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Capítulo 6– Sobre el borde de la tentación

Capítulo 6 – Al borde de la tentación

Sasha

—No tienes que decirme lo que quiero, Dante.

Su mandíbula se tensa, los músculos de su cuello se marcan con furia contenida.

—¿Entonces es verdad? —su voz corta como una cuchilla—. ¿Eso es lo que quieres ahora?

No respondo.

Porque, en el fondo, no lo sé.

Y esa incertidumbre es más peligrosa que cualquier mentira.

Dante exhala con violencia, un rugido contenido que llena el aire. Da un paso atrás, y su ausencia repentina me deja helada.

—He luchado por ti, Sasha. Me he desangrado por ti. ¿Y ahora dudas?

Sus palabras me atraviesan, desgarrando lo poco que queda de mis defensas.

—No es solo eso... —murmuro.

—¿Entonces qué es?

Su voz ya no lleva ira. Solo desesperación.

Pero antes de que pueda abrirme, de que logre reunir las piezas rotas de mi corazón, un sonido irrumpe en la tensión.

Un aplauso lento, cargado de sarcasmo.

Giramos al mismo tiempo.

Apoyado con indiferencia en el marco de la puerta, con una sonrisa burlona en los labios, está Adrian.

—Vaya, vaya... fascinante escena.

Su voz rebosa diversión, pero sus ojos... sus ojos están más oscuros que nunca. Arden con algo que no alcanzo a descifrar.

Posesión.

Dante se queda inmóvil. Todo su cuerpo se tensa, preparado para el ataque.

—Estás jugando con fuego, vampiro.

Adrian ladea la cabeza, su sonrisa se ensancha.

—Y tú escondes tu inseguridad mejor de lo que pensaba, lobo.

El aire se vuelve irrespirable. Cargado de electricidad, de deseo contenido, de amenazas no dichas.

Y yo, atrapada justo en medio del huracán.

---

Sasha

Siento la tensión vibrar entre ellos como un rayo a punto de estallar.

Dante y Adrian no se enfrentan solo con palabras. Se están midiendo, acechando como bestias salvajes. Uno es impulso, furia, fuego. El otro, cálculo frío, seducción venenosa.

Ambos me miran como si fuera un premio.

Una parte de mí quiere intervenir, decir algo, romper este momento. Pero otra... otra desea ver hasta dónde están dispuestos a llegar por mí.

Adrian entra con paso lento, deliberado, sus ojos clavados en los de Dante. Su sonrisa es peligrosa.

—¿Por qué tanto odio, lobo? —su voz es seda envenenada—. ¿Celos? No te sientan bien.

Dante ruge, un sonido profundo que resuena en mis entrañas, despertando algo que me da miedo nombrar.

—Lárgate de aquí, Adrian.

—¿Y si no lo hago? —avanza otro paso, disfrutando del caos—. ¿Me morderás el cuello? Sabemos que eso sería un grave error.

—Tú ya lo eres.

Adrian suelta una carcajada baja.

—Y aun así, ella duda, ¿no? —gira su mirada hacia mí, atravesándome—. Dudas, Sasha. ¿Por qué?

Aprieto la mandíbula.

—No te pertenezco.

—No —susurra, su mirada se oscurece aún más—. Pero tampoco le perteneces a él.

Dante da un paso amenazante hacia adelante. En un parpadeo, Adrian ya está frente a él. Sus rostros, a escasos centímetros. La tensión estalla.

—No me provoques, vampiro.

—No tienes idea de lo que soy capaz, lobo.

Un segundo más, y se desatará el infierno.

Así que hago lo único que puedo.

Me coloco entre ellos, con una mano en el pecho de Dante, la otra sobre el de Adrian.

Dos corazones latiendo desbocados bajo mis dedos.

—Basta.

Una sola palabra. Pero suficiente para atravesar su ira.

Adrian me observa fijamente, sus ojos brillando como brasas.

—¿Quieres que me detenga? —murmura, una provocación envuelta en terciopelo.

Sostengo su mirada sin parpadear.

—Sí.

Me examina un segundo eterno. Luego retrocede lentamente, levantando las manos.

—Está bien —dice con una sonrisa ambigua—. Pero recuerda algo, Sasha... esto no ha terminado.

No respondo.

Porque lo sé.

---

Esa noche no puedo dormir.

Permanezco tendida, mirando el techo, con la mente hecha un nudo.

Dante. Adrian.

Dos fuerzas opuestas, dos extremos de un mismo abismo. Y yo, atrapada entre ellos, incapaz de elegir, o tal vez, sin querer hacerlo.

¿El problema?

No sé si quiero resistirme a esta guerra.

Un leve sonido me saca de mis pensamientos. Una luz tenue se cuela por la rendija de la puerta.

Me incorporo, alerta.

Entonces, desde las sombras, una figura emerge. Silenciosa. Elegante.

Adrian.

—Estás loco por venir hasta aquí.

Camina hacia mí con calma, sin rastro de burla en su rostro esta vez. Solo algo crudo, intenso.

—Siempre arriesgo por lo que vale la pena.

Se detiene frente a mí. En la oscuridad, sus ojos centellean como llamas contenidas.

—Y tú, Sasha... —roza mi barbilla con los dedos, una caricia leve, pero que me deja sin aliento—. Tú lo vales.

Contengo la respiración.

Porque esta vez, ya no puedo engañarme.

Este juego... me está consumiendo viva.

Y quizá, en el fondo, no quiero apagar el incendio.

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