Un día, sin saber cómo, de la nada, aparece una amorfa sensación de placer, donde en un éter caótico de morfinas nos invade la etílica penumbra de esa ambigua emoción, amor, la podremos sentir en su forma más pura en nuestro ser. Lo que nos define se diluye y el somos, en adelante será tu soy, algunos, los menos, tendrán la fortuna, no podrán escapar, serán ungidos para esa persona, abducidos vivirán en eterno ciclo, para encontrarse una y otra vez, atrapados con este grillete, segados en el altivo egoísmo pensamos que el todo de nuestro ser es exclusivo de uno, solo cuando la fragilidad de la vida nos arrebata incluso por un segundo a nuestros adjuntos, comprendemos que la unidad se extiende, en tu entorno hay personas, que darán para ti lo que pensaste solo de tu pareja, ahí comprendes que ese entrañable cariño que empáticamente sientes, no es un desorden de química cerebral, es tangible, lo que limitaste a uno, en otros es tan real, puro e intenso como lo es para tu cónyuge, pero cometemos la infamia, e injusto, con ese seudónimo peyorativo simplemente les llamamos, amigos, ellos están antes de unir tu destino, existen incluso antes de tu primera equivocación, sus caminos están enhebrados en la madeja de tu vida, como es para tu consorte ellos vienen de la nada y nunca se van, a lo lejos, si sucede, cuando la vida te reclame para cobrar las facturas, ahí estarán, en simbiosis extendiendo su mano sin pedir y solo para dar.
Quizá por la forja de su vida, para Candy esta verdad que otros aprenden, es en ella una obviedad inherente, pero el escarnio ciego y sin oportunidad sentencia, segregando su oportunidad, limitando el contexto a sus iguales, sin embargo, ayer por primera vez sintió el refrescante alivio, encontró alguien que, sin dolo ni misericordia, con la simple dádiva de ser se entregó a una franca indolencia, sin pensar en ¿quién es?, concentrarse solo en él, quien es, en este hoy Candy vive a plenitud el primer minuto de ese enlace, este pensamiento sin obsesión logró anidar con tranquila placidez en su corazón.
Así en la habitual intrascendencia, en medio de la obceca promiscuidad del día a día, esporádicamente ella a volteado sin afán un par de veces a la tienda en busca de su mecenas, pero con impasible decepción él simplemente no está a la vista, y en cotidiana naturalidad se refrenda en su quehacer; olvida, así llega el fin de la jornada que de la noche de hoy, y que en especial para bien, tanto de ella como de Perla han cubierto la cuota más allá de lo necesario, con lo que podrán ir a descansar. Aunque han rebasado su horario, valió con creces pues por unos pocos minutos, cobraron una gran propina, y esta noche no les incomoda pagar a Cesi la pequeña y robusta mujer en el guardarropa para recoger los abrigos y accesorios que habitualmente dejan a su custodia.
Por primera vez Perla, ve el enorme suéter ahora propiedad de Candy, que con solo ponérselo pasó de ser la joven voluptuosa a la pequeña niña y aunque radical el cambio, su amiga no hace comentarios, y lo acepta como una obvia solución para el tránsito para no hacer evidente su profesión. Aun así, Candy nota la singular y suspicaz sonrisa de Perla que incluso a reojo refleja envidia; con apatía mal disimulada cada una ignora a la otra, mientras en charla anodina comentan los acontecimientos debatiendo la posibilidad de obtener aún más dinero sobre el último servicio.
Caminan por la oscurecida penumbra de los faroles, que al paso parecen atenuar a grandes decibeles la estridente música del bar, que alivia el tono de la charla cómplice de las chicas, que ríen con entusiasmo mientras planean con desenfado que harán con el dinero excedente; aunque en realidad hay escasos transeúntes que voltean ligeramente y frívolos regresan a lo suyo de inmediato, con la confortable cotidianidad de la familiaridad las mujeres se difuman en el entorno, haciendo posible la lejana sensación de seguridad, así en un soplo han dejado atrás el abrumador peso de su ser, para convertirse en solo dos mujeres, que al amparo del anonimato en la oscuridad caminan sin cuidado.
Entonces sucedió, tal vez fue la suerte o quizás una simple casualidad, que para Candy ese día, de nuevo fue la vida; que una vez más con malicia le sonrió, estiró su mano y le regaló un saludo; en la opacidad una sombra furtiva se deslizó sigilosa y tenebrosa, solo verla Candy alterada indicó a Perla con una mirada, ambas reaccionaron de inmediato, en un casual e intempestivo giro atravesaron la calle caminando aprisa, sobrepasando con rapidez el latente peligro, la ruta no habitual las desvió sin mellar el tiempo y con la incómoda necesidad de atravesar de nuevo la avenida, asustadas estaban alerta y perceptivas se movían de prisa, buscando en el vacío de la calle algún otro riesgo.
