Para hacerlo fácil, Candy prefería llegar poco antes de sus citaciones, de esa forma si acaso algún aspirante no llegaba o llegaba tarde ella tomaba ese lugar, este día incluso llegó minutos antes de abrir la empresa, y como lo hacía para cada entrevista se acicaló con las mejores prendas que su disminuida economía le permitía, vestida con recato formal, sin perder el toque juvenil y alegre de su edad, esperaba nerviosa que se abrieran las puertas de acceso; mezclada en medio de los trabajadores, ella trataba de diluirse en el contexto, apartada a un lado recargada en un pilar veía los cristales que a manera de pared transparente ella podía observar el interior del edificio, al fondo logro ver que entre recepcionistas e intendentes lentamente se incrementaba el movimiento, y si, en punto de las nueve se abatieron los cristales que como compuertas permitieron el flujo de trabajadores al interior.
Casi al final como una sombra
Si te detienes solo un minuto a ver la vida, de lejos encontramos siempre lo mismo, en el etéreo marco de la realidad, la denigrante verdad del ser, y su belleza están inherentemente unidas, este axioma se aplica igual a una persona que una ciudad, donde solo parpadear vemos a al desconocido que dolido por las llagas del tiempo libera su asiento y con tozuda amabilidad prefiere sufrir en pie y ceder el lugar a la anciana en el transporte, que al petulante adolescente que en alarde empuja a al mendigo solo para anunciar con arrogancia su impunidad, mientras él resiste con heroica paciencia el insulto, donde estés, donde mires, incluso al espejo encontraras esta ambigua realidad, y por eso en un falso pero cómodo hábitat creamos zonas de confort, donde sentimos esa ficticia seguridad; somos las vergonzosas víctimas del mundo, y de nuevo, el efecto no es privativo, la regla se aplica igual a uno que miles o millones. En esta ciu
Tal vez sea un fútil intento o tal vez de hecho, sea la fuerza vital que mueve al mundo, es esa necesidad con la que algunos elegidos son ungidos y que no entienden de límites, donde cada obstáculo solo es el siguiente peldaño hacia arriba, esa es Candy, que en tozuda resistencia a hecho de su vida una sólida rutina, donde a base de tenacidad, sin excusa se levanta cada día apenas se escucha el irritante cintilar de la alarma y con la precisión robótica de la costumbre se incorpora, en lo que pareciera es un solo movimiento se desnuda, mientras recorre la delgada cortina de baño que a base de sacrificar a otros lujos puntualmente cada quince días la cambia, ese es parte de un sin fin de pequeños detalles que le llenan y le ayudan a seguir. Con la sonrisa del triunfo en un íntimo ritual se introduce bajo la regadera, antes de cerrar la cortina mira el entorno, recorre lentamente con la vista el pequeñísimo departamento,
¿Quién sabe qué es crecer?, tal vez nunca terminamos, aunque tenemos todos un inicio, un punto vital donde empezamos a cambiar, que nos define, quizás, sea la muerte de la mascota que con su partida destruyó la plácida sensación de eternidad, o la vergonzosa indolencia de nuestros cercanos que prefirieron avergonzarnos que prestar ayuda a nuestra desesperada necesidad de auxilio, día por día, somos lo que vivimos, pero hay un punto de inflexión, cuando una furiosa necesidad de libertad nos invade, cuando somos tan pequeños que no distinguimos con certeza el bien y menos aún el mal. Cometemos equivocaciones que por infantiles no debiéramos considerarlas como errores, que en consecuencia tendremos que afrontar, así, nace en nosotros la moral, nos apropiamos de a poco, la falsa sensación de lo correcto, a partir de ese momento no podremos excusar nuestros actos con la indulgencia que nos da la edad guiados solo por el faro de lo que hasta ese momento es correct
