Eloísa bajó de su habitación un par de horas después, llevaba en el pequeño bolso de espalda el cuaderno con el resumen que le había dado su hermano sobre la historia de sus antepasados y el computador. Eloísa no había querido profundizar demasiado en ellos, lo último que quería era que sus compañeros se enteraran que su bisabuelo se había quedado en Colombia para explotar las minas de esmeralda y que la asociaran con el dinero de su padre.

Cuando llegó a la cocina la empleada que había contratado su madre le sirvió el almuerzo y decidió salir de la casa el resto de la tarde escabulléndose para evitar que alguien la viera.

Llegó a la cafetería silenciosa que tanto amaba y se acomodó con su computador en una esquina adelantando otros deberes y escuchando música. Después de un par de horas se estiró y decidió dar la jornada del día por acabada, y cuando se volvió hacia la barra alargada para pagar lo que había consumido, se encontró con los ojos azules del profesor Harrison que la miraba con curiosidad. Eloísa pensó en la posibilidad de sentarse de nuevo y esperar a que se fuera, pero el hombre ya la había visto y le resultaba incómodo, así que caminó hacia él y se apoyó en la barra a su lado.

—Profe —le dijo —qué coincidencia —el hombre le dio un sorbo al café que tenía en la mano y la miró de reojo.

—Harrison —le dijo —y no es tanta coincidencia, este lugar está a dos calles del colegio —Eloísa le apartó la mirada, ¿acaso el hombre si empre tenía ese carácter tana amargado y frívolo?

—Pues sí —Eloísa pagó lo que debía y dio media vuelta —nos vemos entonces, Harrison —se sintió rara al referirse a un profesor de esa manera, pero si era lo que él quería.

—¿Cómo va con su trabajo de investigación? —le preguntó y ella se volvió, el hombre la miraba a los ojos y Eloísa estaba comenzando a hartarse de lo intimidada que la hacía sentir así que dio un paso hacia él para estar mas cerca.

—Bien, en eso estoy —él asintió revolviendo en el fondo de la taza el fondo del café.

—El apellido Sarmiento es muy curioso, tiene historia, estoy ansioso por escuchar qué tendrá para contarnos — Eloísa apretó el computador cerrado contra el pecho.

—¿Cómo sabe que el apellido tiene historia? —le preguntó ella y él se rio, una autentica y poco forzada carcajada que lo hizo ver tres veces mas atractivo con los hoyuelos que se formaron en sus mejillas.

—Soy un historiador, conozco de esas cosas —Eloísa asintió, en eso tenía razón.

—¿Y el historiador tiene nombre? —le preguntó ella, ya lo tenía em frente y no podía desperdiciar la oportunidad. El borró la sonrisa lentamente y regresó a su normal gesto austero.

—Harrison —dijo únicamente y Eloísa lo miró con los ojos entre cerrados.

—Usted conoce mucho sobre nosotros y nosotros no conocemos nada de usted —le dijo ella y él se tomó de un último y gran trago el resto del café.

—Soy su profesor, no necesitan saber mas allá de eso, pero ¿Por qué la pregunta, señorita sarmiento? ¿qué quiere conocer de mi? —le habló bajando la voz y Eloísa se sintió extraña, como si le estuviera coqueteando. Pensó en la posibilidad de despedirse en ese instante y salir corriendo de lugar, pero eso le pareció aún más incómodo, así que se aclaró la garganta y cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro.

—Solo quería saber su nombre —le dijo al final y él se encogió de hombros.

—Tal vez se gane algún día el derecho de saberlo.

—¿Qué tengo que hacer? —le preguntó y solo después de haber formulado la pregunta se arrepintió, ya que el hombre ladeó la cabeza con una sonrisa y dejó la taza sobre el mostrador.

—Ya lo veremos —pasó por el lado de Eloísa y desprendiendo su olor fresco y de despidió antes de salir —Nos vemos mañana en educación física, lleve mucha agua —cuando la puerta de la cafetería se cerró Eloísa sintió que se desprendió de ella un enorme peso. ¿Qué diablos había pasado?

Se sentó de nuevo en el rincón y pasó otro rato largo buscando en internet algo sobre el hombre, pero no encontró nada.

Llegó al restaurante que Walter le había indicado apenas dos minutos tarde, se había entretenido hablando con un hombre que grafiteaba una pared bajo un puente y cuando se dio cuenta era un poco tarde. El muchacho ya la estaba esperando, tenía el uniforme de mesero perfectamente puesto y el cabello amarrado en una cola de caballo bien organizada y Eloísa pensó que era bastante atractivo.

—Mirate —le dijo en cuanto lo vio —te vez bien cuando te bañas —el muchacho únicamente se encogió de hombros y le tendió unos papeles.

—No encontré mas allá de mi abuelo —le dijo y ella leyó por un momento —mi familia no ha sido muy interesante, pero, qué te parece si en vez de cada uno hablar sobre nuestra propia familia de pie al lado del otro y compartimos información y lo hacemos entre los dos, eso es lo que quiere Harrison, ¿no? Trabajo en equipo —Eloísa se quedó mirando las hojas y asintió con la cabeza.

—Me parece una genial idea —el muchacho sonrió con timidez.