Y así a lo lejos, sentado en una pila de escombros que en otrora fue una banca de concreto, un bulto impasible y amorfo de repente se movió, asumiendo rápidamente lo que parecía un hombre alto y robusto, bien de lejos la figura disforme no permitía determinar con certeza si era de peligro o no, Perla más sensata insto con un ligero rozón al hombro de Candy; ella fría y lejana se había detenido, lentamente dibujaba una sutil mueca a mitad entre felicidad y duda, se acercó despacio; al principio decidida, Perla se alarmó pero comprendió que ella podría reconocer aquel indolente bulto.
— ¿Quién es?
Reclamó Perla apresurando a Candy, e instando de nuevo para alejarse.
— Creo que es el conserje.
Al igual que Candy, ella se detuvo a revisar con cuidado, pero perspicaz prefería no arriesgar y tomar otro camino; por tercera vez instó a Candy, que lejos de hacer caso y decidida, pero con precaución, se acercó procurando quedar fuera de la vista del aún desconocido espectro. En ese instante vio la empuñadura de su chamarra que medio desgarrada, se liberaba del velcro, retorciéndose en un cairel, este fue el testigo mudo, ya sin duda lo reconoció, era Adrián, segura y con picardía lentamente se aproximó, Perla asombrada con un ligero tirón al suéter la quiso detener, pero ya era tarde, con sigilo cazador, casi por su espalda llegó a él y simplemente se sentó a su lado.
—Conserje.
Acometió cantarina mientras se acomodaba en las ásperas ruinas de concreto, al tiempo que con cinismo estudiado llamaba a Perla, con un dejo de petulancia Adrián la volteó a ver, y sonrió con tristeza.
—Hou —dijo mirándola sesgado, pero sin realmente parecer ofendido —mi nombre es Adrián.
—Ya hablamos de eso —le reprochó Candy volteando a ver a Perla que en ese momento se le incorporaba —o bien te consigues un nombre decente o serás conserje de aquí al fin del mundo.
Adrián miró de fijo e introspectivamente a Candy, y dudando entre las posibles interpretaciones, comprendió sin estar seguro, por eso la miró con desidia, con una lejana alegría.
— ¿Y este quién es?
Pregunto Perla con desprecio mirando alternativa para Adrián y Candy que, aunque agresiva no parecía enojada.
—El conserje, te hable de él.
Regañó Candy con menosprecio, al tiempo que estiraba con ligereza la mano y la ponía sobre el hombro de Adrián, solo oírlo Perla retorció la mandíbula con la vista hacia arriba, buscando en la memoria.
—Ah, ya, es el tipo que te llevó a la clínica.
—Si
Respondió rápidamente Candy feliz, mirando con orgullo para Adrián, que impávido contemplaba la plática entre las jóvenes.
—Me llamo Adrián.
Objetó él de inmediato, mientras con solemne parsimonia estiraba la mano, pero lejos de corresponder, Perla soltó a reír con sincera felicidad, negando y sacudiendo con ligereza las manos frente a él.
—No, a mí no me metan en eso —respondió entre carcajadas —tú sabes que aquí todos tienen el nombre que eligen o en tu caso el que te den —y con mocedad se acercó un poco sobrepasando a Candy para hacerse escuchar sin levantar la voz —además para mí, ese nombre, también es estúpido.
Por un par de segundos Adrián bajó la cabeza, asimilando, pero sin comprender del todo.
—Y no puedo elegir llamarme Adrián.
Las chicas se voltearon a ver en complicidad y con alegría respondieron a una voz.
— ¡No!, ese nombre es estúpido.
La respuesta contundente por un lado pareció desanimarlo, pero por otro pareció satisfactoria, por un segundo el trio se detuvo, guardaron silencio y fue el suspiro de Perla que de la nada los trajo a la realidad.
—Bien —agregó con desenfado —ya saludaste, ya vámonos, Edith ya debe estar desesperada.
Y si, Candy se levantó, lo mismo que Perla se acomodó el pequeño bolso, y volteó a ver Adrián que pareció inquieto.
—Hou —replicó entre cerrando los ojos — ¿Edith?
—Si —respondió de inmediato Candy —es una niña, vecina de Perla que cuida a Beto.
— Hou, ¿Beto?
—Si —respondió de nuevo Candy —el hijo de Perla, ya te había contado.
