iii

     ¿Quién sabe qué es crecer?, tal vez nunca terminamos, aunque tenemos todos un inicio, un punto vital donde empezamos a cambiar, que nos define, quizás, sea la muerte de la mascota que con su partida destruyó la plácida sensación de eternidad, o la vergonzosa indolencia de nuestros cercanos que prefirieron avergonzarnos que prestar ayuda a nuestra desesperada necesidad de auxilio, día por día, somos lo que vivimos, pero hay un punto de inflexión, cuando una furiosa necesidad de libertad nos invade, cuando somos tan pequeños que no distinguimos con certeza el bien y menos aún el mal. Cometemos equivocaciones que por infantiles no debiéramos considerarlas como errores, que en consecuencia tendremos que afrontar, así, nace en nosotros la moral, nos apropiamos de a poco, la falsa sensación de lo correcto, a partir de ese momento no podremos excusar nuestros actos con la indulgencia que nos da la edad guiados solo por el faro de lo que hasta ese momento es correcto, caminamos a tientas.

     Así, hoy, en el oscuro ritmo de la noche, que siempre esconde en su interior la mezcla parda de la belleza y la miseria, en la penumbra vemos a estos jóvenes, que en busca de su ser, dispuestos a develar la verdad, separando a través de la experiencia el mito, empiezan la pubertad, se deslizan con lentitud agazapados y con vergüenza se acercan con sólida determinación a la fuente del estridente bullicio del bar, que incluso de lejos los abruma, pero que con todo están dispuestos a enfrentar, con la mirada baja y sombríos son por definición víctimas, siendo ya asechados por vendedores de fantasías, que ofrecen bebidas, polvos que liberan el placer y la felicidad instantánea, lo mismo que oportunistas que en fatuas promesas ofrecen encontrar lo que ellos pidan por el precio correcto.

     Ahí en medio del fétido y penetrante olor a tabaco, alcohol y sudor como una isla de tranquilidad hacia la esquina, sesgada a la puerta del bar están las mujeres, profesionales en el arte de vender lo que para otros es amor, ese es su objetivo, están ahí por ellas, dispuestos a pagar lo que podrían tener si solo se dieran tiempo a crecer, sin comprender que aquellas serán lo que anhelan solo si tienen suficiente para pagarlo y que no habrá un mañana, sin embargo la ansiedad los ciega, por lo que con la obsesa necesidad de satisfacer apresuran el paso, aproximándose con decisión, sólo uno de ellos notó con desconfianza que un hombre obeso desalineado, apestando a orines y completamente ebrio arremetió a la entrada del bar, interponiéndose a su paso, y que quiso detener a su compañero en la tropelía, pero en su reacción tarde y corta no pudieron evitarlo, el joven tropezó de lleno con el ebrio, que mareado y confuso dio un paso atrás, que al ver frustrado su cometido reaccionó con la poca dignidad que recopiló, retomó el paso a la puerta del bar, empujando a los jóvenes se abalanzó a ella, los jóvenes asustados por un segundo lo miraron sospechando que los atacaría, así que de inmediato regresaron a la calma al ver que el hombre se alejaba sin decir palabra, de poco se dieron cuenta de las risotadas y chanzas que a partes iguales eran para el pobre ebrio como para ellos.

—¿Qué buscan aquí niños?

     Se oyó una voz que a sus espaldas arremetió, pero en tono dulce y complaciente, al voltear se encontraron a una joven de brillante mirada, era Perla, que los veía con indulgencia, asombrados divagaron por un instante, sin la certeza de que contestar.

—Buscamos… —respondió uno de ellos a media voz sonriendo nervioso —mujeres.

—Ya —contestó Perla en tono de burla —¿es qué no hay en la guardería donde te cuidan?

     Los jóvenes al parecer no entendieron el sarcasmo, se miraron uno al otro tratando de encontrar alguna respuesta que les hiciera parecer menos infantiles.

—No —dijo el más intrépido —buscamos mujeres, no niñas.

     Perla que aun así les seguían pareciendo un par de adolescentes fuera de su zona de confort, sonrió divertida y negó ligeramente.

—Niño —gimió con lástima y señaló a su espalda mientras en tono meloso contestó con indiferencia —bien, pues esas mujeres cuestan y no la puedes pagar con caramelos.

     El intrépido y más envalentonado se irguió encrespado, con rabia extrajo un gran fajo de billetes de su bolso y lo enseñó a la cara a ella, al instante el chico más sereno junto con Perla se abalanzó y con discreción le bajaron la mano tapando los billetes.

—¿Estás loco? —reclamó ella con ira al tiempo que su amigo arrebataba los billetes y los guardaba en su bolso —¡aquí te pueden matar por menos!