—No sabía si te podría gustar, ya sabes, por tu carácter y eso —Eloísa lo miró a la cara con el entrecejo apretado, y por primera vez en mucho tiempo consideró el tipo de imagen que le daba a sus demás compañeros.       

—No soy tan mala como piensas, solo no me gusta mucho interactuar —él negó levantando las manos en el aire.

—No tienes por qué explicarme nada, tranquila —le dijo y Eloísa asintió con la cabeza —bien, ahora tengo que volver a trabajar, espero que mañana me den el día y podemos arreglar todo después de clase. Eloísa asintió y se lo quedó mirando hasta que entró por la puerta del restaurante y pensó que tal vez no era mala idea abrir un poco su circulo de amigos.

Cuando llegó a casa ya eran más de las diez de la noche, y se extrañó ver el auto de su padre en el estacionamiento, normalmente el hombre llegaba después de media noche o en su defecto, ni llegaba.

Consideró la idea de subir a su habitación por las enredaderas, pero estaba muerta de hambre y decidió primero pasar por la cocina, pero en el instante en que abrió la puerta principal notó que algo estaba mal. Junto a la entrada había dos grandes maletas que se le hicieron familiares y cuando llegó a la sala el corazón el dio un vuelco cuanto encontró a su mamá y su hermano Ezequiel sentados en el amplió sofá.

Eloísa abrió los ojos y caminó con rapidez hacia su hermano, pero el alto cuerpo de su padre se interpuso en su camino y Eloísa casi chocó con él.

—Llevamos horas esperándote —le dijo y Eloísa lo no miró a la cara. Su padre, Saul, era un hombre grande de carácter fuerte que pensaba que todo el mundo tenía que hacer lo que él quisiera por que era millonario, era el típico ejemplo de clasismo y superioridad.

—Mi compañero de clases solo podía a esta hora —dijo ella y rodeo al hombre para avanzar hacia su hermano que reposaba plácidamente en el mueble y se le lanzó encima.

—Enana —la saludó él abrazándola con fuerza y ella sintió que el hueco que se le había formado en el cuerpo desde el momento en que él había partido se llenaba un poco. Se apartó y a pesar de ver en los ojos verdes del hombre una seguridad que nunca recordó haber visto, sintió que algo andaba mal.

—¿Qué pasó? —preguntó ella y su padre tomó la palabra un metro mas allá.

—¡Pasó que tu hermano es un traidor a la familia y al legado de los Sarmiento! —dijo el hombre en un grito y su madre dio un salto. Eloísa se sentó al lado de su hermano que tenía la cabeza en alto —y también es un degenerado —añadió su padre con tono bajo y Eloísa sacudió la cabeza.

—¿Qué pasó? —preguntó de nuevo mirando esta vez a su madre, pero la mujer estaba petrificada mirando un punto indefinido en el suelo.

—Pasó que tu hermano renunció a la esmeraldera —le dijo Saul y Eloísa lo volteó a mirar. No quizo preguntarle en ese momento, ya tendrían tiempo para hablar ellos dos a solas, pero por la sonrisa que él le dedicó ella entendió que era una decisión que lo estaba haciendo feliz.

—Pues si él no quiere estar allá que no esté, no lo puedes obligar —dijo y su padre se sentó en el mueble de en frente para señalarlo.

—Cuéntale, Ezequiel, dile lo que me dijiste —le habló con asco a su hijo y él se irguió en el mueble para tomar las manos de su hermana.

—Ali, creo que ya lo sospechas, es bastante obvio y papá es un ciego si no lo vio antes, pero soy gay —Eloísa sintió que el corazón le dio un vuelco, claro que lo sospechaba, muy en el fondo, pero le alegró la noticia, eso explicaba mucho del comportamiento de su hermano así que lo abrazó. Él había tenido que cargar con mucha presión a lo largo de toda su vida y ella estaba ansiosa por es cuchar qué lo había alentado a salir de aquel embrollo en que lo había metido su padre, esperó que fuera un hombre.

—Felicidades por ser tan valiente —le dijo y Saúl pateó la mesita que tenía más cercana.

—¿Encima lo felicitas? —dijo con rabia —si la gente se entera esto arruinará a la familia  —Eloísa soltó una carcajada que hizo torcer la mandíbula de su padre en un gesto de ira contenida. 

—Papá, no estamos en los sesenta, a nadie le va a importar que Ezequiel sea gay, está de moda se gay —el hombre se puso de pie y se ajustó el traje.

—Pues no vivirá aquí —Ezequiel se puso de pie también.

—Soy dueño del treinta y tres por ciento de esta casa, de la esmeraldera y de cada negocio que dejó el abuelo antes de morir —le dijo y se ajustó también el traje retando a su padre —si quieres que me vaya de esta casa compra mi parte y lo haré con gusto, mientras tanto —tomó la mano de Eloísa y la estrechó con fuerza —¿me llevas a mi habitación, hermanita? —ambos salieron de ahí dejando atrás a un encolerizado Saúl y Eloísa se acercó a su hermano.

—Me tendrás que contar toda la historia —le dijo y Ezequiel sonrió con tristeza.

—Te lo contaré, pero dame tiempo.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP