Capítulo 4

El compromiso con Nikolas ya era un hecho y alejado a la idea de que todo fuese una terrible pesadilla esa mañana un ostentoso carruaje real esa mañana en cuanto el alba se asomó se estacionaba frente a mí casa con los modistas más prestigiosos y reconocidos del reino.

En un abrir y cerrar de ojos mi habitación estuvo repleta de maletas y baúles con muestras de telas blancas como la nieve y encajes tan finos como caros. Me mostraron bocetos de diseños de vestidos excesivamente despampanantes, era una ofensa hacia mi sencillez ver aquellos modelitos.

—Esto debe ser una broma— bufe en un tono casi inaudible pero que capto la atención de todos los presentes

—Creo que no lo dijiste tan bajito nada—me recriminó mi conciencia haciendo que mi vista se levantara del boceto que tenía entre mis manos a cada uno de los presentes que me observaban con preocupación.

—¿No son de tu agrado los modelos que te han mostrado?— me preguntó finalmente Arthur, o creo que ese era su nombre.

Se había presentado como la mano derecha de mi prometido y era el encargado de que la orden de su “majestad” había dado y confieso de no ser por qué él estaba aquí ya hubiese echado a la calle a cada uno de los modistas.

—¿Pasa algo con estos bocetos que sea de su desagrado?—cuestionó nuevamente intentando buscar una solución y yo asentí con la cabeza suavemente—Diga usted que es eso que le desagrada y lo corregirán de inmediato—añadió más en orden que como sugerencia o al menos esa fue impresión que me dio cuando todos asintieron rápidamente.

—Primero que nada no me trate de usted, me llamo Andrea—le corregí; se sentía raro que siendo mucho mayor que yo me tratara con tanto respeto—los bocetos son muy extravagantes—concluí mirando al suelo apenada en susurros.

—Perdón Señorita—hizo un silencio cuando nuestros ojos se conectaron recordando lo que le acababa de pedir—Andrea—se corrigió—¿Quieres decirnos que quieres un vestido más sencillo?—cuestionó incrédulo y yo asentí—No creo que el príncipe Nikolas apruebe algo así—sonó más como una afirmación que como una duda real.

—No sería yo si vistiera uno de ellos—sentencié con pesar —¿al menos puedo elegir un vestido que si me apetezca usar?—pregunté resignada a la farsa de matrimonio que tendría.

Con el rabillo del ojo observe como Arthur le daba indicaciones a todos y estos anotaban cada una de ellas. Con tristeza deje los bocetos sobre la cómoda de la habitación y me dirigí a la ventana para que mis ojos se posaran en los transeúntes pero mi mente se perdió como ya le era costumbre en estos últimos días.

Supongo que me ensimisme demasiado en mis pensamientos por qué cuando voltee ya habían recogido todas las muestras y Arthur se acercaba a mi con expresión comprensiva.

—Él no es el villano de esta historia, aunque intente aparentarlo la mayoría del tiempo—intenté responderle algo pero en el momento exacto que entreabrí los labios el negó con la cabeza y volvió a hablar—hablaré con el sobre tú vestido, espero verte pronto señorita Sabash—concluyó comenzando a caminar hacia la salida de mi habitación

—¡Arthur!—lo llamé cuando estuvo a punto de cruzar el umbral de la puerta y él se volteó para observarme— también espero verlo pronto y recuerda que soy Andrea para ti

—Solo cuando estemos a solas, no se vería muy bien ante la sociedad que llamara a la futura reina por su nombre—dijo con una sonrisa divertida mientras hacía una pequeña reverencia

—Pues mi primer mandato real será que nadie me trate con tanto respeto

—No creo que el príncipe, futuro rey y su prometido permita que tal mandato se cumpla

—¿Y si soy una pésima reina? ¿No merezco el respeto de mis súbditos así como el hombre que me obliga a desposarme no merece el mío?—le respondí con sinceridad y algo de rencor en mis palabras

—Él pondrá este reino a tus pies, no existirá reina más amada, protegida y envidiada en este mundo que usted, Andrea—sentenció cruzando la puerta para marcharse finalmente.

Desde el ventanal observe como todos se adentraban en el ostentoso carruaje dejando a Arthur al último quien me regalo una fugaz mirada con un asentimiento de cabeza antes de entrar en el mismo dejándome allí parada, sola y sin entender si lo que me había dicho eran palabras de consuelo o por el contrario meras advertencias.

Esa tarde mamá me arrastro hasta la zapatería familiar y debo admitir que era deprimente ver los estantes vacíos por falta de presupuesto para comprar los materiales para la elaboración de los mismos.

La tienda que amaba visitar de niña estaba casi desolada y eso me rompía por dentro. Intenté disimular mi sorpresa con una pequeña sonrisa y comencé a limpiar los estantes vacíos para ayudar a mi padre. El honorable señor Sabash estaba negado a perder su tienda por lo que había colocado los escasos calzados que nos quedaban en las estanterías principales de la tienda y el resto de las mismas serían pulidas y guardadas en el viejo almacén que había detrás del taller.

Bloque mis pensamientos y me concentré en lo que hacía pero no pude evitar cruzarme en varias ocasiones con la mirada de tristeza que mamá me lanzaba hasta que finalmente en un intento de disimulo clásico llegó hasta mí.

—¿Sabes que podemos buscar otra solución?—su tono me desgarraba el alma y su mirada estaba perdida en las baldosas del suelo.

—¿A qué?— me hice la desentendida cuando sabía perfectamente que se refería a mi boda y a la tienda

—No finjas conmigo, soy tú madre, te tuve justo aquí—tomo mi mano y la llevo hasta su vientre con dulzura—pasé dolores por un día entero para tú pudieras nacer, te amamante, me develé por ti, jugué contigo…

—Mamá al punto—le dije con una sonrisa divertida que ella correspondió

—¿Qué te conozco bien?—sentenció—si no te quieres casar ¡dímelo!—acarició con una de sus manos mi mejilla—ya buscaremos otra solución, de verdad.

—No te preocupes, además quien no querría casarse con el príncipe Nikolas—comencé a hablar intentando calmarla—seré reina—me burlé—sin mencionar que está muy guapo

Sí que lo está—confirmó mi conciencia y yo simplemente la obvie

—Si verdad—me siguió el juego un poco más relajada—si yo no estuviera felizmente casada me formaría para desposarlo—me guiñó el ojo divertida y yo estalle en carcajadas

—Si papá te oye morirá de celos—admití entre risas contagiándola por unos minutos.

De repente su semblante cambio a uno serio casi de golpe y su espalda se colocó recta mientras su vista se mantenía fija en algo o alguien a mis espaldas.

Ya la cagamos a que sí…

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