Acosador

A lo lejos, Robert miraba aquella casita humilde que, rodeada por miles de flores, se veía como la casa de blanca nieves y de repente tuvo un recuerdo de hace unos años, en donde tuvo un sueño muy curioso. A veces soñamos y olvidamos conforme pasan las horas, pero ese sueño se mantuvo en su mente por varios años, se le olvidó por supuesto, pero vino a su mente justo en el momento en que ella entraba ahí para escapar de su lado. Se encontraba viviendo en esa casa con la mujer de sus sueños, con un niño pequeño y un caballo. Era muy humilde, pero era sumamente feliz.

Su realidad era totalmente diferente. Estaba casado por la fuerza con una bella mujer, pero no la amaba y jamás la amó. Sí tenía un hijo, pero muy malcriado por culpa de su madre y abuelos. Su casa era la más grande de aquel pueblo, era como un palacio. Tenía su vida acomodada; no obstante, no era feliz. Y se odiaba a sí mismo al haber obedecido a su padre en todo lo que él decía, porque si se hubiera casado con Marcela, con su primer amor, sería feliz. Esa casita llena de flores sería suya.

Tenía deberes que hacer, no podía quedarse a vigilar a la que fue su primer y único amor, no podía obsesionarse con algo que quizá ya estaba perdido.

Su mayordomo le llevó su café como era la rutina de las 5 de la tarde.

—¿Necesita algo más?

—No… Espera.

El viejo mayordomo se quedó quieto esperando una orden. Había estado en la familia por dos generaciones y esa era su última porque era muy viejo. Creía saber que iba a pedirle el muchacho, siempre era lo mismo con los hombres de esa familia. Lo tenían todo, pero continuaban deseando más.

—Necesito que vigiles a alguien.

—¿Señor?

—Manda a alguien a esta dirección.

Robert sacó su celular y le mostró la fotografía al trabajador, el anciano asintió.

—Es la casa de los Collins en el pueblo antes de este. No muy lejos de aquí.

—Excelente. Quiero saber todo sobre ellos y prepara una mudanza, rápido.

Y así fue como Robert se volvió un acosador.

El plan de mudanza iba a la perfección, muy discreto y lo mejor de todo es que nadie se enteró. Los que los vieron, pensaron que solo iban a vacacionar en aquella linda casa, más pequeña que la de su padre.

Ya se acercaba el cumpleaños de Marlon y qué mejor que llamar la atención de Marcela, celebrando en grande. Solo estaría el tiempo suficiente con su hijo y luego se iría, ya que es rutina de ellos que el nieto de la familia vaya con los abuelos a pasar tiempo, ellos no asistirían porque tenían cosas que hacer.

La familia solamente de apariencia feliz estaba discutiendo tranquilamente los preparativos de la fiesta de cumpleaños del niño consentido. Debido a que siempre tenía todo lo que quería, era caprichoso y grosero a veces.

—Amor, ¿qué tipo de show quieres para tu cumpleaños? —preguntó Amanda.

—Pataso mami.

—¿Payaso? Pues eso será.

La mujer miró a su esposo con cara molesta.

—El niño quiere un payaso, encuéntralos.

La culpa de la actitud del niño era de la mujer y sus padres, pero él no podía hacer nada, nunca le hacían caso, a veces sintió que era un esposo de adorno. Robert exhaló y mejor se fue. Amaba a su hijo, pero la actitud de su esposa es muy molesta, sabía que no se amaban igual, seguían juntos por sus familias. Entrarían en un pleito legal si Robert dejaba a su esposa sólo porque sí; no obstante, le daban muchas ganas de hacerlo.

—¿Y qué colores de globos quieres? Tendrás todo lo que quieras cariño, tú si lo tienes todo.

Ella dijo así llorando. Odiaba que Robert no la amara, dejó pasar una gran oportunidad con ese chico de los caballos, pero tuvo que dejarlo por Robert. De saber que acabaría así, hubiera plantado a Robert en el altar para fugarse con ese chico. Odiaba a Marcela por tenerlos a ambos y se alegró cuando se enteró de que ellos eran pobres.

Llegó el día del cumpleaños del niño rebelde, una mini fiesta se realizó en aquella casa enorme. Los regalos no se hicieron esperar, el payaso daba un show y la comida abundaba.

—¿Qué pasa ahí?

—Creo que es una fiesta.

Suspiraron Marcela y Andrew. Quizá nunca le harían una fiesta a su retoño, pero todo podía pasar. Un golpe de suerte estaba a la vuelta de la esquina.

Hay momentos en que las personas están en cierto lugar, a la hora correcta y momento correcto, cuando pasan cosas mágicas. Robert se encontró mirando el horizonte justo cuando Marcela caminaba cerca de ahí con su familia y ambos se miraron sin saber qué hacer. Andrew también los miró e hizo que Marcela caminara más rápido.

En casa, ninguno se dirigía la palabra, nadie sabía qué hacer.

Después de ver a Marcela de nuevo, Robert estaba en modo zombi en la fiesta de su hijo, ya sabía que harían sus padres con el niño cuando terminara la fiesta. No lo necesitaban ahí, debería pensar en todo lo que el espía había traído. Muchas fotos y videos de Marcela, del niño y de Andrew. Pudo notar que Alexander tenía el mismo color de ojos que él, y por un segundo creyó que era su hijo, pero lo descartó al ver como Andrew era muy cariñoso con él. Además, desconocía los demás genes de la familia de Marcela, quizás alguno de sus familiares tenía los ojos grises. La ira lo comió por dentro cuando en uno de los videos, la pareja estaba muy feliz, se besaban y bailaban en su campo de flores como en un cuento de hadas. ¡Cómo odió eso! ¡Él es el que debe estar ahí bailando con la mujer de sus sueños y ese hijo debe ser suyo! No tenía por qué estar con ese granjero simplón, él se sintió mejor que el muchacho humilde y no por su dinero. Se creía más hombre que él, más guapo, más alto y más inteligente.

Oh no.

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