Eloísa salió de su salón de clase con los puños apretados, odiaba trabajar en pareja, ella era más bien de trabajo individual, o, en su defecto, con alguien que sí le importara la actividad. Walter era un muchacho irresponsable que siempre dejaba que los demás hicieran todo por él, pero Eloísa no estada dispuesta a arrastrar bajo el brazo a alguien, así que lo buscó en la salida de colegio para hablar con él, pero cuando cruzó la puerta lo vio irse en su moto ruidosa y no alcanzó a avisarle.
—No te vez muy feliz —le dijo Lucía desde atrás y Eloísa se cruzó de brazos, odiaba sentirse estresada, ya tenía suficiente con sentir aquella embaucadora sensación todo el día en su casa como para que también tuviera que soportarla en el colegio.
—Es injusto —dijo —ahora tendré que hacer yo sola todo el trabajo y él también ganará —Lucía se acercó a Eloísa y ladeó la cabeza para atarse el oscuro cabello en una cola de caballo.
—La verdad no, si la presentación es oral él tendrá que hablar, y si no lo hace pues perderá —Eloísa asintió con la cabeza, Lucía tenía razón, ella no perdería nada.
Cuando llegó a casa abrió la puerta principal despacio, no le apetecía llamar la atención y que algún miembro de su familia la viera entrar, ya estaba suficientemente estresada como para tener que soportarlos. Pasó por la enorme sala de estar, donde lujosos candelabros decoraban la estancia e iluminaban los suelos alfombrados y las paredes tapizadas.
En las paredes, colgaban los cuadros de las personas que ella tenía que llamar tatarabuelos y demás, pero para Eloísa no eran más que fantasmas del apellido Sarmiento que habían desaparecido hacía siglos y que estaban ahí colgados para recordarle que tenía todo un linaje que proteger y una reputación que mantener.
Eloísa los odiaba, desde pequeña su padre usó esos cuadros para atemorizarla, como sí sus antepasados fueran a levantarse de la tumba para recriminarle que se había perforado las orejas y coloreado los parpados de colores intensos. Eloísa ya no les tenía miedo, pero el respeto y la devoción que le dedicaba su padre le producía nauseas.
Cuando cruzó la sala y comenzó a subir por las escaleras alguien habló desde abajo.
—Derecha —dijo y Eloísa enderezó la espalda para volverse hacia su madre. Era pasado el mediodía y la mujer aún tenía puesta la bata de dormir, tenía el cabello rubio bien peinado y la cara extrañamente deformada, de seguro el doctor personal que tenía estaba ahí aplicándole una nueva dosis de Botox, y de paso una palpitante poya escupe leche. Su madre pensaba que ella era tan idiota como su padre y que no se daba cuenta del amorío que tenía con el cirujano estético —¿Cómo te fue hoy en el colegio? —le preguntó meneando la mano y el licor que tenía en el caro vaso de cristal se regó un poco en el marmoleado piso.
—Bien —le dijo seca Eloísa. Felicia, su madre, siempre había sido una buena mamá, pero incapaz de defender a sus hijos de las presiones que su esposo les imponía, y aunque nunca estuvo del todo de acuerdo, temía perder el cheque mensual que le llegaba sin falta y prefirió quedarse callada, Eloísa la odiaba un poco por eso.
—He hablado con varios de tus profesores —le dijo —me sorprende y alegra que ya decidiste al fin terminar tu último curso, si sigues así podrás entrar a la universidad y ayudar a tu hermano y a tu papá en la empresa —Eloísa se giró dándole la espalda a su madre, ya habían tenido un millón de veces esa conversación y estaba cansada de gritarle a los cuatro vientos que no quería trabajar allí y que nadie la escuchara. Felicia hizo un mohín con la poca flexibilidad que le quedaba en el rostro por culpa del bótox —Ya verás que no es tan malo como parece —le dijo y Eloísa la miró con fastidio.