—Ah si —reflexiono Adrián con calma —el que enfermó.
—Ese —acometió Perla al tiempo que alaba su bolso —justo ese.
—Bien —sonrió Adrián mirando a las jóvenes —él podría volver a enfermar.
Mientras Candy solo asintió con la cabeza, Perla se detuvo por un instante, miró de fijo a Adrián, adusta se acercó ligeramente y discreta negó.
—No lo digas, ni jugando.
Reclamó Perla negando con apatía.
—Hou, ¿Jugando?
Respondió Adrián, mirando a Perla sereno pero incisivo, Candy alerta vio la mecha encenderse, así que rápidamente trató de sofocar la inminente detonación.
—Quiere decir que no le recuerdes, eso la pone triste.
Simultáneamente mientras Perla trataba de comprender el porqué de la explicación de Candy, ella vio la mirada baja de Adrián y pudo sentir su sentir, algo estaba mal, era el mismo hombre apacible de ayer, pero hoy él estaba dolido.
—Si —agregó Perla sacudiendo el hombro de Candy —mejor ya vámonos.
Pero ella simplemente le sonrió con vergüenza y la tomó del brazo apretándolo sutilmente.
—Yo…
— ¿Qué? —reclamó de inmediato Perla soltándose con enfado — ¿en serio?
Candy frustrada, le miró con calma y negó ligeramente.
—Perla…es tarde, Edith ya debe estar a medio dormir.
Incrédula e incluso asustada no podía creer lo que oyó, en medio de un gemido tomó un suspiro frustrado, mirando alternativa a Adrián y Candy.
— ¿Me estás corriendo?, ¿te vas a quedar con este imbécil?
Enardecida, entre tristeza y coraje, frustrada miró con ira a Candy, que le respondió con una empática calma, viéndola de frente, con seguridad, así ella, le pedía permiso y solicitaba su ayuda; Perla sin entender, no comprendía como ella privilegió, sin motivo a este hombre, pero era Candy, su amiga, a la que le debía absoluta e irrestricta lealtad, que hoy le pedía un favor, dejarla a cambio de soportar la apabullante sensación de abandono, en aras de un simple desconocido.
—Hou, disculpa, pero yo ya le había a dicho a Candy que mi enferme…
— ¡Ya! —gritó Perla con ira, interrumpiendo a Adrián, que ajeno a las sutilezas de la silenciosa plática entre las mujeres, trataba de aclarar su estado mental —bien quédate con este perdedor, pero me debes una explicación.
Perla concluyó retorciendo los labios frustrada, al tiempo qué clavando la vista a los ojos de Candy sin convenir, pero con la autoridad de ser la más cercana a ella la libertó y autorizó quedarse con lo que ella percibía como un patán, en una última mirada de advertencia para Adrián se acomodó el pequeño bolso, erguida con dignidad estudiada se dio la vuelta y se retiró de prisa, dejando a la pareja que en silenciosa paz se miraron por un largo segundo.
—Hou, no entiendo —protestó Adrián— ¿por qué se fue?
Candy sonrió con piedad para Adrián, buscaba decidir qué hacer, como lo fue en su vida trató de resolverlo a través de la única forma que conocía, la verdad.
—Porque yo se lo pedí.
Adrián incrédulo recapituló mentalmente, analizando los hechos, pero por mucho que lo buscó no encontró el momento en que Candy solicitó a Perla que se fuera.
—Hou…
—No lo hice con palabras —interrumpió Candy, tomando el control de inmediato —entre ella y yo una mirada es suficiente.
Él bajó la vista con algo similar a la preocupación, analizando con detenimiento cada movimiento, sí, en un destello de la memoria le pareció reconocer el punto en que sucedió, pero era tan complejo entender, estaba ávido por comprender, aun así, prefirió la idea secundaria y arremetió con ella.
—Bien —agregó con calma — ¿y por qué querías que se fuera?
Candy bajó la cabeza pensativa, pero a vista de Adrián y sin alcanzar a vislumbrar la razón, parecía feliz.
—Yo supongo, no lo sé, pero tal vez sigamos viéndonos y seremos amigos mientras la vida lo permita, así que tienes que aprender a compartirte con ella —al tiempo que lo decía tomo aire para poder continuar, pero como antes sin perder ese contento, que al parecer le hacia el poder hablar con él —y ella contigo —taciturna le miró con amable tristeza y se sentó junto a él — ¿qué haces aquí?
Él se giró de soslayo con calma, mirando a su alrededor con indiferencia.
—Hou, pues —respondió anodino tomando aire en estudiada indolencia —no estoy haciendo nada.