     El joven intrépido comprendió de inmediato su estupidez y bajó la cabeza avergonzado, Perla irritada al punto del enojo exhalo con pesimismo, mientras su compañero luchaba tratando de acomodar los billetes en el pequeño bolso de su pantalón.

—¡Perla!

     La joven reconoció su nombre y volteo a ver quién la llamaba, y se disponía a retirarse cuando sintió como la tomaba del brazo el joven intrépido.

—Espera —dijo en tono de súplica —tenemos dinero y podemos pagar.

     Perla confusa los miró por un instante, tomó aire negando en medio de una sonrisa de resignación.

—Mira niño —respondió con calma —límpiate la leche del biberón que se te escurre, regresa ese dinero al bolso de tu madre que seguramente ya está preocupada porque no llegas.

—No —respondió rápidamente el joven que era más tranquilo —ese dinero es nuestro, lo ahorramos trabajando.

—¡Perla!

     Se oyó de nuevo la voz que la llamaba por detrás y que la urgía a dejar a los niños, pero lejos de atenderla, Perla miró a los jóvenes con piedad buscando las palabras, sin decidir qué hacer con ellos, en ese momento escucharon los gritos desentonados del ebrio, que con ira blasfemaba contra los guardas de la puerta y exigía liberar el paso al interior, los jóvenes inquietos por la escena caminaron sin pensar hacia atrás, para ellos era del todo inusual, para Perla y en general al entorno era habitual.

—Bien —suspiró Perla con desencanto —vengan —instruyó a los jóvenes, mientras con discreción se acercaba a una zona oscura y segura, ya libre de las suspicaces miradas, volteó al entorno cerciorándose por última vez —dame el dinero —ordeno al joven con autoridad, él sorprendido dio un respingo y después miró donde su compañero —hay niño, si quisiera robarlos ya hace rato lo hubiera hecho —el joven intrépido asintió con la cabeza autorizándolo, Perla lo arrebató y con reserva contó rápidamente separando algunos billetes —ve —indicó a intrépido —esto es suficiente para pagar por media hora con cualquiera, ninguna vale más —dijo mientras depositaba el dinero en su mano —guárdalo —apresuró al chico mientras le daba al otro una cantidad similar, después tomo un poco más y repitió la operación —con esto pagas el hotel — de nuevo le dio una cantidad similar a su compañero, finalmente revisó con desánimo el fajo de billetes ya muy mermado, que aun así seguía siendo bastante y lo entregó al intrépido —¿trajeron protección?

     Preguntó mientras cruzaba los brazos y volteaba a ver a su espalda.

—¿Protección?

    Inquirieron al unísono los adolescentes, la respuesta solo apuntaló la ignorancia de los jóvenes, Perla negó con arrogancia los miró y en grito ahogado embistió siseando las palabras.

—¡Condones!, ¿trajeron condones?

     Los chicos desencajados la miraron sorprendidos ante aquella palabra que en su mundo era tabú.

—No.

     Respondió él más tranquilo en ese momento, aunque ya de lejos se escuchó de nuevo los gritos desencajados del ebrio que se levantaba del suelo y acometía de nuevo a la puerta.

—Bien, no es problema, todas traemos solo pídanlos, y por lo que más quieran, ¡úsenlos!, ya los veo saliendo co…

—¿Qué carajos haces Perla?

     El grito ya enardecido que le llamaba la distrajo por un segundo, que fue suficiente para que el joven intrépido se parara al frente de ella obligándola a verlo.

—¿Perla?, ¿es ese tu nombre?

     Ella le sonrió con empatía y compasión, al tiempo que le tomaba del hombro avanzó para irse.

—Aquí —dijo despacio y negando con suavidad —nadie tiene nombre, por eso elegimos uno.

     El joven fue ahí que empezó a entender, vislumbró de lejos en donde estaba y por un instante se sintió solo, pero lejos de rendirse, antes de que ella diera un paso sin lastimarla, pero sólido la tomó del brazo.

—¿Puedo estar con la que yo quiera?

     La Pregunta a Perla casi le sonó absurda, con indiferencia y dudando levantó los hombros.

—Pues sí.

     El chico malévolo alzó las cejas en medio de una sonrisa y acercándose a la mirada de ella musitó con altivez.

—¿Y si quiero estar con Perla?

     Con fastidio y en tono de desagrado miró a los jóvenes alternando de uno a otro.

—Es que yo ya me iba —respondió con fastidio mientras examinaba de nuevo la situación —y los dos van a querer que los atienda.

—¡No! —replicó con entusiasmo el chico tranquilo —yo quiero estar con ella.