—Sería lo peor que le podría pasar a mi miserable vida —le dijo ella y su mamá sacudió la mano soltando una carcajada.
—No seas dramática, Eloísa, tu hermano Ezequiel quería ser pintor y miralo, está feliz administrando la cede en Bogotá.
—¡Tú no sabes eso! —le gritó Eloísa y la mujer dio un salto —¿y sabes por qué no lo sabes? por que llevas meses sin llamarlo, o sin atender sus llamadas porque estás demasiado ocupada en el club con tus amigas ricachonas — la mujer le dio un largo trago a su vaso y se alejó tarareando una canción y Eloísa pateó el suelo con fuerza. Era lo que más odiaba de su madre, la nula capacidad que tenía de enfrentarse a las cosas que le atormentaban. Cuando su padre envió a Ezequiel lejos de la ciudad Eloísa contempló como ella se rompió en mil pedazos, pero, ¿qué hizo para detenerlo? Nada, solo se limitó a llorar en las esquinas donde nadie la viera mientras seguía fingiendo ser la esposa perfecta. Eloísa prefería pegarse un tiro que tener la mediocre vida que ella llevaba.
Cuando entró a su habitación cerró la puerta de un golpe fuerte y se lanzó a la cama apretando las sábanas. Extrañaba tanto a su hermano Ezequiel que le habían arrancado la mitad del alma cuando se lo habían llevado de la ciudad, y aunque hablaba con él a diario extrañaba abrazar su cuerpo cálido y contarle todo lo que le estaba pasando por la cabeza.
Tomó su celular y marcó a su número, pero el hombre no contestó, de seguro estaba ocupado en aquel momento, últimamente siempre lo estaba.
Ezequiel era dos años mayor que Eloísa, y terminó su bachillerato a dos dieciséis, más cinco años de carrera de administración de empresas y un año ejerciendo, la relación de los dos se había convertido en una llamada de tres minutos a las diez de la noche y una video llamada al menos una vez al mes. Ya no les alcanzaba para más.
Había intentado contactar por todos los medios posibles a Walter, en sus redes sociales, por llamada, incluso le dejó un mensaje de texto, en pleno dos mil vestidos, pero todos los intentos fueron en vano. Si Eloísa hubiera querido, lo pudo haber buscado en su casa, pero, ¿para qué? De seguro se sentaría en una esquina a verla trabajar y sin hacer nada, así que decidió hacer el trabajo ella sola.
Se decidió por la revolución feminista a finales del siglo dieciocho, le parecía un tema realmente interesante y tenía mucho tema para hablar, así que preparó todo el guion, y unas cuantas imágenes de apoyo y cuando tenía todo listo lo admiró con el mentón en alto, le demostraría a ese tal profesor Harrison pro que era la mejor estudiante de la generación, por eso, cuando se sentó el siguiente día en su incomoda silla tenía el cuerpo lleno de energía.
A los demás profesores del colegio ya les había demostrado qué tan buena podía llegar a ser, y después de eso todo se había convertido en un rutina de entregar exámenes perfectos y cincos por todas partes, pero la llegada del nuevo profesor le resultó atrayente, una nueva oportunidad de cambiar la rutina.
El hombre entró al aula con paso decidido, traía unos pantalones de jean y una camisa con mangas que dejaba ver sus portentosos brazos.
—¿Acaso está más guapo que ayer? —le preguntó Lucía a Eloísa acercándose un poco y ella ladeó la cabeza. Efectivamente el hombre parecía mucho más atractivo que el día anterior y eso por alguna razón la puso más nerviosa.