Con él era difícil determinar si era un juego de palabras o de verdad era una respuesta, pero no para Candy, que había aprendido a leer en sus ojos las sutilezas de su ser, al tiempo que lo decía de inmediato encontró que solo respondía directo a la pregunta.
—Bien —dijo pícara levantando ligeramente la ceja —voy a cambiar la pregunta, ¿por qué estás aquí?
—Hou —contestó en medio de un respingo, después pensativo bajó la cabeza —pues en realidad no lo sé, no he querido llegar a casa, ahí me sentiría solo, mientras que aquí puedo ver pasar a la gente y me siento un poco mejor.
— ¿Mejor?
Contestó ella presionando con sutileza, aunque firme.
—Si —agregó él con pereza mientras se acomodaba —el médico me dijo que tratara de no forzar las cosas, que si me sentía solo buscara un lugar para relajarme.
—Me estás hablando a la mitad, explícame bien.
Exigió Candy con ligereza, mientras se acomodaba en el áspero concreto de la banca, excepcionalmente por comparativa semántica y a través de la adusta mirada de Candy, Adrián pudo intuir el sinónimo gramatical.
—Hou, Pues, el médico me recetó unas píldoras de antidepresivos, que ayudan con la depresión y la ansiedad, pero en dosis bajas, dijo que era mejor si aprendía a sobrellevarla, que tratara de no depender de ellas, que buscara un lugar tranquilo para relajarme, pero que tampoco me forzara, y si lo necesitaba tomara una dosis poco más alta.
—Me sigues hablando a medias —protestó Candy con seriedad mirándole de frente —desde que te vi a dos cuadras de aquí me di cuenta que algo te molesta, no necesito el título de loquero para saberlo, y no me has respondido, ¿por qué estás aquí?
Adrián confundido pensó sinceramente que había contestado con creces la pregunta, sin hablar del estridente mal humor de Candy o bien no era lo que ella quería saber, o no había entendido la pregunta.
—Hou…
—Ay carajo —lo interrumpió con desaliento, tratando de ordenar las ideas — ¿por qué estas deprimido?
Fue hasta entonces que comprendió y buscó la forma de ordenar las palabras ligándolas a los hechos, le dio forma, rebuscó un poco en el pasado mediato, y así, lo encontró.
—Fueron las botellas —Candy de momento alzó la vista, tomó aire para reclamar con verdadera furia —tire varias botellas y se rompieron algunas, le cayeron muy cerca a Tere, la gerente, se asustó, me gritó, me dijo que la descontaban de mi sueldo.
Solo decirlo Adrián se sintió absurdo, comprendió que era solo un evento, que por muy incómodo, no sería el último ni era por mucho el primero, su vergüenza de si creciente desbordó al ver a Candy y su mirada atónita, que le acusaban con desaprobación.
— ¿Estas así por un par de botellas rotas?
Él sin saber en realidad que hacer bajó la cabeza, se sintió realmente avergonzado, visto así era un evento fútil.
—Hou, pues sí.
Candy divertida le bajo ligeramente la cabeza sin perder sus ojos a la vista, y tal cual lo hiciera el día que lo conoció, le sonrió.
—Hoy que fui a entregar los libros pasé a el centro de cómputo, quería saber qué le pasa a esa cabeza tuya, porque de verdad que eres raro, Asperger, si no recuerdo mal, ¿qué crees que encontré?
Adrián no sabía si la pregunta era retórica o buscaba en realidad una respuesta, así que la miró incrédulo, tratando, pero sin encontrar una respuesta.
—Hou, pues…
—Que eres un buen amigo, que a veces no distingues y puedes lastimar a una persona sin darte cuenta, que no diferencias entre un sentimiento y otro, pero lo más importante, que sufres de depresiones frecuentes.
Ligeramente con malicia Candy alzó la ceja mientras lo miraba con ternura coqueta, pero Adrián sombrío pareció indiferente.
—Hou, ¿Amigo?
Ella le miró con algo de tristeza, se hizo un poco atrás con petulancia.
—Pues sí y al parecer los médicos tienen razón, ¿no crees?
Por un segundo el con aire ufano pareció gozar el momento, pero inmediatamente se apagó.
—No, no lo creo.
Candy bajó la cabeza divertida, al tiempo que en medio de una risilla sínica se sujetaba de su hombro y pausaron, por un millonésimo de segundo de nuevo se encontraron, pero ella no estaba ahí para eso, se había quedado ahí para cumplir su encomienda.
— ¿No te parece exagerado?
—Hou…
—Quedarte aquí porque se cayeron unas botellas.
