Andrew había aceptado a Marcela, embarazada, pues no iba a dejar pasar esa oportunidad en cuanto se presentó. Había deseado y amado tanto a Marcela que no le importó nada. Robert fue un estúpido.
Una mañana, su esposa estaba tan irritable que no pudo quedarse más en la misma habitación. Robert caminó rápidamente a su despacho y hojeó unos papeles, las fotos que había tomado el espía estaban frente a él, junto con una carta que explicaba muchas cosas sobre la vida de Marcela. Entendió que ellos pasaban hambre y miseria, pero jamás se lo decían a nadie. Siendo un pueblo muy chismoso, se las arreglaban para pasar desapercibidos, aunque ni tanto. Marcela y Andrew eran la pareja más bella del pueblo, ambos guapos, jóvenes y con hermoso cuerpo, eran como unos modelos difíciles de ignorar. Pero su pobreza se puede ocultar gracias a los métodos de Marcela. Guardaba dinero y prefería no comer por días para tener un guardado y usarlo cuando se necesite. Por eso Marcela se notaba cada vez más delgada y pálida, y el niño estaba igual. Entonces, Robert supo lo que tenía que hacer. Rápidamente, llamó a su mayordomo para darle más órdenes.
—Es chiste. ¿No?
Marcela miraba estupefacta a su esposo.
—Tu ex me solicito específicamente a mí para cuidar del establo de su familia.
—¿Del establo? —Marcela bufó—. A él jamás le gustaron los caballos.
—Pues parece que si le gustan. A su hijo le regalaron varios ponis.
—¿Su hijo?
Marcela recordó la fiesta de aquel día. Suspiró. Era de esperarse, al casarse con otra debió tener un hijo.
—Entonces si los tiene —confirmó y miró a su esposo—. ¿Qué harás?
—¿Qué? Pensé que me dirías que no me presentara.
—Por supuesto que te diré que no, pero también debo respetar tu decisión.
—No quieres que vaya, pero me dejas elegir.
—Estamos casados Andrew, eso es lo que hacen las parejas.
—Decide tú.
Andrew se sintió feliz y besó las manos de su esposa.
—No iré.
—De acuerdo. Está hecho.
Aunque ambos estaban arrepentidos de rechazar la oferta. Una tentadora oferta. Con ese trabajo podrían salir de la pobreza y quizá tener más dinero. La familia de Robert estaba pudriéndose de dinero. Su familia era más importante. Al fin tenían lo que siempre desearon.
Días después, la desaprobación del rechazo no se hizo esperar.
—¿Qué es eso?
Andrew salió al encuentro de un mensajero que venía en carruaje. Dicho transporte, fue difícil de ignorar por los vecinos. Salieron de sus casas y caminaron varios metros solamente para admirar el hermoso carruaje.
—¿Le puedo ayudar? —preguntó.
—De parte del Sr. Smith, requiere su presencia en su propiedad.
—Rechacé su oferta, no es necesario que vaya.
—El señor insiste.
Andrew gruñó, no supo qué hacer. Marcela dormía con su retoño y no quería dejarlos solos, tampoco quería que Marcela fuera a la casa de ese idiota.
—Lo siento, pero no iré.
Decidido, le dio la espalda al mensajero para volver a casa.
Tras explicarle lo que sucedió, el mensajero huyó del despacho. Robert aventó su taza de café a la pared aunque el mayordomo estaba ahí. El viejo mayordomo conocía las rabietas del muchacho desde que era niño.
—Señor, si me permite recomendarle…
—No.
El mayordomo retrocedió. Quizá, el viejo sirviente conocía mejor al muchacho que su mismo padre y sabía a la perfección que él seguía enamorado de esa chica.
—Comenzaré a tomar medidas drásticas.
El mayordomo suspiró, los hombres jóvenes solamente piensan con su cabeza de abajo.
Una semana después.
