El día ya estaba bastante mal desde que Robert me habló con un tono de voz que podría describir como tenebroso. Y creo que sabía que iba a pasar, solo era cuestión de tiempo, es solo que yo no quería asimilarlo.
Ambos nos acomodamos en el suelo, tapándonos con las sábanas, yo pensaba quedarme así, desnuda con él, pero lo vi comenzar a vestirse. Habíamos terminado de hacer el amor por milésima vez durante el tiempo que llevamos juntos. Pero, no sé, yo tengo un poder especial que no sé cómo explicar, sé lo que va a pasar. Momentos antes, él estaba más apasionado de lo normal, como si fuera la última vez que estuviéramos juntos, decía repetidas veces “Te amo” y “Eres lo mejor que me ha pasado”, era un poco molesto.
—Lo siento Marcela, debemos terminar.
Como dije, tengo un poder especial. Sentía el mundo desaparecer bajo mis pies. ¿Cómo podría casarme con Robert? Es de familia acomodada, tienen principios, dinero, reglas y muchas otras cosas que yo jamás en mi vida tuve. Sabía que tarde o temprano alguien me diría esto, pero nunca pensé que sería el amor de mi vida. No tengo padres que me digan las cosas y menos hermanos, crecí yo sola en este pueblo desde que mamá y papá murieron. Casi soy analfabeta, pero puse mucho empeño para aprender a leer y a escribir, me enfoqué en muchas cosas menos a lo que debí enfrentarme: En ser una mujer de pueblo. No sé cocinar, ni planchar, mucho menos tejer… eso es lo que un hombre como Robert necesita y por eso me está dejando.
—Ya sé que vas a decir… —dije en tono de voz lastimero.
—Espera, aún no te explico la razón.
—No es necesario.
La chica respiró a profundidad y exhaló. El aire estaba pesado, incluso se sentía caliente.
—No te puedes casar con alguien como yo.
El joven guardó silencio, mirándola con sumo arrepentimiento.
—Tu familia no me aprueba por ser pobre —explicó con tono neutral y lo afrontó con la mirada.
—Eso no es…
—¿Cierto? Deja de decir mentiras.
—Marcela…
—Robert…
Los jóvenes se miraban sin pronunciar una palabra. Marcela sonrió de lado y miró con amargura al hombre que decía amarla.
—Ella hermosa, en verdad.
—Marcela…
—De alta sociedad, virgen…
—Por favor basta.
—No como yo. No tengo nada que ella tenga, no tengo nada que tu familia quiera para ti.
—No te sigas haciendo esto.
Marcela miró al horizonte, recordó los románticos momentos que vivieron juntos y lo feliz que estuvo al recibir el anillo de compromiso que le había entregado Robert. Pero ahora se lo estaba quitando del dedo. Sentía que estaba quemando toda la mano, pronto iba a volverse loca si no se lo quitaba, no necesitaba ningún recuerdo de este hombre.
—Te devuelvo esto.
—Por favor no, quédatelo, fue un regalo.
—¿Un regalo?
Sintió su corazón apretarse.
—¿Solo fue un regalo para ti?
Unas lágrimas comenzaron a asomarse.
—Pensé que era de compromiso. ¡Qué ingenua fui!
Sin poder resistir otra palabra más de él. Arrojó el anillo al lago y junto con él, su corazón.
—Hasta nunca Robert.
El joven no la detuvo. Marcela se fue caminando apresuradamente hasta su pequeña cabaña que compartía con una linda yegua llamada Capricho. Se sentó sobre su cama a dar rienda suelta a todas las lágrimas que estuvo acumulando. No quería estar destrozada frente a él, no quería que supiera que le rompió el corazón, no quería que él supiera que estaba acabando con su vida e ilusiones. No iba a darle el gusto de mirarla cuando se derrumbara por él.
Pero se levantó, se secó las lágrimas y se dio una ducha relajante. ¿Por qué debía sufrir de esa manera? No es que Robert sea el único hombre en el mundo. Había muchos otros que le habían jurado amor, muchos otros que morían por ella y muchos otros que jamás la lastimaría como Robert hizo. Entonces comprendió. ¿Por qué no darle una oportunidad a ese lindo muchacho que podría darle tanto placer como Robert? O quizá mucho más que él. Ya era hora de recibir la pasión del chico que cuida de los caballos, la cual emanaba por los poros de la piel y se olían a kilómetros de distancia. Sus miradas de deseo no cesaban y amenazaban con quemar su piel. Si antes decidió no hacerle caso, era por ser una tonta fiel a Robert, pero ya no más.
Totalmente aseada, se vistió y perfumó para ir a su trabajo en la tienda del pueblo. Tenía que seguir con su vida después de todo. Porque si de algo está segura, es que ella guardaba mucho rencor, no podía evitarlo, ella era así. Si alguien le hacía algo grave, jamás perdonaba, sentía que le veían la cara si daba algún perdón.
Por eso todos la llamaban: La rencorosa.