Adrián sorprendido, en lo que a simple vista pareciera una mentira, meditó con nostalgia y ciñendo las cejas vio con desconfianza; cierto, ella sin querer había hecho una observación por demás emblemática, tocó una llaga que supuraba, y sin saber cómo sucedió simplemente se libertó.
—Hou, fue el cine, cuando tenía diez y seis creo.
Y al parecer en un abismo de dudas se detuvo, con la firme intención de continuar, pero sin saber si debía hacerlo.
— ¿A medias de Nuevo?
—Acostumbraba ir al cine solo, me gustaban mucho las películas de ciencia ficción, hou —dijo abriendo los ojos con sorpresa —las situaciones imposibles de los personajes, siempre terminaban en una decisión compleja, donde lo correcto parece…
—Conserje…
Reprendió Candy sin alterarse, pero con seriedad, Adrián que de nada esperaba una reprimenda, y en sospecha que ella estuviera enojada bajó la cabeza.
—Es que me gustan.
Candy divertida rio con cinismo sujetando el hombro de Adrián que lucía desanimado, además de confundido.
—No tarado, no estoy enojada, solo que te estas saliendo de la historia, yo quiero saber de las botellas.
Adrián que simplemente no comprendía del todo las disparatadas emociones que le producía aquella niña trató de comprender y acudió al interés que enfáticamente había solicitado.
—Hou, bien en realidad no eran botellas —respondió entre cortado despreocupado, al tiempo que Candy le clavaba una mirada entre el odio y la desesperación —bien si, fui al cine, como siempre solo, y ahí encontré por casualidad a una compañera de la escuela, pensé que iba sola, no había nadie con ella en ese momento, la verdad es que siempre me había gustado, era una mujer bella.
—¿Bella? —interrumpió Candy con malicia, mirándolo con picardía — ¿descríbela?
Adrián un poco desconcentrado, pero afable se interrumpió y levemente sonrió con nostalgia.
—Hou, ¿Describirla?, pero eso no tiene nada que ver con las botellas.
Candy lo miró con curiosidad y retorció ligeramente la boca.
—Trato de imaginarme toda la escena, quiero ver lo que tú ves.
Adrián se irguió ligeramente inconforme y resignado.
—Hou, pues, deja recuerdo, pelo castaño lacio muy brillante y largo al hombro, ojos similares a los tuyos, pero más oscuros, morena, esbelta, nariz y labios finos, siempre tenía una diadema café de plástico…
— ¡Wo! —exclamó Candy con admiración deteniéndolo al tiempo que le acercaba la mirada — ¡cuánto detalle!, de verdad te gustaba.
Reclamó con alegría al tiempo que se acomodaba en la pequeña banca.
—Si bueno, en realidad ella en especial me agradaba más que las demás.
— ¡Ya!, bien sigue con las botellas.
Adrián se detuvo un par de segundos para recapitular, en su cabeza cruzó un pequeño destello de inquietud, Candy parecía disfrutar aquella plática, aunque en realidad no lo recordaba con certeza intuyó la verdad, y si, esa fue la primera vez que sucedía.
—Bien, solo verla traté de estar tan cerca cómo podía, buscaba que me viera, saludarla, a lo mejor incluso entrara en la misma sala que ella, pero en lugar de ir hacia la fila de las salas se fue a la dulcería, supuse que el momento era perfecto podría hablar con ella saludarla y eso, pero ella se equivocó intentó entrar por la salida como yo iba, pero al regresar nos encontramos de frente y bueno al pasar junto a mí, igual me reconoció, me sonrió, hou, pensándolo bien creo que eso fue lo que salió mal, tal vez si ella no hubiera sonreído…
Adrián taciturno, se detuvo en un silencio triste, en medio de una abrumadora calma volteo a donde Candy, intentando hablar, pero sin trasminar sus sentimientos.
— ¿Qué?, ¿por qué no sigues?
—Hou, no entiendo a las mujeres porque hacen eso, cuando ven a alguien que reconocen incluso si les cae mal sonríen.
Candy turbada comprendió la paradoja, recordó el millón de veces que ella lo habría hecho, advirtió que eso era efectivamente intrínseco a su naturaleza, sin una razón tangible, para ella como para Adrián solo quedaba la aceptación, y atrapada, sin argumentos Candy alzo los hombros negando con ligereza, como ella Adrián terminó por aceptar sin comprender.
—Supongo que la sonrisa solo te dio ánimos y con más ganas la seguiste.
