KIARA
La mañana comienza con una fila de clientes malhumorados que solo quieren su café matutino y largarse para iniciar sus actividades diarias. Los brazos se me cansan, pero mantengo el ritmo acelerado de un pedido bien hecho dando un excelente servicio.
Y al cabo de las once treinta de la mañana, Jackson me permite ir a la tienda que esta unas calles más arriba para comprarle todos los utensilios de manualidades para mi Kelly, y cuando vuelvo, el panorama ha cambiado.
Otra fila de personas espera ansiosas por el almuerzo.
El chef Denis no debe dar abasto con tantos y suspiro, porque en serio estoy agotada. Creo que necesito vacaciones urgentes.
Siento que estos días no he dormido bien ni tampoco he comido lo suficiente, que todo me está pasando factura. Los músculos los tengo tensos y el dolor de cabeza amenaza con volver. Me masajeo la siento con una mano, mientras que con la otra llevo la bolsa de papel marrón. Me apuro en regresar casi trotando.
Voy a poner un pie dentro del restaurante, pero antes de que puede realizar mi cometido, una mano grande y fuerte me toma del brazo y me jala hacia un costado de la calle, que termino rebotando contra un pecho duro.
Dé la impresión chillo histérica tratando de soltarme de ese desconocido.
—¡Hey loca baja el volumen! —El hombre de traje negro sin corbata me tapa la boca y me tranquilizo al ver quien es—. O la gente pensara que quiero secuestrarte para fines perversos.
Arrugo mi frente y miro de reojos como las personas aglomeradas nos tienen en la mira siendo su foco de atención. Bajo su mano despacio que el toque de su piel helada me hace temblar contrarrestando con mi calidez, sin embargo, su perfume amaderado inunda mis fosas nasales que me hace flotar al mismo tiempo.
«¿Qué tipo de encanto tendrá?»
Y termino perdiéndome en esa mirada azul cielo que tiene.
—¿Qué te sucede, Reagan? —musito solo para nosotros soltándome de su toque. El rubio se apoya en el capo de su vehículo negro estacionado en la calle y se cruza de brazos, que noto lo marcado que esta—. Segunda vez que casi me matas del susto.
—Mejor —dice triunfante dándome una sonrisa tan depredadora que me empequeñece—. Así tengo una segunda excusa para recompensarte y para volver a verte... por supuesto.
—¿Tú recompensas a medio mundo o qué?
Él arruga las cejas y se pasa la lengua por el labio inferior pensando. Una risa sale de mis labios al darme cuenta que he dado en el punto exacto y sigo hablando ante su silencio.
—Reagan la gente normal no siempre necesita premios ni estímulos para poder perdonar.
—Toda la gente siempre busca un interés —me rebate—. Puede ser económico, emocional, material etc. Pero las personas no siempre hacen cosas desinteresadas por otros. Todo tiene un precio en esta vida hasta el perdón.
—¿Y crees que mis sustos también lo tienen? —lo molesto dándole una sonrisa.
—Podría ponerle algún valor al igual que al amor.
—Me ofendes Reagan. Me ofende tu descaro —sigo en son de broma.
Sacudo la cabeza risueña y él no deja de mirarme el rostro, que la intensidad me hace apretar las cintas de la bolsa que llevo. Y ese cosquilleo aparece de la nada en mi vientre y le doy una inclinación de cabeza despidiéndome de él para volver al restaurante.
Esta vez no me detiene y corro por entremedio de las mesas. Me meto detrás de la barra y me voy a la sala en donde están los casilleros.
Jackson aparece por la puerta.
—¿Otro cliente importante? —Me adelanto a su orden, en tanto guardo la bolsa de los utensilios de manualidades en el casillero.
—Si —confirma contento, porque es más dinero para su restaurante—. Es el alto ejecutivo que vino ayer. Prepárale el privado, porque esta vez viene solo.
Bufo, porque por esa descripción ya me imagino quien es. Me pongo el delantal negro en la cintura y me apuro en subir las escaleras para dejar todo limpio y pulcro para esperarlo. No me demoro más de diez minutos cuando el chico de la mirada azul sube las escaleras.
