escribir algo en el tablero y Eloísa vio derretir a la mitad de la clase con los perfectos y redondos glúteos que se marcaban bajo el pantalón oscuro, no pudo negar que también le dio una repasada fugaz. Era un hombre realmente joven y atractivo, no podía, supuso Eloísa, sobrepasar los veintiocho. Bastante curioso.

El nuevo y tentador maestro sacó una bolsa de basura que abrió de un sonoro golpe de aire.

—Metan aquí sus cuadernos de historia, en mi clase no necesitan tomar apuntes —comenzó a pasar por los asientos de cada uno y los estudiantes, entre dichosos y desconcertados, lanzaban el cuaderno a la bolsa sin mayor miramiento, pero cuando llegó donde Eloísa ella cubrió la libreta con las palmas de las manos. Ahí tenía dos buenos dibujos que le habían tomado horas y no le apetecía lanzarlos a la basura.

— No quiero —le dijo y la voz casi le tembló, la presencia del hombre era un poco intimidante y Eloísa tuvo que levantar bastante la cara para poder mirarlo, pero él sacudió la bolsa frente a ella.

—Insisto —le dijo y ella apretó los labios antes de contestar.

—También yo — ambos se miraron a los ojos, él curioso y ella retadora, pero con una intensidad que le resultó incómoda a los demás espectadores de la guerra de voluntades que se libraba bajo sus narices, y el momento se rompió cuando Lucía lanzó su cuaderno desde el asiento de al lado, haciendo que a él se le resbalara la bolsa de una de las manos. Después de retomar el control del plástico el hombre le agradeció con una espléndida sonrisa a la pelinegra y continuó recogiendo los cuadernos de los demás. Cuando llegó al frente dejó la bolsa a un lado y con voz autoritaria ordenó.

— El que me diga primero quien dijo: ¡Volveré y seré millones! Tiene su primer cinco —todos se quedaron en silencio un minuto y nadie se movió —¿Por qué no están buscando en internet? —el mismo chico pecoso tomó la palabra.

— No nos dejan usar el celular en clase —el maestro Harrison levantó las cejas y chasqueó la lengua.

— Tienen en sus bolsillos las herramientas más poderosas que ha creado el ser humano, ahí dentro tienen la información que le tomó al planeta millones de años recolectar a la orden de un clic, ¿Qué están esperando? —miró de nuevo a Eloísa desde el frente — Volveré y seré millones — repitió y esta vez ella sí le apartó la mirada.                       

Eloísa sostenía el celular en la mano esperando atenta la instrucción del profesor Harrison, el hombre tenía anonadado a toda la clase con sus atributos físicos y más aún por la peculiar forma que tenía de orientar el estudio. Como había mencionado al principio, no necesitaba de cuadernos para enseñar, únicamente se había recostado en el borde de su escritorio con las manos cruzadas y ya habían repasado con gracia y de forma didáctica toda la revolución industrial, y luego hablaron de las diferentes revoluciones que han forjado las sociedades que se conocen hasta el día de hoy, todo en medio de una charla que parecía tan casual como estar hablando de una película

La clase se había puesto bastante dinámica, la gran mayoría se había ganado su primer cinco respondiendo a cualquier duda que el hombre lanzara al aire, pero por más que Eloísa hubiera levantado la mano el hombre ni siquiera la determinó, y estaba con el celular apretado esperando la oportunidad de ganarse su primer buena calificación, pero el timbre resonó por toda la escuela y ella le dio un buen puñetazo a la mesa. Todos los estudiantes comenzaron a ponerse de pie, pero el profesor Harrison levantó la mano en el aire y todos enmudecieron.

— No se van a ir hasta que se formen las parejas de trabajo para la próxima clase — Eloísa arrastró a Lucía y varios se miraron entre ellos para hacer pareja, pero el hombre rio —¿Quién dijo que ustedes escogerían? —sacó la lista del bolso y comenzó a formar las parejas al azar, y Eloísa pudo notar varias caras de decepción.

Un rato después, cuando ya la lista estaba llegando al final, el profesor la miró antes de pronunciar su nombre, y fue un detalle que llamó en sobre manera a Eloísa, ¿Acaso sabía quién era ella?

—Bien —dijo —la señorita Sarmiento hará pareja con… Walter Aristizábal —Eloísa abrió la boca e instintivamente buscó al muchacho entre los rostros, tenía el cabello largo, era alto, delgado y el peor estudiante del colegio, había repetido tres veces el último año. Harrison se puso de pie y le habló a los estudiantes.

— Para la próxima clase harán una exposición contándonos sobre la revolución que ustedes consideren más importante para la historia de la humanidad, no quiero diapositivas ni carteleras hechas con letras feas y torcidas, tampoco que vengan a relatar lo que memorizaron de internet, quiero que me cuenten ustedes y con sus propias palabras lo que creen que significó esta revolución —se quedó de pie un largo minuto sin que nadie hiciera nada —¿Por qué no se han ido? —la multitud de estudiantes salieron casi que corriendo del lugar, pero Eloísa empacó las cosas con lentitud y cuando se colgó del hombro la mochila Wayuu1 ya era la última de la clase.

Se acercó con cautela al hombre que revisaba unos papeles y se quedó un segundo de pie frente a él.

—¿Qué? —le preguntó sin mirarla y Eloísa dio un brinco.

— Lo siento, profe es que…

—Profe no, Harrison —le dijo ahora mirándola y ella pasó saliva.

—Está bien, Harrison, no quiero trabajar con Walter, prefiero hacerlo sola —él bajó la mirada de nuevo a los papeles sin decirle nada y Eloísa comenzó a impacientarse después de un momento —¿Puedo?

—No —contestó seco y ella pateó el piso disimuladamente.

—Él es muy mal estudiante y solo va a retrasarme — el hombre se puso de pie y empacó metódicamente cada cosa en el bolso.

— Tal vez estar con usted pueda ser una buena oportunidad para que se en serie con sus estudios, si me permite, que tenga un buen día señorita Sarmiento — y salió del aula dejando a Eloísa con la palabra en la boca, y ella pudo haber jurado que lo vio sonreír mientras sacaba el redondeado y respingado trasero del salón de clase.

—Mierda. 

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