—Pues sí, de hecho, sí, yo supuse que el que me sonriera era símbolo de que aceptaría mi plática, como suponía que ella iba sola podríamos entrar a la sala juntos, pero al tomar la fila en los dulces me vi lento y otra persona se puso entre ella y yo; trate de llamar su atención, pero, bueno, ella estaba de espaldas, no me veía, fue hasta que llegamos al mostrador que logré emparejarme, cuando le iba a hablar el hombre de las palomitas me preguntó, ¿qué quería?, me di cuenta que casi no tenía dinero, fue cuando ella volteo y me vio, me volvió a sonreír, no quería parecer ridículo, así que la saludé al tiempo que pedía un chocolate que era para lo único que me alcanzaba, traté de aprovechar el tiempo pues ella pidió un montón de cosas, a mí me entregaron muy rápido el chocolate, le pregunte qué película vería, con la suerte que ella entraría a la misma que yo, creo fue que me di cuenta que ella contestaba solo si o no, y que me huía la mirada, entonces…
Adrián triste pareció remontar en el recuerdo, y revivir con la misma intensidad tal cual fue ese día, Candy pudo sentir en ella ese pesar.
—Ella no estaba sola.
—Alguien gritó su nombre al fondo cerca de la entrada a la sala, ella volteo sin mirarme de nuevo, saludó a su amiga, que también conocía, siempre andaban juntas en el colegio, platicaba con un chico que no conocía, cuando volteó para recoger sus cosas, primero recogió las palomitas y aunque yo le hablaba ella ya no me escuchaba, vi que intentaba tomar los vasos con bebidas, pensé que si la ayudaba por fuerza tendría que estar agradecida, finalmente me haría caso, tomé un vaso, ella me dijo que lo soltara que ella podría cargar con todo, me lo quitó, entonces quise tomar los otros dos vasos, nunca entendí, ella estaba muy enojada, en realidad ella necesitaba ayuda, entonces gritó que la dejara en paz, intento arrebatarme el vaso que casi tenía en la mano, el medico dice que es normal, que mi sistema psicomotriz está dañado, así que solté el vaso sobre el otro vaso y sobre las palomitas, ella dio un gran grito, tiro sus cosas por todas partes, en ese momento empezó a gritar todo tipo de insultos…
Una tétrica sombra se extendió en sus ojos, la triste realidad no servía de excusa, el mecánico error que lo llevó a la cruel furia de aquella niña se habría de repetir, en una condena sin juicio ni clemencia, ese dolor para Candy fue tan real y tangible como si el pesar fuera de ella.
—Y eso pasó hoy, ¿verdad?, quisiste ayudar y se cayeron las botellas —en silencio compartido ambos miraban la nada de la oscuridad, en una taciturna amargura — ¿y qué pasó después?
—Ella —agregó con parquedad —me aventó hacia atrás, gritando que la dejara en paz, que estaba ya mojada, que estaba muy frio, yo tomé un par de servilletas y quise acercarme y me aventó de nuevo, no sé de dónde un hombre con traje se acercó a donde estábamos y se paró en medio de los dos, la aparto de mí, ella seguía gritando que no la dejaba en paz, que me alejara, entonces el hombre me tomó del brazo y me llevó a la salida, me dijo que me tenía que retirar, me quitó mi tiquete de entrada, me regresó el dinero, yo le expliqué que no era mi intención, que fue un accidente, pero no me escuchó, solo me dijo que no regresara.
—Estúpido.
Escupió Candy con desprecio al tiempo que enojada en medio de un suspiro cerraba los puños, y se golpeaba sin lastimar las rodillas.
—No mi enfermedad…
— ¡No!, ¡tú no!, el pendejo del gerente.
—Hou —respondió de inmediato Adrián mirándola inquisitivo y buscando sentido a las palabras —yo no creo que el gerente…
— ¡Ay!, ¡conserje!, quiero decir que se equivocó, que actuó como si él fuera un retrasado mental, hacen las cosas, pero sin averiguar.
—Hou, Sí, bien, pero así son todos, creo.
La afirmación se clavó en Candy que de inmediato buscó la forma de exculparse, pero recordó con pesar, cuando apenas lo conocía sin más lo condenó sin juicio.
—Bueno, sí, supongo que sí —Candy sutil con estudiada paciencia, abrió un espacio para cambiar de tema, y sin excusarse asimilar la culpa — ¿y ella?, ¿Qué fue de ella?
—Hou, bien, supongo que para entonces yo empezaba a comprender un poco del comportamiento, de ustedes, las mujeres, la volvía ver en el colegio, pero hice lo posible por no mirarla ni hablarle, y aun así noté que mi sola presencia la enojaba…
— ¡Ya está! —gritó Candy de la nada, asustando a Adrian, y obligando a voltear donde ella, tratando de interpretar la intempestiva afirmación —hoy tú necesitas que te cuide.
— ¿Cuidarme?
—Si —dijo incorporándose de un salto al tiempo que se arreglaba un poco el pelo —anda levántate.
Adrián extrañado e incrédulo pensando de entrada que aquello era una broma, o alguna de esas ambigüedades aberrantes que no comprendía, igual que ella se incorporó, pero sin afán.
—Hou, ¿de qué me vas a cuidar?
— Hay veces que me desesperas —dijo parada frente a él, le miró a los ojos, retorciendo ligeramente la boca, alzó las manos a la altura de su pecho —hay, estas muy alto —protestó bajando la vista y buscando en el entorno como si hubiera perdido algo —ya está, ayúdame —solicitó en medio de gemidos, mientras con cuidado mesurado tomaba la mano de Adrián, y se trepaba a la pequeña banca donde estaban sentados, así parada sobre el pilón de escombros, de frente a él; alegre y confiada, ella regresaría un poco de la venia de la vida y le regalaría a él —que yo recuerde nunca he hecho esto con un hombre así que tendrás que ayudarme un poco.
Intrigado y sin comprender le miró de fijo con la inútil tarea de entender, a su vez ella aspiró un poco de aire, despertó a la mujer, abrió su corazón invadido en feminidad, y cerrando los ojos con delicada ternura; como una tibia brisa, lentamente pasó sus brazos por sobre sus hombros, envolviéndolo y acunando su alma, aliviando por fin el ardiente dolor de aquella purulenta herida, y la sanó, él se dejó llevar en esa cálida aura, al fin se liberó en la catarsis de la expiación.
¿Quiénes somos?, ¿somos lo que hicimos?, ¿lo que haremos?, ¿lo que hacemos?, en un reclamo de la vida estamos en perenne incordia con el deber y el hacer; sin importar estatus, condición, sexo, edad, en una bizarra combinación de ética y moral, siempre en la orilla, balanceándonos entre el deber y el ser, en una eterna lucha entre lo que debemos y hacemos, con el resultado del soy, con el pesado fardo de fui, y la arrogante esperanza de seré. En esta sutil línea en un precario equilibrio, Candy vive cada día sintiendo su soy. Buscando no ser el odioso monstro que en incómodas miradas le reprochan o que en lastimera compasión la ignoran, por eso en escapada, prefiere con énfasis trabajar en la biblioteca, donde en el peor de los casos perdida en el contexto, simplemente la desconocen; bien cierto que la indiferencia apática era refrescante, prefería sobre ella la mirada de aquel joven, que desde que la dejó con la palabra en la boca
Un día sin una mínima señal, solo sucede, de la nada tomamos el primer arbitraje moral, y sentenciamos, así empezamos el camino por el maltrecho sendero de la vida; ahí en el umbral donde es el arranque, sin otra experiencia que haber elegido el sabor del cono para el helado, tomaremos las decisiones que a nuestra vida convenga desde el inicio cada una de las decisiones será una bifurcación, en la primera, por un lado, con evidentes escollos, afiladas piedras, más largo y siempre de subida, pero sabemos por memoria genética que ése es el camino, lleva por descontado al destino, y por la otra con adoquinadas calzadas, donde el tránsito es fácil, sin laceraciones, ni miedos, pero esa, nunca llega al destino, termina en una vacua y perenne soledad. en los caminos, en ambos, sin aviso, la vida nos devela vertientes, ligeros desvíos, son decisiones, que tomamos sin pensar, tan insignificantes que se difuminan en la memoria, y olvidamos, para aquellos que tomaron
Inmersa en una caótica paz, su mente se difuminó hundida en una oscura vacuidad, se detuvo sin poder reaccionar, no sintió dolor, ni miedo, ni enojo, parada en un limbo donde sólo ella y la retorcida aldaba existían, la contemplaba con fría indiferencia, quizá si pudiera y reaccionara, alguna emoción abría acudido a rescatarla, para traerla de regreso. —Eran dos. Dijo una voz a su lado, que en medio del estridente silencio pareció un desgarrador grito, aun así, ella apenas y reaccionó, volteó para encontrar a un par de metros a su izquierda, la mirada lejana de una obesa mujer –la cual se apoyaba en un bastón trípode para minusválidos que le servía para mantener el equilibrio que extrañamente adusta y mal encarada parecía disfrutar del momento. —Golpeaban las puertas, y si no les respondías rompían los cerrojos con una varilla y se metían. Agregó otra voz, al igual a un par de