—Retírate Jackson —demanda Reagan sin dejar de contemplarme de pies a cabeza—. Que aquí la señorita me va a atender.
Jackson me da una mirada, buscando las respuestas a esa confianza que tiene conmigo. Yo me mantengo inalterable, pero Reagan no, porque se impacienta cuando ve que el hombre no se va esperando alguna contestación por parte de nosotros.
—Te dije que te retiraras o ¿no me escuchaste? —repite con mayor fuerza, que el dueño se disculpa y sale cabizbajo devolviéndose al primer piso.
A él podrá intimidar con esa voz ronca y golpeada, pero no a mí, que lo miro mal.
—¿Qué haces aquí? —me cruzo de brazos.
—¿Así recibes a un cliente premium? —pregunta burlón, acercándose peligrosamente a mí.
Trastabillo algunos pasos quedando con mi espalda pegada en el mueble donde guardo las vajillas. Me muerdo los labios y niego cuando lo tengo a centímetros de mi cuerpo que incluso puedo percibir ese calor corporal emanando de sus músculos.
—Pensé que nos veríamos en la tarde.
—Si. Eso es correcto muñeca. Ahora solo vine almorzar como un comensal más.
Su sonrisa torcida no la disimula y no sé porque me siento inquieta estando a su lado. Lo veo como una amenaza, pero a la vez no. Es rara la mezcla de emociones que me provoca, vuelvo a observar esos azules y tiemblo cuando recuerdo mi pintura al óleo.
«¡Diablos! si me inspire en él, pero eso nunca lo sabrá»
—Está bien —me muevo a un lado rodeándolo—. Tome asiento.
Reagan se da vuelta mirándome curioso, pero luego cambia a un tono serio que antes no había escuchado.
—Deja de tratarme de usted —me regaña—. Que ya te di permiso para tutearme. Además, vas a ser mi esposa, que aún mas confianza vamos a tener y quien sabe tú y yo nos volvamos mucho más íntimos.
Se desabrocha con tanta seguridad los dos botones de su chaqueta de traje y se sienta en los sillones de cuero como si fuera un mismísimo rey, su confianza es de temer.
—¿Tan seguro estas de mi decisión, que piensas que voy aceptar?
—Si. No tengo ninguna duda de eso. Y estoy ansioso por comenzar nuestra aventura.
Entreabro mis labios y alzo mis cejas.
Reagan es la personificación de la arrogancia, seguridad y dominación. Te persuade hasta que no te das cuenta y ya te encuentras de rodillas ante su merced.
Lástima que conmigo no funciona que le respondo igual de altanera poniéndome a su altura.
—¿Comenzar qué? —lo desafío con el mentón en alto—. ¿Nuestra relación falsa? ¿o estas ansioso por llevarme a la cama?
Una risa brota de su garganta y me parece un sonido muy lindo que podría estar escuchándola siempre y estoy segura que jamás me aburriría. El tono que ocupa es armonioso. Se rasca el mentón y esos azules se clavan en mis grises.
—Eres una chica directa.
—Y tu un chico que se va en rodeos —respondo a la par.
—¡Vaya! Julián tiene razón.
—¿En qué? —pregunto curiosa.
—En que eres una fiera, disfrazada de gacela.
—Te dije que las apariencias podrían engañar.
—Eso estoy viendo.
Se queda quieto en esa pose de hombre galán, con un brazo sobre la superficie, mirándome a los ojos, que tanta intensidad me hace galopar a mi corazón, muevo mi pie izquierdo. Niego con la cabeza para alejar esos pensamientos que vuelve aparecer como una ráfaga de viento y vuelvo a mi actitud profesional, para preguntarle que va a pedir.
Reagan esta vez me señala que quiere vino, filete y papas bravas. Lo atiendo con toda esa dedicación que se me exige, pero el muy idiota me hace quedarme en un rincón para verlo comer.
De vez en cuando me mira de soslayo y luego vuelve la vista al ventanal. Teclea cosas en su celular y se vuelve a meter un bocado, su movimiento sexy me hace seguirlo con la mirada, que me acalora todo con esa elegancia que destila por los poros de su cuerpo.
