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Capítulo 5: Te dije que te mantuvieras lejos de mi vista Tiffany

— ¡Papá!

Maximiliano tomó en brazos a su hija menor mientras veía a Liam acercarse con la mochila rosa que había sacado de los pequeños hombros de su hermana. Max trató de acariciar al chico en la cabeza, pero este se apartó antes de que pudiera.

— ¿Qué sucede ahora Liam?

— El chofer dijo que mamá volvió, mi hermano está molesto.

— No sé por qué— dijo Maximiliano mirando a su hijo a un par de pasos junto a él —. Sabes muy bien que cuando ella está aquí no tiene mucha diferencia, además, eso va a terminar pronto.

— ¿Va a volver a irse papá? — el hombre miró a su hija.

— Sí, cariño, quizás… Quizás esta vez no vuelva más.

La expresión en el rostro de la niña hizo sentir mal a su padre, miró el rostro de incredulidad de su hijo que aún seguía cruzado de brazos y Maximiliano sintió que había sido un terrible padre por obligarles a vivir con alguien como Tiffany, por un infierno, ni siquiera debió tenerlos, fue un idiota por ceder a las obligaciones que habían dejado en él sus padres.

Había sido difícil crecer sabiendo que a los dieciocho se casaría con la niña mimada y molesta que siempre iba a visitarlo. Fue mucho más molesto cuando esa niña creció, se convirtió en una egocéntrica manipuladora y que adoraba mostrarles a todos cuán popular era entre los hombres, eso sí, con su anillo de compromiso siempre en su dedo corazón.

Max entró en la casa con sus hijos deseando haber sido más valiente, Tiffany llegó tarde incluso el día de su boda, le dijo abiertamente que había estado acostándose con el chofer antes de comenzar a ceremonia y aquello habría terminado de otra forma si él hubiese hecho lo que quería y se hubiese marchado, pero ya nada valía llorar sobre la leche derramada.

Maximiliano suspiró, dejó a su hija en el suelo antes de sentarse con ambos niños en el sofá. Liam sacó su móvil mientras la pequeña Leila buscaba su tableta en la mochila. Aquello era la nueva convivencia familiar, sus hijos le ignoraban cuando tenía tiempo para ellos y el mismo se reprochaba cuando no lo había. Odiaba ver que sus hijos estaban creciendo justamente como lo había hecho él.

— ¿Qué tal si me cuentan del colegio?

— Bien, mi hermano me dijo que no fuera a verlo en el recreo, que le avergüenzo porque soy una niña.

— ¡No dije eso Leila!, dije que me avergüenza que me digas hermanito!

— Eres mi hermanito cómo podría decirte.

— Mi nombre, todos me dicen mi nombre en el colegio.

— Yo no soy todos, tú eres mi hermanito.

— Yo soy mayor

— No importa.

Los niños discutieron haciendo a Maximiliano sonreír, pero esa sonrisa desapareció cuando escuchó los pasos en las escaleras. El rostro de su hijo se tensó. El niño miró hacia las escaleras más allá de los sofás donde estaban y la comisura de su labio bajó ligeramente.

— Me voy a mi cuarto — declaró.

— Liam, no tienes que…

— Solo bajaré para la cena.

Hanna vio al niño, de cabello rubio y ojos similares a los de su padre, caminar hacia ella, sonrió esperando un saludo, pero el chico pasó de largo sin decirle nada con un rostro hostil que llegó hasta el corazón de la chica. Si su hijo la mirase de aquella forma, ella se quebraría. Que un niño te mirara de aquella forma debía ser doloroso para cualquier persona.

La mujer se acercó a la sala, la niña un poco más pequeña que el chico, pero con el mismo tono de cabello alzó la mirada de su Tablet roza e hizo un puchero antes de esconder su rostro en el cuello de su padre. Este la abrazó antes de hablarle con brusquedad a Hanna.

— No abras la boca, te dije que te mantuvieras lejos de mi vista Tiffany — el hombre se puso en pie con la niña en brazos — y ni se te ocurra volver a decirle alguna cosa a Leila como que no debería haber nacido.

— Yo… no… No iba a…

— Esa ropa — el hombre bajó la mirada por su esposa —. ¿Qué?, realmente estás de luto por ese bastardo de tenis, parece que sí te gustaba.

Hanna se quedó muda, tragó mientras miraba hacia el hombre que la había dejado sin posibilidad alguna de responder y realmente le desagradó la mujer que la había contratado, sin embargo, su móvil sonó haciéndola desviar la atención al número desconocido. Caminó hacia la ventana más cercana antes de contestar.

— ¿Diga?

— ¡Mami! — Hanna sintió que su corazón daba un salto de alegría ante esa voz — mami, te extraño, le robé el número a papá de su teléfono, Sammy me enseñó, dijo que te pusiera un nombre nuevo en mi celular para que papá no supiera.

— Me gusta Sammy — admitió Hanna con la voz apagada — ¿Cómo estás mi vida?

— La novia de papá es mala, pero no me hace caso, así que no me importa. Quiero verte, mami, quiero vivir contigo.

— Yo también quiero que estés aquí tesoro, pero es complicado, los mayores…

— Sammy dijo que papá no quiere que te vea y que tendré que esperar a ser grande para verte.

— ¡No, mi vida!, eso… Eso no pasará, te prometo que voy a volver, solo… Solo déjame terminar un par de cosas, ¿sí?

— Pero vas a venir por mi mami, ¿De verdad?

— Te lo juro mi amor.

— Bien, mami, esperaré por ti, lo prometo, ahora me iré.

— Vale, mi niño, sé bueno, mami, irá por ti tan rápido como pueda.

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