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Capítulo 3 - entre sangre y fuego

Capítulo 3 – Entre sangre y fuego

Sasha

Dante Moretti no es solo un lobo. Es uno de los secuaces más temidos de mi padre, su brazo derecho en los asuntos más oscuros. También es mi futuro esposo… al menos si mi padre consigue lo que quiere.

Dante es todo lo que un alfa debe ser: fuerte, despiadado, obediente. Nunca cuestiona las órdenes. Nunca duda.

Pero esta noche, en su mirada veo algo más. Algo más oscuro.

Celos.

—Sasha —dijo con un tono bajo, contenido.

Me obligo a mantener el rostro neutro, aunque ya sé que esta reunión va a acabar mal.

—¿Qué haces aquí, Dante?

Su mirada se detiene en Adrián un segundo demasiado largo antes de volver a mí.

—Debería hacerte la misma pregunta. Aunque yo no tengo nada que esconder.

Su voz corta como una cuchilla. ¿Qué cree? ¿Que me estoy revolcando con un vampiro en un callejón oscuro?

... M****a.

Es exactamente lo que parece.

—No es lo que piensas —empiezo a decir.

—¿Ah, no? —Se acerca, y puedo sentir su energía vibrar contra mi piel—. Entonces explícame por qué te encuentro sola con un maldito chupasangre, fuera del territorio.

Adrián suelta una risa lenta, y maldigo por dentro.

—Parece que llegué en el momento equivocado —dice, divertido.

Dante gruñe, sus puños se tensan.

—Deberías largarte, vampiro.

Adrián no se mueve.

Lo veo. Lo siento.

Dante no está bromeando. Está listo para atacar. Su lobo ruge bajo la superficie, pidiendo sangre.

Y Adrián... Adrián aún sonríe.

—Tienes prisa por luchar, lobo —susurra.

Las sombras parecen estirarse a su alrededor. Su presencia se vuelve más densa, más mortal. No hace ningún movimiento agresivo, pero da la impresión de que mataría sin dudarlo.

Tengo que actuar antes de que sea demasiado tarde.

Me interpongo entre ellos.

—Basta.

Dante no aparta la mirada de Adrián, su cuerpo tenso como un arco a punto de romperse.

—Apártate, Sasha.

—No.

Se sorprende, aunque solo un poco, por la firmeza de mi voz.

Me vuelvo hacia Adrián.

—Vete.

Él alza una ceja, visiblemente divertido por mi orden.

—¿Me estás echando, pequeña loba?

—Estoy evitando problemas.

Me observa por un momento, su mirada plateada me atraviesa como una hoja afilada. Luego sonríe, con esa sonrisa lenta, depredadora.

—Esto es solo un aplazamiento.

Y desaparece entre las sombras.

Dante no dice nada durante un largo momento. Su mirada sigue fija en el lugar donde estaba Adrián, como si pudiera seguirlo con el pensamiento. Luego se gira hacia mí, sus ojos ardiendo con una rabia contenida.

—Tienes cinco segundos para explicarme por qué ese vampiro sabe tu nombre.

Aprieto la mandíbula.

Esta noche se ha convertido en una maldita pesadilla.

Dante no se mueve.

Permanece allí, mirándome con esa intensidad que me atraviesa. Su cuerpo tenso, como una hoja lista para desgarrar. El aire entre nosotros es eléctrico, cargado de una tensión tan densa que casi asfixia.

—Respóndeme.

Su voz es tranquila. Demasiado tranquila. Eso es lo que más me preocupa.

Levanto el mentón. Me niego a dejar que me intimide.

—Me encontró por casualidad.

—¿Crees que voy a tragarme eso?

Frunce el ceño y su mandíbula se tensa. Me conoce lo suficiente como para saber cuándo le miento, y ahora mismo está conteniendo a duras penas su furia.

—Dante, escúchame...

—¿Escuchar qué, Sasha? —Su voz se eleva, quebrando la calma fingida—. ¿Que paseas sola por los distritos de vampiros? ¿Que uno de ellos sabe tu nombre y parece... —se detiene, y sus ojos se oscurecen aún más— ...interesado?

Cruzo los brazos, molesta por su tono acusador.

—Yo no lo busqué.

—Pero tampoco lo alejaste.

Trago saliva. Esta no es la primera vez que discutimos, pero esta vez es distinto. Hay algo más profundo en su mirada. Algo más… personal.

—Hago lo que quiero, Dante. Que mi padre te haya asignado vigilarme no te da derecho a controlar mi vida.

Se queda congelado.

Lo veo en sus ojos: lo sintió como una bofetada. Y, en el fondo, me duele. Porque Dante no es solo un soldado de la manada. Es quien siempre ha estado a mi lado. El elegido para ser mi compañero. El que siempre ha querido más de lo que yo estaba dispuesta a darle.

Da un paso hacia mí, y siento su olor: lobo, hierro, sangre. La sangre que seguramente ha derramado esta misma noche. Extiende una mano y roza mi mejilla con la punta de los dedos, un gesto sorprendentemente suave en alguien como él.

—¿Qué deseas? —Su voz es baja, ronca—. ¿Qué quieres, Sasha?

Mi corazón se detiene por un instante.

Dante nunca había hecho esa pregunta. Siempre asumió el camino trazado por mi padre. Siempre actuó como si nuestro futuro estuviera sellado. Pero esta noche, espera una respuesta.

Y yo no sé qué decir.

Así que hago lo único que sé hacer bien: me alejo.

—Ahora no es el momento.

Su brazo se estira y me agarra suavemente de la muñeca. No con fuerza. Solo lo justo para hacerme detenerme.

—Sasha...

Cierro los ojos.

—Vete, Dante.

Silencio. Largo. Denso.

Luego suelta mi muñeca y se aleja. Ya no hay furia en su mirada. Solo algo más... algo que duele.

—Está bien.

Su voz es fría. Afilada.

Mantengo la espalda erguida, incluso cuando escucho sus pasos alejarse, incluso cuando el rugido de su motocicleta desgarra la noche y se pierde en la distancia.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, el callejón está vacío.

Pero lo siento.

No a Dante.

Al otro.

La sombra en la oscuridad.

—No eres tan discreto como crees —susurro.

Una risa suave resuena cerca, y una silueta se despega de la pared a mi derecha.

Adrián.

Por supuesto.

—Lo siento —dice, sin una pizca de arrepentimiento—. La escena fue fascinante.

Me doy la vuelta y le lanzo una mirada negra.

—¿Nos espiabas?

Alza una ceja, fingiendo inocencia.

—"Espiar" es una palabra muy fea. Digamos que... tenía curiosidad.

Aprieto los puños. Este hombre… este vampiro me provoca una ira que no entiendo. Tal vez porque juega conmigo. Tal vez porque me importa más de lo que quiero admitir.

—¿Por qué sigues aquí, Adrián?

Avanza lentamente, demasiado lentamente, como un depredador que saborea a su presa.

—Porque me intrigas.

Doy un paso atrás.

Él sonríe.

—Y porque ese lobo... —mira hacia el lugar donde Dante desapareció— te desea como si ya fueras suya.

Mi corazón da un vuelco.

—No es asunto tuyo.

Adrián se detiene justo frente a mí. Tan cerca que distingo cada detalle de su rostro bajo la tenue luz de las farolas.

—Oh, pero sí lo es.

—¿Por qué?

Me mira durante un largo instante, y luego susurra:

—Porque yo también te deseo.

Un escalofrío me recorre la espalda.

Sus palabras son una amenaza, una promesa, una declaración de guerra.

Y lo peor…

Es que me gusta.

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