—¿Puedes traerme un babero? —pregunta de la nada sacándome del trance y riéndose.
—¿Un qué? —Cuestiono perdida y parpadeo varias veces.
—Necesito un babero para ti, porque te vas a manchar esa blusa tan bonita que llevas con la baba que estas soltando por mí.
Ruedo los ojos e igual me rio, porque en si tiene razón. Lo estaba mirando con total descaro, pero aún no lo acepto del todo. No pienso dejar que él gane.
—Que egocéntrico eres Reagan. No eres el único hombre guapo de esta tierra.
—¡Vaya! Lo estas aceptando, pero parece que soy el único hombre que te pone a tiritar las piernas.
—Claro. Claro. Sigue pensando cosas que no son, cariño.
—¿Segura muñeca? Porque no te has dejado de moverte desde que subí esas escaleras. ¿Acaso te pongo nerviosa?
Junto mis cejas y lo miro mal, pero ese apodo ha comenzado hacer estragos en mi sistema. Los cables de mi cerebro se cruzan haciendo corto circuito y como no tengo nada bueno que decir me frustro.
—¡Joder eres exasperante! —exclamo—. Mejor me voy.
Tomo la maquinita del mueble en la cual sale automáticamente la boleta de consumo, corto con furia el papel y la dejo encima de una bandeja plateada para que pague. Ya luego vendré por el dinero.
—Oye debes atender a tu cliente favorito. Todavía quiero pedir algo más —se queja como niño chiquito—. ¿Por ejemplo que postre tienes para ofrecerme, Kiara?
—Hay una alta variedad, mejor dime qué postre quieres tú —respondo más golpeado de lo que quería sonar.
—Algo dulce, perverso y adictivo —el tono de malicia me eriza la piel, junto al calor que se acumula en mi rostro. Estoy segura que estoy como un tomate de rojo, porque sus palabras activan esa humedad que me hace apretar las piernas—. Sugiéreme un postre así.
Tengo tantas ganas de que se vaya y me deje trabajar en paz, pero su sonrisa oscura, juguetona y fresca me desestabiliza. Ladea la cabeza esperando, que me tomo unos segundos para contestar.
Su postura retadora me incita a seguir este juego de seducción que no sabía que podía existir. No con el apuesto, soltero codiciado, serio y gran empresario Reagan Armstrong del holding más importante de EE.UU.
—¿Quieres algo como yo? —susurro un poco avergonzada.
—Ves que eres inteligente, muñeca —halaga riéndose—. Nos vamos a entender bastante bien.
—Si, pero no en una cama, así que deja de pensar en sexo Reagan, que eso es uno de los puntos que no transare en nuestro acuerdo. Y ya me aburrí —digo dándome vuelta y mirándolo por sobre mi hombro—. Ve a quejarte a la administración por mi mala atención.
Voy a bajar las escaleras, pero no alcanzo a dar otro paso, porque una mano me presiona el vientre y mi espalda se pega al pecho de Reagan, que puedo sentir sus músculos firmes bajo esa camisa entallada. La respiración se me agita y más cuando su boca se pasea por mi cuello. El aliento cálido a vino me eriza la piel.
—¿Qué... que haces? —tartamudeo.
—Demostrarte cuál es tu lugar —susurra demasiado seductor que a mis las piernas me han comenzado a temblar.
—¿Y cuál es mi lugar según tú?
—Estar entre mis brazos. Y hay que empezar a practicar para que sea creíble nuestra pequeña mentira.
Me da un beso en la mejilla, que mi sistema se ralentiza y el corazón se me queda quieto, dejándome sumida en un encanto que no sabía que tenía. Su mano baja por mi espalda dándome escalofríos, cuando me toca las caderas y me observa el trasero.
—Reagan… —susurro agitada al notar la mirada de fuego que me da. Siento que me incendio viva.
—Paso a las cinco por ti, muñeca. Espérame lista y dispuesta para recibir a tu futuro esposo.
Vuelve a dejar un beso en mi hombro, me guiña el ojo y yo trago saliva cuando lo veo bajar por las escalares como todo un adonis. Sin miedos, ni nerviosismo, sino que siendo él, dueño de todo lo que le rodea.