—No puede ser…
Marcela caía de rodillas ante su pequeño huerto. Estaba todo destruido, sus cosechas arrancadas y pisadas. Había algo quemado ahí que no sabía que era, pero hizo que la tierra ya no fuera fértil. Ya no había escapatoria.
—¡Mami!
—Hijo, entra a la casa.
Marcela estaba reteniendo el llanto para que su niño no la viera. Andrew se había ido a trabajar y volvería hasta la noche.
Revisó cada verdura y ninguna servía, no podía vender nada y tampoco pagaría los recibos ni comerían por un tiempo.
—Dios, no puedo.
Escuchó los sollozos de la yegua y corrió a ella pensando en lo peor.
—¿Qué?
La pobre yegua tenía una pata lastimada. La sangre se fue de su rostro quedando casi pálida y luchó contra un desmayo. Si la yegua ya no podía caminar, tendrían que sacrificarla. No podía pensar en eso ni siquiera. La yegua era su hija, un miembro de la familia.
—Ya capricho… estarás bien.
Marcela trató de calmarla. Tuvo éxito y la yegua se acostó. Trató con lo que pudo para tratarla; sin embargo, no era experta. Buscó a Andrew en su trabajo y tuvo que interrumpirlo.
—Amor. ¿Pasa algo?
Ignoró el hecho de que su esposo no estaba sorprendido por su presencia. Quizás la había visto desde lejos.
—Creo.
Marcela no pudo más, dejó salir todas las lágrimas y se desahogó con su esposo. Andrew la llevó a sentarse a un banco y esperó a que ella pudiera hablar. Enfureció cuando supo toda la verdad. Nadie los odiaba, se llevaban bien con todos y evitaban el pleito, así que nadie podía odiarlos tanto como para quitarles el sustento que les daba de comer. Los dos coincidieron en que solo una persona podría hacer eso.
—Hablaré con él. —Andrew se levantó con rostro serio. Estaba dispuesto a negociar.
—No, no lo hagas.
Marcela limpió sus lágrimas y siguió a su esposo.
—Seré yo quien hable con él
—No deberías, cariño, déjamelo a mí.
—Debo hacerlo, él está enojado porque no quise hablar con él y también porque no aceptaste el trabajo.
—Quiere llegar a ti, lo sabes.
—Oh, créeme que llegará a mí, aunque no del modo que él quiere —dijo limpiando sus lágrimas.
—Pero te acompañaré, no irás sola.
Tras la sincera sonrisa de Andrew, Marcela no comprendía cómo es que tenía un esposo tan bueno como él. Todas las noches agradecía al cielo por ponérselo en el camino. Ahora más que nunca, odiaba a Robert por arruinarles la vida.
En la casa de los Smith, todos aparentaban felicidad. Los integrantes manejaban su vida tan bien, que se olvidaban de lo que en realidad importaba. Cierto hombre no era diferente. Robert estaba trabajando en su computadora como siempre, cuando vio al mayordomo entrar con rapidez.—Señor, ella está aquí.—¡Tú!Marcela casi empujó al mayordomo al pasar junto a él. Robert estaba en shock, pero rápidamente se puso de pie.—Señora espere afuera por favor. —El mayordomo se acercó.—No, déjala. —Robert se levantó de su silla—. Puedes irte.El mayordomo no perdió tiempo. Sabía que era una situación peliaguda y no esperaba formar parte de ella. Además, se había ganado un empujón.Andrew decidió esperar afuera para evitar romperle algún hueso a Robert. Confiaba es su mujer, sabía que ella arreglaría las cosas; no obstante, Robert no estaba nada asustado, todo lo contrario, estaba feliz de verla.—¿Tanto odias que no se haga lo que quieres?Dicha pregunta, lo sorprendió de sobremanera. Tuvo que
