Cpítulo 2

De los muchos libros románticos que he tenido el placer de leer a lo largo de mi vida; puedo asegurar que en ninguno describían al amor como esa sensación amarga que te corta el apetito y te estruja el corazón dejándote sumida en una tristeza desgarradora. Jamás existieron en ellos un final tan fatídico como el mío, pero a decir verdad solo en las fábulas podía existir ese felices para siempre que inconscientemente todos buscamos, es técnicamente impensable que la caperucita terminara devorada por el lobo y menos aún que ella lograra enamorarlo.

Nikolas Crons era ese lobo feroz que esperaba cada noche a caperucita por la simple satisfacción de asustarla. Él había sido ese niño malcriado al que le cumplían cada uno de sus caprichos, el príncipe que el rey mostraba orgulloso y el que lograba sacar suspiros de cada doncella de este reino.

Pero toda regla tiene su excepción y yo era la de Nikolas.

Él se convertiría en mi verdugo pero yo no sería otra de sus esclavas que hacen lo que dice sin rechistar, si el príncipe quiere una esposa yo le daría una; pero jamás sería la sumisa que tanto deseaba.

—Mi niña — la voz de mi madre unida a pequeños toques en la puerta de mi recamara me obligaron a apartar la vista de la ventana

Mis ojos observaban el ajetreo de las calles pero mi mente estaba sumida en mis pensamientos

—Adelante— hablé viéndola entrar con una amplia sonrisa que desencajaba totalmente con mi rostro

—Tienes visita— su tono detonaba entusiasmo pero tan pronto como su sonrisa apareció se esfumó y supongo que debo agradecerle a mi expresión— la dejo pasar querida— continuó y yo asentí tragando grueso— ¿Va todo bien?— preguntó finalmente y yo volví a asentir aterrada de que fuera él.

—¿Crees que sea el príncipe?— preguntó mi conciencia empeorando mi nerviosismo

Mientras observaba a mamá asentir con pesar y alejarse de la puerta para cederle el paso a alguien más.

Mi alma regresó a mi cuerpo en el momento en que aquellos mechones de cabello color fuego se asomaron con picardía en el umbral. Sus ojos café se conectaron con los míos pidiéndome pasar sin pronunciar palabra alguna. Mariantonieta; mi prima y única amiga había venido a verme.

Por primera vez en días me di la oportunidad de sonreír sinceramente y moviendo la cabeza la incité a pasar. Mi gesto la hizo sonreír y entrando cerró la puerta tras ella para llegar junto a mí. Lucía uno de esos vestidos elegantes que tanto le gustaban, era verde limón con un escote muy pronunciado en sus pechos y lleno de pequeñas hojas bordadas; su cabello se mantenía suelto con una peineta dorada que resaltaba en el mismo.

Cuando estaba frente a mi simplemente me abrazó, ella no lo sabía pero era mi curita al corazón. La única capaz de sacarme una sonrisa en mí peor momento.

—Tú mamá me mandó a llamar— rompió el silencio después de varios minutos mientras yo perdía mi vista nuevamente en las personas que pasaban por las calles del reino—Sé que el matrimonio no es la mejor de las ideas— continuó hablando y le regalé una mirada de pocos amigos— bueno… es una pésima idea, pero sabes que no puedes hacer nada para evitarlo— acarició mi hombro con suavidad—además— hizo un breve silencio como si dudara de contarme y yo la mire con curiosidad incitándola con la mirada a continuar.

—¿Además qué?— me animé a preguntar al ver que se mantenía en silencio

—Nain … se fue anoche— dijo con pesar en un tono bajo y yo le sonreí dándole a entender que era lo mejor aunque por dentro sentía como cada célula de mí se desmoronaba — no tienes que fingir conmigo, lo sabes??— cuestionó aferrándome a ella en otro de sus reconfortantes abrazos y me limité a asentir dejando que una pequeña lagrima se escurriera por mi mejilla.

—Es mejor así Mary— respondí después de unos segundos más para mí que para ella separándome y cortando el abrazo— sabes de lo que es capaz nuestro futuro rey—le recordé los rumores que habíamos escuchado en el pueblo sobre su narcisismo y arrogancia y que yo por desgracia ya había confirmado—¿Estoy mejor así?—finalicé secándome las mejillas con el dorso de mi mano

—¿Segura?— cuestionó no muy convencida y asentí con la mirada en el suelo—Hay algo más que quiero contarte— su tono en apenas susurros como si temiera que alguien más la escuchara me preocupó.

—¿Qué pasa?—cuestioné frunciendo el ceño y ella acaricio mis codos como si intentará agarrar valor en aquel tacto.

—Escuche a mi padre hablando con el tuyo hace unos días— comenzó llevando su vista a la puerta para confirmar que aún estaba cerrada y regresándola a mi continuó—¿Prométeme que no dirás nada de esto? — cuestionó antes de decirme finalmente agarrando mis manos y yo asentí pero ella me incitó con la mirada a decírselo con palabras.

—Vale no diré nada pero cuéntame ya— bufé con impaciencia y ella suspiró.

—Tus padres están en bancarrota y tú matrimonio con el príncipe es lo que los sacara de la quiebra— sus palabras me congelaron eso no podía ser posible, ellos… nooo

—¡Escuchaste mal! —fue lo primero que salió de mi boca— ellos… ellos me lo hubiesen dicho— tartamudee negada a la idea de que fuera cierta mientras ella apretaba su agarre en mis muñecas.

—No te lo había dicho antes por qué no estaba segura pero hoy los escuche hablándolo nuevamente y tú padre parecía algo preocupado y…— se cortó intentando no echarle más sal a la herida — triste— finalizó acariciando mi rostro con suavidad.

La tarde se me pasó volando entre pláticas y chismorreos con mi loca pelirroja favorita, pero lo que me había dicho me taladraba la cabeza. No puedo creer que estuviéramos tan mal y que mis padres me lo ocultaran. Siempre habíamos sido muy unidos pero ahora entiendo que hasta las personas más honradas e intachables como lo son mis padres pueden ocultar ciertas verdades para que yo no tuviera que cargar con ese peso.

Y así sin darnos cuenta mamá llegó anunciando que la cena estaba lista y ya con un mejor estado de ánimo por mí excelente compañía decidí bajar para acompañarlos a cenar.

Pésima decisión…

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