Reagan es de los hombres que se comen el mundo y se llevan a quien sea por conseguir sus aspiraciones, y para mi desgracia siento que me ficho como a una presa indefensa.
—¡Carajo! eso es lo último que quiero —susurro para mí, poniendo mi mano en mi pecho. Las pulsaciones se me han vuelto erráticas, después de aquel acercamiento tan invasivo.
«¡Por favor no!» Ruego en mi interior.
Porque tener un corazón roto por una ilusión que ha empezado como un vil y perverso juego de seducción y tensión, es lo que he estado evitando todo este tiempo y ahora no puedo permitirme otro problema más a mi vida.
Suficiente tengo con intentar sobrevivir en este mundo cruel y despiadado en el cual me toco vivir.
KIARA A veces la vida nos pone oportunidades disfrazadas de obstáculos. Cosas que creemos que no corresponde hacerlas, porque es inmoral, injusto, poco decente y un sinfín de comentarios negativos que nos opacan nuestros deseos más íntimos tachándonos de incapaz. A veces nuestra mente es la propia destrucción de nuestros sueños. Nos autosaboteamos pensando que no somos merecedoras de las cosas buenas que el destino trae para nosotros y eso es lo peor que puede pasarle a alguien. Te lo digo por experiencia propia. Yo más que nadie lucho con los miedos que a cada nada se levantan como grandes dragones que me van a devorar rompiéndome en mil pedazos. No es que este entera, pero aun rota sigo adelante, caminando por esta vía de rosas y espinas que se llama vida. Por eso si me preguntas que es lo que pienso de respirar, te diría que no importa el mañana, sino que todo lo que tenemos es el hoy y con eso me que
KIARA Al cabo de unos minutos llegamos al edificio alto que tiene cincuenta y cuatro pisos, es un hotel de lujo que tiene el bar en la azotea. Sigo al lado de Reagan y este saluda al encargado del lugar, quien nos dirige al ascensor dorado. Cuando las puertas se abren la decoración elegante e íntima junto a la música de fondo suave de alguna cantante pop le dan el toque perfecto para tomarse unas copas con amigos y charlar. Me dejan boquiabierta las esculturas de los costados y luego mis ojos se fijan en la amplia terraza, que es uno de los atractivos de este bar, ya que las vistas son espectaculares, se puede apreciar todas las luces de la ciudad, el bajo Manhattan y el rio completo que lo cruza. —Nunca habías venido —dice en afirmación Reagan. —¿Tanto se me nota? Él vuelve a sonreír y se acerca a mi oído, que su aliento cálido a menta me cosquillea la piel y las manos por tocarlo. —Solo un poco, pero te ves t
REAGAN—Te escucho —mascullo esperando a oír que tipos de reglas tendré que zanjar y derribar.La condenada es demasiado inteligente y no se le escapa ninguna idea que la pueda perjudicar sus intereses personales. Jamás baja la guardia ante mí, que su defensiva me empieza aparecer atractiva. Pincho algunas papas y me las meto a la boca, que saboreo esa textura crujiente que tienen.Kiara tiene una mirada adictiva, sin embargo, la rodea una inocencia que me está volviendo loco. Esos labios rojos y carnosos que se mueven con dominio y elegancia, me activan la sangre que se acumula en un solo lugar.Solo quiero tocarla y depurarla de mi sistema. Ella suspira y apoya ambas manos en su rodilla, que el mero gesto me hace mirarle las tetas otra vez. Son perfectas y estoy seguro que caben perfectamente en mis manos.Kiara, Kiara «¿Qué me estás haciendo?» Si no
KIARA Me subo al vehículo negro de sillones de cuero. Reagan me presenta a Peter, y este último maneja hacia al hospital central. No sé porque confese eso, pero Reagan me da confianza. Una que nunca antes tuve. Lo miro de reojos, porque va concentrado en su celular tecleando no sé qué. Suspiro pesadamente. No puedo creer que haya aceptado, pero lo hice. Ahora solo debo afrontar todo lo que venga. Ocho meses que serán una montaña rusa de sentimientos. Lo sé, porque en menos veinticuatro horas ha pasado de todo. Reí, lloré, peleé, coqueteé y también me genero confianza para ser seria y hablar cosas de las cuales a mi si me importan. Vuelvo mi vista hacia la ventana. La ciudad iluminada y los recuerdos me golpean la mente, ese suceso sigue estando presente, que de los nervios juego con el anillo que tiene piedritas de circonio negro que llevo en el dedo medio. Es el único regalo que me dejo mi mamá. Su partida fue tremendamente d