Días después, Robert continuaba buscando a Marcela; no obstante, nunca la encontró. Nadie estaba en casa, la yegua no estaba, ni siquiera un insecto. Lo que más lo deprimió, fueron las flores que antes eran hermosas, ahora estaban marchitas y muriendo.—¿Qué pasó aquí?El espía revisó la casa y confirmó sus sospechas.—Se fueron hace días, por la noche.—¿Qué? ¿A dónde?—No lo sé, señor…—Averígualo.¿Abandonaron su hogar? ¿Por qué?Tuvo una idea, podría buscar a Andrew en su trabajo, pero no podía ir a él tan directamente. El espía Hernán fue personalmente a buscarlo, pero recibió puras negativas. Andrew ya no estaba ahí. Los caballos eran cuidados por otra persona ahora, además, el no tenía la menor idea de quien era Andrew.Robert estaba que explotaba de furia, quiso romper todo lo que había en su despacho, pero no podía, aún tenía trabajo que hacer. Se sentó derrotado y acostó su cabeza en su escritorio. Debía calmarse, debía pensar en que ya estaba casado y con un hijo. Pero no p
Arruinaron sus planes, él necesitaba ese huerto también, ya que no quería que sufriera, mucho menos el niño y lo que hizo fue lo siguiente: Enviaba personas a tirar semillas en su huerto, de diferentes hierbas y verduras, para que luego crecieran y ella viera que la vida les sonríe. Por eso se sorprendió que creyera que fue él quien lo mandó a quemar. La otra medida era que una fundación que ya estaba casi creada, les diera alimento y despensas a familias que lo necesitaran, de esa manera ellos no sufrirían tanto de hambre, por supuesto nadie sabría que él estaba detrás de esa fundación, si no, eran capaces de rechazar la ayuda. Conocía el carácter de Marcela, sentía tanto rencor hacia él que prefería morir de hambre. A veces, ella resultaba ser muy cabeza dura.Entonces comenzó a pensar; sin embargo, no llegaba a ningún culpable. Las dudas lo estaban poniendo algo malhumorado, si ellos tenían enemigos, también eran su enemigo… ¿Quién quemó el huerto? ¿Quiénes odiaban tanto a esa fam
Robert se sentó con frustración. No es que le importara una infidelidad de Amanda. De hecho, le importaba más bien poco. Ellos no se aman, ni siquiera se toleran; sin embargo, Amanda se estaba viendo con el esposo de Marcela. Si su pensamiento llegara a ser verdad, habría una posibilidad que Marcela lo dejara y volviera a sus brazos. Sonrió. Su espía alzó una ceja.—Ya sé lo que está pensando, señor, no resultará.Hernán lo contempló mientras respondía. Robert ni siquiera se enteró de que el espía aún continuaba frente a él.—¿Por qué no?—Ella es rencorosa. Ese es su apodo, todos lo saben.—Lo sé. No es nada nuevo.—No, no lo sabe, señor. ¿No ha escuchado los rumores de hace un tiempo?—¿Cuáles?—Dicen que se peleó con una amiga y jamás volvió a hablarle, ni siquiera fue ante su lecho de muerte.—Ah —dijo y se recargó en el respaldo de su silla—. Lo que escuchaste, eso es mentira.—¿Cómo lo sabe?—Porque Marcela misma me lo dijo, si fue a su lecho, pero no dejó que nadie la viera. So
Tras varios días, Robert se escondía exactamente 11:45 en un armario de la habitación de su esposa para escuchar sus conversaciones. No tardó en confirmar que si hablaba con Andrew Collins. Y dichas conversaciones eran referentes a la vida de Andrew y Marcela. Tuvo una gran idea, pero debería escaparse sin ser visto, o lo arruinaría. Marcela daba su paseo, como siempre, a las 12 del día, momento en que su esposo se ocupaba con su padre y tardaba alrededor de 30 minutos. Al mirar a la casa que era de los Smith, vio una cara conocida.Robert Smith.Marcela siguió su camino; no obstante, Robert la llamó. Le hizo señas de que se escondiera en un arbusto, pero ella lo siguió ignorando. Robert jadeó, sabía que era terca pero no tanto. Envió un sirviente que la hizo esconderse en el arbusto y la dejó ahí hasta que Robert llegó.—¿Qué diablos haces, Robert? ¿Por qué mandas a tu gente a secuestrarme?—Necesito hablar contigo. Es urgente.—No tenemos nada de qué hablar.—Sí, sí, tenemos… Síguem
