Eloísa contempló el cielo nublado, al horizonte, las nubes se acumulaban como montañas de nieve y parecía que la tormenta no hacía más que comenzar, pero a pesar de eso, el hombre que la seguía no se daba por vencido.
Eloísa pensó que era un acosador, uno de tantos, pero no, había algo diferente en él, parecía más profesional, pero ella no era una estúpida, sabía perfecte que la estaba siguiendo. Se preguntó si era algún trabajador de su padre que había sido enviado para protegerla, pero no importaba, en un par de minutos logró perderlo a pesar de su uniforme de colegio y cuando entró por las instalaciones algo dentro de ella le decía que no era una buena señal, lo sintió en los huesos, pero ignoró el sentimiento, nunca había sido una mujer muy creyente.****
El agua caía del cielo con una intensidad descomunal, como si el firmamento se desmoronara en fragmentos helados. Las piedras de hielo impactaban contra los techos de arcilla con tal violencia que quienes buscaban refugio bajo ellos temían que las estructuras cedieran ante la furia del temporal. Los pequeños ríos que se formaban en las calles arrastraban consigo a quienes osaban desafiar su corriente descontrolada, mientras los destellos luminosos de las descargas eléctricas iluminaban las ventanas, haciendo temblar los cristales con cada estruendo que resonaba y sacudía el suelo de la urbe. Sin embargo, en el reducido espacio de la oficina, apenas se percibía algún ruido que no fuera el incesante golpeteo del granizo en el exterior. El individuo fijó su mirada en el hombre menudo que examinaba los documentos detrás del escritorio. Era de baja estatura, con una figura redondeada, y su calva relucía cada vez que un destello iluminaba la reducida estancia. Tras los anteojos de montura circular, unos ojos oscuros y penetrantes recorrían con minuciosidad los papeles que sostenía entre sus manos. Mientras aguardaba con atención la respuesta del director de la institución, su mirada recorrió el espacio de la oficina. Las paredes grises y la iluminación tenue, proveniente de una lámpara de luz blanca, conferían al lugar un aire lúgubre y casi enfermizo. Cada objeto parecía estar colocado con una precisión milimétrica: los papeles, los lápices e incluso los cuadros en las paredes estaban dispuestos con una simetría impecable. Reflexionó que esa meticulosidad excesiva del director no hacía más que delatar los desórdenes internos que probablemente habitaban en su vida, aunque esperaba no tener que usar esa observación en su contra. —Bueno —comenzó el hombre con una voz aguda, dejando los papeles sobre la mesa—, su currículum es impresionante. Sus estudios, las maestrías y la experiencia laboral que posee son admirables para alguien de su edad —movió sus manos gruesas en el aire y se ajustó los lentes sobre la nariz—. Pero me pregunto, alguien con sus conocimientos podría estar enseñando en una de las universidades más prestigiosas del país. ¿Qué lo llevó a fijarse en nuestro modesto colegio? —el hombre sentado frente al escritorio cruzó una pierna sobre la otra y miró al director con agudeza. —Verá —le dijo, su voz era firme y grave —He reunido mucho conocimiento a lo largo de mi carrera y las expediciones que he hecho fuera de este continente, quisiera poder enseñar a las nuevas generaciones lo interesante que puede ser la historia y lo mucho que nos ayudará a entender el mundo en que vivimos hoy en día —el director pareció complacido con la respuesta, lo pudo ver en la pequeña sonrisa que se dibujó en la comisura de sus labios, pero lo notaba aún tenso y poco convencido — no cobraré más que ningún otro profesor de este instituto, es mi vocación —el director dejó escapar lentamente el aliento. — Me queda muy claro las capacidades que usted tiene, pero me temo que la plaza ya está ocupada por otro profesor —él le sonrió ampliamente. —Confío en que usted encontrará la forma — le dijo y el hombre lo miró por encima de los lentes. —Lo siento, señor Harrison, pero parece que no me ha entendido bien, no tenemos cupo disponible para usted, no puedo despedir a un buen profesor que ha hecho las cosas bien. Podría venir para el inicio del siguiente curso, le tendré un cupo asegurado para entonces —le tendió los papeles y él los recibió con una sonrisa en los labios. —Me temo, entonces, que no podré hacer nada al respecto —le dijo e hizo ademán de ponerse en pie, pero la puerta de la oficina se abrió y un hombre delgado y pálido asomó la cabeza. —Disculpe, director Pérez, tengo que hablar con usted —entró sin más miramientos y el director lo miró con los ojos abiertos. —El señor Harrison está a punto de retirarse, ¿podría esperar? —el maestro negó y dejó un papel sobre la mesa. —Renuncio —dijo y las mejillas del director se movieron hacia los lados cuando sacudió la cabeza. El hombre sentado frente al escritorio se acomodó de nuevo en la silla y cruzó las piernas mirando al profesor, era un hombre alto, casado con una enfermera que casi nunca estaba en casa; Tenía dos hijos que estudiaban en esa misma escuela y se encontraba en el salón de química con un estudiante de décimo grado, menor de edad, y se acostaba con él al menos dos veces por semana, o eso fue lo que él alcanzó a descubrir el tiempo