REAGANEl sol de la mañana se refleja en los ventanales grande que dan vista a los cientos de edificios. Notando como mi rascacielos es el más alto y moderno de esta zona empresarial. Sorbo el café de grano, pensando en aquella chica de ojos grises salvaje que el destino decidió que conociera, por alguna extraña razón pienso que ella apareció en mi vida para enseñarme algo.Es tan distinta a las demás, que me provoca una real curiosidad.Sin embargo, soy tan cobarde, que llevo seis días sin llamarla ni mandarle un mensaje. Perdí la cuenta de cuantas veces he abierto el whassapp para escribirle, pero nada me convence.No se como escribirle, sin sonar ansioso.Y no sé porque putas me cuesta tanto, decirle que nos veamos otra vez. Tengo la excusa perfecta, sin embargo, no me sabe bien el mentirle tan descaradamente. No con la chica que voy a pasar m&aa
KIARADesde el miércoles que no he sabido nada de Reagan. No es como si me importara, pero se siente raro no tener ni siquiera un mensaje de él o alguna instrucción por cumplir, se supone que este sábado es la subasta y cena de beneficencia que hacen para juntar recursos económicos para la fundación, pero ya estamos a martes y aun no me dice nada.Es casi una semana de ausencia, pero le quito interés y sigo en lo mío, realizando mi rutina diaria, pero de vez en cuando a mi mente le gusta divagar en esa propuesta tan descabellada.Propuesta que me alborota un poco las hormonas poniéndome muy nerviosa, es que odio la seducción del Ceo, una que es de temer. Tiene un encanto difícil de ignorar, porque su sonrisa perfecta y esos ojos azules, te guían al mismo paraíso.Cierro los ojos y me intento concentrar, pensando en mi fin de semana.El doming
KIARASus labios son suaves, a pesar de la fuerza que ejerce contra mí. Reagan me muerde el labio inferior, que suelto un jadeo de la impresión, cosa que aprovecha para saquear mi boca, juega con mi lengua, que se niega a responderle.Mis manos se presionan en su pecho firme y duro e intento alejarlo con todas mis fuerzas, pero no se detiene, sino que lo empeora, cuando baja sus manos grandes acariciándome la espalda y pasa su brazo por detrás pegándome más a su cuerpo. Con una rodilla me separa las piernas y me alza como una pluma a su regazo, que por inercia mis muslos aprisionan sus caderas y mi espalda se golpea con la pared.El bulto de su entrepierna se roza contra mi intimidad, la cual percibo como aflora aquella humedad que me niego a sentir, pero me acalora todo con ese beso ardiente y voraz que me está dando logrando lo inevitable.Lo alejo para tomar aire, pero Reagan me besa el
REAGANLos rayos solares de la mañana se filtran por la ventana dándome en el rostro, que me doy vuelta en la cama para evadirlos porque me molestan, pero termino cayendo al piso con un sonido sordo.—¡Maldita sea! —vocifero cuando me he pegado en todas las costillas. Me siento en el suelo y parpadeo varias veces acostumbrándome a la luz incandescente del lugar, dándome cuenta de que estoy en un sitio desconocido.Una habitación modesta la cual no conozco ni en sueños, pero se que es de mujer por la decoración tan femenina.Hay una cama sencilla de una plaza con cobertores morados y grises. La ventana de la pared izquierda tiene un marco blanco que le dan aspecto angelical y ni de decir del escritorio de madera que está lleno de libros y tubos de pinturas con pinceles desparramados para todos lados.Block de hojas en un rincón, junto a lienzos en blanc