No era por adorno. Todo el pueblo sabía por qué ella era llamada así. Era muy sentida, todo se lo tomaba a pecho, pero no significaba que se estuviera peleando con todos, simplemente los dejaba de hablar, aunque eso significaba que siguieran hablando de ella. Era sumamente difícil no ser chismoso en un pueblo, sobre todo los hombres cuando iban a las cantinas, se contaban hasta de qué color era la ropa interior de sus mujeres y cuando se trataba de ellas, solo se dedicaban a pelear por sus borrachos maridos, a ir a buscarlos todos ebrios y a atenderlos como según ellos, deberían hacer todas. En ese pueblo, ser mujer es significado de no valer nada, únicamente para dar placer y hacer todo en el hogar, solo que algunos se pasaban de desgraciados, también debían trabajar si el marido no podía y no podían cuando estaban borrachos. Marcela sabía todo eso, por eso se sentía muy feliz de estar con Robert, él era uno en un millón. Ahora, estando vulnerable y sola, ya no sabía qué hacer, bien podía ir a ver a ese chico que siempre le daba miradas o podía unirse a la iglesia como monja. Cualquier cosa que eligiera, todos iban a hablar, pero era mejor elegir cualquiera de estas opciones con tal de no quedarse soltera y dejada, porque no había nada peor que las burlas de todas las mujeres. Cada que salía por las calles o iba a trabajar, era señalada con el dedo. Los chismes iban más rápido que la luz.
2 años después.En un pueblo precioso de Suiza, Marcela cortaba flores en su jardín para llevarlas como decoración, porque le gustaba mirar la mesa con flores de todos los colores. Aunque en la mesa lo que sobraban eran las flores. La comida era escasa, pero alcanzaba para dos personas, no para tres.—Mami, tengo hambre.—Lo siento cariño.Marcela le dio un beso en la frente a su hijo y lo abrazó. El pequeño angel, tenía un poco más de un año, pero el genio ya podía formar frases cortas.—No hay más.—¿Repetir?—¿Repetir? ¿A qué te refieres, cariño?—Más mami.Marcela no supo qué decir, ellos jamás podrían repetir. La comida apenas les alcanzaba. Era una mala temporada, las cosechas eran escasas y había sequía. Al menos el agua era gratis en el pueblo porque venían directo de los manantiales, pero las plantas requieren agua de lluvia para crecer y dar frutos.Marcela fue a su huerto, miró las calabazas y los tomates, lucían bien y faltaba poco para ser cosechadas, pero no podía decir
Andrew frunció el ceño, claramente estaba enojado.—Vámonos.Andrew sintió el peligro avecinarse. Que Robert estuviera ahí no indicaba nada bueno.Semanas anteriores, le había llegado el rumor de que un miembro de la familia Smith estaba comprando tierras. No existía escapatoria. Los dueños de dichas tierras desaparecen. No podía pasarle a él, le había dado mucho trabajo conseguir ese pedazo de tierra. No en cualquier lugar había terrenos así, en donde sobraba espacio para sembrar. Se juró a sí mismo, que él jamás vendería sus tierras.Andrew se acostó después de darle un beso de buenas noches a su hijo y a su esposa; sin embargo, esa noche, Marcela no durmió. Había vuelto a ver al hombre que le rompió el corazón. Lo vio y lucía igual de guapo que siempre, igual de despreocupado desde aquella vez que la dejó por otra. Igual de poderoso. Por supuesto, ellos jamás sufrían. Los ricos jamás lloraban. En cambio, ella…—Amor. —Andrew la abrazó por detrás y volvió a besarla—. No te preocupe
A lo lejos, Robert miraba aquella casita humilde que, rodeada por miles de flores, se veía como la casa de blanca nieves y de repente tuvo un recuerdo de hace unos años, en donde tuvo un sueño muy curioso. A veces soñamos y olvidamos conforme pasan las horas, pero ese sueño se mantuvo en su mente por varios años, se le olvidó por supuesto, pero vino a su mente justo en el momento en que ella entraba ahí para escapar de su lado. Se encontraba viviendo en esa casa con la mujer de sus sueños, con un niño pequeño y un caballo. Era muy humilde, pero era sumamente feliz.Su realidad era totalmente diferente. Estaba casado por la fuerza con una bella mujer, pero no la amaba y jamás la amó. Sí tenía un hijo, pero muy malcriado por culpa de su madre y abuelos. Su casa era la más grande de aquel pueblo, era como un palacio. Tenía su vida acomodada; no obstante, no era feliz. Y se odiaba a sí mismo al haber obedecido a su padre en todo lo que él decía, porque si se hubiera casado con Marcela, co