Indefensos a merced de la vida, vulnerables, y sin más protección que aquellos que por conexión se designaron como tutores, así nacemos, a partir de ese día y a pesar de la absoluta dependencia podremos decir sin restricción, somos, a merced de los placeres y miedos, hablaremos sólo con llanto y risa. Bajo la custodia que en ocasiones serán más de una persona, en un mundo aislado seremos aleccionados, sin voluntad seremos ahí una retorcida imagen de nuestros centinelas, estos son nuestros padres, sujetos a sus gustos y reglas sin departir opinión, nos acercarán primero a los que por línea sanguínea comparten el mal llamado parentesco, a veces un innumerable hato, a veces ninguno, serán ellos nuestros hermanos, después una vorágine incontable de parientes, nuestro primer contacto con el mundo fuera del que para entonces entendemos como hogar, y en su regazo creceremos, conociendo y olvidando excepto aquellos que desde el principio fueron y son a fuerza de con
Es lunes temprano, excepcional sobre todo para la época esta nublado y hace un poco de frio, tolerable pero incómodo, en un escalofrío de tedio, la ciudad en pequeños pasos despierta, se prepara a una jornada, en sonidos cotidianos, se despereza, en un caótico ritmo de amorfos merolicos, que igual aúllan en la sirena de un claxon, que instruyen a gritos en medio de chanzas para levantar ánimo y así comenzar, los saludos de los desconocidos que en fingida cortesía festejan el inicio de la jornada. Si nos fijamos, tornamos la vista y prestamos atención, podremos encontrar en puntual fijación una a una la historia íntima de cada persona, así dibujando un camino entre dulces viandas, tibias y aromáticas infusiones, insulsas pláticas, con adustos rostros de preocupación que en indiferente casualidad, pasan sin ver, en silencioso tránsito nos llevan al fondo, donde en medio de la caótica inercia los primeros alumnos suben los
Adrián echó ligeramente la cabeza hacia atrás, sorprendido y ahora además de intrigado, sintió que ella jugaba con él, sin saber qué otra cosa a hacer, tomó la única ruta que conocía, la verdad. —Hou —reclamó haciendo la cabeza atrás —pues, en realidad no estoy seguro, me parece que es la combinación de las infusiones de café y el cacao —respondió con calma rastreando en su memoria —como resulta un poco amargo le ponen algún lácteo, como crema o directamente leche. La respuesta a Candy al principio le pareció desconcertante, después retorció la boca con repugnancia. —¿Caca? —dijo asqueada mirándolo con admiración —¿pero por qué hacen eso? Adrián extrañado la vio por un segundo, comprendiendo de inmediato, y sonrió complaciente. —Hou no —dijo alegre al tiempo que se levantaba —no, el cacao es una semilla, como el café, se usa para preparar chocolate. —¿Chocolate? —requirió c
El asombro y la felicidad detonaron en Candy, de un intempestivo salto, se levantó y abrazó a Alejandro, colgándose de su cuello obligándolo prácticamente a cargarla. —¿Estás bien? —preguntó al tiempo que soltándolo palpaba su pecho y sujetaba su mano —¿te sangró? La vista del chico perdida, inmerso en felicidad parecía extraviada. —No... ¡estás casada! La contestación del todo fuera de lugar pareció más una pregunta que una afirmación, claro, la incongruencia y el tono errático sorprendieron a Candy. —¿Qué? Extrañada por la sorpresa de la respuesta, parecía absurda y sin querer apretó su mano. —¡Ay! —gritó al tiempo que en arrebato se soltaba, de inmediato regresaba la vista a Candy —¡tienes novio! Una vez más ella que no podía comprender lo que a vistas parecían preguntas absurdas y un poco preocupada por la integridad
Un día, quizá mañana, quizá hoy sin saber el cómo, o tal vez con premeditación, cuando a nosotros se cruza un insignificante destello, el dulce aroma de una infusión, el monótono estribillo de una canción, el escozor del frio, la brisa del roció, sin querer, sin pensar, estamos de frente al futuro, y nos dejamos invadir por la emoción; empezamos el proyecto de vida, de nuestra vida, de tú vida; un proyecto tan grande que raya en lo descomunal, la hazaña que significará la razón de ser, lucharemos a sangre y fuego por la meta, pero sólo aquellos con la tenacidad de ser seguirán. Ungidos por la vida con la tozuda perseverancia del valor se levantarán una y otra vez; de nuevo renacerán de la ceniza, aprendiendo del error, cicatrizando la más profunda herida durante la batalla, y caminando de frente, solo al frente. Cuando al fin sucede llegamos a la meta, descubrimos que esa brutal ofensiva solo fue el principio, y pides más, quieres más. &n