Ezequiel se había encerrado de inmediato en la habitación, Eloísa no creyó su excusa de que estaba cansado, más bien notó que el hombre quería estar solo y respetó la decisión por más que quisiera escuchar la historia de como el hombre más dedicado y obediente había decidido lanzar a la borda todo su trabajo y enfrentar al hombre que le había controlado la vida desde el instante en que había sabido escribir su propio nombre, pero entendió que tenía que darle tiempo, lo que le hubiera pasado parecía que le había dado a su vida un giro de ciento ochenta grados.

Cuando Eloísa se levantó temprano en la mañana corrió a la habitación de su hermano, pero esta estaba vacía.

—Lo vi salir con ropa deportiva —le dijo la empleada del servicio que sacudía los impecables floreros del comedor —debió haber ido a correr.

Cuando Eloísa llegó a la entrada del colegio se encontró con Lucía que tenía el rostro apretado como cada día en que tenían clase de educación física, la muchacha delgada era abiertamente anti ejercicio y en varias ocasiones prefería hacer trabajos escritos que jugar al fútbol con sus compañeros.

—¿Y esa cara de uva pasa? —le preguntó Eloísa en cuanto la vio y Lucía pateó el suelo con fuerza.

—Hablé con el profesor Harrison —dijo —le dije que era muy mala haciendo deporte y que el profesor Esteba siempre me dejaba en la banca haciendo algún trabajo escrito —Eloísa asintió con la cabeza.

—Te dijo que no — aventuró a decir y la muchacha se cruzó de hombros.

—Me dijo que si no tenía una restricción médica que lo impidiera, me haría correr hasta desmayar —Eloísa se cubrió la boca con la mano para que no la viera sonreír y Lucía la empujó —eso solo pasó una vez, y era porque no había desayunado —Eloísa rodeó a la muchacha por los hombros y la obligó a entrar en el colegio.

—Estaremos juntas, vamos despacio —ella negó.

—No Eloísa, eso no es justo, tu eres de las mejores y solo te retrasaré —Eloísa sacudió la mano en el aire restándole importancia y luego miró para ambos lados verificando que vinieran lo suficientemente alejadas de los demás para que no la escucharan.

—Intenté averiguar sobre Harrison —le dijo —pero no encontré nada, ni en la página de la lista de profesores de la ciudad ni en ningún lado.

—Es complicado solo con su apellido, ¿sabes su nombre? —Eloísa negó.

—Es raro, ¿no? Que no aparezca en ningún lado —Eloísa negó.

—Según ahí rumores, Harrison podría ser meramente un suplente, eso quiere decir que no necesariamente tiene que ser un profesor certificado, así que por eso puede no aparecer en la base de datos, pero ¿por qué quieres saberlo? —Eloísa se encogió de hombros, ni siquiera ella tenía idea.

La clase de educación física era la última del día, y Eloísa no pudo negar para sí misma que la estuvo esperando con ansias, normalmente le gustaba hacer deporte, hacía apenas unos meses había terminado un torneo de voleibol. Le gustaba estar en movimiento, le hacía olvidar que tenía que regresar cada noche a una mansión lujosa y grande pero vacía, sentía que no había nada allí para ella y por eso trataba de pasar la mayor cantidad de tiempo posible lejos del lugar.

Ya estaban todos los del grupo en la enorme cancha de tierra que quedaba detrás del colegio cuando Harrison asomó por la esquina, traía una camisa sin mangas que mostraba unos portentosos y musculados brazos llenos de venas, y unos pantalones a la mitad de la pierna que Eloísa se quedó mirando hasta que estuvo demasiado cerca para disimular, pero sí que se quedó embobada un momento con la espléndida anatomía del hombre, otra razón más para pensar que algo no andaba bien, con ese rostro cincelado, la altura y el cuerpo musculado, el hombre podía estar modelando en las pasarelas más importantes de Europa, pero en vez de eso estaba ahí, enseñando historia en una ciudad latinoamericana y en un colegio cualquiera. Eso era raro.

—Hoy los voy a demoler —les dijo en cuanto llegó hasta ellos —Mañana es sábado, así que podrán lamentarse del dolor del cuerpo todo el día en la cama —todas las mujeres morboseaban descaradamente al hombre y la mayoría de los hombres también le daban una repasada a su anatomía, Eloísa notó a unos con envidia y a otros con admiración. Walter ladeó la cabeza y señaló al hombre de los pies a la cabeza.

—Si voy a quedar así de atractivo después de hoy, pues moriré feliz —Eloísa siempre había notado que las clases fuera del salón ponían un poco más animado al muchacho, pero ese día lo notó especialmente más enérgico, traía el cabello atado en una cola de caballo cortita y se movía en su propio puesto impaciente. Harrison se rio ante el comentario y ladeó la cabeza.

—Esto —se señaló el cuerpo —me tomó años, si quieres hacerlo yo puedo asesorarte, a los que quieran, pero sepan que un cuerpo no los hace atractivos, son ustedes mismos y la confianza que se tengan —-los ojos oscuros de Walter se posaron sobre Eloísa y le sonrió, y ella le devolvió una sonrisa amistosa.