     Dijo con alegría cantarina, señalando a espaldas de Perla.

—¿No que querías irte?

     Reclamó Candy que con ira manoteo frente a Perla, sin prestar atención a los chicos que fascinados miraban la escena.

—Ya si, solo es este servicio y ya.

    Respondió Perla con fatiga tomando de la mano al intrépido que mansamente se permitía conducir por ella, dejando a Candy boquiabierta, que colérica negó con desesperación, regresando la vista al chico parado junto a ella y que la miraba con ansiedad sin decir nada.

—¿Niños? —gritó Candy que jalaba al chico y trataba de alcanzarla —¿estás loca? —gritó de nuevo ya desesperada, al tiempo que voltea a ver al joven, que al parecer está cada vez más entusiasmado —¡Perla!, ¡carajo!, ¿vas a dejar a este crío aquí?, ¿sólo?

    Chillaba Candy mientras tiraba del niño tras de sí, Perla la miró de lejos divertida apresurando el paso.

—Ese no es mi cliente.

     Solo oírlo Candy se detuvo y miró al chico atónita, él sonriendo encantado la contemplaba en una mezcla ceniza de inocente lascivia.

—¿En serio? —gimió con desprecio levantando las manos como deteniendo al chico que por nada se abalanzaba sobre ella —¿qué voy a hacer contigo? —reclamó con asco —¿cambiarte el pañal?

     Vociferó mientras volteaba a ver como Perla caminaba junto al otro chico y sobre pasaba la puerta de entrada al bar, donde el ebrio obeso seguía discutiendo en incoherentes argumentos su derecho a paso, siguiendo de largo como en un recuerdo se perdió en la bruma de la multitud, así de la nada y mientras Perla se difuminaba, encontró la mirada tibia de aquel hombre robusto que esporádicamente le atendía en la tienda de conveniencia y que en una extraña paradoja sin ir más allá de un “gracias”, había logrado una empática relación

—Tengo dinero —requirió el joven llamando la atención de Candy, que algo enojada lo volteó a ver con indiferencia —mira.

     Al hacerlo el chico con discreción asomó algunos billetes de entre sus bolsillos, Candy ya había llegado al límite, harta tomó al joven de la mano y de un jalón casi a rastras lo condujo lo mismo que Perla, sobre pasó la puerta del bar, al hombre obeso y su incomprensible discusión, caminando en medio de un jadeo, como en un susurro en la periferia a su vista de la nada alcanzó a ver como el hombre de la tienda en un tránsito natural se deslizaba acercándose a ella, la vergüenza la invadió, bajó la cabeza humillada, sintiendo el pesado lastre de ser además ahora una pedófila pervertida, escuchó de lejos la rasposa voz del impertinente ebrio, las cuales eran replicadas con desdén a las pullas y chanzas de los celadores de la puerta; percibió una vez más la mirada plácida de aquel hombre que sin decir nada la condenaba sin juicio, cerró los ojos apretando la suave mano del chico que se aferraba a la de ella...eso fue todo, no recordó más, sólo sintió como de atrás le empujaban en la cabeza.

     Hundida en un pasaje sin otra luz que los destellos fantasmales de una ensoñación, en lo profundo al parecer alguien hablaba en una reverberación amorfa, que lentamente parecía diluirse y regresaba en una marea difusa; Candy buscando sentido en un reflejo, quiso mirar a enfrentar al monstruo desconocido que la asechaba, pero un dolor sordo se clavó en su nuca, apretó los ojos, entonces fue que entendió que los tenía cerrados, los quiso abrir, sin embargo un brillante flash le sacudió las retinas y supuso un dolor aún más fuerte, quiso gritar, como todo lo demás en su cuerpo eso también estaba entorpecido, aunque no bloqueado y en un murmullo se le escapó un suave gemido

—Uhm.

—No te muevas.

     Escuchó una voz que de lejos le pareció conocida, calma y apagada al parecer le cuidaba.

—Bien —se escuchó una segunda voz, que al igual que la primera no parecía atentar contra ella —ya despierta, recuerda no la dejes dormir de nuevo, ya le suministramos analgésicos, aun así, el golpe es muy fuerte.

     Candy aturdida finalmente logró abrir a medias los ojos, las figuras pese a ser nítidas eran brumosamente incoherentes, de momento carecían de sentido, las imágenes dispersas en colores apagados que tendían a un sórdido blanco se desplazaban aleatorias y fugases; comprendió lo primero, algo había pasado, y estaba despertando, por reflejo de la experiencia bajó las manos se tocó el bajo vientre, reconoció con certeza las sensaciones naturales de su cuerpo, no había sido abusada, ni siquiera le habían desvestido, sabía que hasta ese momento no había sido ultrajada; indefensa y aturdida eso todavía podría pasar, pero por alguna razón sin comprender por qué, sintió su integridad a salvo, sabía con certeza que no le harían daño, ahí fue que un ligero olor a desinfectante y alcohol llegó a ella, el primer destello en la memoria apareció...estaba en un centro médico.

