Eloísa no logró concentrarse durante el resto de la clase, el humor se le había ido al carajo, incluso el dibujo que comenzó a hacer en la parte trasera del cuaderno le salió torcido y feo, ¿cómo era posible que aquel hombre fuera tan idiota? Levantó la mirada y se lo quedó viendo, Harrison era un hombre serio y firme, bastante curioso para ser alguien tan joven, ¿Cómo había llegado a ese puesto? Sacudió la cabeza alejando los pensamientos de su mente, la insana curiosidad que poseía la había metido en mas de un aprieto a lo largo de su vida, solo se limitaría a tratar de ser la mejor estudiante para cumplir sus objetivos de irse de si casa y listo, no tenía por qué involucrarse de ninguna otra forma.

Cuando levantó la cabeza los ojos azules del hombre estaban puestos sobre ella y esta vez Eloísa sí que le dejó la mirada clavada, le demostraría que ella también tenía voluntad, pero el cuerpo de Lucía se interpuso y fingió mostrarle algo en el cuaderno.

—Deja de mirarlo así —le dijo y Eloísa miró la hoja en blanco que ella le mostraba —pareces una psicópata —se burló y Eloísa la tomó de la mano para sentarla.

—Él comenzó, ¿no lo viste? —ella ladeó la cabeza.

—Solo sé que, por lo poco que te conozco, parece que tienes ganas de arrancarle la cabeza —Eloísa asintió.

—Tengo ganas de arrancarle la cabeza.

Cuando la clase terminó Ana espero paciente junto a Walter a que Harrison les dijera sobre qué tema debería ser la exposición.

—Es tú culpa —le dijo ella al muchacho que apenas si levantó la cabeza hacia ella —traté de contactarte de todas las formas posibles para que hiciéramos el trabajo y no apareciste —él giró los ojos oscuros hacia ella y se encogió de hombros.

—Trabajo después de clases hasta entrada la noche —le dijo y ella se rascó la cabeza.

—¿Entonces de donde sacaras tiempo para hacerlo? —él se encogió de hombros y Eloísa se apretó las cienes. Cuando llegó el turno de los dos eral los últimos del salón. Harrison los miró de pies a cabeza mientras mientras recogía sus cosas.

—Ustedes dos van a buscar sobre sus antepasados —les dijo y Eloísa abrió los ojos.

—¿Disculpe? —le dijo y él la miró —¿Cómo por qué o qué?

—Por que yo soy su profesor de historia y lo digo, tienen hasta la próxima semana para hacerlo, todo lo que puedan, de donde vienen, a qué se dedicaban, todo.

—¿Ya me puedo ir? —preguntó Walter un poco afanado, de seguro llegaba tarde al trabajo. Harrison asintió con la cabeza y el muchacho salió disparado por la puerta. Eloísa se quedó ahí con los brazos cruzados y el profesor se recostó en el asiento.

—Ya dígalo —le dijo él y Eloísa pateó el suelo con fuerza.

—Hice bien mi trabajo —le dijo y él negó.

—Lo tenía que hacer con él —le contestó el profesor y de nuevo la miró a los ojos —Yo estoy tratando de enseñarle lo que es el trabajo en equipo, señorita Sarmiento, algo que le ayudará para toda la vida, tiene que salir de esa burbuja de superioridad que tiene —Eloísa abrió los ojos y apoyó la mano en el escritorio para hablarle de cerca y el hombre permaneció estático.

—¿Insinúa que me creo más que los demás? —le preguntó ella y él asintió.

—Tal vez, esa nula capacidad que tiene de socializar no es por falta de carácter, ¿acaso es que cree que nadie merece su atención? —Eloísa se irguió y ajustó la mochila a su hombro.

—Usted no me conoce de nada —le dijo ella con rabia y él asintió.

—Entonces demuéstreme que me equivoco, señorita sarmiento, vaya con Walter y haga una buena presentación, y es mejor que se acople a trabajar con sus compañeros por que en mis clases siempre habrá trabajo en equipo.

—Es injusto —dijo ella —en los trabajos de equipo siempre tengo que hacer todo el trabajo y ellos también ganan —Harrison se puso de pie después de terminar de recoger las cosas con paciencia y la miró a la cara.

—Eso será un problema que usted deberá resolver

—¿Cómo? —le preguntó y él se encogió de hombros.

