La tentación del maestro Harrison
La tentación del maestro Harrison
Por: DiegoAlmary

Eloísa contempló el cielo nublado, al horizonte, las nubes se acumulaban como montañas de nieve y parecía que la tormenta no hacía más que comenzar, pero a pesar de eso, el hombre que la seguía no se daba por vencido.

Eloísa pensó que era un acosador, uno de tantos, pero no, había algo diferente en él, parecía más profesional, pero ella no era una estúpida, sabía perfecte que la estaba siguiendo. 

Se preguntó si era algún trabajador de su padre que había sido enviado para protegerla, pero no importaba, en un par de minutos logró perderlo a pesar de su uniforme de colegio y cuando entró por las instalaciones algo dentro de ella le decía que no era una buena señal, lo sintió en los huesos, pero ignoró el sentimiento, nunca había sido una mujer muy creyente. 

****

El agua caía del cielo con una intensidad descomunal, como si el firmamento se desmoronara en fragmentos helados. Las piedras de hielo impactaban contra los techos de arcilla con tal violencia que quienes buscaban refugio bajo ellos temían que las estructuras cedieran ante la furia del temporal. Los pequeños ríos que se formaban en las calles arrastraban consigo a quienes osaban desafiar su corriente descontrolada, mientras los destellos luminosos de las descargas eléctricas iluminaban las ventanas, haciendo temblar los cristales con cada estruendo que resonaba y sacudía el suelo de la urbe. Sin embargo, en el reducido espacio de la oficina, apenas se percibía algún ruido que no fuera el incesante golpeteo del granizo en el exterior.

El individuo fijó su mirada en el hombre menudo que examinaba los documentos detrás del escritorio. Era de baja estatura, con una figura redondeada, y su calva relucía cada vez que un destello iluminaba la reducida estancia. Tras los anteojos de montura circular, unos ojos oscuros y penetrantes recorrían con minuciosidad los papeles que sostenía entre sus manos.

Mientras aguardaba con atención la respuesta del director de la institución, su mirada recorrió el espacio de la oficina. Las paredes grises y la iluminación tenue, proveniente de una lámpara de luz blanca, conferían al lugar un aire lúgubre y casi enfermizo. 

Cada objeto parecía estar colocado con una precisión milimétrica: los papeles, los lápices e incluso los cuadros en las paredes estaban dispuestos con una simetría impecable. Reflexionó que esa meticulosidad excesiva del director no hacía más que delatar los desórdenes internos que probablemente habitaban en su vida, aunque esperaba no tener que usar esa observación en su contra.

—Bueno —comenzó el hombre con una voz aguda, dejando los papeles sobre la mesa—, su currículum es impresionante. Sus estudios, las maestrías y la experiencia laboral que posee son admirables para alguien de su edad —movió sus manos gruesas en el aire y se ajustó los lentes sobre la nariz—. Pero me pregunto, alguien con sus conocimientos podría estar enseñando en una de las universidades más prestigiosas del país. ¿Qué lo llevó a fijarse en nuestro modesto colegio? —el hombre sentado frente al escritorio cruzó una pierna sobre la otra y miró al director con agudeza.

—Verá —le dijo, su voz era firme y grave —He reunido mucho conocimiento a lo largo de mi carrera y las expediciones que he hecho fuera de este continente, quisiera poder enseñar a las nuevas generaciones lo interesante que puede ser la historia y lo mucho que nos ayudará a entender el mundo en que vivimos hoy en día —el director pareció complacido con la respuesta, lo pudo ver en la pequeña sonrisa que se dibujó en la comisura de sus labios, pero lo notaba aún tenso y poco convencido — no cobraré más que ningún otro profesor de este instituto, es mi vocación —el director dejó escapar lentamente el aliento.

— Me queda muy claro las capacidades que usted tiene, pero me temo que la plaza ya está ocupada por otro profesor —él le sonrió ampliamente.

—Confío en que usted encontrará la forma — le dijo y el hombre lo miró por encima de los lentes.

—Lo siento, señor Harrison, pero parece que no me ha entendido bien, no tenemos cupo disponible para usted, no puedo despedir a un buen profesor que ha hecho las cosas bien. Podría venir para el inicio del siguiente curso, le tendré un cupo asegurado para entonces —le tendió los papeles y él los recibió con una sonrisa en los labios.

—Me temo, entonces, que no podré hacer nada al respecto —le dijo e hizo ademán de ponerse en pie, pero la puerta de la oficina se abrió y un hombre delgado y pálido asomó la cabeza.

—Disculpe, director Pérez, tengo que hablar con usted —entró sin más miramientos y el director lo miró con los ojos abiertos.

—El señor Harrison está a punto de retirarse, ¿podría esperar? —el maestro negó y dejó un papel sobre la mesa.

—Renuncio —dijo y las mejillas del director se movieron hacia los lados cuando sacudió la cabeza.

El hombre sentado frente al escritorio se acomodó de nuevo en la silla y cruzó las piernas mirando al profesor, era un hombre alto, casado con una enfermera que casi nunca estaba en casa; Tenía dos hijos que estudiaban en esa misma escuela y se encontraba en el salón de química con un estudiante de décimo grado, menor de edad, y se acostaba con él al menos dos veces por semana, o eso fue lo que él alcanzó a descubrir el tiempo que lo estuvo espiando. Esperó que no le asustara mucho la carta anónima llena de fotos de él y el joven en la intimidad con una nota que lo obligaba a renunciar a su puesto para mantener el anonimato de las fotografías.

El hombre salió de la oficina sin decir una palabra más y el director observó sorprendido la carta que tenía sobre la mesa.

—¿Era el profesor de historia? —le preguntó y el hombre dejó la carta de renuncia de lado para asentir con la cabeza —parece que el cupo ya está disponible —él asintió.

—Parece que sí, ¿qué le parece empezar la próxima semana? —él negó.

—Comienzo mañana.

 

Salió de la oficina con una sonrisa de triunfo marcada en el rostro cuando su teléfono sonó en el bolsillo.

—¿Lo conseguiste? —le preguntó la voz de su amigo al otro lado y él sonrió.

—El chantaje funcionó bien, ahora soy el nuevo maestro de historia —sintió al hombre bufar al otro lado del teléfono, entendía que no estaba de acuerdo con el plan del pelinegro, pero no tenía más opción que ayudarlo.

—¿Ya tienes la foto? —como única respuesta sacó del abrigo la imagen de una muchacha, con el cabello rubio trenzado, los ojos verdes y el uniforme rojizo del instituto.

— ¿Seguro que es ella? —su amigo asintió con la voz —bien, comencemos.   

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