que lo estuvo espiando. Esperó que no le asustara mucho la carta anónima llena de fotos de él y el joven en la intimidad con una nota que lo obligaba a renunciar a su puesto para mantener el anonimato de las fotografías. El hombre salió de la oficina sin decir una palabra más y el director observó sorprendido la carta que tenía sobre la mesa. —¿Era el profesor de historia? —le preguntó y el hombre dejó la carta de renuncia de lado para asentir con la cabeza —parece que el cupo ya está disponible —él asintió. —Parece que sí, ¿qué le parece empezar la próxima semana? —él negó. —Comienzo mañana. Salió de la oficina con una sonrisa de triunfo marcada en el rostro cuando su teléfono sonó en el bolsillo. —¿Lo conseguiste? —le preguntó la voz de su amigo al otro lado y él sonrió. —El chantaje funcionó bien, ahora soy el nuevo maestro de historia —sintió al hombre bufar al otro lado del teléfono, entendía que no estaba de acuerdo con el plan del pelinegro, pero no tenía más opción que ayudarlo. —¿Ya tienes la foto? —como única respuesta sacó del abrigo la imagen de una muchacha, con el cabello rubio trenzado, los ojos verdes y el uniforme rojizo del instituto. — ¿Seguro que es ella? —su amigo asintió con la voz —bien, comencemos.El chisme se había distribuido por el todo el colegio Los Molinos como una bomba apestosa, rodando por cada pequeño rincón e infectando hasta la más trivial conversación, incluso los que no quisieran enterarse del nuevo acontecimiento se veían involucrados en uno que otro chisme de corredor o conversación fugaz en medio de las clases, pero poco le importaba a Eloísa aquel nuevo y repentino cambio. ¿Qué más daba un maestro nuevo?En lo único que pensaba mientras grafiteaba en la parte de atrás de su cuaderno era en el penoso año escolar que tenía que pasar. Su rebeldía y tremendo placer por causar el descontento de sus padres la había sacado de dos de las mejores escuelas privadas de toda la ciudad de Medellín y la había lanzado a un triste colegio público en decadencia y mediocre. Ellos ya no estaban dispuestos a pagar las caras colegiaturas para que Eloísa se sentara en una esquina a enseñarle el dedo de en medio a cuanta persona intentara entablar conversación con ella, pero acababa
Eloísa salió de su salón de clase con los puños apretados, odiaba trabajar en pareja, ella era más bien de trabajo individual, o, en su defecto, con alguien que sí le importara la actividad. Walter era un muchacho irresponsable que siempre dejaba que los demás hicieran todo por él, pero Eloísa no estada dispuesta a arrastrar bajo el brazo a alguien, así que lo buscó en la salida de colegio para hablar con él, pero cuando cruzó la puerta lo vio irse en su moto ruidosa y no alcanzó a avisarle.—No te vez muy feliz —le dijo Lucía desde atrás y Eloísa se cruzó de brazos, odiaba sentirse estresada, ya tenía suficiente con sentir aquella embaucadora sensación todo el día en su casa como para que también tuviera que soportarla en el colegio.—Es injusto —dijo —ahora tendré que hacer yo sola todo el trabajo y él también ganará —Lucía se acercó a Eloísa y ladeó la cabeza para atarse el oscuro cabello en una cola de caballo.—La verdad no, si la presentación es oral él tendrá que hablar, y si n
Eloísa no logró concentrarse durante el resto de la clase, el humor se le había ido al carajo, incluso el dibujo que comenzó a hacer en la parte trasera del cuaderno le salió torcido y feo, ¿cómo era posible que aquel hombre fuera tan idiota? Levantó la mirada y se lo quedó viendo, Harrison era un hombre serio y firme, bastante curioso para ser alguien tan joven, ¿Cómo había llegado a ese puesto? Sacudió la cabeza alejando los pensamientos de su mente, la insana curiosidad que poseía la había metido en mas de un aprieto a lo largo de su vida, solo se limitaría a tratar de ser la mejor estudiante para cumplir sus objetivos de irse de si casa y listo, no tenía por qué involucrarse de ninguna otra forma.Cuando levantó la cabeza los ojos azules del hombre estaban puestos sobre ella y esta vez Eloísa sí que le dejó la mirada clavada, le demostraría que ella también tenía voluntad, pero el cuerpo de Lucía se interpuso y fingió mostrarle algo en el cuaderno.—Deja de mirarlo así —le dijo y
Eloísa bajó de su habitación un par de horas después, llevaba en el pequeño bolso de espalda el cuaderno con el resumen que le había dado su hermano sobre la historia de sus antepasados y el computador. Eloísa no había querido profundizar demasiado en ellos, lo último que quería era que sus compañeros se enteraran que su bisabuelo se había quedado en Colombia para explotar las minas de esmeralda y que la asociaran con el dinero de su padre.Cuando llegó a la cocina la empleada que había contratado su madre le sirvió el almuerzo y decidió salir de la casa el resto de la tarde escabulléndose para evitar que alguien la viera.Llegó a la cafetería silenciosa que tanto amaba y se acomodó con su computador en una esquina adelantando otros deberes y escuchando música. Después de un par de horas se estiró y decidió dar la jornada del día por acabada, y cuando se volvió hacia la barra alargada para pagar lo que había consumido, se encontró con los ojos azules del profesor Harrison que la mirab