—Estás bien —se oyó la voz insensible —pero no te muevas, te puedes lastimar.

      Se escuchó de nuevo esa voz que ella conocía y no lograba ubicar, de nuevo en un fútil intento quiso moverse, el dolor punzante en la nuca le paralizó, apretó los ojos buscando alivio.

—¿Qué pasa?

     Murmuró ella entre dientes mientras levantaba las manos buscando quitarse aquello que le lastimaba.

—Te golpearon en la cabeza con una botella —dijo la voz mientras la sujetaba del brazo —no te toques te puedes lastimar.

     El disgusto de la indefensión le hizo retomar y logró fijar la imagen de la fría voz, y fue que llego el segundo destello de la memoria, se recordó sola en una gélida noche, recordó un reconfortante dulce y aromático café, recordó el siseante sonido en vaivén de una escoba, el frívolo cruce de miradas con el robusto hombre que empuñaba esa escoba.

—Eres el intendente.

—¡Hou!, ¿qué?

     Inquirió el hombre extrañado, mirándole y tratando de tomar sentido a las palabras.

—Tu barres en la tienda.

     Respondió Candy entre dientes parpadeando inclinando ligeramente la cabeza desorientada.

—¡Hou! ¿la tienda? —preguntó incrédulo, mientras entre cerraba los ojos haciendo memoria —bueno también arreglo los estantes, hago el inventario y siempre me ha cuadrado bien la caja.

     Ella indiferente le miró con hastío, se volteó ligeramente volviendo a intentar tocarse, al inclinarse se desato un intenso dolor que le impidió moverse por un par de segundos.

—¿Quién me golpeo?, ¿Por qué?

     Gimió con desconsuelo, apretando los ojos, en ese momento sintió al hombre que con delicadeza la sujetaba de la muñeca y bajaba su mano.

—Te lo dije, trata de no moverte, ya te inyectaron algo para el dolor, no tarda en hacer efecto.

     Ella lo sintió, en una caricia la vida le regaló por primera vez la sensación afable de dejarse a otro, que sin dolo ni concupiscencia se entregaban a ella y el dolor remitió, pudo serenar el miedo, ya no se sentía indefensa, este día sintió el cobijo guardián de alguien ajeno a su limitado ser y se libertó, se dejó a aquel hombre sin restricción.

—Me duele.

—Si lo sé —dijo el hombre erguido frente a ella mirándola indolente —pero de momento solo podemos esperar a que te hagan efecto los analgésicos.

     Contestó el hombre acercándose buscando revisarla y constatar de nuevo el daño por reflejo recargó su mano sobre la orilla de la cama, ella lo miró con enojo y sonrió con ironía, la vacua sensación de desamparo le invadió, cerró los ojos con miedo, al tiempo que le tomaba la mano buscando el confort de la empatía.

—¿Quién me pegó?

     El hombre lerdo pareció desubicado, miró su mano entrelazada a la de ella y sin saber de cierto por qué, comprendió con certeza que eso la reconfortaba aminorando el dolor.

—Un borracho que intentaba entrar al bar aventó una botella a los cuidadores, pero… —solo decirlo Candy recordó la escena y abrió los ojos avergonzada —bien en lugar de aventarla al frente la aventó así arri…

—¡El niño! —gritó Candy al tiempo que olvidándose de su dolor se incorporaba rápidamente —tenemos que sacarlo de ahí lo van a lastimar, tenía un montón de dinero y si lo encu…

—Hou, el, el, ¿el niño? —titubeo el hombre que soltaba la mano de Candy —¿el chico que estaba junto a ti? —inquirió algo asustado —él me ayudó a traerte y ya se fue, creo que dijo que se iba a su casa.

     Mareada y sensible al movimiento, negó con nostalgia, mientras el hombre voltea para ver a su espalda, apunto de moverse y alejarse, ella lo sujetó del hombro obligándolo a regresar para ella la mirada.

—¿Y Perla?

—¿Perla? —sondeó buscando recordar el nombre de entre las personas con quien la había visto en la tienda—¿tú amiga?, ¿la de rizos?

—¡Si!, Perla, mi amiga, la de rizos.

     Respondió con ira mientras sacudía la cabeza cerrando los ojos con dolor.

—Hou, pues no lo sé, no estaba ahí.

     En ese momento de la nada un médico se acercó, hojeando algunas páginas engrapadas.

