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Capítulo 5– Entre dos luces

Capítulo 5 – Entre dos luces

Sasha

Adrián se da cuenta. Un destello de satisfacción cruza su mirada.

Dante también lo ha visto.

—Sasha...

Su voz ha cambiado. Ya no está solo enfadado. Hay algo más, algo que me rompe aún más al escucharlo: una herida cruda.

Aparto la mirada.

—No es lo que piensas.

Dante niega con la cabeza.

—Entonces dime qué es.

Permanezco en silencio.

Porque no tengo una respuesta.

Adrián se endereza, su expresión vuelve a la compostura habitual.

—Fascinante, de verdad —dice, su mirada clavándose en Dante—. Pensaste que habías ganado, ¿verdad?

—Lárgate, Adrián.

—Con gusto —esboza una sonrisa irónica—. Pero volveré.

Se vuelve hacia mí, y por un instante, su mirada se suaviza.

—Porque tú quieres que vuelva.

Luego se pierde entre las sombras.

Me quedo congelada, con el corazón latiendo como si quisiera romperme por dentro.

Dante no se mueve.

Después de un instante que se siente eterno, susurra, con una voz apenas audible:

—Dime que no es cierto.

Pero no puedo.

El aire es espeso, cargado con una tensión casi insoportable.

Adrián se ha ido, pero ha dejado una tormenta detrás. Una tormenta silenciosa, rugiendo entre Dante y yo.

Lo siento.

Siento la ira contenida que le palpita en las venas, luchando contra algo más profundo. Algo que ni siquiera se atreve a nombrar.

Yo también lucho.

Debería hablar, decir algo para calmar el momento. Pero ninguna palabra parece suficiente. Así que me quedo quieta, con la respiración agitada, el corazón golpeando demasiado fuerte.

Dante me mira fijamente, sus ojos dorados ardiendo con emociones contradictorias.

—Nunca debiste hablar con él.

Su voz es baja, amenazante.

—No tenía otra opción.

—Siempre hay una opción.

Sacudo la cabeza.

—No esta vez.

Da un paso hacia mí, y mi cuerpo reacciona instintivamente, temblando ante su proximidad repentina.

—Entonces dime. —Su tono es agudo, impaciente—. Explícame por qué lo escuchaste en lugar de rechazarlo como se merece.

Clavo la mirada en la suya.

—Porque no se habría ido. Porque darle la espalda era darle más poder.

Dante aprieta la mandíbula.

—¿Crees que te está poniendo a prueba?

—Sé que me está poniendo a prueba.

El silencio se hace denso.

Dante se pasa una mano temblorosa por el cabello, su frustración es palpable.

—Ese vampiro está jugando contigo, Sasha. Y te va a romper si se lo permites.

—¿Y tú? —susurro, entrecerrando los ojos—. ¿Tú no juegas conmigo, acaso?

Se queda inmóvil.

—No es lo mismo.

—¿Ah, no? —Una risa amarga se escapa de mis labios—. Porque tú no quieres nada de mí, ¿verdad?

Aprieta los dientes.

No responde.

Porque sabe que miente.

Porque lo siento en cada mirada que me lanza, en cada gesto posesivo, en cada suspiro que reprime.

Da otro paso, borrando por completo la distancia entre nosotros.

—Sasha...

Mi nombre en su voz es un susurro ronco, vibrante de emociones.

Mi cuerpo está en alerta, atrapado entre dos instintos opuestos: huir o rendirme a sus brazos.

Sus dedos rozan mi brazo, suben lentamente hasta mi cuello. Una caricia ligera, pero que electrifica cada uno de mis nervios.

—Dime que soy el único.

Su voz es tanto una orden como una súplica.

Una oleada de emociones me atraviesa.

Podría mentirle. Decirle lo que quiere oír. Prometerle que él es el único que habita mis pensamientos.

Pero la imagen de Adrián me asalta. Su mirada intensa, la forma en que me desafía, cómo me empuja a ser más de lo que la manada espera de mí.

Dante percibe mi vacilación.

Su mirada se endurece, su mano en mi cuello se vuelve más firme, más desesperada.

—Dudas...

La garganta se me cierra.

—Es complicado.

—No. Es simple.

Sus labios se acercan a los míos, a solo un suspiro de distancia. Una tentación ardiente.

—Elígeme, Sasha.

Una súplica.

Una llamada.

Y no sé si puedo hacerlo.

Sasha

Las palabras de Dante aún flotan entre nosotros, pesadas, como una promesa envenenada.

Elígeme, Sasha.

Como si fuera tan simple. Como si mi corazón no estuviera ya atrapado en una guerra que ni siquiera entiende.

Siento el calor de su cuerpo contra el mío, su mano aún en mi cuello, su aliento mezclándose con el mío. La loba en mí quiere ceder, rendirse a este lazo, a esta fuerza primitiva que siempre me ha arrastrado hacia él.

Pero algo dentro de mí resiste.

Una sombra con forma de nombre: Adrián.

Dante percibe mi lucha. Su agarre se tensa ligeramente, sus ojos dorados buscando los míos, suplicando una respuesta que aún no puedo darle.

No todavía.

—Dilo —susurra, con esa voz oscura y peligrosa—. Dime que eres mía.

Mi corazón late desbocado, cada pulso una contradicción brutal.

Dante siempre ha sido mi alfa, mi protector, mi compañero en la batalla. Pero Adrián... Adrián es la tormenta que me sacude, el fuego que arde más allá de mi control.

Y no sé cuál de los dos deseo más.

Cierro los ojos, intentando ahogar el caos de mis propias emociones, pero Dante no me deja escapar. Sus dedos se deslizan lentamente por mi brazo, su caricia abrasadora, su presencia como una jaula embriagadora.

—No lo quieres —gruñe—. No puedes quererlo.

Mis ojos se abren de golpe, desafiantes.

—No me digas lo que quiero, Dante.

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