¿Marcela?—¿Te parezco una cualquiera?Miles de agujas sintió Andrew en todo el cuerpo. Conocía el tono de voz que Marcela usaba antes de una discusión. Andrew pudo sentir el peligro que se avecinaba. ¿Cómo pudo enterarse? ¿Cómo supo que se refería a ella como una cualquiera? A menos que…—Me escuchaste hablar por teléfono… —afirmó lo inevitable.—Y yo que pensé que tú eras diferente —regañó con mucho desdén—Espera Marcela, déjame explicarte.No podía imaginarse su vida sin ella. No podía perderla, no podía dejar ese cuerpo tan perfecto, esa piel de porcelana y esos ojos verdes. Quiso tener un hijo enseguida con Marcela después de casarse, porque él tenía sus ojos color miel y con los de Marcela verdes, posiblemente su bebé debería sus ojos verdes o una mezcla de ambos. Sería un bebé precioso.—¿Qué tienes que explicar? —dijo furiosa—. Después de todo lo que pasamos juntos…—No tienes que ser así, somos un matrimonio feliz y lo que dije solo se me salió.—Ah, solo se te salió.Marcel
—En la casa, Marcela lloraba. No podía creer que el esposo modelo, su compañero de vida, el hombre perfecto fuera así. Todas estaban envidiosas con Marcela, querían estar con Andrew, pero él le era fiel a Marcela, o al menos eso pensaba ella.Cuando Andrew llegó a su lecho, Marcela lo miró con determinación y decepción.—No me mires así.—¿Yo? Dime, ¿eres infiel?—¿Qué?—Cambiaste de un momento a otro, me guardaste secretos.Andrew negó.—Te amo y eso es verdad, no te soy infiel.—¿Nunca?—Nunca.—Y Amanda.—Fue una ex novia, una muy secreta, ya que su familia era estricta. —Una ex novia, dices. —Ella apartó la mirada—. Lo entiendo, es la mujer perfecta.—No, tú eres perfecta.—Pero te parezco una cualquiera, Andrew… ¿Qué se supone que debo pensar? No soy perfecta, no lo soy para nadie.Ni siquiera para Robert.Andrew la abrazó, necesita de su esposa en estos momentos.—Eres tan perfecta que da miedo.Marcela apartó su mirada, no quería verlo. Solamente su voz, ya le producía náuseas
Marcela se sintió algo avergonzada, todo el mundo sabía que nunca perdonaba, ahora la familia de Robert también. Pero dentro de su corazón, estaba perdonando a Robert más rápido de lo que creía. Terminó la conversación con el tío de muy buena manera y se retiró, ahora debe irse a buscar a su hijo para luego fingir que estaba bien con su familia, ya que al día siguiente tenían una comida perfecta y sería el momento para largarse de ese infierno.Pero ese fue el peor de toda su vida.Robert lloró por días después de su último encuentro con Marcela. Esta vez, sintió que jamás tendría una oportunidad con ella. Robert se había ido de vacaciones con su esposa Amanda y su hijo a Miami. A veces pensaba que si fuera Marcela la que estuviera a su lado, sería muy feliz, disfrutaría más sus vacaciones y demás cosas qué hacer.Había estado recibiendo llamadas de su tío, pero Amanda apagó su celular, no quería distracciones de ningún tipo. Hernán estaba desesperado, ya que Robert no contestaba su