—Bien —dijo solemne al tiempo que sacaba una pluma del bolsillo en su bata —veo que ya estas lúcida, así que necesito que llenes estas formas.

     Agregó el médico mientras separaba un fajo de papeles de una tablilla y se los entrega a ella, Candy de malas tomó los papeles mientras se acomodaba sobre la mesilla de diagnóstico los empezaba a leer, en ese momento de súbito el médico se acercó a ella y del mismo bolsillo donde extrajo la pluma se hizo de una pequeña lámpara de bolsillo, al tiempo que sujetaba a Candy de la barbilla la encendía.

—Hey.

   Gimió Candy haciendo la cabeza hacia atrás.

—Tranquila solo voy a auscultarte —replicó el médico con calma retomando su barbilla, aunque osca y con desconfianza Candy lo permitió —¿te duele la cabeza?

     Preguntó con descuido mientras con la lamparilla alumbraba directo a uno de sus ojos, ella sonrió con enfado sin moverse mientras permitía que el médico la revisara, que retirando la luz pasaba al otro ojo.

—¿Usted qué cree?

     El médico sonrió con desgano mientras ligeramente movía la luz.

—Quiero decir más allá de lo obvio —respondió mientras en un solo movimiento guardaba la lamparilla y levantaba la mano —sigue mi dedo con la mirada.

     Indicó levantando el dedo índice y empezaba a moverlo de izquierda a derecha.

—No, solo siento que me están enterrando clavos ardiendo en la nuca.

     El hombre contempló impávido la escena, que al parecer ya era cotidiana para ambos, así que mientras el médico lentamente pasaba del examen a requisar en la tablilla los resultados Candy se acomodó sobre la mesilla y tomaba la pluma.

—Y dígame, ¿dónde pago para poder irme?

     Preguntó al tiempo que empezaba a escribir sobre los papeles, el médico negó ligeramente con la cabeza y agregó con indiferencia mientras miraba al hombre parado junto a él.

—La cuenta ya la pago el señor, en la hoja de diagnóstico puse los cuidados y medicamentos —refirió regresando la vista a Candy —y solo falta que contactemos a su familia para que alguien la recoja.

—¿Familia?

     Respondió Candy encrespada, mirando a el hombre regresando la mirada inmediatamente al médico.

—Lo siento pequeña, pero al menos esta noche no te puedes quedar sola.

     Respondió el médico negando con ligereza mientras Candy por un momento asustada bajó la cabeza recapitulando, de inmediato en la actitud ya natural a ella se recuperó y giró enfadada a mirar al médico.

—Candy, no soy pequeña, ¡soy Candy!

     El hombre y el médico sorprendidos se miraron por un instante, después el médico desanimado se giró donde Candy sosteniéndole la mirada por un segundo, que fue suficiente para comprender que estaban enrocados, al percatarse a dirección opuesta titubeando ambos bajaron la cabeza, mientras el hombre distraído miró la hoja de datos que recién empezaba a requisar, lo vio sesgado y de lejos, pero legible, escrito en una pálida tinta azul estaba su nombre, la incoherencia le sorprendió, observo a la chiquilla que entristecida con la cabeza baja miraba el suelo, fascinado y sin comprender musitó casi para sí.

—¿Candy?

     Ella ausente escuchó el murmullo y volteo con ahogo a ver al hombre.

—Sí, Candy.

     La pequeña desanimada se sintió abandonada y sola, bajó de nuevo la cabeza, ahí fue que sintió esa mirada lejana, que la contemplaba con curiosidad, comprendió que había logrado un contacto con él, sin enlace ninguno con la lubricidad o el romance, era la sencilla relación a dos personas, pero nada más, la vida de la nada, sin pedir le abrió sus manos y le dio un regalo, ella solo debía estirarse a tomarlo, y lo hizo.

—¿Y un amigo?

     Preguntó el médico, que buscando alguna alternativa vislumbró aquella alternativa, al hacerlo Candy lo miró con una lejana nostalgia, vio al hombre que indiferente se volteaba a un lado y que recogía su abrigo, él se disponía a irse.

—Perla, solo confió en Perla, pero ella apaga su teléfono para que no la molesten de noche.

    Al unísono Candy y el médico vieron al hombre que ausente lentamente recogía una pequeña mochila, apartándose de la cama y sin otro protocolo tomaba camino a la salida.

—Espere —dijo el médico tomándolo del hombro regresando la mirada a Candy —¿Y usted?

—¿Yo? —respondió el hombre ausente mirando de fijo al médico y alzó los hombros—ya me voy.

     El médico desconcertado por la contestación miró primero a ver a Candy que miraba la escena tan incrédula como él.