En medio de un recuerdo difuso donde las fantasmales ánimas de una vida imposible se vuelven tan reales que casi son tangibles, Candy escucha un rasposo tañido amorfo, que como en un doliente tirón la empujan y la llevan a la realidad, robando el alivio de la ensoñación; lentamente abre los ojos, escuchando la chirriante perorata de una monótona campanilla, enturbiada estira la mano buscando su pequeño banco donde acostumbra poner el teléfono, solo el intento desata el punzante dolor en la nuca, que la hace remitir y se encoge apretando los ojos buscando alivio. —¿Estás bien? Se oye una voz complaciente que bien ella conoce, pero no identifica. —Duele —replicó en un gemido —duele mucho. Respondió en un lamento mientras a traspiés trata de abrir los ojos. —Sí, bien —respondió la voz —no te has tomado la medicina para el dolor. Las imágene
Un día, sin saber cómo, de la nada, aparece una amorfa sensación de placer, donde en un éter caótico de morfinas nos invade la etílica penumbra de esa ambigua emoción, amor, la podremos sentir en su forma más pura en nuestro ser. Lo que nos define se diluye y el somos, en adelante será tu soy, algunos, los menos, tendrán la fortuna, no podrán escapar, serán ungidos para esa persona, abducidos vivirán en eterno ciclo, para encontrarse una y otra vez, atrapados con este grillete, segados en el altivo egoísmo pensamos que el todo de nuestro ser es exclusivo de uno, solo cuando la fragilidad de la vida nos arrebata incluso por un segundo a nuestros adjuntos, comprendemos que la unidad se extiende, en tu entorno hay personas, que darán para ti lo que pensaste solo de tu pareja, ahí comprendes que ese entrañable cariño que empáticamente sientes, no es un desorden de química cerebral, es tangible, lo que limitaste a uno, en otros es tan real, puro e intenso como lo
¿Quiénes somos?, ¿somos lo que hicimos?, ¿lo que haremos?, ¿lo que hacemos?, en un reclamo de la vida estamos en perenne incordia con el deber y el hacer; sin importar estatus, condición, sexo, edad, en una bizarra combinación de ética y moral, siempre en la orilla, balanceándonos entre el deber y el ser, en una eterna lucha entre lo que debemos y hacemos, con el resultado del soy, con el pesado fardo de fui, y la arrogante esperanza de seré. En esta sutil línea en un precario equilibrio, Candy vive cada día sintiendo su soy. Buscando no ser el odioso monstro que en incómodas miradas le reprochan o que en lastimera compasión la ignoran, por eso en escapada, prefiere con énfasis trabajar en la biblioteca, donde en el peor de los casos perdida en el contexto, simplemente la desconocen; bien cierto que la indiferencia apática era refrescante, prefería sobre ella la mirada de aquel joven, que desde que la dejó con la palabra en la boca
Un día sin una mínima señal, solo sucede, de la nada tomamos el primer arbitraje moral, y sentenciamos, así empezamos el camino por el maltrecho sendero de la vida; ahí en el umbral donde es el arranque, sin otra experiencia que haber elegido el sabor del cono para el helado, tomaremos las decisiones que a nuestra vida convenga desde el inicio cada una de las decisiones será una bifurcación, en la primera, por un lado, con evidentes escollos, afiladas piedras, más largo y siempre de subida, pero sabemos por memoria genética que ése es el camino, lleva por descontado al destino, y por la otra con adoquinadas calzadas, donde el tránsito es fácil, sin laceraciones, ni miedos, pero esa, nunca llega al destino, termina en una vacua y perenne soledad. en los caminos, en ambos, sin aviso, la vida nos devela vertientes, ligeros desvíos, son decisiones, que tomamos sin pensar, tan insignificantes que se difuminan en la memoria, y olvidamos, para aquellos que tomaron
Inmersa en una caótica paz, su mente se difuminó hundida en una oscura vacuidad, se detuvo sin poder reaccionar, no sintió dolor, ni miedo, ni enojo, parada en un limbo donde sólo ella y la retorcida aldaba existían, la contemplaba con fría indiferencia, quizá si pudiera y reaccionara, alguna emoción abría acudido a rescatarla, para traerla de regreso. —Eran dos. Dijo una voz a su lado, que en medio del estridente silencio pareció un desgarrador grito, aun así, ella apenas y reaccionó, volteó para encontrar a un par de metros a su izquierda, la mirada lejana de una obesa mujer –la cual se apoyaba en un bastón trípode para minusválidos que le servía para mantener el equilibrio que extrañamente adusta y mal encarada parecía disfrutar del momento. —Golpeaban las puertas, y si no les respondías rompían los cerrojos con una varilla y se metían. Agregó otra voz, al igual a un par de