Andrew había aceptado a Marcela, embarazada, pues no iba a dejar pasar esa oportunidad en cuanto se presentó. Había deseado y amado tanto a Marcela que no le importó nada. Robert fue un estúpido.Una mañana, su esposa estaba tan irritable que no pudo quedarse más en la misma habitación. Robert caminó rápidamente a su despacho y hojeó unos papeles, las fotos que había tomado el espía estaban frente a él, junto con una carta que explicaba muchas cosas sobre la vida de Marcela. Entendió que ellos pasaban hambre y miseria, pero jamás se lo decían a nadie. Siendo un pueblo muy chismoso, se las arreglaban para pasar desapercibidos, aunque ni tanto. Marcela y Andrew eran la pareja más bella del pueblo, ambos guapos, jóvenes y con hermoso cuerpo, eran como unos modelos difíciles de ignorar. Pero su pobreza se puede ocultar gracias a los métodos de Marcela. Guardaba dinero y prefería no comer por días para tener un guardado y usarlo cuando se necesite. Por eso Marcela se notaba cada vez más de
En la casa de los Smith, todos aparentaban felicidad. Los integrantes manejaban su vida tan bien, que se olvidaban de lo que en realidad importaba. Cierto hombre no era diferente. Robert estaba trabajando en su computadora como siempre, cuando vio al mayordomo entrar con rapidez.—Señor, ella está aquí.—¡Tú!Marcela casi empujó al mayordomo al pasar junto a él. Robert estaba en shock, pero rápidamente se puso de pie.—Señora espere afuera por favor. —El mayordomo se acercó.—No, déjala. —Robert se levantó de su silla—. Puedes irte.El mayordomo no perdió tiempo. Sabía que era una situación peliaguda y no esperaba formar parte de ella. Además, se había ganado un empujón.Andrew decidió esperar afuera para evitar romperle algún hueso a Robert. Confiaba es su mujer, sabía que ella arreglaría las cosas; no obstante, Robert no estaba nada asustado, todo lo contrario, estaba feliz de verla.—¿Tanto odias que no se haga lo que quieres?Dicha pregunta, lo sorprendió de sobremanera. Tuvo que
Días después, Robert continuaba buscando a Marcela; no obstante, nunca la encontró. Nadie estaba en casa, la yegua no estaba, ni siquiera un insecto. Lo que más lo deprimió, fueron las flores que antes eran hermosas, ahora estaban marchitas y muriendo.—¿Qué pasó aquí?El espía revisó la casa y confirmó sus sospechas.—Se fueron hace días, por la noche.—¿Qué? ¿A dónde?—No lo sé, señor…—Averígualo.¿Abandonaron su hogar? ¿Por qué?Tuvo una idea, podría buscar a Andrew en su trabajo, pero no podía ir a él tan directamente. El espía Hernán fue personalmente a buscarlo, pero recibió puras negativas. Andrew ya no estaba ahí. Los caballos eran cuidados por otra persona ahora, además, el no tenía la menor idea de quien era Andrew.Robert estaba que explotaba de furia, quiso romper todo lo que había en su despacho, pero no podía, aún tenía trabajo que hacer. Se sentó derrotado y acostó su cabeza en su escritorio. Debía calmarse, debía pensar en que ya estaba casado y con un hijo. Pero no p
Arruinaron sus planes, él necesitaba ese huerto también, ya que no quería que sufriera, mucho menos el niño y lo que hizo fue lo siguiente: Enviaba personas a tirar semillas en su huerto, de diferentes hierbas y verduras, para que luego crecieran y ella viera que la vida les sonríe. Por eso se sorprendió que creyera que fue él quien lo mandó a quemar. La otra medida era que una fundación que ya estaba casi creada, les diera alimento y despensas a familias que lo necesitaran, de esa manera ellos no sufrirían tanto de hambre, por supuesto nadie sabría que él estaba detrás de esa fundación, si no, eran capaces de rechazar la ayuda. Conocía el carácter de Marcela, sentía tanto rencor hacia él que prefería morir de hambre. A veces, ella resultaba ser muy cabeza dura.Entonces comenzó a pensar; sin embargo, no llegaba a ningún culpable. Las dudas lo estaban poniendo algo malhumorado, si ellos tenían enemigos, también eran su enemigo… ¿Quién quemó el huerto? ¿Quiénes odiaban tanto a esa fam
Robert se sentó con frustración. No es que le importara una infidelidad de Amanda. De hecho, le importaba más bien poco. Ellos no se aman, ni siquiera se toleran; sin embargo, Amanda se estaba viendo con el esposo de Marcela. Si su pensamiento llegara a ser verdad, habría una posibilidad que Marcela lo dejara y volviera a sus brazos. Sonrió. Su espía alzó una ceja.—Ya sé lo que está pensando, señor, no resultará.Hernán lo contempló mientras respondía. Robert ni siquiera se enteró de que el espía aún continuaba frente a él.—¿Por qué no?—Ella es rencorosa. Ese es su apodo, todos lo saben.—Lo sé. No es nada nuevo.—No, no lo sabe, señor. ¿No ha escuchado los rumores de hace un tiempo?—¿Cuáles?—Dicen que se peleó con una amiga y jamás volvió a hablarle, ni siquiera fue ante su lecho de muerte.—Ah —dijo y se recargó en el respaldo de su silla—. Lo que escuchaste, eso es mentira.—¿Cómo lo sabe?—Porque Marcela misma me lo dijo, si fue a su lecho, pero no dejó que nadie la viera. So