—No —respondió el médico tratando de ordenar sus ideas —digo que porque no la acompaña esta noche —el hombre miró con recelo a Candy que divagaba entre decir algo o quedarse callada —si entendí bien usted vive solo, no creo que tenga problema.

     Por un par de segundos los tres se miraron cavilando la idea que a distancia parecía la salida evidente.

—¿Acompañarla? —respondió el hombre —¿a dónde va?

     La respuesta de momento le pareció divertida a Candy, que sonrió con picardía, el médico en cambio sonrió con ironía al hombre que a momentos parecía distante, aunque en general afable y que específicamente en este instante no parecía estar jugando, así que retomó la idea y con calma trató de precisar.

—Quiero decir que si usted podría cuidarla —contestó estoico tratando de sonar serio —solo serían algunas horas.

     El hombre miró primero a Candy distraído y lejano, que a su vez le sonreía suspicaz, después se giró donde el médico con imperturbable indiferencia.

—Hou pues, yo nunca he cuidado a nadie.

     El médico, claro, tomó eso como una negativa, en especial cuando el hombre se erguía y retomaba camino a la salida.

—¿No era usted el que la trajo pidiendo que la revisáramos? —preguntó el médico con malicia —¿el que pagó sin dudar cuando le dije que los exámenes y consulta se liquidaba por adelantado? —agregó acercándose a él, presionando con la mirada —¿el que se quedó pendiente por una hora al pie de su cama? —eso amigo es cuidarla y lo hizo con esmero.

     Candy lo sabía, se lo habían dicho, fue hasta entonces que lo caviló y la impactó.

—¿Una hora?

     Preguntó Candy desconcertada, mirando a el hombre, que parecía distraído, lejano, ajeno a las palabras y pullas del médico.

—Y parado, porque no tenemos sillas para visitas.

—Hou —respondió el hombre serio siempre con ese aire indolente —pero ella ahora esta consiente y lúcida, se puede cuidar sola.

     El médico bajó la cabeza con vergüenza tomando aire y de inmediato volteó a ver a Candy que lejos de asustarse parecía molesta.

—Bien el que la señorita este despierta y lúcida es bueno, de hecho, las radiografías no muestran fracturas—respondió serio y profesional —pero la inflamación de la zona de contusión está en un lugar muy sensible, que requerirá de vigilancia cercana durante las siguientes veinticuatro horas.

—Hou —respondió el hombre mirando al médico —entonces debería quedarse aquí.

—No, lo siento —contestó el médico rápidamente —este centro es muy pequeño, solo atendemos peligro inminente y canalizamos cuando nos rebasa, no tenemos camas para convalecencia, el único lugar donde podría quedarse es la sala de espera y de verdad no lo recomiendo; ella físicamente está en perfectas condiciones, así que no tengo razón para retenerla.

     El hombre que hasta este punto escuchó atento y sin interrumpir, volteó donde Candy, la contempló por un largo segundo, después miró a donde el médico.

—Hou, bien, entonces —agregó con solemnidad —yo la cuidaré.

—¿Qué? —gruño Candy molesta sacudiendo la cabeza hacia atrás —si yo no te conozco.

     Pero el hombre no pareció molesto ni sorprendido, tan solo le miró indiferente y replicó con dignidad.

—Nos conocimos en la tienda.

     Candy levantó la vista enojada y con petulancia estudiada se irguió con sobriedad, a punto de responder el médico elevó las manos frente a ella pidiéndole calma.

—Disculpa —la contuvo irrumpiéndola —no quiero ofenderte —dijo recorriendo la mirada por la integridad del cuerpo de Candy —me parece que tu trabajo consiste, precisamente en quedarte a solas con hombres desconocidos.

     Calmo y serio lo dijo de frente a ella, dándole la mesura de ser solo una observación acotada, que exacerbaba en contra la mellada dignidad de Candy, bien quiso replicar y alzó la mirada severa en contra del médico, dejándolo en la mera intención, pues en todos los sentidos, ella lo sabía, era la simple realidad; así quedó, con aceptación tácita con la venia del sentido común Candy bajó la vista a los papeles, siguió la requisa, mientras el médico ufano sonrió complaciente y se alejó, en ese momento algo confuso el hombre se acercó ligeramente a Candy para hablarle.

—Hou ¿entonces?, ¿si te voy a cuidar?

     Candy apretó la mandíbula y lentamente lo miró con furia, la pregunta fuera de lugar en principio pareció una ironía, no obstante, al encontrar la mirada confusa del hombre comprendió que con sinceridad no había entendido.

—Si.