—No lo sé, yo apenas soy su profesor de historia, pero sé que puede hacerlo —esa última frase le salió de una forma peculiar, como si le estuviera dando un cumplido. Comenzó a cercarse a ella, tanto que Eloísa pensó que la besaría y se quedó paralizada observando los ojos azules que se acercaban. Las mejillas de los dos se rozaron cuando pasó por su lado y la barba le picó sobre la piel cuando el hombre le habló al oído —Si quiere un consejo, nunca juzgue a nadie sin conocerlo realmente —Eloísa sintió que estaba siendo hipócrita, hace un segundo él le estaba diciendo que ella se creía superior sin conocerla, y le hubiera dicho algo de no ser por el escalofrío que le dio cuando el aliento cálido le acarició el cuello. Cuando el hombre se alejó dio media vuelta y salió del salón de clase y Eloísa se tuvo que sostener de uno de los pupitres para no perder el equilibrio ¿qué carajos había sido eso?

Cuando tuvo el valor de salir del aula Lucía la estaba esperando en el corredor.

—¿Qué haces ahí? —le preguntó Eloísa y la muchacha se encogió de hombros.

—Si no hubiera estado ahí parada, una alumna hubiera entrado y los hubiera visto —Eloísa le apartó la mirada.

—No estábamos haciendo nada malo —la muchacha se encogió de hombros sin responder nada.

Cuando salieron a la calle, Walter estaba en sore su moto encendida y se quedó esperando hasta que las muchas llegaron a él.

—Hoy a las nueve —le dijo y Eloísa negó.

—Es muy tarde —él se puso el casco.

—Es a la única hora que puedo, trabajo en el restaurante Barcal, allá nos vemos — salió a toda velocidad en y Eloísa se quedó mirando el lugar por donde había partido.

—¿Barcal no es ese restaurante cuatro estrellas? —preguntó Lucía y Eloísa asintió.

Llegó a casa un poco más tarde de lo normal, ese día sí no le parecía toparse con nadie, así que caminó hasta el jardín trasero y trepó por las enredaderas que llegaban hasta la ventana de su habitación.

Cuando ingresó al cuarto y se cambió de ropa se lanzó a la amplia cama con el celular en la mano, deseó que esa vez Ezequiel si estuviera disponible, así que esperó con las manos apretando el celular hasta que la voz del hombre sonó al otro lado.

—Enana —le dijo y ella sonrió con alegría.

—Hermanito, ¿cómo estás? —le preguntó y lo escuchó bufar al otro lado.

—Ni me preguntes, la verdad bastante mal, el trabajo me tiene agobiado —Ana asintió con la voz.

—Te extraño mucho —le dijo y él asintió con la voz.

—También yo, ¿Cómo va todo por allá? —Eloísa lanzó una almohada hacia la pared.

—Mal, mamá sigue con su amante, hace mas de dos semanas que no veo a papá y vivimos en la misma casa al el colegio llegó un nuevo profesor de historia que me está molestando bastante —lo escuchó reír al otro lado y esperó impaciente a que le pasara el ataque de risa —¿Qué están gracioso? —le preguntó después de un rato y él se aclaró la garganta.

—Pasaste los últimos dos años haciendo la vida imposible de tus profesores, se te tenía que devolver tarde o temprano —Eloísa se volteó boca abajo y ladeó la cabeza.

—Es un idiota, por eso te llamaba, me mandó a investigar la historia de mis antepasados, ¿me ayudarás con eso? —Ezequiel bufó de nuevo.

—Claro que no, no me queda tiempo ¿no has aprendido de ellos durante todos los años que papá nos metió sus historias a la fuerza —ella se encogió de hombros, aunque sabía que él no podía verla.

—Sabes que nunca le presté atención, ayudame, no quisiera tener que preguntarle a papá —el suplicó y él dejó escapar aire.

—Ok, sacaré un rato para contarte todo, o al menos lo que recuerde.

—Gracias —le dijo ella con emoción y él asintió con la voz.

Cuando colgó la llamada se quedó mirando un rato el techo, y el recuerdo del aliento del hombre sobre su cuello la tensó nuevamente, así que se puso de pie y entró desde su computador a la página donde estaban registrados todos los profesores de la ciudad, comenzaba a darle una insana curiosidad por saber quién era el hombre y de donde había salido, pero el apellido Harrison no existía en aquella lista y Eloísa se quedó con la boca abierta viendo la página en blanco.

—¿Quién diablos eres, Harrison?      

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