—Qué genial día para reprobar a mucha gente —dijo él curándose de brazos frente a todos y levantó el mentón —¿Quién hizo su trabajo de hoy sobre la revolución industrial? —preguntó y tres parejas levantaron la mano —genial, están reprobados, para la próxima semana quiero temas nuevos —los alumnos alzaron la voz y el hombre los cayó de un sonoro y contundente —Cállense —no había sido un grito, pero tampoco había sonado como un simple regaño —justo ayer hablamos todo lo necesario sobre esta revolución, ¿pensaron que se las aceptaría así no más? —señaló a Eloísa con el índice y ella dio un salto —señorita Sarmiento, comienza usted —Eloísa se puso de pie y avanzó hacia el frente bajo la atenta mirada de todos. Cuando pasó junto al hombre logró percibir su fragancia, era como un poco a limón.
Eloísa tomó la pantalla que hacían para las presentaciones y comenzó a sacarla de detrás de la puerta.
—Recuerdo haber dicho que sin diapositivas? —le dijo él y Eloísa se quedó un segundo con la boca abierta, los azules ojos del hombre estaban puestos sobre los suyos con intensidad.
—Son solo unas imágenes de apoyo —dijo y él negó.
—En la vida real usted no tendrá imágenes de apoyo — Eloísa dejó el televisor de lado y se paró en medio del tablero para mirar a sus compañeros y se aclaró la garganta.
—Hice mi trabajo sobre la revolución feminista —Harrison se rio y Eloísa lo miró.
—Usted es la mejor se su curso, pensé que nos ofrecería algo más…original —Eloísa se cruzó de brazos, comenzaba a impacientarse.
—El feminismo es importante —le dijo ella y él asintió.
—¿Quién ha dicho que no? — contestó él y luego se volvió hacia los demás —si alguien aquí hizo su trabajo sobre una revolución famosa y repetida mejor ni salga —Eloísa vio como varios agacharon la cabeza.
—Yo no tengo otra —le dijo con voz firme, ya se estaba hartando de aquel hombre ¿Quién se creía?
—Entonces la escucho —Eloísa pasó los siguientes diez minutos contando todo lo que había aprendido sobre la revolución y cuando terminó levantó el mentón orgullosa. El profesor Harrison comenzó a aplaudir y los demás lo siguieron desconfiados —esto es lo que llamo una exposición —dijo dirigiéndose a los demás y Eloísa sonrió —no quiero que vengan a qui a recitarme como un Wikipedia con boca fechas y cosas que memorizaron a la fuerza, quiero que me cuentes qué aprendieron de cada cosa que investiguen. Si alguien no lo va a hacer como la señorita Sarmiento, entonces tampoco salga —Eloísa vio como mas de la mitad del curso apartó la mirada. Caminó hacia su asiento, pero la fuerte mano del hombre la retuvo del hombro, era grande y cálida y cuando Eloísa lo miró él sonrió de lado —¿Dónde está su compañero? —le preguntó y la sonrisa de Eloísa se borró lentamente.
—Ahí —señaló a Walter que la miraba atento sin ninguna expresión en el rostro —pero él no quiso hacer nada, traté de buscarlo, pero no apareció… el enorme dedo índice del profesor se posó sobre los labios de Eloísa y ella se quedó petrificada, sintió como se le erizaron los vellos del cuello y cuando él aparó el dedo se relamió los labios inconscientemente.
—No me importan sus excusas —le dijo —tiene que aprender a trabajar en equipo, señorita, en la vida real nunca llegará a ningún lado si está sola —ella intentó defenderse de algún modo, pero él la empujó por el hombro para que avanzara —tendrá que repetir su exposición con su compañero, pero esta vez yo les diré el tema.
Cuando Eloísa llegó hasta su asiento Lucía arrugo su papel y lo metió dentro de su bolso.
—Y yo que me aprendí todo de memoria como un robot —le dijo y Eloísa se dejó caer con rabia en el pupitre —es un poco idiota —dijo la delgada y ella asintió.
—Es un idiota completo —dijo Eloísa y sonrió de lado —pero yo le voy a demostrar de que estoy hecha.