     Escupió Candy en medio de un jadeo mientras continuaba escribiendo, la sólida respuesta pareció satisfacer al hombre, que con sigilosa parsimonia levantó una hoja de papel y tras una breve lectura miró a su entorno rastreando lentamente, justo en ese momento Candy hizo a un la do la mesilla de diagnóstico incorporándose de pie junto al hombre, en ese momento un mareo la desbalanceo lo que la llevó a estirar los brazos buscando apoyo, de la nada y sin más se sintió a salvo, sin comprender cómo o por qué su equilibrio regresó.

—Hou, ¿estás bien?

     Fue ahí que sucedió, sintió los brazos del hombre que la sujetaban con sólida delicadeza y que en un tranquilo murmullo a su oído le tranquilizaban; por segunda vez ella lo sintió, en una caricia la vida le regaló la sensación afable de dejarse a otro, que sin dolo ni concupiscencia se entregaban a ella y el dolor remitió, pudo serenar el miedo. Ya no se sentía indefensa, una vez más en tan solo unos minutos este día sintió el cobijo guardián de alguien ajeno a su limitado ser, por lo que se liberó, se dejó a aquel hombre sin restricción, pero al futuro y sin poder saber ahora, ya sin límite temporal, en adelante sin dudar simplemente confiaría en él.

—Si —contestó afable sujetándose de la cama —suéltame, solo fue un mareo.

     El hombre serio la fue liberando lentamente mientras ella se acomodaba el pelo con una mano y con la otra se afianzaba sobre la barandilla de la cama.

—Si —respondió el hombre mientras daba un paso atrás, y levantaba la hoja de diagnóstico para leerla—el médico dijo que tal vez tuvieras mareos, visión borrosa pero que era normal, que, si tenías dolor de cabeza, náuseas, ceguera, desm…

—¡Si ya entendí!

     Gritó Candy exasperada, mientras asombrado el hombre bajaba con lentitud la hoja de diagnóstico, recargada en la cama se irguió con petulancia buscando la vertical.

—Hou, bien, pero parece que… —respondió el hombre mirándola de fijo con desconcierto —¿estás enojada?

—¡Si! —respondió Candy con furia en la mirada, el hombre que asustado dio un respingo aventando la cabeza hacia atrás, lo vio en sus ojos, Candy comprendió, la pregunta fuera de lugar no era una mofa y alzó su mano tratando de calmarlo —pero no contigo —agregó rápidamente sonriendo con tristeza —estoy enojada con Perla, con los borrachos, con el bar, con las botellas voladoras…

—Hou, bien —respondió el hombre indiferente volteando una vez más al entorno —Tengo que buscar la farmacia, voy a comprar los medicamentos.

     En ese momento Candy retomó la coherencia, de inmediato trato de hacerse del control y rápidamente buscó en su periferia rastreando con disgustó.

—¡Si!, ¡ya!, te doy dinero —agregó rebuscando con cuidado bajo la cama —¿y mi bolsa?

—Tu bolso lo dejaron en esa palangana, junto con tu suéter y tus pulseras.

—Bien —dijo Candy con alegría, viendo el pequeño recipiente de plástico a los pies de la cama —te doy dinero.

     Contestó ella mientras revuelve el recipiente y extrae el suéter, algunas baratijas de bisutería y el bolso.

—Pero ahí no tienes dinero.

     Solo oírlo Candy abrió su bolso rebuscando dentro con desesperación.

—¿Qué? —gimió asustada, revolviendo con furia el interior de la pequeña cartera —¿y dónde está?

—Te lo robaron —respondió el hombre con indolencia —cuando caíste al suelo desmayada un chico se acercó arrebató el bolso, se llevó el dinero y creo que algo más, no estoy seguro.

     Candy agitada respirando a jadeos lo miró con rabia desencajada, y sin más gritó fuera de sí.

—¿Y por qué carajos no hiciste nada?

     El hombre pareció confuso, a traspiés se rehízo y con inocencia infantil contestó en tono de excusa.

—Hou, yo —pausando las silabas —es que yo estaba cargándote para traerte aquí, el joven que estaba contigo quiso recoger tu bolso, pero se lo arrebataron y se llevaron el dinero.

—Y los condones —agregó Candy desanimada mientras bajaba las manos, de repente vislumbró, entendió de facto, le pareció increíble, lo miró azorada y boquiabierta —¿me trajiste aquí cargando?, ¿pagaste mis cuentas sabiendo que no tendría como pagarte?, ¿y te quedaste a cuidarme?

     El hombre que hasta entonces no había meditado, por un momento pareció dudar, y después regresó la mirada a Candy que lo contemplaba boquiabierta.

—Hou, pues si —respondió con calma —¿está mal?

     Candy incrédula sonrió nerviosa y confusa mientras negaba ligeramente.