Harrison procedió a explicarles a todos la dinámica del juego, haría cinco rondas de ejercicio, cada vez con mayor intensidad, y los que salieran en cada ronda exhaustos iban obteniendo la calificación del día dependiendo en la ronda que hubieran renunciado.

Eloísa pensó que sería fácil, pero en la mitad de la tercera ronda ya era la última mujer y creyó que vomitaría sobre la tierra amarillenta en cualquier momento, pero no renunció, no se iría de esa clase ni siquiera con un cuatro, ella iba por la quinta ronda y la ganaría.

Harrison les dio un descanso de un par de minutos y luego le dijo, a los pocos que quedaban, que darían diez envueltas a la cancha, y los últimos cinco saldrían de la ronda. Eloísa se ajustó los cordones con fuerza, si lograba llegar a la siguiente ronda, estaría más cerca de ganarse ese cinco en las calificaciones y no pensaba dejarlo pasar.

Cuando el silbato del hombre indicó la salida Eloísa arrancó con todas las fuerzas que le quedaban, las rodillas le dolieron y los músculos se le atrofiaron, pero siguió corriendo sin detenerse y para la mitad de la primera vuelta ya era la última.

—Te quedas atrás —le dijo Harrison alcanzando y Eloísa no le contestó, no porque no quisiera, más bien por que no podía, creía que si habría la boca dejaría todo el contenido de su estómago en el suelo, así que se concentró en correr tras los demás que cada vez la dejaban más atrás. Harrison se le adelantó, y Eloísa no pudo evitar mirar cuando pasó a su lado como los pectorales voluminosos saltaban, y luego como los dos firmes y respingados glúteos se movían uno al lado del otro.

—¡Ay! —gritó ella y las piernas le fallaron, cayó al suelo con tanta fuerza que la cara se le llenó de tierra. Harrison llegó a ella tan rápido como un rayó.

—¿Un calambre? —le preguntó y Eloísa asintió, en realidad eran varios. El hombre la tomó en sus brazos como si fuera una simple pajita y la cargó hasta donde estaban los demás —llevaré a Eloísa a la enfermería —les dijo a los que estaban descansando en el suelo —lucía, sabes la dinámica, te dejo encargada —la muchacha asintió, tenía el cara verde.

Harrison salió de la cancha con Eloísa en los brazos y después de que se le pasaron los calambres disfrutó un poco de ser acarreada por el hombre, tenía el cuerpo cálido y Eloísa sintió el aroma del sudor y no pudo evitar que el calor le subiera a la cara. El hombre la dejó en las escaleras que conducían al segundo piso y le sonrió ampliamente.

—Creo que ya —le dijo ella y él negó.

—No se irán así de fácil —Eloísa hizo ademán de ponerse de pie, pero el calambre del pie izquierdo volvió con más fuerza y se mordió la lengua. Harrison apretó la pierna con fuerza y comenzó a masajearla con sus manos grandes —Hace un par de años —comenzó a contarle mientras masajeaba y el dolor de Eloísa se detuvo, pero él no dejó de masajear —estaba buscando la entrada a una cueva en Perú, así que comencé a trepar por un barranco alto, y antes de llegar al final mis brazos se acalambraron —Eloísa tragó saliva.

—¿Qué pasó? —las manos del hombre subían y bajaban por la pierna de ella y Eloísa intentó concentrarse en la historia.

—Tardé más de tres horas en subir algo que me tardaría de manera normal unos cuarenta minutos, y cuando llegué arriba, ¿sabes qué?  No había entrada y ya no tenía fuerzas para volver a bajar, tuve que pasar la noche ahí, y al siguiente día estaba como nuevo, me tomó media hora bajar —le dio una palmadita a la pierna de Eloísa —entonces ve a descansar hoy y mañana estarás bien —con el dorso de la mano limpió la tierra de la mejilla de ella y Eloísa le apartó la mirada. Un auto sonó el claxon en la calle y cuando Harrison se levantó Eloísa vio a su hermano en su lujoso auto que la esperaba afuera.

—¿Quieres que te lleve? —le preguntó él y ella negó, se puso de píe y caminó despacio hasta el auto bajo la atenta mirada de su hermano.

—¿Y tus cosas? —le preguntó Ezequiel después de que hubiera subido y ella ladeó la cabeza.

—Le diré a Lucía que las guarde por mí, me dieron calambres —él levantó la vista hacia Harrison que los miraba desde las escaleras y frunció el ceño.

—¿Ese hombre es profesor? —preguntó después de arrancar y Eloísa se giró hacia él.

—¿Te gusta? —él ladeó la cabeza incómodo —vamos, quiero hablar de hombres con mi hermano, ¿cierto que el profe está bueno? —él sonrió y asintió.

—Está…muy rico —Eloísa gritó de la emoción y otro calambre le llegó.              

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