Eloísa no logró concentrarse durante el resto de la clase, el humor se le había ido al carajo, incluso el dibujo que comenzó a hacer en la parte trasera del cuaderno le salió torcido y feo, ¿cómo era posible que aquel hombre fuera tan idiota? Levantó la mirada y se lo quedó viendo, Harrison era un hombre serio y firme, bastante curioso para ser alguien tan joven, ¿Cómo había llegado a ese puesto? Sacudió la cabeza alejando los pensamientos de su mente, la insana curiosidad que poseía la había metido en mas de un aprieto a lo largo de su vida, solo se limitaría a tratar de ser la mejor estudiante para cumplir sus objetivos de irse de si casa y listo, no tenía por qué involucrarse de ninguna otra forma.Cuando levantó la cabeza los ojos azules del hombre estaban puestos sobre ella y esta vez Eloísa sí que le dejó la mirada clavada, le demostraría que ella también tenía voluntad, pero el cuerpo de Lucía se interpuso y fingió mostrarle algo en el cuaderno.—Deja de mirarlo así —le dijo y
Eloísa bajó de su habitación un par de horas después, llevaba en el pequeño bolso de espalda el cuaderno con el resumen que le había dado su hermano sobre la historia de sus antepasados y el computador. Eloísa no había querido profundizar demasiado en ellos, lo último que quería era que sus compañeros se enteraran que su bisabuelo se había quedado en Colombia para explotar las minas de esmeralda y que la asociaran con el dinero de su padre.Cuando llegó a la cocina la empleada que había contratado su madre le sirvió el almuerzo y decidió salir de la casa el resto de la tarde escabulléndose para evitar que alguien la viera.Llegó a la cafetería silenciosa que tanto amaba y se acomodó con su computador en una esquina adelantando otros deberes y escuchando música. Después de un par de horas se estiró y decidió dar la jornada del día por acabada, y cuando se volvió hacia la barra alargada para pagar lo que había consumido, se encontró con los ojos azules del profesor Harrison que la mirab
Eloísa contempló el cielo nublado, al horizonte, las nubes se acumulaban como montañas de nieve y parecía que la tormenta no hacía más que comenzar, pero a pesar de eso, el hombre que la seguía no se daba por vencido.Eloísa pensó que era un acosador, uno de tantos, pero no, había algo diferente en él, parecía más profesional, pero ella no era una estúpida, sabía perfecte que la estaba siguiendo. Se preguntó si era algún trabajador de su padre que había sido enviado para protegerla, pero no importaba, en un par de minutos logró perderlo a pesar de su uniforme de colegio y cuando entró por las instalaciones algo dentro de ella le decía que no era una buena señal, lo sintió en los huesos, pero ignoró el sentimiento, nunca había sido una mujer muy creyente. ****El agua caía del cielo con una intensidad descomunal, como si el firmamento se desmoronara en fragmentos helados. Las piedras de hielo impactaban contra los techos de arcilla con tal violencia que quienes buscaban refugio bajo
El chisme se había distribuido por el todo el colegio Los Molinos como una bomba apestosa, rodando por cada pequeño rincón e infectando hasta la más trivial conversación, incluso los que no quisieran enterarse del nuevo acontecimiento se veían involucrados en uno que otro chisme de corredor o conversación fugaz en medio de las clases, pero poco le importaba a Eloísa aquel nuevo y repentino cambio. ¿Qué más daba un maestro nuevo?En lo único que pensaba mientras grafiteaba en la parte de atrás de su cuaderno era en el penoso año escolar que tenía que pasar. Su rebeldía y tremendo placer por causar el descontento de sus padres la había sacado de dos de las mejores escuelas privadas de toda la ciudad de Medellín y la había lanzado a un triste colegio público en decadencia y mediocre. Ellos ya no estaban dispuestos a pagar las caras colegiaturas para que Eloísa se sentara en una esquina a enseñarle el dedo de en medio a cuanta persona intentara entablar conversación con ella, pero acababa