—¿Qué?, no, no, no, solo, es que… —respondió a traspiés —bueno yo te voy a pagar, no te preocupes, solo dame un poco de tiempo y te voy apagar de verdad.

—Hou, sí, bien, bueno, me quede porque si hubiera necesidad no tendrías como pagar las facturas, además estabas desmayada —respondió el hombre con apatía, esa actitud incongruente entre la misericordia y la indolencia la confundían, de repente y con aparente suspicacia volteo a verla —no estoy preocupado, en realidad no pensé que me debieras de pagar —respondió el hombre que extrañado la miró con desconfianza —dime —agregó acercando la mirada a ella —si a mí me hubiera golpeado la botella, ¿tu esperarías que yo te pagara?

     Ella asombrada quedó en suspenso perdida en una vorágine de emociones, que en contradicción obedeciendo el instinto elemental, ella preferiría cuidar primero de sí misma y después de Perla, donde incluso es muy posible que ni siquiera se compadecería del mal a un desconocido, muchísimo menos intentar ayudarlo, se sintió culpable y se asustó de sí misma, este hombre sin más le ayudaba entregándose a ella sin pensar, dando sin pedir.

—Yo… no lo sé.

—Hou —respondió serio volteando a su entorno —¡bien! —agregó con alegría mientras levantaba su mochila con una mano y con la otra sujetaba a Candy con suavidad del antebrazo —camina.

     Ordenó a Candy mientras tomaba rumbo a la salida.

—¡Hey! —respondió Candy con enfado —liberándose del hombre y dando un paso atrás —suéltame yo puedo sola.

     El la miró por un segundo confundido, de inmediato retomó y sonrió con empatía.

—Hou, bien —reclamó con felicidad —entonces ve a la sala de espera y toma asiento, yo voy por las medicinas.

     Candy tomó aire y con parsimonia dio un paso lento, sintió un ligero desbalance, que pudo controlar, ya segura supo que podría caminar sola, sin agregar nada se dirigió a la pequeña sala de espera donde encontró en dispersa distribución a dolientes miradas que en desánimo rehuían la suya, ella avergonzada se miró y comprendió; aquellos buscaban consuelo y su vestir era, para decir lo menos, ofensivo, sin embargo ella estaba acostumbrada y hecha a sobrellevar ese escarnio, con altivo recato, se buscó una silla para reposta y espera.

     En una esquina junto a un desvencijado pupitre apareció una silla, que al igual que el pupitre deslavado, con fisuras evidentes aun parecía sólido, y sin más que fe se deslizó, sin pensar se sentó en una paradójica comodidad; ahí fue que se detuvo a cavilar y en recapitulación se dejó llevar a los recuerdos, que aun eran confusos, en destellos aparecían en una errática espiral, se enhebraban el miedo y dolor a la sólida empática misericordia de un desconocido, pasaron quizá minutos, quizá horas, donde ella se perdió, no fue hasta sentir el doliente espasmo de cadera que cansada de la misma posición reclamaba que se moviera o al menos se acordara.

     Y ahí fue que apareció el hombre junto a ella, que con indolente sigilo revisaba el interior de una bolsilla blanca mientras cotejaba las hojas que el médico le había proporcionado, hastiada ella simplemente se levantó y tan rápido como su equilibrio se lo permitió se acercó al hombre que al sentirla junto a él con parsimonia, y sin cruzar otro gesto que una sonrisa, le indicó que caminara a la puerta de salida; ella más cerca rápidamente se hizo del pasamanos y abatió la puerta, salió seguida a un paso por el hombre, afuera el fresco de una noche curiosamente tibia, una pequeña escalinata y finalmente la acera, ahí se detuvo, volteó a esperarlo, tras ella el hombre la alcanzó y al igual se detuvo.

     La pequeña Candy endurecida por la vida erguida y soberbia cruzó una efímera mirada con aquel robusto hombre, se encontraron, la joven fue ungida y como nadie ella pudo ver el corazón de aquel hombre, sin un ápice de maldad, era capaz de dar sin restricción a manos llenas, esperando como toda retribución, una sonrisa; ahora ella acunada en el tibio regazo de su alma podría disfrutar y ser parte de él; ese perenne segundo la cambió, su mirada llegó a él como una marea que tibia lo envolvió, en lo que para él era una indefinida y nueva emoción le llevo a una extaciante alegría que lo invadió, la disfrutó, se regocijó en ella, por primera vez llego a él, el destilado puro de la felicidad...sonrió, aquella noche en medio de un retorcido y pútrido muladar de vejación, se encontraron dos almas que en un sentimiento limpio y sin malicia se enlazaron, ahí nació su amistad.

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